—¡Pium, pium!
—¡Eh, ven aquí, maldito granuja!
Aquella mañana, la aprendiza pelirrosa de Bastión Hueco madrugó después de otra noche de intensa lectura. Se preguntó qué sería de ella cuando se leyese la biblioteca entera de aquel lugar; necesitaría encontrar nuevos libros pronto. Aún tenía que averiguar dónde podría encontrarlos.
Volvió a llegar como siempre a la cocina, atraída por el dulce aroma de los pasteles para el desayuno. Y, a escondidas, se coló para intentar hacerse con un par de magdalenas antes de que todos los demás se levantasen y arrasaran con toda aquella obra de arte.
Y tanto que se hizo con ellas con facilidad; después de todo, lo hacía cada mañana. Pero algo salió mal.
Detrás de ella, un moguri se había hecho con una de las pistolas de la pelirrosa, la cual se llevó instantáneamente la mano a la chaqueta para comprobar que era suya. Gruñó, molesta, y al escucharla, el moguri salió corriendo por los pasillos de la estancia, simulando disparar a todo lo que se encontraba. Freya tuvo que perseguirlo, cargando con las magdalenas por todo Bastión Hueco.
Si al moguri se le ocurría disparar en algún momento, podría causar un verdadero desastre y Freya tendría que cargar con toda la culpa. Y lo peor de todo: seguro que el bicho aquel delataba su robo de magdalenas. Si Nanashi se enteraba de eso, le prohibiría la entrada a la cocina. Más de lo que ya la tenía prohibida.
Finalmente, el moguri entró en una sala y Freya lo pudo arrinconar fácilmente. Con la mano que tenía libre, sacó su otra pistola y le apuntó.
—¡Venga, suelta eso! —espetó, hecha una furia—. ¿Sabes el peligro que corro si alguien te ve con una de mis armas?
—¡Te la cambio por un favor, kupó!
—¿Un favor? —La chica bajó la pistola, extrañada—. ¿Qué clase de favor?
—Tú ya has jugado en este ordenador, ¿verdad? —Freya observó el pc que había detrás del moguri y recordó su experiencia con aquel juego endemoniado donde conoció a Bavol—. Pues hay un juego nuevo mucho más divertido, kupó~ ¡Y necesito que alguien juegue y lo pruebe! Puede que encontremos algo interesante.
La pelirrosa lo meditó unos instantes. A ella le encantaban los juegos, pero apenas tenía tiempo para jugar, y la única vez que lo probó acabó en un juego arriesgando su propia vida. Corría el riesgo de volvérsela a jugar, como siempre, y aquello le escamaba. Pero de alguna manera, se sintió contenta que el moguri hubiese acudido a ella para aquel tipo de investigación; aunque podría habérselo preguntado sin más.
—Bueno, tampoco tengo nada mejor que hacer —dijo, mientras se sentaba en la silla. El moguri le devolvió la pistola, la cual guardó inmediatamente para evitar futuros incidentes—. ¿Qué clase de juego es?
—Tendrás que pagar por la información, kupó —Al ver que Freya volvía a gruñir, siguió hablando rápidamente—. ¡Si no me ayudas me chivaré de tus robos de dulces!
—¡Vale, vale! ¡Lo que sea si mantienes el secreto!
—Quiero una magdalena, kupó.