¿Se había perdido de algo? Una alarmante multitud se había juntado frente al puesto, pero nadie se atrevía a acercarse al mostrador. Sólo el hombre del abrigo permanecía, sujetando con fuerza al mercader del cuello de su camisa. Todos los transeúntes miraban alarmados el espectáculo, pero nadie parecía tener las agallas de intervenir.
—Tú no me engañas, gusano de arena. ¿De veras piensas que te voy a creer que todo esto es tuyo? Mercancía robada debe ser tu especialidad —rugía el del abrigo, sacudiendo con fuerza al pobre mercader que, pequeño y débil, no podía hacer más que cómicamente intentar mantener su turbante en su sitio.
—¡Pero, señor, le aseguro que no sé de qué está hablando! —intentaba explicarse, aunque poco de lo que decía era comprensible, pues la fuerza con la que era movido de un lado a otro le hacía tartamudear y balbucear, e interrumpirse constantemente—.
¡Puedo aseguraros que todo esto fue conseguido de manera lega--!—¡Le robaste al chico! ¿Y esperas que te crea que no me robaste a mí, escarabajo pelotero?¿Le había robado a alguien más? Ahora que Fuyu lo notaba, el hombre de la larga gabardina no parecía ir solo. Del otro lado, donde Fuyu no podía verlo, había estado de pie un niño rubio. En aquel momento, sin embargo, el muchacho brotó de su extraño escondite con un salto hacia atrás, mientras alzaba su puño al cielo en señal de batalla:
—¡Dale, Simon! ¡Estoy esperando ver esos "negocios" tuyos! ¡Enséñale que nadie debe meterse con el Gran Maestro Akio!—Los cables y pociones del chico desaparecieron misteriosamente, pero por azares del destino resulta que tú vendes mercancía bastante parecida a la que acabamos de perder... Excepto... la placa... —el hombre acercó al mercader por encima del mostrador hasta su rostro, tan cerca que casi podría besarlo, como si quisiera dejarle claro que, por la furia que exhibían sus ojos, iba realmente en serio—.
¿Dónde está?—Di-Disculpe. Se le cayó esto cuando tropecé con usted.Los tres extraños individuos se giraron hacia Fuyu en cuanto ésta decidió acercarse al hombre y confesar que había sido ella quien había encontrado la placa de metal, y no el mercader quien la había robado. Apenas entendió la situación, éste último mostró una sonrisa nerviosa al hombre de la gabardina, quien no hizo más que encogerse de hombros y arrojarlo de nuevo a la parte de atrás del mostrador. Como si se los estuviese arrebatando de la misma mano, cogió un rollo de cables y algunas botellitas del puesto y se las tendió al niño de cabellos rubios:
—¿¡Qué estás haciendo, gordinflón!? ¡La verdadera ladrona está allí!Un dedo acusador señaló a Fuyu, quien aún llevaba el extraño accesorio en la mano.