Spoiler: Mostrar
Últimamente había mucho movimiento en la vida de aquel mundo. Desde la muerte del gran rey Mufasa, su hermano había asumido el trono y había hecho grandes cambios en la política del territorio. Como, por ejemplo, permitir a las hienas más espacio del que les correspondía, del que otras criaturas querían darle, como carroñeras habituales que eran. ¿Para qué permitirles cazar, si les bastaba con cadáveres putrefactos de otros? Nadie veía la razón oculta para aquel permiso.
Para el clan en el que vivía Sam no era distintos. Todos en aquel mundo estaban obligados a rendirle pleitesía al rey, o al menos, reconocimiento, de modo que no podían oponerse a sus leyes. Y, en los últimos días, varias hienas se habían dejado ver por los dominios perrunos de su manada. Obviamente, aquella interrupción posiblemente había sustentado actitudes diferentes: de odio hacia el trono, de frustración por tener que permitírselo, de necesidad por actuar, de rebelión contra el poder, de permisividad al rendirse ante él...
Había que tomar una decisión. Tarde o temprano, las hienas podían acoplarse sin más en sus tierras abiertamente, y no como hacían entonces, poco a poco. Para cuando ese momento llegara, el clan debía tener un plan de acción o un acuerdo, al menos, discutido.
Spoiler: Mostrar