Fátima había invocado ya su ola cuando vio que Andrei atrapaba el colgante. Sólo pudo maldecir y tratar de moverse más rápido con su Oleaje. El corazón le retumbaba en el pecho, las sienes le iban a estallar y apenas sí podía respirar. Su cuerpo ardía y lo peor era que su mente funcionaba a toda velocidad. Y le gritaba a pleno pulmón que no lo iba a conseguir, que era demasiado lenta, que Andrei iba a volver a desaparecer y que cuando quisiera darse cuenta ordenaría a Shiva que le lanzara un ataque y acabaría atravesada por la mitad antes de poder ni parpadear.
Fátima emitió un grito cuando vio que Kairi y Hiro se interponían en su camino, pero no fue capaz de cambiar el rumbo, de modo que se los llevó por delante. Igual que a Andrei. Tuvo tiempo de pensar que era la segunda vez en un mismo día que lo golpeaba. En otra ocasión, habría sonreído de oreja a oreja.
Pero sólo tenía ojos para el colgante. Siguió la curva que trazó en el aire y casi le pareció escuchar un sonido cristalino antes de que rebotara contra el suelo. Probablemente lo imaginó. Sin embargo, pudo ver cómo se hacía pedazos.
Sólo tuvo un segundo. Fue suficiente. Fátima se lanzó a un lado, rodó un poco por el suelo y se levantó con un grito de victoria, volviéndose bruscamente hacia Shiva. O lo habría hecho si no hubiera escuchado a Mulán soltar un alarido mientras se arrojaba contra Shan-Yu. Fátima se quedó helada cuando la punta de la espada asomó por la espalda del inmenso huno. Sus pies echaron raíces y se quedó mirando, hipnotizada, cómo caía de espaldas, rugiendo de dolor.
«Dios…», pensó, llevándose las manos a la boca.
Entonces Shiva entró en su campo de visión. Llevaba una daga. Se tambaleaba. Parecía que fuera a desmoronarse. A Fátima se le pasó por la cabeza que, por primera vez, parecía humana. Dio un paso hacia ella, titubeante. ¿Debería acercarse e intentar ayudarla? ¿Debería…?
De pronto, Shan Yu levantó, a pesar de estar herido, su propia espada y dio una estocada hacia la diosa.
—¡Cui…!
Ni siquiera hubo un momento para comprender que Shiva se estaba muriendo. El suelo comenzó a temblar con tal violencia que la chica resbaló y cayó de costado. Gritó por culpa de las heridas.
—¡¿Qué está pasando?!
Una ola de frío invadió la estancia. Las columnas rechinaban y el techo gimió, casi como si se tratara de una verdadera persona. Le pareció escuchar un ruido grave, siniestro, en la distancia, pero no estuvo segura. Lo que oyó con claridad fueron los alaridos de los hombres que estaban luchando fuera.
A partir de ese instante, todo se volvió negro y no fue capaz de recordar más.
Sólo que no vio a Andrei por ningún lugar.
Le pesaba el cuerpo. Lo notaba abotargado. Y le dolían a rabiar la espalda y los riñones. Era la sensación que la invadía las pocas mañanas que conseguía quedarse más horas de las necesarias en la cama. Además, tenía la boca pastosa y su garganta parecía de esparto. Despegó los párpados legañosos y gimió, mirando a su alrededor.
No estaba sola. Tumbados cerca de ella estaban Kousen, Kairi y Hiro. Frunciendo el ceño, apoyó los codos para incoporarse entre gemidos. Todos y cada uno de sus músculos protestaron por el esfuerzo, pero consiguió sentarse. Se dio cuenta de que no estaba herida. Sólo oxidada por la falta de movimiento.
Ronin dormitaba en una silla. Estaba entero, pero bajo su único ojo se acumulaban unas terribles ojeras. Se frotó la cara y se preguntó si no habría estado velándoles… ¿Cuánto tiempo? ¿Y dónde estaban?
Mientras los demás se despertaban comprobó que era una cabaña pequeña, con un símbolo de la Llave Espada y poco más. No estaban en Tierra de Partida. ¿Seguían en China…?
—¡Ahá! Sabía que lo conseguiríais.—Fátima pego un brinco al escuchar la voz de Ronin—. Nos tuvisteis muy preocupados, tardamos casi dos días enteros en encontraros entrelas toneladas de nieve que cayeron sobre el campo de batalla.
—¿Dos días?—repitió, con los ojos abiertos como platos.
¿Y cómo que nieve?
—¿Cómo os encontráis? Rebbeca y yo utilizamos toda nuestra magia curativa para traeros de vuelta.—Por eso parecía tan cansado. Y a saber por qué más. Si de verdad les había caído una especie de avalancha encima…
El corazón le dio un vuelco en el pecho.
—¿Qué ha pasado con Feng, Rei y Mulán?—exclamó. Apenas sí le salió un hilillo de voz y se le quebró por culpa de lo seca que tenía la garganta. Ni siquiera pensó que debería haber dicho «Ping»—. ¿Y Shan Yu? ¿Y Andrei…?
¿Y Shiva? Pero no llegó a preguntarlo, porque Ronin se rascó el cuello y comenzó a responder:
—En fin, Rei y Feng están bien. Han vuelto con el ejército chino y…—Fátima emitió un suspiro de alivio. Pero se puso en guardia. No había dicho nada de Mulán—. Tenemos buenas y malas noticias. Lo bueno es que China ha ganado la guerra, hemos confiscado todas las armas y haremos que Andrei pague por sus crímenes, ya que tenemos las pruebas a nuestro favor, la mala es que China cree que ese malandrín fue lo que les llevó a la victoria, así que lo ven como a un héroe.—Indignada y con la sangre hirviéndole en las venas, Fátima apretó los puños y farfulló una maldición. ¡¿Pero cómo era posible?!—. No se ha encontrado el cuerpo de Shan-Yu, pero creemos que ha muerto aplastado en la avalancha….—O atravesado por la espada de Mulán, consideró ella—. Y sobre Mulán…—Fátima aguantó la respiración. ¿Por qué se detenía? Echó el cuerpo hacia delante casi sin darse cuenta—. Es muy probable que haya muerto también. Han pasado seis días desde la avalancha y no hemos encontrado ni rastro de ella. Si Rayum estuviese vivo la habría encontrado en un abrir y cerrar de ojos…
Fátima se quedó mirándolo en silencio. La verdad la golpeó como un mazazo.
¿Que Mulán estaba muerta?
No escuchó las palabras de Ronin. El mundo se había desvanecido a su alrededor. El corazón y el estómago se le encogieron hasta extremos inimaginables. El vértigo la sacudió y se quedó quieta, muy quieta. Congelada.
Mulán estaba muerta.
No habían encontrado su cuerpo. Oh, Dios mío. No podía estar pasando. No de verdad. No era posible. Si hacía unos segundos —o lo que para ella habían sido nos segundos— había visto a Mulán atravesar a Shan Yu. Matar a ese cabrón. Lo había visto. ¡Lo había visto! ¡Ni siquiera la habían herido de verdadera gravedad! ¡Entonces, ¿por qué no habían encontrado su cuerpo?! ¡Cómo era posible que ellos hubieran salido vivos después de dos malditos días y ella…!
Aspiró una temblorosa bocanada de aire. Se ahogaba. Iba a vomitar. Las lágrimas ardieron como teas cuando le anegaron los ojos.
Se abrazó a sí misma en silencio, intentando contener a duras penas el llanto. No podía ser. ¿Cómo no iba a serlo? Seguro que no. No sabía ni para qué se esforzaba en mentirse a sí misma. Dios, seguro que había escapado. ¿De una montaña de nieve para la que sus Maestros habían tenido que invertir dos días? Por favor, que sea una broma…
Notó algo contra la cadera y, sorbiendo por la nariz, metió la mano por debajo del cinturón de su vestido. El traje que le había dado Shiva. Y encontró la muñeca de trapo. La que le había lanzado Andrei.
La apretó entre las manos y se incorporó para marcharse. Pero antes… Antes de que no fuera capaz de parar de llorar…
—Maestro. Shiva estaba dentro. Con nosotros. Se había puesto de nuestro lado. Shan Yu la hirió. —No le salían más palabras, de modo que le miró, esperando por si le daba alguna respuesta. Pero si no habían encontrado al huno y a Mulán…—. Yo volveré luego. Necesito… estar sola.
Salió fuera de la cabaña al notar que un grito de desesperación le trepaba por la garganta. Abrazando la muñeca contra su pecho, consiguió reprimirse.
Si hubiera devuelto a Mulán a su casa. Si la hubiera obligado a entrar en razón. Si hubiera estado a su lado. Si no la hubiera dejado entrar al templo.
¿Por qué…? ¿Por qué ella? Ni siquiera había podido hablar con Shang. A pesar de que la expulsaron, a pesar de todo, a pesar de ser una mujer, había sido ella la que había luchado. No se había rendido.
Y aun así.
Estaba.
Muerta.
Fátima se dejó caer de rodillas y arañó la tierra con las manos. Y gritó desde lo más profundo de su pecho. Gritó hasta que su garganta se resintió tanto que no fue capaz de levantar la voz.
Sin fuerzas, abrazó la muñeca y se quedó mirando al cielo, nebuloso por culpa de las lágrimas. En medio de la vorágines de sentimientos, un pensamiento flotaba claro y firme.
Odiaba aquel mundo.