por Soul Artist » Mar Sep 02, 2014 12:14 am
Nunca había tenido ocasión de pararme a observar debidamente el interior de Bastión Hueco. Siempre había asumido que se trataba de un castillo derruido, sucio y oscuro, sin iluminación alguna para que las ratas avanzaran sin el peligro de la luz del sol: supongo que la psicología de estar pensando en el enemigo me estaba afectando de sobremanera. Aquel lugar era espectacular.
Sólo estaba viendo el hall, pero era absolutamente espectacular. La lámpara por encima de mi cabeza me tenía impresionado; la fuente frente a mí estaba bien cuidada y tallada con la cabeza de una bestia; la alfombra no sólo estaba espectacularmente impecable, sino que además casi brillaba por sí misma. Aquel castillo era hermoso.
Supongo que estar en Tierra de Partida me había cegado un par de veces al respecto. Era ya la tercera vez que me encontraba en aquel hall y había sido incapaz de ver más allá de mis narices.
—¿Nos conocemos?
Mi atención en la decoración del lugar se vio interrumpida al escuchar la voz que desde hacía tanto tiempo no oía. Giré mi cabeza en dirección a las escaleras para volver a ver al último amigo que vi antes de partir de Tierra de Partida para convertirme en el forajido que era ahora: Ragun.
Si los años a mí me habían hecho un mal efecto, para él debían haber sido peores. Quitando cicatrices y el crecimiento natural del que fue mi compañero, lo que más me llamaba la atención era su brazo. Se había vuelto negro, casi deforme y monstruoso: su mano era ahora una garra, casi característica de cualquier bestia. Parecía que se la hubiese dominado la oscuridad.
Dios santo. Qué te han hecho, Ragun.
—Nos... Conocimos hace tiempo —contesté al chico mientras continuaba descenciendo, apartando la mirada de su brazo y pensando en cómo continuar. Había estado pensando tanto en qué decirle y cómo hacerlo que, ahora que lo tenía frente a mí, no sabía por cuál de los muchos escenarios decantarme—. Larga historia. Espero que me perdones.
Intenté volver a mirarle, pero no podía contener la mirada. Me moría si lo hacía: la vergüenza era excesiva para mí. ¿Se daría cuenta de que era yo si lo hacía demasiado tiempo? Con la máscara puesta mi rostro era irreconocible, y la voz estaba distorsionada gracias a la misma. Pero tenía miedo de que, incluso así, averiguase que se trataba de mí. Del orgulloso y gran Ivan, del que siempre dijo que sería mejor aprendiz que él, que sería pronto el mayor Maestro de la Orden de los Caballeros...
… y del monstruo en el que una bruja submarina me había convertido.
—Desearía que me acompañases. —sentencié, intentando involucrarme lo menos posible en todo aquello—. A un mundo neutro. Quiero hablar contigo, pero en un lugar lejos de la Orden. Donde tú quieras, pero no aquí.