De repente, a Nadhia se le desencajó el rostro.
—¿Qué... qué acabas de decir?
—No se trata de confiar o desconfiar —fue entonces cuando Light no la dejó hablar a ella, perdido en su frustración—. Eres amiga de Ragun, sabía que no accederías a mi plan desde el principio. Y lo comprendo. Como te he dicho, no tengo excusa, fue una estupidez... ¡Todo esto de la guerra es una estupidez, mierda!
—¡Light...!
—¿¡Por qué cojones tenemos que participar en esta mierda de guerra!? —Nadhia pegó un respingo cuando Light explotó, tirando una piedra al océano—. No quiero saber nada de este conflicto. NADA. Estoy hasta los cojones de esta mierda. ¡Nadie me dijo nada de esto cuando me hicieron Caballero, yo solo tenía que luchar contra Sincorazón! —en eso tenía toda la razón. Aunque Nadhia había sido más ingenua desde el principio. Nunca supo de los sincorazón hasta bien entrado su aprendizaje como portadora. Sólo quería salir de Villa Crepúsculo, ser libre. Nunca imaginó lo duro y espantoso que podría ser. Light había tenido a su abuela, y bien conoció desde pequeño el legado de la Orden, deseando ser como sus padres—. ¡No eres la única que odia esto, joder! ¡Yo lo odio infinitamente más que tú! ¡¡Ya he matado a alguien de Bastión Hueco y no quiero volver a hacerlo!!
Nadhia balbuceó, sin poder creer lo que había dicho su amigo. ¿Light... había matado a alguien del bando contrario...? Vio como le temblaba el pulso y se levantó, poniéndose a la altura de un amigo completamente roto y desolado.
Ella no había tenido noticia alguna de que Saeko hubiera intentado acabar con ella de una manera tan sucia y rastrera. Y Ragun... ¿fue él quién lo evitó?
«Qué más da»
Exacto. ¿Qué era ya Ragun para ella? Ya no podía considerarla amistad. A pesar de seguir conectados, sentía absoluta frialdad en sus encuentros. Serenos, pero incómodos, al fin y al cabo.
Y sin embargo, tanto Fátima como Light siempre habían estado a su lado, desde el primer momento que se conocieron. Iban juntos a entrenar, hacían misiones, luchaban codo con codo por una paz que apenas podían rozar con la punta de sus dedos... o por ganar la guerra. Una guerra que ellos jamás habían querido.
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—No quiero… volver… a hacerlo…
—Light...
Entonces, para sorpresa de Nadhia, su amigo comenzó a llorar, temblando como un flan. Como un niño pequeño, diciendo cosas ininteligibles mientras se le caían las lágrimas. Ver a Light llorar era algo completamente inesperado para ella. Él siempre había sido fuerte, alegre, extrovertido. Alguna vez soltó una lágrima o dos, pero jamás había explotado de tal manera delante de ella.
Lo vio tan hundido, tan destrozado... que no pudo evitar abrazarlo.
—Tranquilo —siseó, mientras hacía todo lo posible por darle calidez—. No volverás a hacerlo. No dejaré que vuelva a ocurrir. Te lo prometo... —entonces, a Nadhia se le cayeron las lágrimas, sintiendo el temblor de Light en su propio cuerpo— No... no llores...
Nadhia se dio cuenta de una cosa aquella mañana en Port Royal. Los dos eran unos críos. Un par de críos perdidos en una guerra de adultos. Todavía les quedaba mucho camino para ser como Ronin o Ryota... para comprender los motivos de iniciar una disputa que sólo conllevaba muerte y dolor.
Su lucha era contra los sincorazón. Contra la maldad que amenazaba los mundos. ¿Es que acaso ellos mismos no se estaban convirtiendo en una amenaza para su mundo, para el de Fátima... para el de todos?
Invitó a que Light se sentara con ella en el muelle, dejando que se tranquilizara. No, ambos. Secándose las lágrimas, sintió que su amigo se quedaba traspuesto apoyado sobre su cabeza, demasiado cansado. Nadhia no tenía prisa, y la calidez de Light la embriagó, sintiendo que tenía que protegerlo... protegerlo de volver a cometer esa clase de locuras nacidas del odio.
No sólo ambos habían tenido que tomar decisiones difíciles desde el inicio de la guerra. Recordó que, la noche anterior, Light había activado cierto nexo... tanto él como ella habían perdido a alguien. Un amigo importante... una persona especial. Había sido egoísta al pensar que fue la única en sufrir su repentina desaparición. Light tenía que haberse sentido muy solo desde entonces.
Cogió al muchacho de la mano, observando el tatuaje en forma de media luna que la conectaba a él... y sonrió con cierta amargura.
—Siempre has estado ahí, velando por mí y por todos tus amigos —acarició la mano de Light, con cuidado para no despertarlo— ¿Cómo no te voy a perdonar, idiota? Fui la más imbécil de los dos en el naufragio. Soy yo la que tuvo la culpa de todo. Si no fuera por mí...
Se detuvo, cerrando los ojos un rato y sintiendo la suave brisa marina de por la mañana. Pensó en todo lo sucedido, en los consejos que había recibido esa noche. Tenía que empezar a escuchar a los demás, y no velar únicamente por su propio criterio. No si quería volver a hacer daño a las personas que quería.
Abrió de nuevo los ojos, habiendo perdido la noción del tiempo por completo. De hecho, el sol no estaba tan elevado hacía apenas unos segundos... ¿habían sido segundos, acaso?
—¿Light? —preguntó, dejando que se desperezara con tranquilidad— Volvamos a casa.
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