Nescientes, por 15nuxalxv.

C'est fini!

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Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Dom May 20, 2012 6:18 pm

Nota de la autora: Aquí os dejo el prefacio y los primeros capítulos de la historia de Luna, la protagonista de esta historia. Está muy ligada a la historia de KH, en este caso a Birth by Sleep. Espero que os guste, está hecha con el sudor de mi frente, mi imaginación y por mi pasión por escribir :M. Si tardo en añadir la parte siguiente, ruego que me perdonéis. Intentaré añadir un capítulo al mes.

NESCIENTES

Por 15nuxalxv


“Si la fama llega con la muerte,
No tengo prisa en conseguirla”.


PRIMERA PARTE


Prefacio


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Llovía. Yo andaba sobre aquella tierra yerma. Llevaba allí… ¿Cuánto tiempo? ¿Días, semanas, meses? Había perdido la noción del tiempo. Es más, no recordaba nada que hubiera pasado antes de despertar en esta árido terreno. Ni siquiera sabía si era la realidad o si era un sueño. Bueno, más bien pesadilla. No se sabe bien lo que es no saber quién eres hasta que te pasa. La única pista que tenía, claro, era el reloj. Un reloj de bolsillo, de esos del siglo XVIII. Era de oro, con los dígitos impresos en números romanos, y con las manecillas translúcidas. En la tapa que cubría el mecanismo ponía un nombre: <<Luna>>. Es decir, que, según parece, ese era mi nombre. Era entraño, ya que, cuando lo tenía en mis manos, incluso cuando lo rozaba, lo sentía cálido, como si estuviera vivo. Era inexplicable, pero me reconfortaba. Aligeré el paso, pues empezaba a calarme los huesos. Tropecé varias veces, pero no me detuve a examinar las heridas. Me escondí en una gruta, y, debido al cansancio, me dormí plácidamente en un rincón.


Me despertaron varias voces, una fría y distante, como ignorando mi presencia. La otra, más cálida y viva, incluso melódica, de un niño feliz. Abrí los ojos, y los vi mejor: La voz dura era emitida por un anciano calvo, con una barba de chivo blanca y ojos naranjas y la piel de cubano. La voz dulce y cantarina provenía de un chico de unos trece años, rubio, con el pelo como si se hubiera electrocutado, con unos ojos azules como el mar. Al fondo, había un joven que no había mediado palabra, llevaba una máscara que impedía verle la cara. Los dos jóvenes me levantaron. Me revolví, intentando evadirme. Vi un resplandor cegador, y perdí el conocimiento.


Me desperté. Todo sucedió muy rápido, me dolía la cabeza. Cuándo me levanté, entró el niño de la voz cantarina. Me arrastró hasta donde estaban los otros dos individuos. Me dijeron que el rubio se llamaba Ventus (él insistía en que lo llamara Ven), el enmascarado, Vanitas, y, el anciano era el maestro Xehanort. Les di el nombre que estaba escrito en el reloj. Al parecer, eran portadores de llaves espada, Xehanort era el maestro, y Ven y Vanitas sus pupilos. Si eso me pareció increíble, me sorprendí más cuando me di cuenta que yo también pudiera portar esas extrañas armas. El Maestro Xehanort me entregó dos de ellas, una negra, que según el Maestro Xehanort, la llamaban “Recuerdos Lejanos” y otra blanca, llamada “Prometida”. Por lo visto, necesitaba un maestro que me instruyera. Y el maestro Xehanort era el único al que conocía.




Capítulo 1: Tierra de Partida


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El despertador sonó más pronto de lo habitual, y yo me moría de sueño. Tenía un embrollo en la cabeza: ¿Por qué ha sonado tan temprano? ¿Cómo había llegado yo allí? Y entonces me acordé. Mi mentor, el Maestro Xehanort, iba a visitar a su amigo y antiguo compañero, el maestro Eraqus. Me arreglé y fui a desayunar. Ventus y Vanitas, como siempre, estaban alejados el uno del otro lo más que se podía, y no es que se odiaran, es más, el propio Maestro Xehanort era el que los mantenía separados, incluso les instruía en horas distintas. Me senté con Ven, ya que mi Maestro me ha dicho que tenía que hablar con él (Aún así, Vanitas no es que quiera nuestra amistad). Ven no dijo nada, algo raro en el, ya que solía hablar mucho (al menos antes que él y el maestro Xehanort se fueran durante unos días). El maestro Xehanort se levantó de la silla y abrió el portal diciendo:

—Es hora de marchar, discípulos. Vanitas, quédate a proteger la casa.

—De acuerdo, maestro.

<<Que pelota—pensé>>.

El lugar donde vivía el Maestro Eraqus era bastante acogedor: verdes prados, el sol brillante en el raso cielo alumbraba todos los rincones... El castillo era del mismo estilo: estaba totalmente pintado de blanco y dorado; y con unas cristaleras preciosas. No se parecía absolutamente nada al páramo donde nosotros vivíamos. Tocamos a la puerta. Abrió un chico y una chica: Él era alto, con el pelo castaño peinado de una extraña forma (pero no tan rara como la de Ven) y unos penetrantes ojos azules. La muchacha era de pelo azul, con el pelo liso y cortado por los hombros.

—¿Quiénes son ustedes?—preguntó el joven con tono cortante.

—¡Terra! ¿Y tus modales?—regañó la chica—. Mi nombre es Aqua, y este maleducado es Terra. ¿En qué puedo ayudarles?

—Soy el maestro Xehanort, y estos son mis pupilos. Venimos a visitar al maestro Eraqus.

—Hola Xehanort.— dijo el maestro Eraqus, un hombre canoso con el vello facial del mismo color. Las arrugas poblaban su rostro.—Hace mucho tiempo que no te veía.

Mientras conversaban, nosotros nos presentamos:

—¡Hola! Me llamo Luna.—Dije. Entonces, mi Maestro me llamó—. Enseguida vuelvo.

—¿Y tú? ¿Cómo te llamas?—les oía decir mientras subía por la escalera de caracol, con
una lujosa barandilla de oro y con los escalones cubiertos por una alfombra de terciopelo rojo.

—Ventus.

—¡Anda! ¡Si sabes hablar!

—¿De dónde eres?

Me centré en lo que mi Maestro y el de Terra y el de Aqua querían decirme.

—Luna, tú y Ventus os quedareis bajo la tutela de Eraqus para que así Ventus tenga nuevos recuerdos, ya que podría ser peligroso que volviese al lugar donde los perdió. Cuando esté recuperado del todo, yo mismo le explicaré sus antiguos recuerdos.

Entonces, se oyó un grito. Bajamos a toda velocidad las escaleras y vimos a Ventus en el suelo. El
Maestro Xehanort parecía enfadado.

—¿Qué le habéis hecho?

—¡Nada! Sólo le hicimos unas preguntas y...

—Terra, Aqua; Ventus no os dirá nada, ya que no puede recordar.

Llevamos a Ventus al dormitorio que el Maestro Eraqus preparó y le dejamos con el Maestro
Xehanort. Eraqus me mostró el mío y dejó que me instalara. Terra y Aqua trajeron mi maleta (El maestro Xehanort debió de cogerlas). Lo ordené como pude y me puse a leer. Al rato, Terra vino y me dijo que mi maestro (por lo menos hasta la fecha) se marchaba. Aqua se unió a nosotras y nos dijo que Ven se había despertado, pero estaba débil y debía guardar cama. Xehanort se despidió:

—Luna, espero que cuides de Ventus.

—Tranquilícese, maestro Xehanort. Aqua y yo le ayudaremos.— Confirmó Terra.

El maestro Xehanort asintió. Mientras bajaba las escaleras de la entrada, me dijo:

—Luna, ¿Puedes venir un momento?— dijo mirándome por encima del hombro, como de costumbre.
—Sí, por supuesto.

Bajamos hasta que llegamos a la pequeña plaza que había en la entrada del castillo y el Maestro Xehanort, sacando una pequeña llave azul del bolsillo, me dijo:

—Luna, quiero que guardes bien esta llave. Es La Llave de los Nescientes. Los nescientes son criaturas malvadas, engendradas por la negatividad y la inseguridad de las personas. Esta llave es la clave para acabar con ellos. Cuando empiece a resplandecer, será la hora.

Miré la llave. Era un color azul oscuro, con una cadena atada que llevaba al otro extremo el emblema de los nescientes.

—Maestro…—dudé—¿Maestro?
Se había ido.

Cuando volví, Terra y Aqua habían empezado a entrenar.

—¡Ey!—exclamé mientras corría hacia ellos.— ¿Cómo os atrevéis a empezar sin mí? Debería… eliminaros.—Dije, sacando mis llaves. Aunque era broma, creo que se lo creyeron, ya que las sacaron también.

— Yo primero— dijo Terra— Para un vals se necesitan dos.

—Que comience el baile— dije, siguiendo su broma.

La verdad, no esperaba que fuera tan fácil. Seguramente sería porque el Maestro Xehanort me había entrenado a fondo. Cuando se tumbó exhausto, sonrió, como intentando expresar que se había dejado ganar (Cosa que era mentira, estaba sudando y jadeando.

—El siguiente— dije, animada— en la cola de la muerte.

—Allá voy—dijo Aqua, suspirando.

—Se sortea una paliza— bromeé— Y tú tienes todos los boletos.

La verdad, peleaba bastante mejor que Terra. Probablemente Terra, al ser yo la novata, se sentiría superior a mí; no obstante, Aqua ya me había visto pelear, sabía mejor a lo que se enfrentaba. Ella tenía grandes aptitudes mágicas, al contrario de su compañero, que tenía de mejor baza su fuerza bruta. Aunque no me subestimó, salí vencedora.

—No puedo más— dijo, rendida.

—¿Algún otro voluntario para la matanza?

—¡Yo mismo!— escuché a lo lejos.

—¡¡Ven!!—exclamé—¡Estás bien!.

—¡Nunca he estado mejor!—dijo, sacando su llave espada.

—¡Será mejor que te prepares! ¡Sabes de sobra que yo no hago prisioneros!

En comparación, y eso que hace unos minutos estaba inconsciente, Ven les da tres vueltas a mis otros dos contrincantes. Mientras estábamos enfrascados en la batalla, el Maestro Eraqus, mi nuevo Maestro, entró en la sala. Al ver a Terra y a Aqua derrotados, y a Ven y a mí luchando, saltó:

—¡Pero qué hacéis! Parad inmediatamente—ordenó.

Antes de que acabara la última frase, Ven y yo paramos y nos tensamos.

—Esto…—tartamudeé— estábamos entrenando, y yo quería demostrarles que no era para nada una novata.

—¡Sí!— añadió Ven— Y yo, al ver la paliza que les había dado, quise demostrarles que no era tan difícil vencerla.

—Bien. Y tranquilizaos, ¿De acuerdo?

Suspirando, nos destensamos. Para el resto de la clase, todo marchó como la seda. Por la noche, soñé conmigo y con mis amigos transformados en Maestros de la Llave Espada. Decidí que haría todo lo necesario para ayudarles a conseguirlo.






Capítulo 2: La última Noche


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La época en la que viví en Tierra de Partida fue una de las más felices. Todo empezó a cambiar aquel día. Terra, Aqua y yo íbamos, por fin, a realizar la prueba de ascenso Maestro de la Llave Espada. El Maestro Eraqus, semanas antes, nos dio la buena noticia y fechó el examen. En la víspera, subimos a la cumbre, el lugar de siempre. Mientras Terra y yo subíamos, vimos a Aqua y a Ventus ya allí.

—Eh, Aqua.

—¿Umh?

—¿Has pensado alguna vez que son las estrellas? ¿De dónde viene la luz?

—Mmm… Pues según dicen…

—Cada estrella es un mundo— les cortó Terra cuando llegamos a ellos.

Terra, Luna.— dijeron sobresaltados.

—Sí—continué yo—. Resulta difícil creer que haya tantos mundos ahí fuera.
—La luz son sus corazones,—prosiguió Terra— que nos iluminan como un millón de faroles.

—¿Qué?...— preguntó Ven— No lo pillo…

—En otras palabras…— intenté explicarle— Son como tú, Ven.

—¿Y eso que quiere decir?— volvió a preguntar a Terra Ven, mientras yo me sentaba junto a Aqua.

—Ya lo averiguarás algún día. Estoy seguro.

—¡Quiero saberlo ahora!

—Eres demasiado joven todavía.

—¡No me trates como a un crío!

Aqua y yo nos reímos.

—¡Oye! ¿Y vosotras de qué os reís?

—Para no reírse— dijimos a coro—. Menuda pareja de hermanos estaríais hechos.

Ellos abrieron la boca, indignados. Después, los cuatro reímos a carcajadas.


—Ah, por cierto— dijo Aqua, incorporándose—. Terra, Luna, mañana tenemos el examen de graduación para Maestro. Así que hecho estos amuletos.—Dijo, mostrándonoslos. Tenía cuatro amuletos con forma estrellada, con el emblema que todos teníamos en nuestros ropajes. Había cuatro, uno naranja, otro verde, azul y morado. Lanzó el naranja a Terra.

—¡Toma!— dijo Aqua, tirando el verde a Ven.

—¡¿Para mí también?!— se sorprendió Ven, mientras Aqua me lo daba a mí.

—Claro. Uno para cada uno.—explicó Aqua— En algún lugar ahí fuera… existe un árbol de frutos con forma de estrella. Esa fruta representa un vínculo inquebrantable. Así que mientras unos amigos lleven amuletos con esa forma… nada los podrá separar. Siempre hallarán la forma de volver a estar juntos.

—He oído esa historia.— dije yo— Técnicamente, habría que hacerlos con conchas…

—Ya lo sé— dijo Aqua— Pero se ha hecho lo que se ha podido.

—¿Sabéis?—nos dijo Terra— A veces sale la chica que hay en vosotras.

—¡Ey! ¡¿Cómo que a veces?!— nos quejamos.

—¿Entonces no es un amuleto de verdad?— cuestionó Ven, defraudado.

—Eso ya se verá.—respondió Aqua— Pero sí que le he lanzado un pequeño hechizo.

—¿En serio?— preguntó Ven, de nuevo—¿Cuál?

—Un vínculo inquebrantable—contestó Aqua.

Después de comentarios y risas, llegó la hora de dormir.

—Bueno, nosotros nos vamos—dijo Terra.

—Sí.—añadió Ven—Yo también.

Aquella sería la última noche que pasamos…bajo las mismas estrellas.

Por la mañana, me levanté muy temprano, sobre las cinco de la mañana. Estaba nerviosa, no conciliaba el sueño. Me vestí con la única ropa que tenía y me senté en la cama. Me di cuenta que nunca me había detenido a mirar mi habitación detenidamente.

Mi cuarto era gris, con un armario de madera, la cama con sus sábanas blancas, una mesita de noche con una lámpara; y una ventana. También había una estantería repleta de libros de todas clases, colores y tamaños; y un escritorio, donde había un flexo y mi libro de bocetos.

Me senté en la silla que estaba al lado de la mesa y lo abrí. Había muchos dibujos, tantos que pensé en comprarme otro. Pasé las páginas con delicadeza, tratando de no romperlas. Me paré en el último esbozo, un ángel vestido con una túnica negra, con unas preciosas alas blancas con el final coloreado de un rojo Ferrari desgastado por el tiempo. Era extraño, pero sentía que vería ese mismo ángel en la realidad.

Cerré el bloc y saqué mi reloj. Marcaba las seis menos cuarto. Al mirarlo detenidamente, me pareció ver un destello plateado. Tentada por la curiosidad, lo abrí con cuidado. En el interior del reloj había un colgante. La cadena, de plata, estaba unida a una medalla, una calavera, de un negro azabache.

<<Que extraño…—pensé, mientras me lo colgaba en el cuello>>.

Aburrida, miré el reloj. Las cinco y media de la mañana.

<<Estará amaneciendo—me dije a mi misma, mientras abría la ventana y me subía al alféizar>>.

Me colgué de una cornisa y salté a otra. Después de unas cinco cornisas, me agarré a un saliente, y fui, poco a poco, saliente a saliente, ascendiendo hasta el tejado. Dancé por los tejados hasta mi lugar favorito, la torre norte. Escalé y entré por el balcón. Sigilosamente, subí por las escaleras hasta el punto más alto del torreón. Allí, me senté a admirar el alba. Era magnífico observar como el sol surgía poco a poco de entre las montañas. Me habían contado que el amanecer en el mar es magistral también.

<<Algún día, veré amanecer en el mar—me prometí mi misma>>.

Cuando caminé hacia mi cuarto, según mi reloj, eran las siete y cuarto de la mañana.

<<Cuarenta y cinco minutos—calculé en mi mente>>.

Cuando me encontré en la primera cornisa, me di cuenta, horrorizada, que la ventana de mi cuarto estaba cerrada. Murmurando palabras poco femeninas, desde el alféizar, intenté abrirla.

Al ver que la fuerza no servía de mucho, me paré a pensar un modo inteligente de abrirla. Y, de repente, vi que el pomo de la puerta de mi habitación se estaba girando. No podía verme nadie fuera, ya que iba contra las normas subir a los tejados, y mucho más subir a las torres.

Instintivamente, saqué mi llave espada y apunté a la ventana. Hubo un destello y...¡se abrió la ventana! El Maestro Eraqus ya había abierto la puerta, pero la luz lo había cegado. Velozmente, entré en mi dormitorio, cerré la ventana y guardé el arma.

—¿Pero qué...?—exclamó Eraqus, recobrando la vista—Luna, ¿qué era eso?

—Eh...—dudé, pensando una excusa— Estaba probando un nuevo hechizo, un hechizo cegador. Y parece que ha funcionado.

—Bien señorita—dijo el Maestro— ¿sabes que está prohibido usar hechizos en las habitaciones, verdad?

—Sí, maestro.

—Debería prohibirte hacer el examen de graduación por Conducta Impropia—me tensé— pero, como nunca antes has infringido las normas, haré la vista gorda.¿Entendido?

—Sí, señor—me tranquilicé.

—Muy bien. Ahora, vayamos a la sala de exámenes, nos están esperando.




Capítulo 3: Examen de graduación


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Seguí al Maestro Eraqus por los largos y sinuosos pasillos, los amplios corredores y por diversas pasarelas. Por fin, llegamos a la sala principal, donde entrenábamos, escuchábamos al Maestro y, en este caso, examinarse. En el fondo de la sala había una tarima, donde se encontraban tres tronos. El de en medio era el más grande, allí se sentaba el Maestro Eraqus. Estaban Terra y Aqua, preparados para el examen; Ven, en la pared observándoles. Entonces, vi en uno de los tronos... ¡Al Maestro Xehanort, mi antiguo Maestro! Iba a preguntarle qué hacía allí, pero Aqua me llamó:

—¡Luna, ven!

—Eh... De acuerdo.

—Bueno, ¿estáis preparadas?— preguntó Terra.

—¡Nací preparada!— dije, con tono seguro.

—Venga, que comienza el examen— nos aleccionó Aqua.

Nos dispusimos enfrente de los tronos. El maestro Eraqus se levantó del trono, con una mirada sabia y decidida. Empezó a hablar:

—Ahora comenzaremos con el examen de Maestro. Vosotros tres ya sabrán que este examen decidirá vuestros destinos. Esta es una prueba del corazón para aquellos que han sido elegidos por la Llave Espada. En otras palabras, veré si sois aptos para convertirse en Maestros. Afortunadamente, el Maestro Xehanort ha venido para ver esto.—mientras decía esto, miró al Maestro Xehanort. Él asintió.— ¿Los tres corazones están preparados?

—Sí—dijimos a coro.

—Entonces, comencemos.— decidió, mientras alzaba su Llave Espada. Esta se iluminó, y cinco esferas de luz aparecieron. Había oído hablar de tales esferas, eran de un nivel alto, pero no demasiado. Eso sí, sus ataques son muy dañinos y se mueven muy rápidamente.

Nos volvimos hacia ellas mientras sacábamos las Llaves Espadas. Miré de reojo al Maestro Xehanort, había algo en su mirada que me intrigaba. Me sobresalté cuando hizo un extraño movimiento con la mano, y de repente, las esferas se tiñeron de oscuridad y empezaron a moverse violentamente. Nos pusimos en tensión, preparados para la batalla. Vi que Eraqus frunció el ceño, y Xehanort... ¿sonreía?

Comenzamos la batalla. Aqua usaba sus aptitudes mágicas con delicadeza, mientras que Terra asestaba golpes con brutalidad, pero con elegancia. Yo, por mi parte, me movía mejor en el campo de la táctica, en planear cada paso y cada golpe. De pronto, una bola se acercó vertiginosamente a Ven.

—¡Ven!

—¡No os preocupéis por mí!—dijo Ven, mientras asestaba un golpe a la bola— ¡Concentraos sólo en el examen!

—¡Pero aquí corres peligro, Ven!—dijo Aqua— Regresa a tu habitación y espera.

—¡No!—replicó— ¡De ninguna manera! He estado esperando el día que os convertiréis en Maestros. Y quiero verlo con mis propios ojos.

—Ven estará bien.—dijo Terra— Ha estado entrenando con nosotros después de todo.
—¡Sí!

—Ten cuidado Ven.—dijo Aqua.


La lucha fue bastante rápida, más de lo que me esperaba. En menos que canta un gallo, eliminamos todas las miserables esferas. Ven demostró que también tenía buenas aptitudes.

<<Estoy segura que Ven pasará su examen cuando sea su turno —me dije a mi misma>>.

El Maestro Eraqus se levantó de su trono y empezó a hablar. Ven se alejó y nos pusimos firmes.

—A pesar de las circunstancias inesperadas, vuestros corazones se mantuvieron en calma y manejaron la situación. Ahora, continuemos con el examen. —dijo, recuperando esa inquietante mirada que había perdido cuando las esferas se descontrolado— Ahora, observaré vuestras habilidades en una batalla entre vosotros. El objetivo es derrotar a vuestros oponentes con una mezcla de fuerza y de tácticas inteligentes. Comenzad.

—Una pelea de todos contra todos.—dije—Genial.

Corrí hacia Aqua y Terra. Nuestras llaves chocaron en un golpe seco, haciéndonos retroceder. La táctica que había planeado era: bloquear todos los golpes posibles y contraatacar. No quería lanzarme como si nada, prefería que ellos dieran el primer paso.

De repente, Aqua lanzó un mandoble que estuvo a un dedo de darnos. Él retrocedió, y cuando Aqua iba a por nosotros, la mano de Terra rezumó... ¿oscuridad?

—¡No lo hagas, Terra!—grité.

No sé muy bien lo que hice, pero creo que me puse entre los dos y les asesté un golpe a cada uno, intentando separarlos. No sé por qué, sabía qué pasaría si Terra usaba ese poder contra Aqua.

Cambié de táctica: dejé de bloquear, ahora esquivaba y solo atacaba si era para separarles a ellos dos.

Después de un rato, Eraqus dijo que paráramos.

—Ahora diré los resultados. Los tres habéis luchado valientemente. La habilidad de Terra es superable... Sin embargo... Aqua y Luna seréis quiénes os convertiréis en Maestras. Terra, usaste el poder de la oscuridad de tu corazón. Por eso no pasaste. Espero que continúes trabajando duro para la próxima. Eso es todo. Informaré a Aqua y a Luna sus nuevos deberes como Maestras de la Llave Espada. Por favor, esperad aquí.

El maestro Xehanort se alejó, y Eraqus le siguió. Sentí en mi interior una gran mezcla de emociones: alegría, satisfacción y sorpresa por haberlo conseguido; tristeza y empatía por el suspenso de Terra y curiosidad e incomprensión por saber y comprender de dónde salía esa oscuridad.

—Terra...—dijimos nosotras, preocupadas.

Ven se acercó y dijo:

—Pensaba que tú...

Terra, cabizbajo, murmuró:

—Mi corazón tiene oscuridad...

Xehanort y Eraqus pasaron junto a nosotros. Me alejé un poco, siguiendo a Xehanort disimuladamente. Mi instinto había dado la voz de alarma al ver a Xehanort, e iba a hacerle caso.

Bajó las escaleras del recibidor, mientras decía:

—¿Qué opinas de Ventus?

De repente, apareció la persona que menos esperaba: Vanitas. Además, aunque no llevaba su casco característico, no alcancé a verle el rostro. Él respondió a su Maestro, obediente:

—Ni siquiera cerca. Tengo que enseñarle algo de disciplina.

—No lo hagas aquí. Me meterás en problemas si te atrapan.—dijo, mientras Vanitas se ponía el casco.

—Ya lo sé. Aunque creo que un viaje le sentará bien.

Me aterroricé. Desde su llegada a Tierra de Partida, Ven había mejorado a pasos agigantados, y ver a Vanitas y que salir del mundo podría provocarle una recaída. Iba a perseguirles, pero Terra salió al exterior corriendo. Le grité a Aqua:

—¡No te preocupes, iré tras él! ¡Ya me contarás lo que quiere el Maestro!



Capítulo 4: La Despedida

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Lo vi sentado en los escalones de la entrada, pensativo. Me acerqué y me senté a su lado. Le dije:

—Terra...

—Hay oscuridad en mi corazón. ¡A quién le importa!

—Te contaré un secreto, Terra. En sus enseñanzas, el maestro Xehanort me enseñó a controlar la oscuridad. Es parte de mí, pero no tolero que intente apropiarse de mi corazón. Por eso pasé el examen. Es extraño... no sé cómo lo conseguí.

Para que me creyera, hice aparecer tres bolas de oscuridad y, siguiendo el movimiento de mi dedo, rotaron sobre si mismas mientras trazaban círculos concéntricos. Dejé de mover el dedo, y desaparecieron.

—Yo también tengo ese poder—dijo Terra, aunque su cara decía lo contrario.

—Así es—dijo alguien tras a nosotros. Levanté la cabeza, era... ¿Xehanort? ¿Qué hacía aquí? ¿Dónde estaba Vanitas?— Tú tienes el poder. No hay ninguna necesidad de temer a la oscuridad.

—Maestro Xehanort...—dijimos a coro.

—Pero Eraqus nunca aceptará la oscuridad.— prosiguió— Mientras que Eraqus siga con sus principios, quién sabe si llegarás a convertirte en Maestro.

—¡Por favor enseñadme!—saltó Terra— Luna... Maestro Xehanort... ¿Qué es lo que debo hacer? —Terra...—dije.

—Así estás bien—me cortó Xehanort, no creía lo que oía— La oscuridad no debe ser destruida, solo canalizada.

—¡Sí! Maestro Xehanort.

Terra salió corriendo hacia casa. El Maestro Xehanort se giró hacia mí.

—Despídete y recoge tus cosas. Es hora de partir.

—¿Qué? ¿Me voy?

—Tu estancia aquí era solamente para finalizar tu aprendizaje y cuidar de Ventus. Ahora Ventus está curado, y eres Maestra. Has de volver con tu Maestro. ¿Por qué crees que he venido?

<<Para vigilar a Ventus y confundir a Terra —pensé, aunque no lo expresé en voz alta>>.

—Para decidir si merecías ser Maestra. Cuando acabes, ves a Páramo Inhóspito.

Corrí hacia la mansión, pensando que podría ser la última vez que la vería.

Me interné en la que fue mi casa durante largo tiempo. Nunca pensé que fuera la última vez que viviría bajo su techo. Cogí un pequeño atajo para ir a mi cuarto, no quería encontrarme con nadie. Semanas atrás, había dado con un pasadizo que llegaba desde la entrada hasta el pasillo de la planta donde está mi cuarto... bueno donde estaba.

Entré y cerré de un portazo. Rápidamente, cogí la silla y la coloqué junto al armario. Me subí a ella y así mi maleta. Nunca pensé que volvería a usarla, después de tanto tiempo. La dejé en la cama y la abrí. Dentro estaba mi bandolera, que había comprado a un moguri (un ser pequeño, blanco y rechoncho con pequeñas alas azules, una nariz roja y redonda y con un gran pompón rojo en la cabeza, que vende, compra y fabrica objetos y demás) ambulante. En ella metí mis bienes más preciados: mis libros favoritos (me costó bastante decidirme), mi estuche donde estaba todo lo que necesitaba para dibujar (era bastante grande, como una bolsa de supermercado) y, por supuesto, mi bloc. En la maleta metí todo lo demás: objetos raros, otros libros, otra muda (nada que ver con la ropa de Portador de Llaves, una camisa, unos pantalones pirata y unas zapatillas). Mi reloj lo metí en mi bolsillo.

Esta vez decidí no coger atajos, no quería irme sin decir nada. No encontré a nadie hasta que llegué a la sala principal, donde estaban Aqua y Terra, hablando con Eraqus. Cuando terminaron, dije, apenada:

—Bueno, yo me voy.

—¿Qué?—preguntaron mis amigos, atónitos
.
—Eso os iba a explicar ahora. Luna ha terminado, es Maestra. Ahora, debe irse con su anterior Maestro, Xehanort. Es más, cuando Ventus pase el examen, dentro de dos años, se irá también.

—¡No es posible!—replicaron ellos—¡No se puede ir!

—Es inevitable, chicos pero nunca os olvidaré, lo juro—dije, mientras sacaba mi Siempre-juntos— ¿Recordáis?

Aqua y Terra titubearon, pero después dijeron a coro:
—Te acompañamos a la salida.

Salimos del castillo. Allí, Terra me dio unas palmadas en la espalda y Aqua un abrazo.

—¿Y Ven?—pregunté.

—Dejémoslo estar. No creo que el lo soporte, ya es difícil para nosotros.

—De acuerdo. Bueno, adiós.

Pulsé el botón de mi hombro, que me habían dado al hacerme aprendiz. Hubo un destello, y mi armadura apareció, era morada, negra y brillante. Así, tiré mis llaves—espada al cielo y volvió mi nave: una especie de plataforma. Me subí como si fuera una tabla de surf y ascendí. Oí que gritaban:

<<¡Cuídate!>>. Sonreí durante un instante.

Salí del mundo. Ante mí, aparecieron varios mundos. Aunque era tentador visitarlos, fui directamente al mundo donde vivía el Maestro Xehanort, el páramo donde había vivido y voy a vivir ahora.

Una vez llegué, me apeé de la Llave Buscadora (en el acto, desapareció y aparecieron en su lugar mis llaves) y caminé hacia nuestra casa. Había mucho silencio, más de lo normal. La casa estaba polvorienta, las paredes, ennegrecidas, y los muebles, hechos pedazos.

Empecé a pasearme por la casa esperando a que alguien apareciera. De repente, oí un grito. Unos segundos después, el tejado se vino abajo, levantando una gran polvareda. Una vez el polvo hubo caído de nuevo sobre los objetos, me dirigí hacia los escombros para averiguar qué (o quién) había causado tales destrozos.

Me encontré a un muchacho. Él se levantó, se alisó la ropa y se quitó el polvo del pello, con tanta tranquilidad que parecía que se estrellara contra tejados todos los días. Para mi sorpresa, no se había hecho ni un solo rasguño.

—¿Estás bien?—le pregunté, preocupada.

—¿Por qué no iba a estarlo?—me replicó.

—Bueno, has caído del cielo, has hecho añicos el tejado… La gente suele matarse, quedarse paralítico… Cosas así.

—He de admitir que no soy muy hábil con los aterrizajes. Si mi maestra se enterara… No te preocupes por tu tejado, pediré que lo reparen, aunque no parece tener arreglo…—dijo, rascándose la cabeza.

—No te preocupes.

—No me preocupo—dijo, sonriendo.

Me fijé más en él. Era un chaval de más o menos mi edad, con el pelo castaño oscuro y ojos dorados y de cara perfilada. Alto, de complexión atlética y músculos bien formados. Vestía ropas holgadas, de colores claros, e iba descalzo.

—Esto…—dijo mientras miraba alrededor— Estoy buscando al maestro Xehanort. ¿Eres su hija?

—¡¿Qué?!—exclamé, alarmada— ¡Ni hablar! Soy su…Aprendiz.

—Vale, vale… Ya lo pillo. Bueno, eso cambia las cosas…

De repente, se aproximó al boquete del techo y miró hacia arriba. Entonces… ¡desplegó un par de alas! Eran unas alas preciosas. Eran dos veces más grandes que él, más oscuras cuanto más se acercaban a su cuerpo, de un color violeta a la altura de los hombros y, a medida que se extendían hacia fuera, se hacían más finas, hasta el punto en que los bordes eran translúcidos.

Me miró, con una mirada elocuente. Se acercó a mí y me cogió de la muñeca. Una vez estuvimos sobre los restos de lo que en su día se llamó tejado, me cogió de la cintura, y gritó:

—¡A volar!

En ese preciso momento, ascendimos hacia el cielo, alejándonos de ese desértico mundo.



Capítulo 5: Ángeles

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El viaje fue maravilloso. Sobrevolamos el infinito desierto, y salimos del planeta. Pero no al mapa de los mundos, sino que viajamos de mundo en mundo. Pasamos por bellísimos lugares: extensos campos de cultivo donde crecían cereales y frutas, frondosas selvas con todo tipo de animales extraordinarios, sinuosos ríos, profundos mares… Pero no todo era tan perfecto. También vi parajes devastados por la oscuridad: aldeas arrasadas, bosques incendiados, lagos secos, ciudades fantasma…

Empezaba a darme cuenta de lo que había hecho. Había abandonado a mis amigos y después, me había “fugado” con una especie de ángel del cual ni siquiera sabía cómo se llamaba sin decir nada a mi Maestro.

Aquel joven moreno me seguía sosteniendo por la cintura como si fuera una pluma. Parecía concentrado y a la vez distraído. Su pelo ondeaba con el viento, apartándose de su cara. Batía las alas una o dos veces las alas cada cuarto de hora, planeando a la perfección.

Llegamos a un lugar del que nunca había oído hablar. No veíamos más que nubes y niebla. De repente, empezó a descender, hasta el punto de caer en picado. Ahogué un grito. No quería parecer cobarde, pero estaba muerta de miedo, pese a no sufrir vértigo. Me mordí el labio, evitando taparme la cara con las manos. No quería cerrar los ojos.

Desde luego, no mentía cuando dijo que los aterrizajes no se le daban bien. Tras unos minutos cayendo en picado, empezamos a dar vueltas sobre nosotros mismos. Evité el impulso de chillar, y parecía que él también lo intentaba. Tras dar veinte o treinta vueltas, empecé a pensar que perdería el sentido. Aunque me había prometido no hacerlo, miré hacia abajo. Di un respingo ¡estábamos a escasos metros del suelo! Intenté serenarme, no quería dejarme llevar por el pánico. De repente, a unos tres metros del suelo, este desapareció.

Aparecimos frente un colosal palacio: un edificio alto y esbelto, de una blancura inmaculada. Una enorme cúpula de cristal sobre él y con una torre en cada una de sus esquinas que no parecían tener fin. Estaba rodeado de un gran patio (donde nos encontrábamos) lleno de árboles, flores y demás que no supe identificar y con una fuente de aguas tintineantes en el centro de este.

<<Más sorpresas no, por favor—pensé, agotada>>.

El chico era una extraña mezcla de emociones: estaba asombrado, aterrado, feliz y avergonzado. Me miró preocupado y me dijo:

—¿Te has hecho daño?

—No estoy bien, tranquilo. ¿Y tú?

Me di cuenta de la sangre que manaba de su pecho. No obstante, la herida se iluminó, y en un abrir y cerrar de ojos, desapareció. Me sentí idiota. Si se estampa contra un tejado, lo rompe y no se hace ni un solo rasguño, ¿cómo se podría herir ahora?

—Jovencito, te has metido en un buen lío—dijo una voz femenina.

Apareció una mujer de unos veinte años. Era rubia, con el pelo liso que le tapaba el ojo derecho cortado a la altura del mentón. Sus ojos de color almendra eran profundos y sabios, y a la vez vivarachos. Vestía con una ligera túnica larga, blanca y pulcra y de manga corta. Nos miró con preocupación y sorpresa.

—Lo siento, maestra—dijo el chico.

—Más te vale— entonces se giró hacia mí y dijo— ¿Qué tenemos aquí?

Me ayudó a incorporarme y comprobó que estaba ilesa.

—¿No te dije que trajeras al maestro Xehanort?—le dijo, sin mirarlo siquiera— Dime, ¿cómo te llamas?

—Luna. Soy aprendiza del Maestro Xehanort...Bueno, lo era. Ahora soy Maestra.

—¿Maestra?—me miró, curiosa.

—Sí, hoy mismo me he graduado.—me llevé una mano a la frente, me sentía mal.

—¿Te encuentras bien?—me preguntó—Vamos, te llevaremos a comer algo, luego te prepararemos una habitación.

Me dejé arrastrar por la Maestra de aquel enigmático chico hasta la entrada de aquel castillo. Al llegar, abrió la puerta. Delante nuestra encontramos un largo pasillo con varias puertas en ambos lados, y con un pequeño atrio central a mitad del corredor, bañado con la luz que atravesaba a la cúpula, con una fuente no muy grande en el centro y bancos a su alrededor. Caminamos hasta llegar al vestíbulo, donde, sentada en un banco, había una chica leyendo una revista de unos catorce años. Era alta, esbelta, pálida, de pelo negro y liso y de ojos del mismo color que la mujer, que vestía con un vestido blanco que le llegaba hasta las rodillas. Al pasar por su lado, levantó la vista y dijo:

—¡Demy! ¡Has vuelto!—dijo, levantándose y abrazando al muchacho.

—¿Qué pensabas, que me iba a olvidar de ti?—dijo él, besándola en la coronilla.
—Vamos a comer.—dijo la Maestra de Demy.— ¿Vienes, Nela?

—Por supuesto, tía—dijo Nela.

Anduvimos por el pasillo. Al final de este, había una puerta doble. Arlene la abrió y entramos en el comedor. Era una sala grande, con una larga mesa en el centro rodeada de sillas. En la pared derecha, había una chimenea encendida, en la del fondeo una gran cristalera y en la izquierda, una puerta.

—Sentaos, chicos. Voy a por la comida—dijo Arlene, desapareciendo tras la puerta.

Nos sentamos en las mullidas sillas, Nela y yo nos sentamos una al lado de la otra, y Demy se sentó enfrente.

—¿Cómo te llamas?—me preguntó Nela, algo recelosa, pero sobretodo, curiosa.

—Luna.

—¿Qué haces aquí?

—Él me ha traído.

—Ah—dijo ella. Luego miró a Demy le dijo, con una mirada sarcástica— Así que este es el anciano calvo que tenías que traer.

—Sí, bueno, pero no estaba allí.—respondió él—una quinceañera humana me ha parecido mejor.

—¿Por qué querías traer al maestro Xehanort aquí?—corté, intentando que no hablaran más de mí.
—No lo sé. Yo sólo acato las órdenes de Arlene y de Lumaria.

—¿Lumaria?—pregunté.

—El alma gemela de Arlene.

—¿Alma… gemela?—pregunté, confusa.

—Sí, un alma gemela. Glaciem Nexus. Cosas de ángeles—me aleccionó Nela.

—No se cómo explicarlo…—dijo Demy, rascándose la cabeza— Es un lazo que no se puede romper, que une sus almas en una sola. Si se separaran, siempre encontrarían la forma de volver a estar juntos.

—Vaya… unos amigos y yo tenemos unos amuletos que podrían tener un poder parecido…—dije. Los miré y caí en la cuenta.— Vosotros también sois almas gemelas, ¿no?

—Vaya, si que es buena observadora—Demy sonrió.

—Por cierto, antes has llamado a Arlene tía, Nela, pero... —dije, intentando cambiar de tema.

—Sé a lo que te refieres. Sólo nos parecemos en el color de los ojos, pero tenemos la misma sangre.

En ese instante, cargados con comida, entró Arlene con un hombre. Un tipo bastante alto, de cabello corto, revuelto y de color rosa, de ojos pequeños y de un azul cían brillante. De hombros rectos y fuerte pecho. Vestía ropa similar a la de Demy, solo que de un tono más oscuro.

Detrás de ellos vino un crío de unos catorce años con una mujer que aparentaba unos treinta. La mujer era alta y esbelta, y tenía el pelo negro, largo y ondulado, y unos ojos duros y acerados. Sus movimientos eran bruscos, pero a la vez gráciles. El chico era delgado, de pelo castaño, con los mismos ojos que la mujer y de estatura media. Miraba a todos lados, curioso y admirado. La mujer vestía con una armadura, que aunque era de metal, la llevaba como si fuera de papel; y el niño llevaba puesto andrajos de color oliva. Se parecían mucho, diría que son madre e hijo. Ambos iban muy sucios, al contrario que Arlene y los demás.

El niño se sentó a mi lado, y la mujer junto a él. Arlene y el hombre repartieron la comida y se sentaron en las dos sillas que presidían la mesa, uno al lado del otro.

Los demás empezaron a comer. Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba. La comida, pese a ser un simple caldo de pollo (que tenía caldo que pollo), me pareció lo mejor que había probado en mi vida, y lo consumí enseguida por mucho que quemase mi boca y mi garganta.
Aquel chico también parecía tener hambre, pero se comportaba de un modo extraño: agarraba una cucharada, la miraba atenta y curiosamente y se la comía como si fuera la primera comida que probaba en su vida.

Cuando terminamos de comer, la gente se dispersó. Demy y Nela dijeron que irían a dar un paseo, y Arlene y el hombre empezaron a recoger.

Cuando acabaron, volvieron con los que quedábamos.

—Tú debes de ser Luna, si Demy es sincero. Y vosotros debéis ser... ¿Ahriel y Zor?—nos preguntó el hombre.

—Sí—dijo Ahriel, la mujer, impasible—. Nos han dicho que esta es una de las bases de la Resistencia Angélica. Queremos unirnos.

—De acuerdo. Ya hablaremos más tarde.—dijo Lumaria, inexpresivo.

—Vamos, os acompañaré a vuestros dormitorios.—dijo Arlene.

Nos pusimos en marcha. Arlene iba al frente y yo detrás de ella. Ahriel y Zor cerraban la marcha.

—¿Tenemos dormitorios para nosotros solos?—quiso saber Zor.

—Por supuesto, cariño— respondió Ahriel, pasándole la mano por el pelo.

—¡Que guay!—exclamó Zor, alegre— Nunca había tenido una habitación, ¡y menos para mí solo! En Gorlian no había ninguna de esas cosas.

—Lo sé Zor, lo sé.

—¿Gorlian?—pregunté.

—Es una historia muy larga y difícil de contar—cortó Ahriel.

—Es un mundo dentro de una bola de cristal que construyó Marla, una princesa maligna—dijo Zor—. Encerró a mi madre allí pero consiguió escapar. Luego volvió a por mí, me había dejado allí con el Abuelo Dag. —En su boca no parecía tan complicada como había asegurado su madre.

Mientras hablábamos, habíamos subido varios pisos y paseado por interminables galerías. Arlene se detuvo frente a una bifurcación. Se giró y nos dijo:

—La puerta de la derecha es la del dormitorio de Ahriel. La de en medio es de Zor y la izquierda conecta con el cuarto de Luna. Recordad que este es el piso tercero, pasillo número tres. Instalaos, y que durmáis bien. Buenas noches.

Dicho esto, se alejó a paso ligero. Ahriel le dio un beso en la mejilla a Zor, nos deseó buenas noches y se retiró a su cuarto. Zor y yo nos despedimos y entramos en nuestras respectivas habitaciones.

Dejé mi maleta en un rincón, la bandolera sobre una mesa que había en la pared derecha y me tumbé en la cama, rendida. Estaba tan agotada que me dormí con la ropa puesta, sin pensar qué hacía exactamente allí, ni que iba a hacer por la mañana.



Capitulo 6: El Ángel de la Muerte.

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Me desperté en medio de… nada. No había nada. Solo oscuridad. Me levanté a duras penas, parecía que mi cuerpo pesaba cinco veces más de lo que debía. Intenté dar un paso, y el resultado fue caer hacia el fondo de un interminable abismo.

Caí y caí. Parecía que aquel barranco iba a parar al centro del mundo, si es que este vacío era un mundo. De repente, llegué al suelo. Debí de caer centenares de metros, pero no me hice el más leve rasguño. Me incorporé e intenté vislumbrar algo. Apareció ante mí una puerta del blanco más puro e involuto que se pueda imaginar. Me acerqué a ella y la abrí. De repente oí una voz:

—Aún no. No está preparada.

Sentí que me empujaba hacia la puerta y la cerraba a mis espaldas. Estaba en una habitación blanquísima. Constaba de una mesa larga con varias sillas de color blanco perla, de una araña de cristal con pequeñas bombillas que relucían débilmente y de un espejo. Me di cuenta de la ausencia de la puerta por la que había entrado. Paseé por la habitación y me paré en el espejo. Me miré, y aliviada, comprobé que seguía siendo yo misma: una chica de tez bastante morena, alta, de 1’75, delgada y con fuertes músculos (pero no marcados); con pelo ondulado a la altura de los hombros de color negro y con dos ojos de color chocolate.

De repente, un objeto apareció de la nada en la mesa. Era una fotografía. Salían cinco personas: un chico de mi altura, con el pelo gris azulado de ojos azul claro, que vestía con una camisa blanca; otro chico de unos trece años con el pelo negro y ojos azul marino, que vestía una camiseta del mismo color de su pelo; un hombre mayor que yo con una larga melena de color plateado, un flequillo que se dividía en dos mitades que tenía a cada lado de su cara, los ojos verdes, medía un 1. 80 y llevaba ropa de color negro; y por último, otro hombre de baja estatura y delgada, de pelo rubio y ojos azules, que llevaba una camisa de cuello alto negro sin mangas. La quinta persona, vestía una camisa azul y era…


Me desperté en una cama de una habitación grande de color grisáceo. Había un armario y una estantería en la pared de la izquierda, un escritorio con una silla y la puerta de salida en la del fondo, una pequeña ventana y una puerta de cristal que daba a un pequeño balcón en la derecha. Me desperecé y bostecé. Estaba en mi habitación de la mansión de Arlene.

Me levanté y comprobé que mi ropa estaba totalmente arrugada. Decidí cambiarme de ropa por la otra que tenía, una sencilla camisa y unos vaqueros. Entonces recordé mi maleta. La abrí y comprobé que todo estaba en orden. Saqué la otra ropa y la dejé en la cama, mientras que las otras cosas las dejé en la maleta. No sabía cuánto tiempo estaría allí.

Me percaté de la existencia de una puerta que no había visto. Tras ella había un baño con una ducha, un lavabo con un espejo, un retrete con varias toallas encima de este y una cesta vacía. Me duché rápidamente y me sequé con una larga y verde toalla. Me peiné como pude y salí del baño. Me cambié rápidamente. Cogí mi reloj y mi Siempre-juntos y los guardé en mi bolsillo del pantalón.

Dejé la toalla mojada y la ropa sucia en una cesta del baño y salí de mi habitación. Empecé a caminar por el pasillo, en dirección al comedor. Oí una puerta cerrarse a mis espaldas y pasos apresurados.

—¡Luna, espérame!

Me volví. Era Zor. En cuestión de segundos, ya estaba caminando a mi lado. Se había lavado, su ropa estaba limpia y su pelo marrón goteaba agua. Me miró sonriente y me preguntó:

—¿Qué tal has dormido?

—Genial, ¿y tú?

—¡En mi vida había dormido tan bien! Las camas son maravillosas. En Gorlian no había camas, dormíamos en el suelo—dijo, mientras empezábamos a bajar las interminables escaleras.

—Zor…

—¿Sí?

—¿Qué es la Resistencia Angélica?

—Pues…—dudó—No sé mucho sobre ella. He oído hablar a mi madre de ese tema con el hombre del pelo rosa. Creo que no sólo la forman los que viven aquí, que hay más bases. Son… Los ángeles que quedan en el mundo, desde que comenzó la guerra.

—La… ¿guerra?—pregunté.

—Sí. Una guerra entre ángeles, demonios y humanos. Comenzó hace unos meses.

—Y… ¿Por qué comenzó la guerra?—dije, mientras nos dirigíamos a la puerta del comedor

—Por Sol—dijo una voz detrás de nosotros. Nos volvimos. Era Ahriel—. Por mi pequeña.

Miré a Zor, con cara desconcertada. Él me dijo:

—Mi hermana pequeña. Tuvimos que dejarla a merced del río con solo unos meses de vida para que se salvase.

—Sí, pero no pararé hasta encontrarla—dijo Ahriel, cruzando la puerta del comedor.

—No lo entiendo… ¿Qué pudo haber hecho para provocar una guerra?—pregunté.

—Existir—me respondió—. Es el ángel de la muerte.

A pesar de todas las preguntas que tenía en mente, no le hablé más del tema, no quería que se sintiese mal.

Entramos en el comedor. Solo estaban allí, desayunando, Lumaria y Arlene. Miré mi desayuno: un café con leche, un bollo y un cuenco de fruta en el centro de la mesa. Me bebí el café, me comí el bollo y cogí un melocotón, mi fruta preferida. Cuando me lo acabé, entraron Nela y Demy entraron. Se sentaron a mi lado y empezaron a desayunar. Cogí la taza vacía y el hueso del melocotón y me dirigí a la cocina.

La cocina era blanca, con los cacharros de acero inoxidable y la encimera de granito. Tiré el hueso a la papelera, fregué la taza en el fregadero y la dejé en la encimera. Lumaria entró en la cocina. Pasó por mi lado, con varias tazas en las manos. Las dejó en el fregadero y las fregó. Me dirigí a la puerta, pero me volví y le dije:

—Lumaria, ¿aquí hay biblioteca?

—Sí, ¿por?—me preguntó, concentrado en su trabajo.

—Necesito… buscar información sobre algo que me gustaría saber.

—De acuerdo. Después de comer te la mostraré—dijo secándose las manos.

Salimos de la cocina. Estaba contenta, por fin podría saber más sobre lo que tanto me intrigaba en aquel momento: el ángel de la muerte.

Volví a mi cuarto y salí al balcón. Era una mañana agradable, el viento era muy suave y la temperatura muy cálida. De repente, vi a lo lejos algo que revoloteaba por el cielo, acercándose a mí. Entró en mi habitación y se posó en mi cama. Corrí hacia ella, cogí el objeto y lo miré. Ahogué un grito.

Era la foto de mi sueño. Y la quinta persona era yo.



Capitulo 7: La Sala de los Espejos.


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No me lo podía creer. Era la foto. Me asaltaron mil preguntas: ¿cómo ha llegado hasta aquí? ¿Por qué salgo yo? ¿Quiénes son los que están conmigo? Aunque todas yo quería responder, no hallaba las soluciones de ninguna, cosa que me frustraba.

Harta de calentarme la cabeza, la guardé en la maleta. La impresión que me había causado me había quitado el apetito, así que no bajé a comer. Fui a cerrar la puerta del balcón, y de repente apareció Demy boca abajo asomándose al balcón. Me dijo, con muy buen humor:

—¿Te aburres?

—Bueno, un poco—dije—. ¿Por qué lo preguntas?

—Es que acabo de descubrir un lugar genial. ¿Quieres verlo?

—¿Por qué no?—dije, saliendo al balcón.

Extendió su mano, negué con la cabeza y añadí:

—Ni hablar. Después de nuestro último aterrizaje, no pienso volver a volar contigo jamás.

Él se encogió de hombros, sonriente. Yo me subí a la barandilla y salté hacia un saliente de la pared. Me agarré al alféizar de una ventana y me subí en él. Agarrándome al marco de la ventana, subí hasta el alféizar de otra. Repetí el proceso dos o tres veces hasta que llegué al tejado. Demy estaba allí, tan sonriente como siempre. Me tendió la mano y me ayudó a subir.

—Está por aquí cerca. Sígueme.

Me guió por los tejados y terrazas de la mansión. Pese a que él tenía mejor equilibrio, conseguí mantener su ritmo y no caer al vacío en el intento. Puede que el consiguiese salir ileso, pero yo no tendría la misma suerte ni mucho menos. Llegamos al pie de una de las torres interminables. Demy dijo:

—Ahora quieras o no, tendrás que volar.

—¿Y no me dejas escribir mi testamento?—dije.

—No. Aunque no creo que tengas mucho que dar...

Suspiré. Luego sonreí y me acerqué a él. Me cogió de la cintura y se elevó por los aires. Tras unos minutos de vuelo hacia arriba, entró por un boquete y se posó en el suelo. Me miré, comprobando que estaba entera.

Observé la habitación donde me había llevado: era una sala con las paredes completamente cubiertas con espejos, formando mosaicos. La abertura de la pared dejaba ver el increíble cielo del mundo, de un bello color indescriptible. Él se sentó en el suelo, mirando hacia el agujero. Me senté a su lado, imitándolo.

—¿A qué es genial?

—¿El qué?

—Este lugar. Lo descubrí el otro día, mientras intentaba mejorar en vuelo.

—Parece que no te ha servido de mucho.

—Ya… Nunca se me dio bien ser un ángel.

Me reí. Él me miró y dijo, gesticulando:

—¡Es verdad! Soy horrible. No sé volar, no soy bueno ni con los estudios ni con la lucha… Soy, soy…

—¿Como un adolescente humano normal y corriente?

—¡Sí! Bueno, yo iba decir un inútil inservible, pero tu respuesta no me daña tanto la autoestima.
Los dos nos reímos a carcajadas. Después de un rato, le pregunté:

—¿Te has tintado el pelo?

—¿Qué?

—Quiero decir… Antes, tu pelo era oscuro, ahora es de un marrón muy claro, casi rubio.

—¿En serio? ¡Eso es genial! Es uno de los cambios que te conducen a ser un ángel adulto.

—Es… ¿una especie de pubertad o algo así?

—Algo parecido, pero sin acné. Además, ¿Qué creías? ¿Qué Lumaria tenía el pelo rosa desde su nacimiento?

—Espero que no. Si fuera así, más de uno se metería con él en el colegio.

Nos reímos lo máximo que pudimos. Pasado un rato, me levanté y dije:

—Creo que deberíamos volver. Hemos desaparecido demasiado tiempo.

—Sí. Nela se pondrá hecha una furia—dijo, rascándose la cabeza.

Me cogió y voló, esta vez hasta mi cuarto. Me dijo adiós y se fue. Me quedé sola, en mi cuarto. Abría la cremallera de la maleta, en busca de la foto. No estaba. Abrí todos los cajones, pero nada. Entonces, la vi. Estaba en la estantería. Me dio mala espina, yo sabía que la había guardado en un cajón. Esta vez la metí en mi bandolera.

Llamaron a la puerta, y apareció Lumaria. Apoyado en el marco de la puerta, me preguntó:

—¿Estás lista?

—Claro—respondí, mientras me colocaba en el hombro la bandolera—. Vamos.

Lo seguí por blancos pasillos y enroscadas escaleras hasta que llegamos a una galería que no conocía. Anduvimos tranquilamente a lo largo de esta hasta que se paró y se giró hacia una gran puerta doble. La abrió de par en par, se hizo a un lado, y dijo mostrándomela con la mano:

—Bienvenida a la gran biblioteca de la mansión, comparada con la Biblioteca Real de Alejandría.

Me quedé boquiabierta. Ante mí se alzaba la biblioteca más grande que se pueda imaginar: con los techos altos y varios pisos llenos de estanterías repletas de libros hasta donde alcanzaba la vista.



Capitulo 8 La Biblioteca.


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Entré en la colosal biblioteca. Era la tan grande, que parecía mentira que cupiera en la mansión.

—¿Sorprendida?—me preguntó Lumaria.

—¿No se me nota?—le dije— Pero, ¿cómo demonios, perdón por la expresión, voy a encontrar lo que uso entre tantos libros?

—Con esto—me dijo, tendiéndome tres grandes libros—. Es una especie de guía. Y no me mires con esa cara, está todo ordenado alfabéticamente.

Aunque que estuviera ordenado ayudaba, tardé casi una hora en buscar <<El ángel de la muerte>>. Miré el piso, la estantería y el estante: séptimo piso, tercera estantería, estante décimo. Le pregunté a Lumaria cómo se subía, y me respondió que por las escaleras de caracol que había al lado de las barandillas.

Después de siete pisos de infinitos escalones, llegué a mi destino. Me dirigí a la tercera estantería. Encontré el décimo estante, pero había un minúsculo problema: estaba a tres metros del suelo.

<<Espero que tanto tiempo de escalada de tejados dé su fruto—pensé>>.

Empecé a escalar por la estantería. Cuando alcancé el dichoso estante, el mueble empezó a tambalearse hasta caer (por suerte, cayó hacia al lado opuesto de donde yo estaba, salvándome el pellejo). En cuestión de segundos, estaba encima de un montón de astillas cubiertas de libros. Me levanté y comprobé que no estaba herida. Me alejé del destrozo y lo observé.

De repente, la madera se recompuso, formando de nuevo la estantería; y los libros empezaron a levitar y a volver a su lugar.

—Ángeles—bufé—. Nunca dejarán de sorprenderme.

Me acerqué a la estantería y la miré. Ni un solo rasguño, ni una sola grieta, ni un solo libro mal puesto.

<< ¿Cómo demonios voy a conseguir los libros?—pensé>>.

Entonces, la bombilla se encendió. Tenía una ida, por muy absurda que fuera. Me senté en una silla que había por allí y, extendiendo las manos en la mesa, dije:

—El ángel de la muerte.

Nada. Absolutamente nada. Me paré a pensar, y se me ocurrió algo:

—Por favor—dije.

Entonces, cuando empecé a pensar que estaba haciendo el idiota, un libro vino revoloteando hacia mí. Se posó en mis manos. Lo miré: no muy grueso, de tapas rojas y con el título puesto en dorado: <<El Mundo de los Muertos>>.No ponía quién era el autor, ni en qué año se hizo, ni dónde. Lo abrí y miré el índice. Abrí por la página 28, donde empezaba el capítulo del dichoso ángel. Leí:


[i]El Ángel de la Muerte (llamado Zora, que significa, según como se interprete, ángel del infierno o el sol que escucha a los lobos) es una raza híbrida, mitad ángel mitad demonio. La característica que permite identificarlo es que sus alas blancas están teñidas de rojo desgastado en los extremos. El sexo no es relevante, puede ser tanto hombre cómo mujer.
Su función es llevar las almas de los difuntos al Mundo de los Muertos mientras duerme. Es un cargo que no puede rechazar.
Es un ser inmortal; no obstante, si tiene descendencia, pierde parte de ese poder: pese a que sigue viviendo eternamente, se puede matarlo (con el legendario Dardo de Jade o con la magia negra de aquellos seres que son, pero no existen, denominados incorpóreos).[/i]

No era mucha información, pero era suficiente para mí. Decidí llevarme el libro para leerlo de cabo a rabo. De pronto, voló hacia mí otro libro, de tapas negras. Su título era, simplemente <<Oscuridad>>. Decidí llevármelo, a lo mejor contenía más información.

Bajé a la planta baja. Lumaria seguía allí, inmerso en un libro de tapas marrones. Me miró e hizo un gesto, indicándome que podía irme.

Cuando llegué al atrio del pasillo principal, Nela estaba allí, de pie, observando la pequeña fuente. Se dirigió a mí corriendo y dijo, nerviosa:

—¡Luna, tienes que ayudarme! ¡Es cuestión de vida o muerte!

—¿Qué sucede? ¿Ha pasado algo malo?

—¡Sí, es horrible! ¡Cómo no consiga un regalo para nuestro aniversario, Demy no me volverá a hablar jamás!

Evité el impulso de ponerme a reír, Nela estaba muy nerviosa y no quería ponerla más aún. La invité a sentarse en uno de los bancos. Le dije:

—Tranquila, Nela. Te ayudaré.

—¡Gracias, gracias!—dijo.

—Muy bien. Primero, cálmate. Segundo, cálmate, en serio. Tercero, dime qué le gusta a Demy.

—Hm… le gusta la música.

—Cómprale una radio.

—¡Eso es muy cutre! ¡Quiero que sea algo difícil de conseguir, que sea guay!

—Eso cambia las cosas… Bien, déjalo en mis manos.

—¡Gracias gracias! ¿Cómo podré pagártelo?

—Simplemente, recuerda el primer y segundo paso.

—Vale. Cuándo consigas el regalo, ven a mi cuarto. Está en el segundo piso, pasillo número cinco. ¡Adiós!—dijo, mientras se alejaba y me lanzaba un beso.

Suspiré. Me dirigí a la puerta principal. Arlene estaba en el patio, paseando. Me vio y me indicó que me acercara.

—¿Adónde vas, Luna?—me preguntó.

—Voy a comprar una cosa.

—De acuerdo, te acompañaré. Nos estamos quedando sin comida.

Alzó la mano y abrió un portal. No un pasillo oscuro como los que manejaba el Maestro Xehanort, sino que era de luz pura.

Pasamos y llegamos a un mundo que yo desconocía. Estábamos en una plaza, adornada con flores de todos los colores y tipos que se podían. Se veía un castillo a lo lejos, y todos los demás edificios eran casas.

Arlene comenzó a andar, y yo la seguí. Entramos en una calle que, según un cartel, daba paso a la zona residencial. Allí, había una tienda moguri y un pato al lado. Sí, he dicho un pato. Era mayor, con gafas, un sombrero de copa y un abrigo de piel. Arlene empezó a conversar con él. Yo me acerqué al moguri y empecé a regatear por el regalo para Demy. Al final, me la vendió por dos ultrapociones y quinientos platines, una ganga para lo que había obtenido. Arlene había conseguido cuatro bolsas de provisiones, lo que era según ella, “para dos semanas solamente”. Abrió el pasillo “luminoso” y entró. Cuando yo estaba a punto de entrar, el pato me dijo:

—Toma, chica: cuatro helados de sal marina para ti y para tus amigos, ¡la primera vez son gratis!

Le di las gracias y entré en el portal. Aparecí en el atrio. Arlene cerró el pórtico y se fue hacia la cocina silbando.

Yo me dirigí al dormitorio de Nela. Llamé a la puerta y me abrió. Su cuarto era más grande que el mío, con las paredes de un color lila, una cama con dosel de sábanas violetas, un armario gigantesco, un escritorio, un balcón, una ventana y una puerta que daba al baño. Le entregué el regalo, empaquetado por el moguri en una caja (lo suficientemente grande como para disimular la forma del regalo), y le dije que estaría en el atrio.

Cuando llegué allí, estaban sentados Zor y Demy. Se me ocurrió darles dos de los helados, y yo me empecé a comer uno. Estaban buenísimos. No podía describir el sabor. Los chicos también estaban maravillados. Llegó Nela con el regalo en brazos. Le entregué el último helado. Lo probó y exclamó:

—¡Es genial! Es… ¡Dulce y salado a la vez!

Tenía razón, era la descripción más aproximada al sabor. Demy le dijo a Nela <<Feliz aniversario>> y le entregó una cajita del tamaño de una mano, más o menos. Zor y yo mirábamos a la pareja, intentando aguantar la risa. Nela lo abrió y gritó:

—¡Este collar es fantástico! ¡Es justo lo que quería! ¡Gracias gracias!

Le besó en la mejilla y le deseó feliz aniversario también, entregándole el regalo que yo había comprado, en una caja mucho más grande que la suya. Lo abrió y se quedó boquiabierto.

—¡Una guitarra!—chilló, a grito pelado.

Entonces, Demy dejó la guitarra a un lado, se acercó a Nela y le abrazó. Le susurró algo al oído, acercó su cara a la suya y le besó. Zor y yo apartamos la vista, no sé si por respeto o por asco.



Capitulo 9: La Promesa.

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Dejamos a la parejita a solas y nos fuimos al comedor. La cena ya estaba servida: pollo frito y ensalada. Comí con avidez, tenía mucha hambre.

Zor y yo nos dirigimos a nuestras habitaciones. Dejé la bandolera en la silla y abrí mi armario por primera vez. Allí estaba mi otra ropa, limpia y seca, y otras prendas que no eran mías. Todas eran demasiado extravagantes para mi gusto; no obstante, encontré un pijama formado por pantalones cortos y una camiseta de tirantes bastante cómodo. Me metí en la cama y comencé a leer el segundo libro.

Hablaba de muchas cosas: Kingdom Hearts, sincorazón, nescientes, incorpóreos y una extraña llave: la llave espada X. Después de un rato leyendo, estaba cansada, cerré el libro, lo deje en el suelo, me tumbé y me dormí en cuestión de segundos.

Me desperté sobresaltada. Había tenido el mismo sueño otra vez. Me levanté y comprobé que todo seguía en su sitio. Cuando me convencí a mí misma de eso, cogí mi ropa de portadora de la Llave—Espada y me dirigí al baño. Me duché con agua helada, hacía mucho calor. Me sequé con una de las toallas y me peiné. Me puse la ropa y dejé la toalla en el cesto.

Salí de mi habitación y llamé con los nudillos a la puerta de Zor. En tres minutos, Zor salió de su cuarto muy alegre.

—¿Vamos a desayunar?—le pregunté.

—Claro, me muero de hambre. Espera, voy a avisar a mi madre.

Abrió la puerta de su madre y dijo:

—¡Mamá, despierta! ¡Ya es por la mañana!

—¡Ya voy! ¿No sabes llamar a la puerta o qué?—gritó, aunque no lo hizo enfadada.

Zor salió con una sonrisa en la cara y dijo:

—Vamos bajando, ya vendrá ella.

Llegamos al comedor. Los demás estaban allí: Nela, enseñándole el collar de Demy a Arlene, Demy tocando la guitarra y Lumaria observándole.

Me senté en mi silla de siempre. El desayuno estaba servido: un bol de cereales con leche y un zumo de naranja. Cuando lo terminé, dejé el cuenco y el vaso en el fregadero. Volví al comedor y me senté.

Miré a mis amigos: Nela, Demy, Zor…Pensé que algún día tendría que volver a casa, no podía quedarme eternamente. Llegó Ahriel, se sentó y empezó a desayunar. Tenía profundas ojeras y el pelo revuelto, me pregunté si estaría enferma.

De súbito, escuché un silbido. Los demás parecían haberlo oído también, todos giraron la cabeza. Oí un chillido. Una enorme bola de oscuridad venía vertiginosamente hacia nosotros.

Mis músculos reaccionado mecánicamente. Me levanté de un salto y grité:

—¡Demy, lleva a Nela y a Zor a la cocina y quédate con ellos!

—¿Y tú qué?—me preguntó, aterrorizado.

—Sé cuidar de mí misma—le dije, muy segura.

—De.. acuerdo.

Demy cogió a Nela y a Zor del brazo y los arrastró a la cocina. Vi la cara de preocupación de Zor, así que cogí a Ahriel del brazo y la llevé a la cocina con ellos. Ella no opuso resistencia, debía de estar agotada por alguna razón.

Volví al comedor. Lumaria y Arlene habían colocado la mesa y las sillas de tal forma que habían conseguido construir una especie de fuerte. Se me ocurrió una idea.

—¡Venid aquí!—les grité—. Creo que sé como amortiguar la caída de la bola.

—¿Cómo?—me preguntaron a coro.

—Tumbaos—les ordené.— ¡Hielo!

Creé una capa gruesa de hielo alrededor del fuerte y de la puerta de la cocina, fabricando una cúpula por encima de nuestras cabezas. Salí del refugio y me coloqué encima del agua congelada. La bola de fuego impactó en el escudo y no perdí el tiempo: volví a usar el hechizo, esta vez hacia la bola, congelándola y convirtiéndola en un bloque de hielo. Una vez lo conseguí, me caí: el hielo estaba muy resbaladizo y había gastado mucha energía.

Lumaria me cogió en brazos y me llevó a la cocina. Le dijo a Demy algo, y se fue tras él. Yo no quería quedarme, quería ayudarles. Intenté levantarme, pero me desmayé, fatigada.

Me desperté horas más tarde. No estaba en la cocina, ni siquiera en la mansión. Estaba en una playa, una playa de aguas oscuras. Era de noche, todo estaba oscuro. Yo estaba tras unas rocas, junto a Zor, Ahriel y Nela. Miré a mí alrededor. También estaban Demy, Lumaria y Arlene, tumbados y aturdidos. Llegaron dos extraños hombres, vestidos con túnicas negras. Sus rostros estaban ocultos tras capuchas. Agucé el oído, estaban conversando:

—¿Qué hacemos con ellos?

—Lo que te he dicho.
—Pero…

—¿Pero qué?

—Es que… Me parece muy cruel.

—Resérvate tus opiniones. Por tu bien.

—De… Acuerdo.

—Pues a ello. ¿Sabes cómo se hace, no?

—Sí. Yo cojo al joven.

—Muy bien. Yo a la mujer.

Los arrastraron y empezaron a… ¡Pero qué demonios! ¡Les estaban arrancando las alas! Arlene y Demy gemían, y después pasaron a aullar de dolor. Comprobé que los demás estaban dormidos, no quería que lo viesen. Pero Zor ya se había despejado y ya estaba mirando. Dio un respingo, pero no se movió. Cuando terminaron con Demy y Arlene, comenzaron con Lumaria. No podía más, aparté la vista e intenté amortiguar el sonido poniendo mis manos sobre las orejas.

Después de unos minutos se fueron riendo a través de un pasillo oscuro. Zor y yo saltamos sobre las rocas y corrimos hacia ellos. Afortunadamente, se habían curado física; pero no creo que psíquicamente.

Nela se estaba despertando. Dejé a Zor a cargo de los heridos y volví a la mansión con la Llave—Buscadora y Nela en brazos. Cuando llegué, estaba en llamas. No tenía tiempo para apagarlo.

Fui a mi habitación. Cogí mi maleta a toda prisa y le pregunté a Nela:

—¿Dónde están las habitaciones de Demy, Nela y Lumaria?

—Están todas al lado de mi cuarto—dijo, asustada.

—Ve y coge lo que sea más importante para ellos. ¡Corre!

Se fue corriendo. Yo intenté entrar en la habitación de Zor y de Ahriel, pero se habían hundido. Corrí al comedor con la maleta a la espalda. Allí, encontré mi escudo gélido destrozado. Entré en la cocina. Cogí unos cuantos víveres y los metí en una bolsa. Encontré la guitarra de Demy entré los escombros, estaba intacta.

Volví al patio. Allí estaba Nela, con varias bolsas. Volvimos de nuevo a aquella playa y dejamos las bolsas a un lado. Nela corrió hacia Demy y le acarició la cara. Empezó a llorar desconsoladamente. Yo me acerqué a ella y la abracé. Ella me lo devolvió con una fuerza sobrenatural, pero no me quejé.

—Tienes que ser fuerte, ¿vale?—le dije.

—Pero…

—Promételo.

—Te lo prometo—dijo ella, secándose las lágrimas.

Abrió un pasillo de luz y nos dijo que la siguiésemos. Zor y yo fuimos pasando a los tres al otro lado. Estábamos en la plaza de la ciudad a la que fui con Arlene. Los llevamos a la zona residencial y nos dijo que los metiéramos en una casa. Allí había un anciano con una larga barba, vestido con una túnica azul. Nela entabló con él una pequeña conversación. Tras terminar, nos dijo a los tres que saliésemos. Dejé sus cosas dentro. Nela nos abrió un portal para volver a la playa. Nos abrazó con fuerza y nos dijo adiós.

Entramos en el pórtico. Cuando pasamos, se cerró detrás de nosotros. Ahriel aún estaba durmiendo. Nos sentamos en la orilla de la playa.

—¿Qué les pasará a Demy, Arlene y Lumaria?—le pregunté.

—Seguramente, perderán los poderes angélicos, a sí que se harán humanos.

—¿Y qué pasará con Nela?

—Supongo que seguirá con ellos.

Entonces, mi colgante comenzó a brillar. Lo miré: era la Llave de los Nescientes. Le dije a Zor:

—He de irme. Lo siento mucho.

—¿Por qué? Quédate.

—Si pudiera, me quedaría. Lo siento.

—De acuerdo, Luna. Te echaré en falta.

—¿Tú qué harás? ¿Te quedarás aquí?

—Por lo menos hasta que mi madre se reponga.

Nos levantamos y nos abrazamos.

—Hasta siempre, amigo mío—le dije.

—Luna, ¿me puedes hacer un favor?

—Lo que quieras.

—Encuentra a mi hermana, por favor. Y no permitas que le ocurra nada, ¿vale?

—Lo juro Zor. Y juro que volveremos a vernos. Y que traeré a Sol conmigo.

—Gracias, Luna. De verdad. Y... ¿podrías prometerme algo? Es importante...

—Claro, Zor. ¿Qué es?

—Sigue viva.

—Lo intentaré—susurré, riéndome.

Aunque quería quedarme así, me deshice de su abrazo y me fui. Noté que un pedacito de mi se quedaba en la arena de esa playa. Y me juré a mi misma que volvería para recuperarlo.

Llegué donde todo había comenzado: la casa de Xehanort. El tejado estaba aún derruido. Allí estaba el Maestro Xehanort, que se acercó a mí.

—¿Dónde te habías metido, Luna? ¡Te he estado buscando por todas partes!

—Es una historia muy larga. ¿Para qué querían los ángeles hablar contigo, Maestro Xehanort?

—Hummm... Te propongo un trato: yo no te respondo y tú no me respondes.

—De acuerdo, Maestro. Aunque ya lo habrás intuido, ¿no?

Él ignoró mis palabras y me hizo la señal de que le siguiese. Tras echar un último vistazo al lugar donde Demy apareció, le obedecí, y ambos nos internamos en aquel desértico mundo.



NOTA:


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En los capítulos 5, 6, 8 y 9 aparecen los personajes Zor y Ahriel pertenecientes a las novelas <<Alas de Fuego>> y <<Alas Negras>> de Laura Gallego García.


Capítulo 10: La Llave—Espada X.
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Anduvimos en el seco mundo donde todo comenzó. No me había dado cuenta, pero en mi interior había crecido un inmenso odio hacia ese lugar. Allí estuve dos años de mi vida no haciendo más que entrenar; viviendo con Vanitas, el perrito faldero del Maestro Xehanort que no se dignaba ni a hablarme; Ven, que aunque era mi amigo se había convertido en un zombi por aquel entonces; y el Maestro Xehanort, el viejo calvo que me había atrapado allí, que había convertido a Ven en un “muerto viviente”, que nos había llevado a Tierra de Partida sin nuestra opinión y que me había separado de mis amigos ya dos veces. Sí, no le tenía mucho afecto a aquel yermo.

Xehanort me dijo que me pusiese la armadura, y yo obedecí: pulsé el interruptor de mi hombro, sacando mi brillante armadura plateada, violeta y negra. De repente, a mi lado apareció Vanitas, y acordamos en silencio ignorarnos. Miré hacia delante: ¡Aqua, Ven y Terra estaban allí! Me pregunté por qué. Ellos también parecían sorprendidos de verme allí, no parecía que se lo esperasen.

Xehanort comenzó a hablar. Estaba algo aturdida, y sólo conseguí sacar algunos detalles: que este mundo se llamaba Necrópolis de la Llave—Espada, y que aquí lucharon cientos de portadores por la Llave—Espada X, la que aparecía en el libro.

Entonces me percaté de que aún llevaba mi maleta cargada a la espalda. Me reí por dentro. Xehanort, elevando la voz dijo:

—La Llave—Espada X.

¡Estaba señalando a Ven! Intenté recordar si mencionaba a Ven el libro en el apartado de esa dichosa llave. Ven sería… ¡el corazón de pura luz que se necesitaba para forjarla! Si fuera así… ¿cuál sería el corazón de pura oscuridad? Miré a todos los presentes: Aqua, imposible; Xehanort, no creo que se suicidase; Terra, aún conserva algo de luz; yo, como que no; Vanitas… ¡Tenía que ser él!

De pronto, Terra echó a correr hacia Xehanort, y empezaron una pelea. Por lo que veía, no le iba demasiado bien, así que tiré la maleta y fui hacia él in pensarlo dos veces. Estaba luchando contra Xehanort, y tenía todas las de perder.

Las nubes e abrieron, y en el cielo apareció… ¡Kingdom Hearts! Tenía (obviamente) forma de corazón, de un azul muy intenso. Corrí hacia Terra. Él me preguntó:

—¿Estás con nosotros?

—¿Y con quién si no? —sonreí, preparándome para la lucha.— ¿Con esos dos?

Terra me sonrió, y embestimos hacia Xehanort. Mientras luchábamos codo con codo, me asaltaron recuerdos:

Yo tenía apenas trece años. Acababa de hacerme pupila de Xehanort. Él me estaba enseñando a manejar la llave. Hacía aparecer bestias de la oscuridad por todos lados que se abalanzaban hacia mí. Él siempre decía:
—¡Usa la oscuridad! ¡Úsala!
Yo lo intentaba, pero no sabía cómo. Hasta aquel día.
Ven, con tan solo once años, y yo, estábamos entrenando. Luchábamos uno contra uno, era divertido. De pronto, un montón de sincorazón (así se llamaban aquellas criaturas negras) aparecieron y empezaron a atacarnos sin piedad. Luchamos con esfuerzo, pero por cada uno que eliminábamos aparecían tres en su lugar. Miré de reojo a Ven, y vi que estaba a punto de desfallecer: le flaqueaban las piernas y temblaba el pulso. Uno se iba a abalanzar contra él, y no me lo pensé dos veces: corrí a socorrerlo. Una vez maté a el que iba a atacarlo, me encargué de todos los demás. Entonces, para nuestra sorpresa, no quedaba ninguno. Y mi Recuerdos Lejanos y mi Prometida habían desaparecido: ahora asía una sola llave, que era una especie de mezcla de los dos: era blanca y negra y tenía dos puntas. Miré su llavero, un corazón roto. Ambos prometimos no decírselo a nadie.


Ahora, necesitaba ese poder. Cómo aquella llave apareció cuando Ven estaba a punto de morir, me concentré en todas aquellas imágenes que tanto dolor me causaban: la imagen de aquel Ven de once años; cuando Ven se desmayó en Tierra de partida; cuando Terra suspendió el examen; cuando me apartaron de Aqua, Ven y Terra; cuando a Demy, a Lumaria y a Arlene les arrancaron las alas, la imagen de la mansión en llamas; cuando me despedí de Nela y más tarde de Zor… Todas aquellas imágenes me hicieron sentir que la oscuridad se apoderaba de mí. Entonces, lo conseguí: transforma esa oscuridad en energía, energía “canalizada” (tal vez dentro de los sermones de Xehanort hubiera algo de verdad) y apareció: aquella misteriosa llave del corazón roto. Parecía que el Maestro Xehanort se había sorprendido.

Empecé a batallar contra Xehanort. He de admitir que era un gran adversario: dos contra uno y aún así, el combate estaba muy igualado. Cuando estábamos a punto de vencerlo, vino Vanitas. Le grité a Terra que yo me encargaba de Xehanort. Mientras luchábamos, él decía:

—Al parecer, al menos uno de mis alumnos ha conseguido controlar la oscuridad. ¡Bien hecho!

—Te lo debo ti, gracias por convertirme en lo que soy.

—Un placer. Dime, ¿por qué luchas contra mí? ¡Únete a mí!

—Ni lo sueñes—dije, bloqueando uno de sus golpes.

—¿Por qué? ¿Por tus amigos? Sabes, nunca les he oído preguntar por ti ni una sola vez desde que te
fuiste con esos angelitos.

—¡Mientes!—exclamé mientras le asestaba un mandoble.

—Vamos, Luna. Sabes que digo la verdad. ¡Ven conmigo, y los venceremos!

—¡Jamás!

—¡Podríamos hacer grandes cosas! Una vez consiga la Llave—Espada x, con ella y con tu Roba—Corazones, esa extraña llave que portas, ¡Kingdom Hearts será nuestro!

—¿Y que pasa con tu fiel Vanitas?

—Él no sabe que cuando se forje la Llave—Espada x, desaparecerá con Ventus. ¡Y nunca lo
sabrá!

—Hay una cosa que no alcanzo a comprender—admití.— ¿Por qué me diste la llave para acabar con Vanitas?

—Necesitaba alguien que acabara para siempre con Vanitas una vez cumpliera su función. No se me ocurrió otra persona que tú, la portadora de la Roba—Corazones, quien debe ponerse de mi lado.

—Me temo que tendré que rechazar tu oferta. Pero si insistes, la pondré en mi lista de espera.

Una vez dicho esto, le asesté un buen golpe en la espalda. Parecía que le había dado bien, retrocedió unos pasos. Le ordenó a Vanitas:

—Ve a ocuparte de los otros dos.

Acto seguido, Vanitas obedeció.

<<No, eso ni hablar—pensé>>.

—¡Lo siento, Terra!—le grité— ¡Tendrás que continuar tú solo!

Él asintió, y yo seguí a Vanitas. Cuando llegué, estaba a punto asestarle un golpe fatal a Aqua, en el pecho.. Yo le di un empujón y, junto a Ven (descongelado), nos preparamos para la batalla. Vanitas dijo:

—Vaya, Luna. Tú siempre estorbando.

—Qué le vamos a hacer, soy así. Y me sorprende que sepas mi nombre.

—El Maestro siempre está hablando de ti y de Ventus. A veces fastidia.

—Que penita me das. Por cierto, los celos no son sanos—dijo Ven.

—Es verdad. Tal vez, si os mato, conseguiré que se vayan.

—Te deseo suerte—dije yo.

—Lo mismo digo—replicó Vanitas.

Comenzó la batalla. Ven y yo contra Vanitas. Intentaba no alejarme mucho de Ven, estaba preocupada por él, no sé por qué. Sabía perfectamente que podía cuidarse él solito, pero había algo que me inquietaba.

Una vez estaba casi aniquilado, noté que Vanitas decía algo. De golpe y porrazo, una explosión de energía comenzó a brotar. Pese a que intenté resistir, pudo conmigo y me lanzó por los aires hasta que me estampé contra una roca. Ven seguía allí, pero si me acercaba, la explosión volvía a apartarme. Vi a Aqua inconsciente allí, e intenté reanimarla. Cundo volvió en sí, Ven estaba allí, pero con… ¿La ropa de Vanitas? Comenzó a hablar, pero había algo extraño en su voz: era como si Ven y Vanitas hablasen a la vez. Supongo que la fusión de ellos dos no estaba terminada.

Cargué hacía aquella extraña fusión; y comenzamos una nueva lucha. Aqua, aunque estaba un poco aturdida, me ayudó como sus fuerzas le permitían, y un ratón gigante apareció de la nada. Me pregunté quién sería.

Me empezaban a fallar las fuerzas, llevaba horas luchando. Al fin, ocurrió algo, parecía que él (o ellos) estaba a punto de perder, que íbamos a ganar.

—Aqua…—dije.

Las rodillas me fallaron, estaba abatida. Lo último que recuerdo era que alguien gritaba mi nombre.


Capítulo 11: El Castillo del Olvido.


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<<Estaba en una plataforma. En ella, estaban dibujados Ven y Vanitas. Entonces, los vi. Me acerqué. Vanitas no llevaba el casco, que dejaba ver sus ojos naranjas y su pelo negro peinado extrañamente. Vanitas dijo:

—¡No puedo creer que me hayas ganado!

—Sinceramente, yo tampoco—dijo Ven.

—¿Le has vencido?—le pregunté a Ven.

—¡A qué suena increíble! Quién lo iba a decir…—dijo Vanitas.

—Ahora… ¿Que pasará?—pregunté.

—Vanitas y yo desapareceremos.

—¡¿Qué?! ¡No es posible!—exclamé yo.

—Cómo lo oyes—dijo Vanitas.

Los dos comenzaron a desintegrarse. No pude evitar las lágrimas que aparecieron en mis ojos.

—No llores—me dijo Ven.— Lo he hecho para salvaros.

Asentí. Vanitas dijo:

—¿Sabes? Podríamos haber sido buenos amigos.

—Tal vez.

—Adiós, Luna. Ya nos veremos.

—Adiós. Y podrías sonreír por una vez en tu vida. No es tan malo.

Él sonrió, y yo también. Me alejé un poco y los vi desaparecer poco a poco.

—¡Adiós!—dijeron a coro, justo antes de desaparecer por completo.

—Hasta siempre, amigos.


Me desperté en una habitación de paredes amarillas. Había varios muebles: un trono, una mesa y estanterías con libros hasta los topes. Allí estaba Aqua, el ratón, un pato (no el amigo de Arlene), una especie de perro y un anciano vestido con una túnica azul y un sombrero (no era la misma persona que habló con Nela.) A mí lado estaba mi maleta y… ¡Ven! Lo zarandeé, pero no daba señales de vida.

—De acuerdo, Maestro Yen Sid—dijo Aqua. Luego se giró hacia Ven y yo—. ¡Luna!, estás despierta.

—Sí—murmuré, bostezando.— ¿Qué pasa?

—Te lo contaré de camino. Vamos.

Me ayudó a levantarme y cogimos a Ven, ella de los hombros y yo de las piernas. No pesaba mucho, lo llevamos sin problemas. Una vez salimos de aquella torre, dije:

—¿Y ahora qué hacemos con Ven?

Entonces, Ven sacó su Llave—Espada y abrió un portal de luz. Después, la guardó y volvió a quedarse inerte.

—Bueno, si es allí donde quiere ir—suspiró Aqua.

Era Tierra de Partida, aunque un poquito cambiada si que estaba: el castillo estaba en ruinas y el patio delantero tenía una enorme grieta que lo partía en dos. Entramos en el castillo. Mientras nos dirigíamos a la sala de los tronos, Aqua me dijo:

—El Maestro me dijo que uno de nuestros deberes de Maestras era, si este lugar sucumbía a la oscuridad, cogiésemos su Llave—Espada y sellásemos este lugar, haciendo que cualquiera que entré lo olvide todo. Cualquiera menos nosotras dos.

Dejamos a Ven en el trono de Eraqus y nos colocamos detrás de él. Aqua sacó la llave—espada del Maestro Eraqus. Las dos la blandimos y apuntamos a la parte trasera del trono. El trono se iluminó y dejó ver una cerradura. Ambas, con mucha decisión, introdujimos la llave—espada en ella. Hubo un destello cegador, y cuando recuperé la vista, vi el nuevo castillo: totalmente blanco, con cadenas que brillaban intermitentemente por todos lados. Sólo quedaba un trono, donde Ven yacía.

—Volveremos a por ti, Ven—aseguró Aqua.— Lo prometo.

Salimos del castillo. Lo miré. Se había vuelto amarillo, con los tejados verdes.

—¿Ahora qué haremos?—pregunté.

—Buscar a Terra. Lo sabrías si no te hubieses quedado dormida.

Me reí. Después, dije.

—Hm… En este castillo todo se olvida, ¿no?

—Sí, ¿por?

—Déjame la Llave—Espada del Maestro.

Aqua me la dio. Apunté encima de la puerta, y con rallos de luz, grabé en la piedra con letras grandes:

“Castillo del Olvido”



—¿Te gusta?—le pregunté.

—Sí, queda bien.

Cogí mi maleta, apretamos nuestros interruptores y aparecieron nuestras armaduras. Después, lanzamos nuestras llaves y alzamos el vuelo, en busca de Terra.


Capítulo 12: Buscando a Terra.

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Una vez llegamos al Mapa de los Mundos, decidimos dividirnos. Después de varios mundos, entré en un mundo llamado <<El Coliseo del Olimpo>>. El mundo se dividía en una ciudad llamada Tebas y en un coliseo, tal como indicaba el nombre.

Aparecí en el patio de este, donde dos chicos estaban combatiendo: uno, pelirrojo y delgaducho, que vestía con una túnica, y otro moreno, que vestía con una armadura y que me resultaba extrañamente conocido. Me senté en las escaleras, mirando cómo combatían. Después de un rato, el pelirrojo se derrumbó en el suelo.

—¡Chúpate esa, Hércules!—dijo el moreno.— ¡Has perdido, y encima con público delante!
Me señaló. Me levanté y dije:

—¿Eso es luchar? Pensé que estabais bailando.

El moreno se rió, y añadió:

—Como si pudieras hacerlo mejor.

Saqué mis llaves y le dije:

—¿Qué te apuestas?

Luchamos durante largos minutos. La lucha estaba muy igualada, pero salí vencedora. Al chico le fallaron las rodillas, y murmuró:

—¡Vencido por una chica! Debería darme vergüenza.

—Ha sido un buen combate, esto…

—Zack. Me llamo Zack.

Lo miré. Mi cabeza se iluminó, ya sé por qué me sonaba tanto. Me dirigí a mi maleta, que dejé en la escalera, y saqué la foto. Zack me siguió y ambos la miramos. Después, nos miramos asombrados.
Uno de los chicos de la foto era Zack.

Empezamos a hacernos preguntas para intentar averiguar algo de la extraña foto, pero no pudimos sacar nada. Los tres, Zack, Hércules y yo; nos sentamos en la escalera. Hércules me dijo:

—Eres muy buena luchadora, podrías ganar incluso a Terra o a Aqua.

—¿Terra y Aqua han estado aquí?

—¿Los conoces?—me preguntó Zack.

—Sí, son amigos míos.

—Son los campeones de los torneos—me aleccionó Hércules.— Es una pena que se hayan acabado, ¡seguro que les ganarías!

Nos reímos. Después de un rato, llegó la hora de seguir con mi búsqueda. Se me ocurrió algo:

—Zack, toma esto—le di una esfera transparente, hecha por un conjuro.— Si averiguas algo sobre la foto, o necesitas algo, rompe esta bola. Te aseguró que vendré.

—Muy bien—dijo, asintiendo.

—Bueno, me voy—me despedí, sacando mi armadura y mi Llave-Buscadora.— ¡Hasta pronto!

—¡Adiós!—se despidieron, mientras yo ascendía hacia el cielo.

Cuando llegué al mapa de los mundos, encontré a Aqua por allí. Las dos avistamos un mundo que rezumaba oscuridad. Decidimos ir a ver que pasaba. Aterrizamos en… ¡la plaza de mundo donde dejé a Nela y a los demás! Terra estaba allí, pero sucedía algo extraño: sus ojos se habían vuelto naranjas, y su pelo, blanco. En mi mente apareció la imagen del Maestro Xehanort. ¡Parecía haber poseído a Terra de alguna forma! Supongo que las mascarillas antiedad no le funcionaron y quería a toda costa aparentar ser más joven.

—Aqua, cuidado, no te acerques.—le advertí.

—¿Por qué? ¡Es Terra!

Aqua se acercó y empezó a hablar con él. El resultado fue que la agarrara del cuello y la levantara con una sola mano. Corrí hacia ellos, y me lanzó una onda de oscuridad, lanzándome por los aires. Al fin, Aqua se liberó y dio un salto para apartarse. Corrí hacia su lado. Sacamos nuestras llaves, dispuestas a combatir. Dijimos:

—Soy la Maestra Aqua.

—¡Y yo la Maestra Luna!

—¡Y te ordenamos que liberes a nuestro amigo!—dijimos a coro.

Comenzó el combate. Nuestro contrincante era muy rápido, y contra más daño le causabas más rápido se hacía. Nos dedicamos a bloquear y contraatacar, bloquear y contraatacar. Pero, cuando le quedaba muy poco, ¡se curó! Mientras yo maldecía a las pociones, bloqueé un golpe, pero consiguió darme. Entonces, delante de sus narices, usé la magia Cura, ¡qué viera que yo también sé! Pasado un rato, dio un brinco hacia atrás. En su espalda apareció un engendro de la oscuridad. ¡Aquel bicho no cesaba de molestarme! Le protegía, me atacaba, me agarraba para que no pudiera darle, me disparaba… ¡me ponía de los nervios! Así que Aqua y yo ideamos una estrategia: cuando el ser molestara a Aqua, yo atacaría a Terranort; y viceversa. Pasado un tiempo, Xehanort dijo:

—¿Por qué sigues luchando? ¡Sal de mi corazón!

Se quitó el corazón y el bicharraco desapareció. Se creó un hoyo de oscuridad en el suelo, donde él se cayó. Entonces… ¡Aqua se tiró detrás de él! Saqué mi Llave Buscadora y entré también.

Estaban allí, intentando llegar a la superficie. Aqua, se repente, dejó a su armadura para que subiera, cayéndose ella hacia el abismo. Fui hacia ella a velocidad máxima, y conseguí cogerle la mano.

—¡Te tengo! ¿Pero en qué pensabas, Aqua?

—Tenía que… salvar a Terra. —dijo ella.

—¿Y tú qué? ¿Al Reino de la Oscuridad por…Terra?

—¿Tú no habrías hecho lo mismo?

¿Por Terra?… no lo sé, tal vez… si me pillara de buen humor…

—Suéltame, Luna.

—¿Qué? ¡No pienso soltarte!

—O me sueltas, o caemos las dos.

—Pero…—balbuceé.

—Luna— Aqua estaba tranquila, demasiado tranquila.

—¿Por qué siempre debo yo ser la que decida? —Estallé.—  ¡No es justo! ¡Siempre tengo que cargar con ese peso en mi conciencia! ¡No quiero perder a otro amigo, Aqua!

—Debes hacer lo correcto, Luna. Suéltame.

—¿Por qué…?

—Nosotras siempre cuidamos de todos, Luna. Mírame. He estado persiguiendo a Terra y a Ventus por todo el cosmos. Mírate. Acabas de intentar participar en tres peleas a la vez, para salvar a tus amigos. Incluida a mí. Es algo natural en ti, Luna, pese a que haya oscuridad en tu interior; el intentar salvar y cuidar a todos tus amigos, aunque no quieran tu ayuda o no te necesiten. Es algo con lo que debes cargar, porque eso es lo que eres.

—Tú misma has dicho que lo intento, pero aún no he conseguido salvar a nadie— intenté reprimir las lágrimas.— Todos caen a mi alrededor, y yo no puedo hacer nada.

—Pues entonces no me abandones en la oscuridad, Luna. Sólo déjame aquí por algún tiempo, para después venir a rescatarme. No me dejarás caer. Sólo habrá un pequeño lapsus de tiempo antes de salvarme de la caída—Aqua dibujó una media sonrisa.

—¿Y si no consigo rescatarte? ¿Y si nunca puedo volver a por ti?

—Lo harás—Aqua asintió.— Puede que pase mucho tiempo; puede que años, pero lo harás. Lo sé.

Entonces la mano de Aqua se escurrió entre mis dedos, y empezó a caer hacia el vació oscuro que era el Mundo de la Oscuridad. Giré la cabeza, no podía verlo. Di media vuelta y ascendí hacia el mundo exterior, mientras lágrimas me caían desde los ojos y recorrían mi rostro.

Llegué a la plaza de nuevo. Allí estaban la armadura y la llave de Aqua y Xehanort. Llegaron tres hombres: uno era alto y delgado, de pelo negro y con uno de sus ojos naranjas tapado por un parche; otro era alto y de complexión robusta, de pelo negro recogido en una coleta y ojos morados (ambos vestían con un uniforme gris y blanco); y el ultimo era más mayor, rubio y de ojos anaranjados, que vestía con una bata blanca de laboratorio y una toga roja.

—¡Por aquí!— dijo el primer hombre, mientras venían hacia nosotros.

—¿Qué te ocurre, muchacho?—dijo el hombre más viejo, sosteniendo a Xehanort. Él abrió los ojos.

—¿Puedes hablar? Di tu nombre.

—Xeha…nort…

—Braig, lleva a este joven al castillo—ordenó, mientras el primer hombre cogía a Xehanort en brazos y se lo llevaba.


—Dilan, tráeme eso también—dijo Braig, señalando a las cosas de Aqua.

—Ni hablar. Lo llevo yo—dije, cogiéndolas. No me iban a arrebatar lo que me quedaba de Aqua.

—Muchacha, ¿cómo te llamas?

—Luna, señor…

—Ansem. ¿Tienes sitio dónde alojarte? Podemos conseguirte una habitación.

—Gracias, señor Ansem. Me vendría muy bien, la verdad.

Ansem me señaló que le siguiese. Yo fui con él, adentrándome en aquel mundo.




SEGUNDA PARTE


Prefacio.

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Anduvimos por aquel mundo. Salimos de la plaza y pasamos a, según un cartel, los jardines. Tenían tres niveles, todos conectados por escalinatas y con árboles, arbustos hierba y flores por todas partes. Subimos hasta el tercer nivel y ascendimos más. Finalmente, llegamos a la azul puerta del castillo de siete metros de alto y tres de ancho y con adornos dorados. Dilan se quedó fuera con otro hombre que vestía el mismo uniforme, de pelo castaño y ojos azules; y Ansem, Braig con Xehanort y yo entramos dentro.

Por dentro, las paredes eran de color ámbar y el suelo de mármol. Anduvimos por un pasillo, torcimos a la izquierda y subimos por unas escaleras. Después de subir dos pisos, giramos a la derecha y entramos en una puerta con un cartel que decía: <<Acceso sólo a los internos>>. Detrás de esa puerta, había un pasillo con varias puertas. Braig entró con Xehanort en una puerta, y Ansem me acompañó hasta la mía. Subimos por unas escaleras y, en el piso de arriba, me enseño la puerta de mi habitación: una puerta de roble, con el número 15 grabado en números romanos.

—Aquí esta tu habitación. Espero que esté a tu gusto, eres la primera mujer que vive aquí.

Entré en la habitación. Una cama en la pared izquierda, un escritorio con una lámpara y una puerta (comprobé que daba a un baño) en la derecha, una ventana en la pared del fondo y un armario en la opuesta. Dejé las cosas de Aqua encima del armario y me tumbé en la cama. Estaba cansada, dolorida y perdida. Aparte, mi maleta había desaparecido. Genial. Me dormí a los pocos minutos, en una habitación de un castillo de un mundo del que yo no conocía absolutamente nada.


Capítulo 13: Vergel Radiante.
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Me despertó el sonido de unos nudillos que llamaban a la puerta. Levanté la cabeza, mirando a la puerta. Acto seguido, una cabeza de un hombre de unos treinta años.

—¿Se puede?—preguntó.

—Claro—respondí, mientras me levantaba y me desperezaba.

Entró. Era alto y delgado, con el pelo rubio y unos analíticos ojos verdes. Vestía una bata de laboratorio. Se sentó en la silla, mirándome fijamente.

—Tú debes de ser Luna, ¿no?

—Sí... Y, ¿tú eres?

—Yo soy Even, científico de los laboratorios del castillo. He venido para…

En ese instante, una pequeña cabeza se asomó por la puerta. Even le hizo la señal de que entrara. El chico no tendría más de doce años: tenía el pelo gris azulado por la cara y unos penetrantes ojos verdes. Vestía con una bata blanca de dos tallas de más. Me sonaba mucho, no supe por qué.

—Ven, Ienzo, ven—dijo Even.— ¿Conoces a Luna?

El chico negó con la cabeza, vacilante. Susurró:

—Hola.

—Hola— devolví el saludo. Me giré hacia el rubio—Por cierto, Even, ¿Qué decías?

—Quería preguntarte si conocías al otro joven que apareció a tu lado, el que estaba inconsciente.

—Ah, él…—dije, con indiferencia.— Lo conozco, aunque me gustaría que no fuera así.

—¿Sabes algo de su pasado?

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque ha perdido la memoria y…

—Todo lo que le ha pasado sería mejor que lo olvidara—le corté.— No es nada bueno. Yo en su lugar empezaría de cero.

—De acuerdo, como quieras—dijo Even.— ¿Cuántos años tienes?

—Quince, más o menos.

—Entonces irás al instituto, ¿no?

—¿Insti… tuto?—pregunté, confusa.

—¿No vas al instituto?

Pensé. Sabía lo que era un instituto, pero nunca había ido a ninguno. No creía que mi título de Maestra sirviera aquí.

—No, pero no me importaría empezar... creo.

—Perfecto, puesto que las vacaciones han empezado, podré reservarte plaza en tercero. No costará
mucho…

—Un momento—dije.— ¿Me vais a pagar la matrícula?

—Por supuesto, a menos que tengas algún padre, madre o tutor.

—No tengo ninguno, la verdad. Ni padres, ni tutor.

—¿Eres huérfana?

—Ni siquiera lo sé con seguridad.

—Muy bien, pues me pondré a ello. Por cierto, ¿no llevas equipaje ni nada por el estilo?

Una vez más, pensé en mi maleta, la maleta que había perdido. Se lo comenté a Even, y me dijo que Ienzo me acompañaría a la oficina de objetos perdidos. También dijo:

—Umm... Esperad. ¿Podéis poneros uno al lado del otro?

Obedecimos. Le sacaba a Ienzo dos cabezas.

—Os parecéis mucho, ¿no? Aunque vuestros ojos y pelo no sean iguales, sois semblantes.

Nos miramos de reojo. No sabía dónde encontraba parecido, éramos el jing y el jang.

—No ocurre nada si lo comprobamos—añadió, sacando un par de jeringuillas.— ¿Podéis extender el brazo, por favor?

Los extendimos. El bracito de Ienzo era mucho más delgado y fino que el mío. Es más, Ienzo entero era delgadito y frágil. Sentí el pequeño pinchazo de la aguja. Nos extrajo un poco de sangre y nos dio unos algodones. Lo cogí y me presioné la herida con fuerza. El agujero era muy fino, no salía sangre siquiera. Even se marchó y nos dejó solos.

Ienzo suspiró y se presionó la zona donde le había pinchado también. Lo dejé allí de pie y me dirigí al baño. Me peiné un poco, me lavé la cara y me alisé la ropa. El baño tenía lo imprescindible. Una bañera—ducha, un lavamanos, un retrete y dos estantes. Cuando volví del baño, Ienzo no se había movido ni un milímetro. Me miraba fijamente a los ojos. Dije:

—¿Es normal que Even, a los cinco minutos de conocernos, ya me haya sacado sangre?

—Es raro qué aún no tenga una muestra de tu saliva y tu fecha de nacimiento. Vamos, te llevaré a la sala de objetos perdidos.

Salimos de mi habitación. Cuando llegamos a la puerta principal, Braig estaba allí. Con Xehanort. Estaban hablando. Entonces, Braig me señaló y Xehanort me miró extrañamente. Pese a que sabía que no recordaba nada y que no sabía lo que había hecho, no pude evitar lanzarle una mirada asesina. Él bajo la vista, parecía… ¿Avergonzado? Ienzo abrió la puerta, y yo decidí que ya había malgastado el tiempo suficiente en Xehanort. No pensaba perdonarle jamás.

Tras atravesar muchas calles y callejuelas, llegamos a la oficina. Era un edificio pintado de amarillo descolorido, adosado a otras tiendas. Entramos sin vacilación. Por dentro, el edificio no era gran cosa: algunos cuadros en las paredes, cuatro sofás con una mesilla en medio y dos escritorios con abarrotados de carpetas y hojas, con dos recepcionistas detrás. Ambos atendiendo a clientes, así que nos sentamos. Ienzo se sentó a una distancia prudencial. Miré a los clientes: en un escritorio, un señor alto con bigote que sostenía una chaqueta charlaba amistosamente con una recepcionista rubia y un poco rolliza, y el otro recepcionista, algo viejo, discutía acaloradamente con dos críos que reclamaban el mismo balón. El señor del bigote se marchó, y me acerqué a la recepcionista rubia.

—Hola cariño—me dijo, afectuosamente.—Dime, ¿qué puedo hacer por ti?

—Busco una maleta plateada, que debe pesar unos dos kilos y mide un metro de alta aproximadamente.

—Hummm... Tal vez sea esta. ¿Me equivoco?

Me dio una maleta. La abrí. Estaban todas mis cosas, por lo que si que era esa.

—No, no se equivoca—le respondí.—No sé como darle las gracias, me ha quitado un gran peso de encima.

Saqué la bolsita marrón donde guardaba los platines, pero ella dijo:

—¿Me vas a pagar? Tesoro, ¡si es gratis! Debes de ser de fuera, ¿no?

—Sí, vengo de lejos. Aún así, tome diez platines.

—Gracias, guapa. Por cierto, ¿es ese Ienzo? ¡Ienzo, ven aquí!

Ienzo se acercó. Al pasar por mi lado, me susurró: <<Socorro>>. Después supe por qué: la mujer le abrazó con fuerza, le pellizcó un mejilla y le dio un beso en la otra, mientras decía: << ¡Cuánto has crecido!>>, << ¡Hacía muchísimo tiempo que no te veía!>>, << ¿Qué tal está Even?>>.

Cuando conseguimos escabullirnos de la mujer, le pregunté.

—¿Quién era?

—La madre de Even. Por cierto, ¿me quitas el pintalabios de la mejilla?

Se lo quité con cuidado de no hacerle daño.

—Ienzo, ¿cómo se llama esta ciudad?

—Se llama Vergel Radiante.

Volvimos al castillo. Ienzo se despidió de mí y se marchó. Cuando me dirigía a mi habitación, alguien me tocó el hombro. Me di la vuelta, y deseé no haberlo hecho, haberlo ignorado.
Era Xehanort.


Capítulo 14: Xehanort, Isa y Lea.
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Mentiría si dijera que no estaba pensando en cómo asesinarlo allí mismo. Podría coger mis llaves y rebanarle el cuello, o cortarlo por la mitad poco a poco. Lo único que me lo impidió fue que había testigos, y supongo que también mi conciencia.

—Tú eres Luna, ¿no?—me preguntó.

—Sí—le contesté secamente.

—Yo soy Xehanort y… me han dicho que cuando aparecí en la plaza, tú estabas allí.

—Sí, allí estaba.

—Me gustaría saber algo de mi pasado… Cualquier cosa.

—¿De verdad quieres saberlo? Porque no es demasiado bonito…

—Por favor.

—Tú mismo. Sólo te voy a decir que querías arrasarlo todo y que me separaste de mis seres
queridos en dos ocasiones. No, espera, en tres ocasiones.

—Esto… Vaya, lo siento.

—No lo sientas. No sirve de nada. Si fuera tú, empezaría mi vida de nuevo.

—De acuerdo… Gracias, creo. Nos vemos. Y no me odies por lo que hice, por favor.

Se alejó pensativo. No sé por qué, me sentí mal por haberle dicho lo que le había dicho. Podría haberle mentido, haberle creado un pasado feliz. Pero no se me da bien mentir.

Entré en mi cuarto. Me tumbé en la cama un rato, intentando aplacar mis sádicos pensamientos hacia Xehanort. Cuando conseguí apartarlos de mi mente, me levanté. Asenté la maleta sobre la cama y la abrí. Guardé la ropa en el armario, el bloc y el estuche en los cajones del escritorio, la bandolera la colgué en la silla, los dos libros en los estantes y metí el reloj en mi bolsillo. El Siempre-juntos lo até con una cuerda en la correa de la bandolera bien fuerte para que no se soltase. Saqué la foto y la dejé en la mesa, y coloqué la vacía maleta encima del armario.

Como no tenía nada que hacer, salí a la calle, a conocer aquel mundo. Pasé por la plaza. Allí estaba aquel pato que me dio los helados.

—¿Os gustaron los helados? Sí, por supuesto que sí. ¿A quién no les gustan? ¿Quieres más? Estos ya tendrás que pagarlos…

—Gracias…Pero hoy no me apetece…

—Vamos, Gilito. Deja en paz a la chica—dijo una voz a mis espaldas.

Me di la vuelta. Eran dos chicos de mi edad. Parecían el perro y el gato: el primero era muy activo y despreocupado, vestía ropas cálidas, tenía los ojos verdes y el pelo rojo como un puerco—espín (era el propietario de la voz); y el segundo era más tranquilo y observador, vestía con ropas de colores fríos, tenía los ojos azul verdoso y el pelo largo y azul.

—Lea… Tú siempre igual—murmuró Gilito.— ¿Cuándo sentara cabeza este chico?

—Oh, ¡vamos!... ¡Son vacaciones!—exclamó Lea, el pelirrojo.— ¿Lo captas?

—Pero eso no significa que tengas que hacer el idiota las veinticuatro horas al día…—comentó su amigo, el chico del pelo azul.

—¡Vamos! ¡Se supone que tienes que ayudarme, no hundirme! ¿Lo…

—Los amigos han de contarse siempre la verdad, aunque duela— le cortó el otro.—Y te digo como amigo, que pares de decir << ¿Lo captas?>>. Me pones de los nervios.

—Además, ¡estaba realizando una buena acción! Estaba rescatando a esta preciosidad de las garras de Gilito—dijo, apoyándose con un brazo en mí.— ¿Lo captas?

—No necesito ayuda, gracias—le respondí.

Me aparté, y como se había posado en mí cayó al suelo. El otro chico y yo no pudimos evitar reírnos. Lea se rascó en la cabeza y se rió también.

—Y sí, lo capto. No soy idiota—añadí.

—Me llamo Isa—dijo el chico del pelo azul, tendiéndome la mano.— No te preocupes por Lea, él es así. Al final te acabas acostumbrando.

—¡Te he oído!—dijo Lea, aún en el suelo, levantando la mano.— ¿Lo captas?

—Yo soy Luna. Encantada— nos dimos la mano.

—¡Y yo soy Lea! Encantado, mylady—comentaba Lea, mientras se levantaba.— ¿Lo captas?

Me cogió la mano y fue a darle un beso, pero yo saqué mi mano a tiempo y le di una colleja en el cuello. Como estaba despistado, cayó al suelo otra vez. Me miré la mano a ambos lados. Isa rió de nuevo, y yo también.

Saqué el reloj y comprobé la hora, eran ya casi las doce del mediodía. Me despedí de aquellos dos chicos y volví al castillo, de ahí a mi cuarto. Me puse a dibujar. Dibujé la Roba—Corazones, y se me ocurrió dibujar la foto, por si acaso la perdía. La miré, allí estábamos los tres chicos que yo no conocía, Zack y yo. Me di cuenta de que uno de los desconocidos me sonaba mucho. Esos ojos que tenía… Entonces me di cuenta: era Ienzo dentro de unos años. Sí, aunque suene raro, era Ienzo con unos veinte años. Me di cuenta que yo también estaba más mayor en la foto, y que Zack también. Era muy extraño, éramos nosotros mismos dentro de unos años. La dibujé rápidamente y corrí a buscar a Ienzo.

Lo encontré con Even en los laboratorios, situados en el sótano del castillo. Corrí hacia él y se lo expliqué. Cuando terminé, tenía los ojos como platos.

—En… ¿Serio?

—Ya te he dicho que sí, Ienzo…

—Bueno, tal vez no sea tan extraño—comentó Even a nuestras espaldas. Nos volvimos, Even tenía en la mano un papel.— He analizado vuestra sangre. Sois oficialmente hermanos.

Al igual que Ienzo, se me pusieron los ojos como platos.


Capítulo 15: Hermanos.
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—En… ¿Serio?—titubeamos a la vez.

—Ya os lo he dicho. Va en serio. Aquí tenéis los resultados—dijo Even, entregándonos el papel.

Tenía razón. Ienzo y yo éramos hermanos. Nos miramos fijamente. Tenía la lengua seca, sequísima. No sabía cómo tomármelo: ayer estaba completamente sola, y hoy tengo amigos, una casa, una matrícula de instituto y un hermano.

—Vaya… Qué vueltas da la vida…—pude decir.

—Supongo.

Iba a añadir algo más, pero el rugido de nuestros estómagos me lo impidió.

—Será mejor que vayamos a comer—dijo Even.

Salimos del laboratorio en silencio. Para evitar contacto visual, ni siquiera levantamos la vista del suelo. Subimos al primer piso y entramos por una puerta doble de color blanco a lo que sería el comedor: cuatro mesas con sillas alrededor y una barra por la que la cocinera ponía la comida en bandejas. Cogí una bandeja y me puse a la cola. Detrás de mí estaba Ienzo, y delante estaba Xehanort, que me saludó. Contuve el impulso de correr a la cocina a por el cuchillo de picar la carne.

Delante de Xehanort estaba Braig, discutiendo con la cocinera, que tenía una voz que me resultaba muy, muy familiar:

—¿A esta bazofia llamas tú comida?—gritó Braig.

—¡Pues sí!—replicó la cocinera, alterada.— ¡Y tal vez la encuentres asquerosa porque se parece a ti!

—¡No pienso comer esta masa de residuos nucleares que tú llamas comida!

—¡Pues entonces no comas! ¡Y nadie me grita así!

Después de decir esto, la cocinera cogió el cucharón lleno de aquella cosa y volcó el contenido sobre la cabeza de Braig. Se oyeron murmullos y risas, incluso aplausos; y Braig se sentó en la mesa más apartada rojo de furia. Eso sí, llevaba con él la bandeja de comida. Xehanort consiguió su comida y se marchó con él. <<Mi turno>>, pensé suspirando. Echaron mi comida en la bandeja. Miré a la cocinera y… ¡¿Pero qué demonios?!

—¡Nela!—exclamé.

—¡Luna!—exclamó también.

Imposible. No podía ser ella. Pero sí: Nela era la cocinera del castillo de Ansem. Llevaba un delantal por encima de ropa blanca, y llevaba recogido el pelo en un moño alto. Lo que más me sorprendió, sin duda, es que llevara ropa tan… Sencilla.

—¿Qué haces aquí?—pregunté.

—Ganarme la vida. Aparte de envenenar al castillo entero. ¡Ni siquiera puedo hacer un simple puré de verduras! Ojala estuviera aquí Arlene.

Miré la “comida”, si es que merecía llamarse así: era una pasta color ocre, con pedacitos de verdura por allí y por allá.

—¿Qué le pasa a Arlene?—quise saber.

—Esta en estado de shock por lo de las alas. Lumaria también lo está, Demy ya casi se ha recuperado.

—Luna… Estás haciendo cola…—me susurró Ienzo.

Miré atrás. Cada vez había más gente en la cola —la verdad, creo que les estaba haciendo un favor atrasando su llegada a la comida— , así que fui a sentarme en una de las mesas. Afortunadamente, aún quedaba una mesa aparte de la de Xehanort, lo que fue un alivio. Ienzo se sentó a mi lado, y cuando se acabó la cola, Nela se unió a nosotros.

—Ienzo, esta es Nela. Nela, quiero presentarte a Ienzo. Es mi…

—Hermano—me recordó él.

—Eso.

—¿Hermano? ¿En serio?

—Sí. Mi hermano pequeño.

—A mí habría gustado tener un hermanito—comentó Nela.

—Si quieres te lo regalo—bromeé yo. Ienzo abrió mucho los ojos, pero después comprendió que se trataba de una broma y se rio tímidamente..

—Por cierto, no hace falta que os comáis mi bazofia—murmuró Nela.

Le sonreí y miré a Ienzo. Estaba absorto mirando la comida, pinchándola con el tenedor, temiendo que pegara un salto y le atacase, o que estallara.

Decidí taparme la nariz y comérmelo lo más rápido que pude. La verdad, sabía bastante bien, era el aspecto lo que horrorizaba. Cuando acabé, me limpié con la servilleta y le dije a Nela:

—Estaba buenísimo—mentí, estaba asqueroso.

—¿De verdad?—Sus ojos se iluminaron esperanzados.

—De verdad. Delicioso—volví a mentir. ¿Cómo podía creerme? Mi cara debía de ser un cuadro.

—Entonces… ¡Toma el postre!— Me tendió lo que parecía ser unas natillas, pero estaban más naranjas que amarillas.

Lo probé, y me maravillé. Sabía a mango.

—¡Me encanta!—exclamé, esta vez de verdad.



Capítulo 16: Último día.
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El verano terminó más deprisa que creía. Lea, Isa y yo nos hicimos buenos amigos, e Ienzo se sumó a nuestra pandilla, e incluso ganó algo de alegría y personalidad. Se notaba a leguas de distancia que necesitaba alguien que le cuidara. No a un cuidado como el que le daba Even, sino el de una persona de su misma sangre, que le hiciera sentir que estaba en su casa. Justo lo que sentía yo, cuando estaba con él.

Un domingo, Ienzo me despertó.

—Luna, ¡no seas dormilona!

—¡Déjame! Pesado…

Ienzo me quitó la almohada y comenzó a golpearme con ella. Me levanté de un salto y cogí mi bandolera. Olvidé que estaba llena de cosas, así que al primer golpe que asesté con ella se esparcieron por toda la habitación. Dejé la bandolera en la cama y comencé a recogerlas. Ienzo me ayudó. Reuní el Siempre-juntos y el bloc. Ienzo cogió el estuche y la foto.

—¿Qué es eso?—preguntó, señalando a mi Siempre-juntos.

—Es un amuleto. Otros tres amigos lo tienen.

—¿Qué amigos?

—No los conoces. Se supone que este amuleto hará que siempre podamos estar juntos, pero ya no lo creo…

—Vaya… ¡Eh! ¡Ése soy yo!—estaba mirando la foto.

—Sí, estás tú, Zack, yo y…

—Cloud y Sefirot.

—¿Qué?

—Estoy casi seguro que son ellos. Los he visto por aquí algunas veces, pero no sé si son de aquí. Bueno, no creo que Sefirot sea de ningún sitio. Y… ¿Quién es ese Zack?

—Un amigo de otro mund… otra ciudad.

—Así que un amigo… ¡Se me había olvidado! Ansem el Sabio quiere verte. Es sobre lo del instituto… Empieza mañana, Luna.

—¿Ya? Pero si aún es trece de septiembre…

—¿Cuánto creías que duraban las vacaciones?

—Pensaba que… Al menos hasta que comenzara el otoño.

—Ojalá… ¡Vamos, arréglate! ¿O quieres que lo haga yo?

—Cállate. No me metas prisa.

Una vez me hube arreglado, nos dirigimos al despacho de Ansem, en el último piso. Xehanort también estaba allí (supongo que como Terra tenía la edad de Luna, también estudiaría). Ansem estaba sentado en una silla de terciopelo, comiendo… ¿Un helado de sal marina?

—Muy bien, ya estáis todos. Ya sabéis que iréis al instituto, ¿no?—asentimos, y el continuó.— Mejor, así me ahorro el discurso de media hora. Aquí tenéis los libros y todo lo demás, y ¡disfrutad del último día de vacaciones!

Miré a los tres montones de material escolar. Había un montón con libros de primer curso y dos de tercero. Supuse que los de tercer curso eran los de Xehanort y los míos, que aparte de los libros, los lotes incluían dos mochilas, una gris y otra… Rosa. Sin decir nada, cogí los libros (pesaban tanto que no podía apenas mantenerme en pie) y la mochila gris. Xehanort miró la rosa y después a mí con una expresión de súplica, y me reí.

—Toma la gris. Yo usaré mi bandolera, pero ya sé que hacer con la rosa.

—Gracias—dijo Xehanort, cogiendo la mochila gris.— No me gustaría empezar el primer día con una mochila rosa.

—De nada. Y que sepas que el color rosa te favorece mucho.

Él se rasco la cabeza y nos reímos. Cuando salí, me dieron ganas de golpearme la frente con la pared. ¿Qué estaba haciendo? Había hablado con Xehanort amistosamente, le había gastado una broma, le había ayudado y me había reído con él. No podía negar que parecía un buen chico, pero no podía ablandarme, no podía caer en las redes de Xehanort. Podía ser todo una artimaña suya, sé de sobra lo bien que sabe actuar. No podía caer.

<<Si no lo hago por mí —me dije.—Lo haré por Ienzo>>.

Llegué a mi cuarto, con Ienzo y Xehanort detrás. Ienzo dormía en la habitación número seis, y Xehanort en la número uno. Yo era la única que dormía en el piso de arriba (sospechaba que me dieron esa para que tuviera más intimidad), así que tuve que subir otro piso más, cómo si los ocho pisos para bajar del despacho de Ansem el Sabio no fueran suficientes.

Cuando llegué a mi cuarto, tiré todos los libros sabre la cama, aún desecha. Cogí mi bandolera: todavía estaba vacía por el accidente. Miré el horario y metí los libros correspondientes en la bandolera. Pensé en Isa y en Lea. Tenían mi edad, por lo que irían al mismo curso. Sonreí al pensar lo que diría y haría Lea al ver todos los libros, y cómo Isa intentaría (en vano) calmarlo.

Miré lo que había en la mochila: un estuche (menos mal que no era rosa: era azul celeste), reglas de todo tipo; una agenda y muchas libretas. Les puse mi nombre a todas (esperaba que no hubiera ninguna otra Luna, ya que no tenía ni idea de cuál eran mis apellidos). Después de prepararlo todo, salí del castillo con la mochila rosa ya vacía en mi espalda.


Capítulo 17: Instituto.
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—¡Es genial! Me encanta esta mochila—dijo Nela.

Nela y los demás vivían en un ático. Era de dos plantas: en la primera estaba la cocina, un baño y un salón; y en el segundo piso había tres habitaciones, dos baños y una terraza. Nela, Demy y yo estábamos en esta última: Nela y yo sentadas en unas sillas que había junto a una mesa, y Demy apoyado en la puerta de cristal afinando su guitarra. Ya podía ser independiente, no necesitar la ayuda de nadie; aún así, Nela me había contado que solía despertarse gritando.

Los otros también se habían recuperado. Arlene se había hecho cocinera del castillo (el porcentaje de intoxicaciones del edificio bajó enormemente) y Lumaria, Demy y Nela (en cuanto llegó Arlene se despidió a sí misma) montaron una floristería al lado de la tienda moguri. Lumaria también trabajaba en el castillo con Even.

—Me alegra que te guste.

Entonces sonó el timbre. Cuando Demy fue a abrir, dije:

—Nela, quería preguntarte algo… No hace falta que me respondas si no quieres, es que me pica la curiosidad.

—¿Y bien? ¿Qué quieres saber?

—Si Demy y tú erais almas gemelas, y ahora que Demy ha perdido su parte de ángel… Ya no lo sois, ¿no?

—Ya no lo somos, pero no me importa. Ahora sé que Demy no me quiere por obligación, que me quiere de verdad…

—¡Oh, que bonito!—exclamé.— Me dan ganas de llorar…

Nela me dio un codazo. Llegó Demy con Lea, Isa e Ienzo.

—¿Los conoces?— me preguntó.

—Son mis amigos y mi hermano.

—Ah, vale. Me voy a por algo de picar… ¿Queréis algo?

—No, gracias—dijimos todos.

Demy se fue. Isa y mi hermano se apoyaron en la barandilla de la terraza. Lea dijo a Nela:

—¿Quién es esta belleza? Yo soy Lea, a su servicio. ¿Lo captas?

Dicho esto, hizo una reverencia. Isa y yo pusimos los ojos en blanco, y Nela se sonrojó.

—Me llamo Nela…

—Y el otro chico se llama Demy—la corté.—Y es su novio.

—Exacto—dijo Demy, recién llegado con un bocadillo de jamón en la mano, detrás de Lea.— Su novio.

—Ups… Lo siento, tío. No lo sabía… ¿Lo captas?

Demy le sacaba una cabeza a Lea, a sí que le intimidó bastante. Se deslizó hasta Isa y se quedó allí.

—Bueno, y ahora, ¿qué hacemos?—pregunté.

—¡Disfrutar del último día de vacaciones!—aulló Lea, con los ojos brillantes, haciendo aspavientos con los brazos.— ¿Lo captáis?


Al día siguiente, me desperté. Bostecé y me levanté. Me vestí, me peiné, cogí mi bandolera y bajé al comedor. Sólo estaban allí Even, Ienzo y Xehanort. Me acerqué a la máquina que instalaron el otro día y pulsé el botón de “Descafeinado con leche”. Lo cogí y me senté al lado de mi hermano.

Cuando acabamos de desayunar, Even nos dijo que le siguiésemos. Nos dirigimos a un edificio contiguo al castillo de cuatro pisos. En la puerta había muchos jóvenes de todas las edades. Allí estaban Nela, Demy, Isa, Lea y otra chica. Era bajita y pelirroja, con los ojos verdes; vestía con una camisa verde claro, pantalones marrones y zapatillas deportivas.

—Os presento a Ena, mi hermana gemela. Acaba de volver de un campamento de verano—Nos dijo Lea.— Ena, estos son Ienzo y Luna. ¿Lo captas?

—¡Encantada! ¿Lo captáis?—exclamó Ena.



Capítulo 18: Fin de Curso.
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En esos años, las cosas fueron estupendamente. Isa, Lea, Demy, Nela y Ena iban a mi clase, así que todos juntos formamos un pintoresco grupo. Xehanort también iba a nuestra clase, y quedamos en “compañeros que se ignoran mutuamente”. Todo comenzó a cambiar en el último año de instituto. Ya teníamos dieciocho años (Ienzo quince), y todos planeábamos nuestro futuro: Lea y Demy querían ser custodios de la ciudad, y probablemente los demás terminaríamos siendo científicos del castillo o algo parecido.

Un día, en el descanso del instituto, Ena me preguntó:

—¿Conoces a ese chico?

—¿Qué chico?

—Ese—me respondió, señalando a Xehanort.— Siempre está solo, nunca habla con nadie. ¿Lo captas?

—¿Ahora te das cuenta?—replicó Nela.—Está así los tres años que lleva aquí.

—Sí, lo conozco—le respondí.— No se puede decir que seamos íntimos, pero lo conozco desde…

—Te mira raro—me cortó Ena.— Muy raro… ¿Lo captas?

—¿A Luna le ha salido un admirador?—preguntó Lea.— ¡Y yo sin saberlo! ¿Lo captas?

—Enseguida vuelvo—anuncié, apretando los dientes.

Entré en el baño e intenté serenarme. Si no lo conseguía, seguramente degollaría a Lea al volver. Me miré al espejo y me dije a mi misma: <<Tranquila, Luna. Seguro que están bromeando. Seguro>>. No podía ser posible que el cuerpo de uno de mis mejores amigos poseído mi antiguo maestro septuagenario, calvo y retorcido pudiera enamorarse de mí. Porque no podía ser, ¿no?
Volví con mis amigos.

—¿Qué hacías?—preguntó Demy.

—Vomitar —mentí.— Ah, e intentar aplacar el impulso de ahorcar a Lea.

—Hazlo. No te detendremos— Isa estaba tan serio, que pensé que lo decía de verdad.

Le di una patada en la espinilla a Lea, que comenzó a dar botes de dolor. Todos reímos, mientras Lea maldecía y se miraba la pierna. El patio terminó, y mientras salíamos, no pude evitar mirar a Xehanort. Él sonrío y me saludó, y yo le devolví el saludo, con una media sonrisa.

—Te lo dije…— canturreó Ena a mis espaldas.— ¿Lo captas?

La ignoré.

Quedaban dos horas y media para que el curso terminara. Aún así, no era el tema más popular. En realidad, de lo único que se hablaba era de la fiesta de año nuevo en nuestro honor. Y sin duda, la clase entera estallaba de felicidad por el año sabático que nos habían ofrecido los profesores porque todos pasáramos. Todos teníamos tenían pareja excepto Lea, Ienzo y yo. Al parecer, Xehanort tampoco (ni lo había intentado).

En clase no me pude concentrar. Tampoco explicaron nada, solo nos daban recomendaciones y deberes para el verano; y preguntaban por nuestro futuro.

—Luna… ¡Luna!

—Lo siento, profesor, hoy estoy algo despistada.

—Te estaba preguntando qué harás tú.

—Yo… Seguramente estudiaré Ciencias de la Luz y la Oscuridad.

—Entonces, seguramente tendremos una nueva científica en el castillo, ¿eh? Muy bien. Xehanort, ¿qué harás tú?

—Ciencias de La Luz y la Oscuridad, profesor. Es… Mi vocación.

<<Cómo no —pensé>>.

El profesor iba a añadir algo más, pero el timbre sonó.

—Bueno, chicos, disfrutad de las vacaciones. Ahora vendrá la profesora siguiente. Seguramente ella os dará las notas.

Entonces, la profesora de plástica irrumpió en la sala. Sabía poco sobre ella: se llamaba Candy, la madre de Ena y Lea (aunque no habían heredado sus dotes artísticas), y que su aspecto iba de acuerdo con su personalidad: pelirroja y de ojos verdes y achispados, vestía con un vestido multicolor hasta las rodillas con un cinturón naranja y botas del mismo color.

—Muy bien, chicos y chicas. Aquí tenéis las notas. ¿Lo captáis?
Empezaba a pensar que esa frase era una herencia familiar o algo por el estilo. Me dieron el boletín y evité ponerme a dar saltitos de alegría, algo que hace mucho, mucho tiempo, ni me habría importado:

Bio & Geo 9 | Fís & Quím 10| Matemáticas 9 | CLO 10 | Idiomas 8
Geografía 8 | Tecnología 7 | Plástica 10 | EF 9



Capítulo 19: El Ordenador.
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—¡Luna! ¡Espera!

Me volví. Era mi hermano, Ienzo. Me entregó sus notas, con una expresión de felicidad en la cara.

—¡Muy bien, Ienzo! Eso sí, Educación Física tendrás que mejorarlo…

—¡A ti se te da cien veces mejor que a mí! Soy un debilucho… Ey, ¿por qué ibas tan deprisa?

—Ya lo sabes. Even quiere que seamos unos cerebritos, así que si ve nuestras notas, a pesar de lo
buenas que son, querrá enviarnos a una academia.

—Tienes razón. Pero mi caso es aún peor: como soy el pequeño, siempre me compara contigo… Por cierto, ¿con quién irás a la fiesta?

—¿Con quién irás tú?

—¡Yo he preguntado primero! Además, de nuestro grupo sólo quedamos sin pareja Lea y yo, así que…

—¡Ni muerta iría con Lea! Prefiero ir contigo mil veces, y eso ya es decir…

—¿Con tu hermano pequeño? No es un poco…

—¿Desesperado? Sí, lo sé. Además, acabas de decir que tú tampoco tienes pareja…

—Es verdad. Menuda bocaza la mía…

Entramos en el castillo. Pasamos sigilosamente por al lado de la puerta de los laboratorios, pero se abrió.

—Eh, chicos—dijo Even.— ¿Os han dado las notas?

—¡Corre, Ienzo, corre!—grité, riendo

Corrimos escaleras arriba, dejando atrás a un anonadado Even. Iba por delante de Ienzo, corriendo como si me fuera la vida en ello. Llegamos al último piso, y no dudamos en entrar por la primera puerta que vimos.

—¿Qué hacéis aquí?

Habíamos ido a parar al mismísimo despacho de Ansem. Se lo explicamos todo entre balbuceo y jadeo. Él dijo:

—De acuerdo, sé dónde podéis esconderos. Pero con la condición de no decírselo a nadie y de no tocar nada.

—De acuerdo, Ansem—asintió Ienzo.

Ansem se levantó de su asiento y se acercó a una pared vacía. Puso su mano en ella y… ¡se abrió una puerta! Nos empujó dentro y la cerró.

—¿Dónde estamos?—pregunté.

—No tengo ni idea. Vamos, miremos un poco.

—Ienzo… Nos ha dicho que no toquemos nada.

—Sólo voy a mirar, y eso no lo ha prohibido.

—Será mejor que vaya contigo… No la vayas a fastidiar.

Nos encontrábamos en una pasarela de cristal. A lo lejos se veían un miles de aparatos mecánicos. Cruzamos la pasarela y entramos a una sala. Allí había, un ordenador y otras cosas. Ienzo se acercó al ordenador y comenzó a teclear.

—¡Ienzo, suelta eso ahora mismo!—le reproché.

—Oh, ¡vamos! ¿Qué es lo peor que podría pasar?

Entonces, un rayo salió de uno de esos aparatos de Ansem y empezó a desintegrar a mi hermano.

—¡Quedas arrestado!—dijo una voz neutra.

Entonces, Ienzo desapareció.

—¡Ienzo!—chillé.— ¡¿Qué has hecho con él, ordenador del tres al cuarto?!

—Has intentado advertirle—dijo el ordenador.— Pero él no te ha hecho caso y ahora está arrestado en mi interior por el mal uso de los datos.

—¡Pero él no quería! Es solo un crío, no sabe lo que hace…

—Luna, ¿qué ha pasado?—dijo una voz.— ¿Dónde estoy?

—¡Ienzo!—exclamé.— ¿Estás bien?

—He estado mejor. ¡Sácame de aquí!

—Luna, Even ya se ha marchado…—dijo Ansem, a mis espaldas.— ¿Dónde está Ienzo?

—Ienzo se ha puesto a teclear el ordenador, y este lo ha… arrestado.

—¿Qué os había dicho?

—Intenté detenerle, pero…

—No es culpa tuya, lo comprendo. Ahora, ordenador, sácale de ahí.

—¿No me lo puedo quedar un poco más? Para que le sirva de escarmiento…

—No. Venga, creo que ya ha sufrido bastante.

El rayo volvió, y con él, Ienzo. Me acerqué a él y se encogió, esperando una reprimenda. No pude evitar enternecerme, y le abracé



Capítulo 20: Kairi.
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Después de disculparnos ante Ansem, nos dirigimos al comedor.

—Aún no me has respondido—dijo Ienzo al sentarnos.

—¿No te he respondido a qué?

—Tu pareja para el baile. Aún o me has respondido.

—Iré sola. Además, ¿con quién podría ir?

—Está Xehanort… ¿Por qué no vas con él?

Como respuesta, le lancé un poco de fruta de la macedonia.

—Vale, ya lo entiendo. Nada de Xehanort.

—Bueno, me voy a dar una vuelta. Nos vemos.

Me despidió con la mano y yo me largué. Comencé a andar por las calles de Vergel Radiante, un mundo que me fascinaba por su gran luz. Salí al Parterre Exterior, donde la paz solía reinar. Pero esta vez había alguien: una niñita de unos siete años, que estaba recogiendo flores. Era pelirroja, y vestía con un vestido blanco y unas sandalias. Me senté en el suelo y la observé, no parecía percatarse de mi presencia. Cuando obtuvo un buen ramo, se giró y me vio. Sus ojillos azules me observaban curiosa.

—Hola—me saludó.— ¿Quién eres? Yo soy Kairi.

—Yo me llamo Luna. Dime, ¿para quién son estas flores?

—Para un amigo mío. Dice que nunca ha visto las flores y yo quiero enseñárselas.

—¿Y dónde está tu amigo?

—Siempre está abajo. ¿Por qué no me acompañas a ver a mi amigo?

Antes de poder responder, la pequeña Kairi me cogió de la mano y me arrastró hasta los subterráneos. Luego lo llamó:

—¿Dónde estás? ¡Soy yo, Kairi! ¿Te has ido? ¡Te traigo las flores que te prometí!

—Kairi, creo que…—dije.

—¡Se me había olvidado! Dijo que se tenía que ir, que volvería el mes que viene…

—Vaya, es una pena…

—¿Vendrás el mes que viene conmigo a verlo?

—Claro, Kairi. Vendré.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo. Subamos.

Asentí y ascendimos. Vimos que allí había una anciana, que no cesaba de llamar a Kairi. La niña
gritó:

—¡Abuela! ¡Estoy aquí!

—¡Kairi! ¿Dónde te habías metido?

—Estaba con Luna—respondió, señalándome.

—Pero ahora, debemos volver a casa.

Corrió hacia su abuela, y se fueron hablando alegremente. Cuando llegué a la plaza, allí estaban Lea e Isa.

—Hola, Luna—me saludó Isa.

—¿Qué hacéis?—quise saber.

—¡Vamos a por helados de sal marina! ¿Lo captas?

Después de comernos los helados, Lea e Isa se despidieron, y yo continué en mi camino a casa. Al llegar a casa, me dirigí al cuarto de mi hermano: era exactamente igual al mío, solo que estaba hecho un caos.

—¿Qué tal, Ienzo?

—Bien. Quería decirte algo…

—¿Sí?

—Le he dicho a Xehanort que…

No pudo terminar la frase, pues comenzó a reírse.

—¿Qué le has dicho Ienzo?—me alteré y comencé a zarandearlo.

—Le he dicho que… ¡Qué irías con él a la fiesta!


NOTA:

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El personaje Zora ha sido creado por xXOrbOOkXx. El 99'9% de los derechos son suyos.


Capítulo 21: Zora.
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El mundo se oscureció a mi alrededor. Solté a Ienzo y bajé los brazos, con los puños apretados. Quería tirarme por la ventana. Y quería llevarme a Ienzo. Al fin, pude decir:

—Ya no existes para mí. Te voy a matar, Ienzo.

Ienzo rió, pero después se dio cuenta que no iba en broma. Dio tres pasos hacia atrás, abrió la puerta y salió corriendo. Yo le perseguí.

—¡Ienzo! ¡Puedes huir pero no esconderte!

Al llegar a los jardines, se chocó con una chica. Ella era bajita y delgada, con el perro marrón cortado a la altura del mentón y con el flequillo tapándole el lado izquierdo de la cara. Sus ojos eran de color chocolate y con profundas ojeras debajo. Llevaba un arco en la espalda y vestía con una gabardina verde oscuro, unos pantalones marrones agujereados y unas botas negras. Pero eso no era lo más intrigante.

Dos alas blancas tintadas de rojo desgastado por la punta le sobresalían de la espalda. No había duda: era Sol, el Ángel de la Muerte y la hermana perdida de Zor.

Empezaron a hablar, y yo me escondí detrás de uno de los arbustos. Parecían un poco inquietos. Ienzo se rascó la cabeza varias veces, lo que quería decir que estaba nervioso. ¿No se estaría... enamorando, verdad? Después de unos minutos, no había duda: Ienzo estaba coladito por Sol. Ienzo se fue a paso lento, y yo salí de mi escondite y le dije a la chica:

—Lo tienes en el bote.

Ella se volvió.

—¿Qué?—Estaba confusa.

—Ienzo, mi hermanito. Le has dejado huella.

Me miró con una cara extrañada.

—Tal vez me equivoque, nunca se sabe. Pero no suelo equivocarme —me estaba divirtiendo con esto. Tal vez después de unos minutos me arrepintiera de haberle hablado, pero estaba enfadada con Ienzo. Por tanto, la chica ángel lo estaba pagando.

—¿Quién eres?

—Ya lo he dicho, soy la hermana mayor de Ienzo. Me llamo Luna, y tú te llamas Sol.

—¿Qué? ¡Yo me llamo Zora!

No podía haberme equivocado. Sólo hay un Ángel de la Muerte. Afortunadamente, recordé que en el libro también se llamaba Zora.

—Muy bien, Ángel de la Muerte, muy bien. ¿Adónde ibas?

—¡No tengo por qué decírtelo! Y no me llames así, no soy un bicho que estas investigando—se dispuso en posición defensiva.

—Tienes cara de no saber dónde estás, ni adónde vas.

—Voy… a mi nuevo trabajo.

Se cruzó de hombros. Sacó un papelito de un bolsillo y leyó:

—Enfermera del castillo de Vergel Radiante. Supongo que será ese, —dijo señalando al castillo— no creo que haya otro.

—Sí, ése es. Buena observación.

—Hum… llego tarde… así que… ¡Por la Guerra de Gallifrey!, ¡Llego tarde!

Y se fue corriendo calle arriba, no sin antes tropezar con una piedra. Era un poco rara, pero era simpática, al igual que su hermano mayor. Recordé de Ienzo y fui a buscarlo.

Llegué a la zona residencial, donde Ienzo estaba.

—Sabes, creo que no es tan grave—me dijo.— No hace falta que cometas un asesinato.

—¿De verdad? ¿De verdad, Ienzo?

Caminé lentamente hacia él, y él lo hizo hacia atrás.

—¿Y por qué no matas a Xehanort?

—¿Y por qué no os mato a los dos?

—Vamos, Luna. Sabes que va contra la ley. ¿No recuerdas el sermón que nos dieron en el instituto?

—¿No tendría yo que darle un sermón a cierto Ángel de la Muerte?

Ienzo no dijo nada, tan sólo se sonrojó, con esa sonrisa de culpabilidad suya que me hace sentir mal. Cuando ya había tomado aire para empezar a reprocharle todo lo que había hecho desde el origen de los tiempos, oímos un grito proveniente de los jardines.



Capítulo 22: Triangulo Amoroso.

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—¡Te lo has buscado!—exclamó una chica, desde el tercer nivel.

El receptor de la frase era Lea. Según parecía, Lea había intentado ligar con ella (por cuarta o quinta vez), se había cansado y lo había empujado, hasta llegar al primer piso de los jardines. Ahora, su pierna estaba en muy mala posición, prácticamente retorcida.

—¡Era mi pierna buena! ¿Lo captas?

—Bueno,—le dije— ahora es la mala.

—¡No tiene gracia! ¿Lo captas?

—Vamos, te llevaré a la enfermería.

—¡Ey, ey! ¡No quiero que una chica me lleve en brazos! ¡Tengo dignidad! ¿Lo captas?

—Creo que después de esto, ya la has agotado definitivamente—anunció Isa, bajando por las escaleras.— Pero te llevaré yo, si insistes tanto.

—Gracias, Isa. Eres un gran amigo, ¿lo captas?

Isa levantó a Lea (según la expresión de su cara, pesaba más de lo aparente), y se encaminó a la enfermería del castillo, con Ienzo y yo detrás. La chica ya se había ido.

Llegamos a la enfermería. Dejamos en una camilla al desdichado Lea y hablamos con la enfermera, alias Zora (o Sol). Mientras Isa y yo le explicábamos lo sucedido, Ienzo se quedó callado, mirándola como un bobo.

—Muy bien. Vamos a mirar esa pierna. ¿Podéis iros? No creo que sea muy agradable mirar cómo le pongo la pierna en su sitio… —nos pidió, mientras hacía un gesto con su mano derecha, señalando al herido.

Nos dirigimos a la salida. Tuve que volver a por Ienzo y arrastrarlo. Por suerte para él, Zora no se dio cuenta. <<Adolescentes>>, pensé.
Salimos y nos sentamos en la sala de espera. Al rato, Zora salió y dijo:

—¿Lea está bien? ¿No se ha muerto?—pregunté, en tono cómicamente preocupado.

—Está bien. Tendrá que ir durante tres semanas con muletas, pero creo que podrá soportarlo.

—Qué pena. Otra vez será—inquirió Isa.

Entonces, salió Lea con sus muletas. Llevaba una escayola que le recogía media pierna, y una venda encima que la cubría entera. Tenía la mirada perdida y a la vez brillante.

—Ienzo, ¿podrías traerme un café? Descafeinado y con leche, si puede ser—le pedí.

—Que sean dos—añadió Isa.— Lea, ¿tú quieres algo?

Él sacudió la cabeza. Ienzo se resistió un poco, pero al final fue. Lea murmuró:

—Creo que me he enamorado.

—¿Qué?—preguntamos Isa y yo, a la vez.

—¡Creo que me he enamorado!—repitió, alzando la voz.— ¿Lo captáis?

—¿De quién? ¿De Zora?

—No es ninguna novedad que Lea babee por alguna chica…—repuso Isa.

—Esta vez es diferente. ¡Me he enamorado de verdad! ¡De verdad de la buena! ¡De corazón! ¿Lo captáis?

—¿Estás seguro, Lea? —inquirí.

—¡Pues claro que sí! —exclamó.— Además, ¿qué sabréis vosotros dos del amor?

Y se fue silbando hacia la salida. Increíble: Lea e Ienzo enamorados de la misma chica, de la hermana de Zor. Era… entre otras cosas, un tanto curioso, dos chicos tan diferentes enamorados de la misma chica.

—¿Cómo que no sé nada del amor? —se quejó Isa.— Como si él fuera ahora Cupido...

—Esto no puede ser, Isa —susurré.— Debe de estar bromeando…

—¿Por qué? Ya sé que Lea suele ser un cerdo, pero ¿no tiene derecho a enamorarse de verdad?

—No lo entiendes, Isa. Ienzo también se ha enamorado de Zora. Y ella es el Ángel de la Muerte; es decir, es inmortal.

—¿En…serio? Vaya, parece que nos hemos topado con un triángulo amoroso… Y bastante peculiar, si se me permite decirlo.

Entonces, Ienzo volvió con los dos cafés. Isa cogió el suyo y fue tras Lea. Yo tomé el mío, entré en la clínica y le dije:

—Ejem… Zora… Tal vez hayamos empezado con mal pie…

—Sí, tal vez. También estaba nerviosa por el trabajo…

—¿Por qué no hacemos borrón y cuenta nueva?

<<Ya que mi hermano se ha enamorado, lo menos que puedo hacer es llevarme bien con ella—pensé>>.

—De…acuerdo.

—¿Qué tal si mañana quedamos? En la plaza.

—Vale. Hasta entonces. Espera… ¡Tengo que trabajar! Si vuelvo a fallar me despedirán, y…

—Zora. Tranquilízate. Mañana es domingo, Zora.

—¿De verdad? Vaya, no tenía ni idea, hace ya mucho que perdí la noción del tiempo. Si yo te contara…



Capítulo 23: La traición.

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—¿Así que se han enamorado? ¿De la misma chica?

—Sí, Nela. ¿No es increíble?

—Más que eso, es alucinante. ¿Lo captáis?

Estaba en el ático de Nela, contándoles a ella y a Ena las últimas noticias (si no se las contaba yo se las sacaban a Isa, de todos modos). Ambas estaban impresionadas.

La cafetera silbó desde la cocina. Zora había prohibido a Ena y a Lea tomar café, así que Nela había preparado té de hierbas. Mis dos amigas se dirigieron allí, y yo me quedé sentada en el sofá del salón. La puerta se abrió lentamente: Lumaria entró y la cerró detrás de sí. Entró en el salón y me dijo:

—Hola, Luna. No sabía que estuvieras aquí. Mejor, así no tendré que buscarte.

—¿Qué ocurre?—pregunté, levantándome.

—Conoces a un tal Isa, ¿no?

—Sí, es amigo mío. ¿Por?

—Ayudó al Maestro Xehanort cuando nos atacaron.

—¿Qué? Pensé que fueron los demonios. Estabais en guerra... ¿no?
—Al principio yo también pensé que se trataban de ellos, pero las esferas de oscuridad no son de su estilo. Fui atando cabos, y...

—¿Por qué no me lo cuentas desde el principio?—propuse, mientras me sentaba.— Antes que me entre dolor de cabeza.

Lumaria también se sentó y me explicó:

—Un día, Xehanort se presentó en nuestra casa con tu amigo Isa. Estaba buscando un “corazón de pura luz” o algo así. No teníamos ni idea de a lo que se refería, así que nos explicó su plan de un modo…

—Sí, de la manera que habla las cosas Xehanort: explica la cuarta parte de lo que pasa, y de lo que cuenta la mitad es mentira.

—Exacto. Habríamos conseguido que se marchara, pero entonces Demy y Nela entraron. Al parecer, Nela era un “corazón de pura luz”, y quería llevársela. Conseguimos echarle, pero nos amenazó diciendo que lamentaríamos ese día. Y al parecer, si lo hicimos…

—Es decir, que el Maestro Xehanort e Isa os… ¿arrancaron las alas?

—Sí— Lumaria tardó en responder.

—Nunca dejará de sorprenderme. Quince minutos después de que… eso ocurriera, estaba en su casa tan campante.

Nela y Ena volvieron. Lumaria se fue escaleras arriba, y yo les dije que me iba. No cambié de opinión.

Al salir, me encontré a Isa y a Lea. Sin decir nada, agarré a Isa del brazo, torcí la esquina y le pegué un buen puñetazo en el estómago y una patada en la espinilla.

—¿Pero qué te pasa? Eso duele, ¿sabes?

—¡¿Y sabes también que duele?! ¡Que te arranquen las alas de cuajo, o enterarte que un amigo tuyo es un maldito traidor!

—Tranquilízate, Luna. Veo que ya te has enterado. Yo… tuve que hacerlo, sino lo hacía Xehanort no cumpliría su promesa…

—¡¿Qué promesa?! ¡¿Qué te puede prometer un psicópata como Xehanort?!

—Créeme, me prometió lo que más deseo en el mundo.

—¿Aparte de que Lea desaparezca de la faz de la tierra? —me sorprendí a mi misma bromeando incluso en momentos como este.

—Sí, aparte.

—¡¿Entonces qué te prometió?!

—Sí te tranquilizas y no se lo dices a nadie, te lo diré.

—De acuerdo, me tranquilizo. Pero no pienso prometerte no decírselo a nadie.

—Promételo.

—De acuerdo… Juro que no se lo diré a nadie excepto a la almohada. Y ahora… ¡dímelo, cobarde
traidor!

—Lo que más deseo en este mundo es… Vergel Radiante.

—¿En serio? ¿Vergel Radiante?

—¿Qué pasa?

—Pues que ya tiene dueño, ¿recuerdas? Ansem el Sabio.

—Créeme, no dudará mucho más. Xehanort lo dijo.

—¿Qué? ¿Os vais cargar a Ansem?

—Yo… No puedo decir más, lo siento. Él nos está vigilando.

Me di la vuelta. A lo lejos, reconocí unos ojos naranjas. Los ojos de Xehanort.

—¿Pero qué demonios? Isa…

Me di la vuelta. Isa no estaba.

—¡Maldita sea!





TERCERA PARTE


Prefacio.

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Busqué a Isa por toda la ciudad. Parecía que la tierra se lo había tragado. Ni siquiera Lea sabía dónde estaba (me costó explicarle porqué había arrastrado así a Isa), aunque desde que vio a Zora estaba más abstraído que se costumbre. Tras cruzar Vergel Radiante de norte a sur y de este a oeste, me rendí. Había desaparecido. Volví a casa. En el pasillo me encontré con Even, que me pidió que fuera a los laboratorios.

—He revisado tu sangre, y he encontrado algo extraño. No sabría decir con certeza qué es. ¿Te has sometido a alguna operación últimamente?

—No que yo recuerde. Pero hace cuatro horas que tenemos enfermera, así que no creo.

—¿Qué podrá ser? Quizás sea el responsable del color de tus iris.

—¿Qué?

—Mírate aquí— sacó del bolsillo de su bata un espejo.

—Vaya, ahí llevas de todo—silbé, mientras lo cogía.

Ahora me daba cuenta. Bueno, tampoco me he parado a mirarme mucho al espejo. Mis ojos no eran del color marrón que siempre he creído, más bien eran de color verde muy claro con destellos marrones (tal vez por ese detalle los haya confundido).

—No tenía ni idea de que mis ojos fueran de este color.

—Antes se acercaban más al marrón, pero poco a poco han ido cambiando. Es extraño, tal vez…

La puerta se abrió. Era Ena, con mi bandolera.

—Luna, se te había olvidado la bandolera en casa de… Oh, hola, Even. ¿Lo captas?

—Hola, Ena. Bueno, ya hablaremos más tarde. Vete, tengo trabajo.

Las dos salimos al pasillo y nos dirigimos a la enfermería, Ena quería conocer a, según ella, “mi futura cuñada, o la tuya”. Por el camino, le dije:

—Hum… Ahora que me doy cuenta, siempre que está Even en la misma habitación que tú te pones muy nerviosa, tal vez demasiado…

Ena no dijo nada, sólo se sonrojó.

—¡No me lo puedo creer! ¡Te gusta!

—¡No es verdad! ¿Lo captas?

—¡Sí lo es! ¡Ya verás que ara pone Nela cuando se lo cuente! Por no hablar de la que pondrá Lea...

—Jura que no se lo dirás a nadie. ¡Júralo! ¿Lo captas?

—Vale. Juro que no se lo diré a nadie, excepto a la almohada, claro. Además, ¿no es un poco mayor para ti?

—¿Cuántos años crees que tiene?

—No lo sé… ¿Treinta, treinta y cinco?

—Oh, ¡vamos! ¡Tiene veinticinco! ¿Lo captas?

Arqueé una ceja, y ella asintió. Llegamos a la enfermería, pero Zora no estaba. Ena resopló y se fue.
No sabía qué hacer, así que me senté en el sillón de la sala de espera. Me di cuenta que la Llave de los Nescientes ya no estaba colgada de mi cuello. La encontré en medio del pasillo, en el suelo. No me había dado cuenta de que se había caído. Me agaché y la cogí. Noté que vibraba, y me la acerqué al oído. Escuché una voz grave que apenas se oía:

—Los nescientes, con la muerte de su creador Vanitas, han desaparecido para siempre. La cerradura debe ser sellada para que jamás vuelvan a aparecer.

Dicho esto, apareció una pequeña ranura y la llavecita le disparó un rayo de luz azul celeste. Cuando el cerrojo desapareció, la Llave de los Nescientes fue desintegrándose poco a poco hasta desaparecer.

<<Bueno—pensé—, se ha retrasado un poco, pero ya he acabado con otro asunto pendiente>>.

De pronto, una esferita transparente salió de mi bolsillo, brillante.

—¡Zack!—exclamé.

Abrí un pasillo oscuro (en una de las clases del instituto aprendimos cómo se creaban) y cuando iba a pasar, apareció Zora detrás de mí.

—¿Adónde vas?

—A ayudar a un amigo.

—Te acompaño. Vamos.

Antes de poder protestar, ya había cruzado el portal.

Lo que no entendí es cómo pudo hacerlo si la magia oscura podía matarla.


Capítulo 24 La competición.

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—¿Y a quién se supone que buscamos?—preguntó Zora, pasado el rato.

—A un amigo mío. Su nombre es Zack. Alto, moreno, ojos azules…

—Ajá. Pues aquí no está. Miremos en el Coliseo.

Subimos al Coliseo. No estaba en el patio donde lo conocí, así que entramos en el edificio. Allí había un sátiro: de cintura para arriba humano, y para abajo cabra. Y con cuernos.

—No sé por qué, me apetece comer carne—me susurró Zora, no pude evitar reírme.

—Eh, ¿qué os parece tan gracioso? Salid a la arena ahora mismo.

—Pero…

—Nada de excusas, jovencita.

—Pero…

—¡Salid ya!

—¿Nos quiere escuchar? -Interrumpió Zora, con la voz tranquila, pero casi gritando; con las manos en las caderas—. No tenemos ni idea de qué está hablando.

—Oh, lo siento mucho—se disculpó, después de mirarnos.— Os he confundido con otras personas.

—Menudo carácter tiene el angelito—silbé.

Ella me sonrió y luego le dijo al híbrido:

—¿Conoce a un tal Zack?

—¿El Capitán Agonías? Está en la arena, preparándose para la competición.

—Y… ¿podríamos apuntarnos nosotras dos?

—¿Qué?—preguntó Zora.— Un momentito.

Me agarró del abrazo y me arrastró al patio.

—¿Pero en qué piensas?

—¡Será divertido! Además, yo ya gané a Zack hace tiempo.

—Pero…

—¡Venga! ¡Nos apuntaremos juntas, seguro que ganamos!

Zora lo pensó durante un momento, y después me dijo:

—De acuerdo… pero no esperes de mí más que disparar de lejos y curarte.

Volvimos a entrar, nos apuntamos y entramos en la arena: era de forma cuadrada, con gradas a la izquierda y a la derecha. Había bastantes participantes. Los que me parecieron más peligrosos fueron una pareja y un chico que estaba más apartado que los demás. La pareja estaba formada por una chica morena y bajita y un chico alto y de pelo castaño. El otro era un chico rubio, alto y de aspecto amenazador. Me sonaba de algo. Me acerqué a él, y le dije:

—Hola.

—Hola.

—Te parecerá raro, pero me suena tu cara. Soy Luna, ¿y tú?

—Cloud. Si no te importa, estoy entrenando. Deberías hacer lo mismo.

Dicho esto, se fue. Zora vino hacia mí y me preguntó:

—¿Quién era?

—Un chico. Se llama Cloud, y es tremendamente borde, por lo visto. Vamos, busquemos a Zack.

Lo encontramos un poco más allá, haciendo sentadillas. A su lado estaba Hércules, menos delgaducho; pero sólo un poco. Zora se puso pálida.

—¡Zack, Hércules!—les saludé.— Esta es Zora, mi amiga.

—Buenas.

—Zack… –murmuró Zora.

Me sorprendí.

—No… sabía que os conocíais –dije.

—¿Te conozco?—preguntó Zack, arqueando una ceja.

—Se supone que estás… —murmuró Zora, más blanca que el papel— muerto.

—Esto…—dijo Hércules.— ¿Me he perdido algo?

—No, nada…—dijo Zora.

—¿Te encuentras bien?—le pregunté a Zora.— Estás pálida…

—Hace tiempo… —recitó Zora— soñé con él, y estaba muerto.

—¿Soñaste conmigo?—preguntó Zack.— Vaya, tengo hasta fans que no conozco.

—Sí, claro…—soplé.— Fans…

—Lo digo enserio –replicó Zora, muy seria— soy el Ángel de la Muerte, y siempre, he soñado con los muertos.

—Pues yo no me siento muerto…—bromeó Zack.— Y creo que eso se suele notar, no sé.

Se hizo un silencio incómodo. Jamás pensé que iría a pasar esto. Sabía que el ángel de la muerte llevaba a las personas al otro lado mientras dormía, pero jamás pensé que se pudiera cometer tal error; soñar que muere una persona que sigue viva...

—Por cierto, ¿os... habéis apuntado?—Hércules trató de romper el dichoso silencio, cambiando de tema.

—Sí... las dos juntas —yo también quería acabar con aquel malestar.

—Seguro que ganáis—aseguró Zack, más tranquilo— el segundo puesto, claro está.

—Muy gracioso. Te recuerdo que te gané. Y pongo a Hércules como testigo.

—Es verdad— aceptó él.

—¡Ey!—exclamó Zack.

—Lo siento, pero Luna me da más miedo —admitió el pelirrojo.

—Más te vale... Ah, por cierto, ¿por qué me has llamado, exactamente?—quise saber.

—Para que te apuntaras. Ahora que lo recuerdo: ¿sabéis que en la otra arena hay un tío súper poderoso? Dicen que puede matarte de un solo golpe. ¡Por fin un contrincante a mi altura!

—Claro—dije, sarcásticamente.— Ahora, entrenemos un poco.

—De acuerdo— accedió él.— ¡Creo que empezaré con unas sentadillas!


Capítulo 25: Directas a la final.

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—¡Las clasificaciones están a punto de comenzar!—anunció el sátiro.— Venid a ver contra quién vais a combatir.

Todos nos acercamos a verlo. Conseguí abrirme camino a empujones hacia el tablón: luchábamos contra la pareja, León y Yuffie. Salí de la masa de muchedumbre y se lo dije a Zora. León y Yuffie se acercaron a nosotras, y nos dijeron:

—Así que luchamos contra dos niñas…—suspiró León.

—¡Oye, que yo tengo dieciocho años!—repliqué.

—¡Y yo…! Perdí la cuenta— me secundó Zora.

—¡De acuerdo! Yo soy Yuffie, y este es Squ…

—León—corrigió.— ¿Y vosotras sois?

—Yo me llamo Zora, y ella es Luna.

—Pues... ¡nos veremos en la arena!—exclamó Yuffie.— ¡Y no vale llorar si perdéis!

—Lo mismo digo—contesté.

Los dos se fueron, y Hércules y Zack vinieron hacia nosotros:

—¡Voy a luchar contra un tal Cloud!—nos informó Hércules.

—Y yo contra una chica. Va a estar chupado.

—¿Quién es?—pregunté.

—Ella. ¿La ves?

Era la chica que había empujado a Lea. Parecía decidida a ganar como sea. Fui a hablar con ella.

—Hola. No sé si me recuerdas: tiraste a mi amigo por las escaleras. Me llamo Luna.

—Oh, sí. Se lo merecía. Yo soy Tifa. Por cierto, ¿contra quién lucho?

—Contra Zack. Es ese chico de allí.

—¿El de las sentadillas? Bueno, me voy. Nos vemos en los cuartos de final.

—De acuerdo… ¡Ey! ¿Qué insinúas?

Ya se había ido. Zora me llamó, nuestro combate comenzaba.

—¡Tres, dos, uno… ya! ¡Comienza el combate!

Zora y yo habíamos quedado así: ella contra Yuffie y yo contra León. Saqué mis llaves—espada, Zora su arco, Yuffie unas estrellas ninja y León un sable—pistola, un arma extraña que nunca había visto, pero había oído que era difícil de manejar.

León era fuerte pero lento; esperaba a que atacara para esquivarlo o bloquearlo y contraatacar. Me di cuenta que Yuffie curaba a León, así que las dos fuimos a por ella. Tras dejarla KO, unimos nuestras fuerzas para conseguir derrotar a León.

Al terminar el combate, le llegó el turno a Hércules. No tardó mucho en caer derrotado ante Cloud. Tras este breve combate, le tocaba a Zack y a Tifa. El combate que largo e intenso, pero Tifa alcanzó la victoria. Zack murmuró:

—¡Vencido por una chica! Increíble…

—Deberías estar acostumbrado…—me mofé.

Fuimos al tablón para ver a nuestro próximo contrincante.

Combatíamos contra… ¿Braig?

—¿Pero qué demonios?—pude decir.

—Anda, combato contra el cerebrito y el piojo—dijo una voz a nuestras espaldas. Era Braig.

—¿A quién llamas tú piojo, eh?—replicó Zora.

—A ti –sacó de dudas.— Bueno, si me disculpáis, tengo un combate que ganar. Y creo que vosotros uno que perder.

Se fue. Zora me miró a los ojos y me dedicó una sonrisa macabra, pero una mirada tranquila, inocente incluso.

—¿Cómo lo prefieres, en el infierno, o debatiéndose en la muerte?

Sonreí, y fuimos hacia allí. El combate fue bastante… interesante: tanto Zora como Braig eran francotiradores, así que yo me dedicaba a proteger a Zora devolviéndole a Braig sus propias balas mientras ella le disparaba a todo trapo. Conseguimos vencerlo fácilmente, no es que fuera un rival muy poderoso.

Mientras Zora me curaba unos pocos arañazos por los proyectiles de Braig, Tifa y Cloud luchaban. Había algo raro en ese combate, no sabría decir el qué. Me dediqué a ver el numerito de Braig por perder ante nosotras; resultaba muy cómico ver como pataleaba y se estiraba de la coleta mientras le gritaba al híbrido. Al final ganó Cloud, así que combatiríamos contra él en la semifinal. Nos preparamos para el combate. No podíamos fallar ahora.

Comenzó el combate contra Cloud. Les daba cien vueltas a los anteriores contrincantes. Tuvimos que esforzarnos al máximo, no dar ni un solo paso en falso. Conseguimos vencerle por tan poco que pensábamos que habíamos perdido.

—Buen… combate— dijo Cloud.— Tened cuidado en la final, un fallo y estáis muertas.

—Gra…cias.

Quedaban quince minutos para la final, así que nos curamos, nos equipamos lo mejor que pudimos y entrenamos a fondo. Después de ese tiempo, nuestro contrincante llegó. Era alto y musculoso, con el pelo larguísimo y plateado y unos profundos ojos verdes. Blandía una gran katana de dos metros por lo menos.

—Por el amor de Gallifrey—me susurró Zora.

—¿Galli...qué?—pregunté.

—Oh, un planeta. Vivía allí antes. Ya te contaré la historia en otro momento.

—Sefirot—dijo Cloud, a nuestras espaldas.— Se llama Sefirot.

—¿Sefirot?—repitió el sátiro.— Eh, no se permiten profesionales. Aunque ya es demasiado tarde para volver a hacer la competición…

—¿Y qué hacemos?—pregunté.

—Visto esto, supongo que podéis luchar todos contra él.

<<Sí, eso nos tranquiliza enormemente. Gracias, sátiro —pensé>>.

—Yo paso—sentenció Braig.— Es un suicidio.

—¿Y vosotros que decís?— cuestionó Zora.

Tifa, Cloud, Zack, León, Yuffie y Hércules querían ayudarnos; pero el híbrido se lo prohibió a éste último, echándole un sermón al que no me apeteció prestar atención. Después de la retirada de Hércules, el combate comenzó.

Era verdaderamente complicado. Yuffie, León y Zora se dedicaron a lanzar flechas, conjuros y demás desde lejos, y Cloud, Tifa, Zack y yo le atacamos desde más cerca. Media hora después, Yuffie, Tifa y León estaban fuera de combate, y yo me retiré a ayudar a Zora a lanzar conjuros.
Después de otra media hora, le quedaba poquísimo, estaba a punto de caer. Cloud y Zack iban a darle el golpe final, pero Zack apartó a Cloud y se lanzó a Sefirot. Consiguió darle, pero… ¡Sefirot le atravesó con la katana!

Me quedé totalmente paralizada. Él me miró, y el mundo se esfumó, quedando sólo yo y su mirada. Era una mirada estaba llena de dolor, terror y desesperación.

—¿Pero qué?—dijo, antes de que Sefirot retirara su espada y él se desplomara en el suelo.

—¡Zack!—chillé, mientras me arrodillaba junta a él.

Estaba muerto.



Capítulo 26 Recuerdos.

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—No era el verdadero Zack—dio Sefirot, inexpresivo.— El verdadero murió hace ya tiempo.

—¡¿Pero qué demonios dices?!

—Tú tampoco eres la verdadera Luna. Eres una simple copia, ella ha muerto.

—¡Cállate! ¡No eres más que un…!

—Luna, déjale en paz—me aconsejó Cloud.— Está como una cabra.

—¡Dejadme en paz! ¡Zack, vamos, despierta!

Zora estaba agachada junto al cadáver, tomándole el pulso, mientras una mano estaba posada en su pecho y cerraba los ojos.

—Luna, está muerto—me dijo Zora—. No podemos hacer nada.

—¡Tú!—le grité.— ¡Tú puedes salvarle! ¡Eres el ángel de la muerte!

—Este cuerpo no sirve, Luna—dijo Zora.—Necesitaríamos...

—El ángel de la muerte, ¿eh?—le interrumpió Sefirot.— Vaya…

—¡Cállate! ¡Zack, Zack!

—¡Luna! ¡Reacciona!

Zora se puso delante de mí y empezó a zarandearme mientras me miraba, preocupada. El mundo fue apagándose poco a poco, hasta que solo veía los ojos de Zora, tan marrones como el chocolate.

<<Chocolate. Chocolate. Chocolate.

Estaba en una sala con una gran mesa con muchas sillas y ordenadores. Había mucha gente seria sentada y hablando de algo que no conseguí entender. Yo estaba en el extremo, junto a... Zack. Él estaba aburrido, haciendo caso omiso de los demás. Disimuladamente, se metió la mano en el bolsillo del pantalón y saco una barra de chocolate.

—Me encanta el chocolate. ¿A ti no?>>.


<<Me desperté en medio de… nada. No había nada. Solo oscuridad. Me levanté a duras penas, parecía que mi cuerpo pesaba cinco veces más de lo que debía. Intenté dar un paso, y el resultado fue caer hacia el fondo de un interminable abismo.

Caí y caí. Parecía que aquel barranco iba a parar al centro del mundo, si es que este vacío era un mundo. De repente, llegué al suelo. Debí de caer centenares de metros, pero no me hice el más leve rasguño. Me incorporé e intenté vislumbrar algo. Apareció ante mí una puerta del blanco más puro e involuto que se pueda imaginar. Entonces supe que aquel era ese sueño que hacía unos tres años
tuve. Me acerqué a ella y la abrí. De repente oí una voz:

—Hace tiempo que no nos vemos, ¿eh?

—¿Quién eres?— le pregunté, desafiante.— ¿Qué quieres de mí?

—Supongo que deberías comenzar a saber algo. Aún no estás preparada, así que habrá que prepararte, ¿no crees?

Sentí que me empujaba hacia la puerta y la cerraba a mis espaldas>>.

<<Vi dos niñas. Una era bajita y delgada, con los ojos verdes y el pelo castaño recogido en una trenza y vestida con un vestido rosa; y la otra era más alta, de pelo negro y de ojos de un color verde vibrante y luminoso, vestida con un jersey negro sin mangas con unos pantalones y unas botas a juego.

—¡Aeris, espérame!

La niña del vestido se volvió y sonrió, entrecruzando las manos sobre el pecho.

—¡Vamos! Mi madre se va a enfadar mucho si no llego a tiempo a casa.

—Ya, pero no quiero quedarme sola. Nunca he bajado a los suburbios, y podría perderme.

—¿No deberías irte a tu casa?

—Ya sabes que me he escapado. El doctor Hojo nunca me deja salir de mi habitación, sólo puedo hacerlo si él me lo permite. La verdad, no sé por qué tanta cosa con Shin—Ra y SOLDADO, si una niña de cinco años se ha escapado.

—Pero creo que deberías volver.

—Yo también lo creo, renacuajo—dijo una voz a sus espadas.

Aeris y la otra niña se giraron. Era un niño de unos diez años, alto y delgado, con el pelo plateado y los ojos parecidos a los de la otra chica. Vestía la misma ropa que la ella, y parecía enfadado.

—¿De verdad creías que podrías escapar de mí?

—¡Oh, vamos!—protesta la niña.— ¡No quiero volver, Sefirot! ¡Es injusto!

—La vida es injusta, renacuajo. No me obligues a llevarte a la fuerza.

La chica cruzó los brazos y frunció el ceño. Sefirot se encogió de hombros, agarró a la niña y se la echó al hombro como si fuera un saco. La niña refunfuño y pataleó un poco, pero después bostezó. Se frotó un ojo con el puño y se despidió de Aeris. Ella sonrío y dijo:

—¡Adiós, Jixx!>>.



Capítulo 27: Despertar.

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Me despertaron varias voces. Por un momento vi a Ven, Vanitas y el Maestro Xehanort el día que me encontraron en la Necrópolis, pero entonces me di cuenta que eran Lea, Ienzo y Zora, en la enfermería. Y en el fondo, Xehanort. Quise pedirle a Zora alguna jeringuilla letal o algo por el estilo, pero me dolían demasiado las sienes.

—¿Me he... desmayado?

—Sí. ¿Lo captas? Una de las vencedoras de los Juegos del Coliseo desmayada por ver un poco de sangre.

—Lea, cállate—replicó Zora escuetamente—. No es fácil perder a alguien... Conocido.

—¿Por qué no me avisaste, Luna? ¿Por qué te fuiste sin decirme nada?

—Todo sucedió muy deprisa, Ienzo. Pero no te preocupes, tu hermana ya las ha pasado canutas otras veces. Esta no será diferente—le intenté tranquilizar, pero un dolor repentino en la sien izquierda me delata.

—Tu hermana tiene razón, Ienzo—me respalda Zora.— Estará bien. Lo prometo.

Miro a Lea, queriendo que se llevara a Ienzo. Él parece comprenderme y los dos de van. Zora va a buscar unas medicinas Murmuro, mirando al techo:

—Desde que puedo recordar, dos personas que conozco han muerto, otra anda perdida por la oscuridad, tres han perdido sus alas, y otra...—miro a Xehanort y no puedo comprimir una sonrisita irónica, pensando en Terra.— ¿Por qué demonios esta es diferente a las demás?

—Tal vez la conocieras de antes. De tu vida antes de que aparecieras en la Necrópolis—reflexiona Xehanort.— Ya sabes.

—Supongo. ¿Pero sabes qué? Nunca te he hablado sobre cuando me encontraron en la Necrópolis de las Llaves Espada, ni siquiera que no recuerdo que pasó antes.

Xehanort se puso serio y salió por la puerta sin decir ni una palabra. Sonreí, no porque ahora me odiaba (que también), sino porque había sido más lista que él y ahora sabía que lo recordaba todo (o la mayor parte) y que tramaba algo. Faltaba averiguar el qué.

Zora volvió. No pareció darse cuenta de la ausencia de Xehanort. Me miró pensativa y sonreí, intentando parecer sana. Ella sonrió y dijo:

—Luna... ¿Si te dijera que lo mejor es quedarte en cama y no hacer nada tú qué harías?

—Escaparme lo antes posible y volver al Coliseo —admití. Cómo ya he dicho otras veces, no se me
da bien mentir. Además, no tenía ganas.

—¿Y allí qué harías?

—Buscar a Hércules y preguntarle qué hicieron con… Zack.

—No hicieron nada con él. Unos quince minutos después de morir... se desintegró.

—¿Se... desintegró?—repetí, incorporándome.— ¿Desapareció?

—Sí, y creo que Sefirot tenía razón. Con lo de la réplica de Zack… Piénsalo. Lo de mi sueño, en el que él moría. Sé que Sefirot está loco, pero puede que… ya sabes, tuviera razón.

—Imposible. Además, también dijo que soy una copia, y no es verdad.

Zora no respondió.

—Porque no es verdad, ¿no?

—¿Qué crees que hacía Xehanort aquí?—cambió de tema.

—Yo... no tengo ni idea. Tal vez quisiese comprobar si estaba muerta. A veces pienso que sería lo
mejor. Pero después pienso: << ¿Quién se encargaría de proteger a Ienzo y a ti>>?

—¿A mí? ¿Por qué? Te aseguro que no necesito protección. Créeme, lo sé.

—Es una larga y tediosa historia que no me apetece contar—sentencié, levantándome.— Por cierto,
¿y mi ropa? Porque no me apetece pasearme por ahí en camisón...

—Está ahí, en aquella silla. Puedes cambiarte en el baño.

Después de ducharme y cambiarme, me senté en la camilla. Zora me trajo chocolate caliente, y mi cuerpo agradeció la dulce y cálida bebida.

—Por cierto, Zora. Antes habías dicho que ese cuerpo no servía, que necesitábamos...

—Déjalo, Luna. No le des más vueltas, tienes que descansar.

—Pero…

—Nada de peros… Necesitas relajarte… Aunque creo que ya sé cómo…



Capítulo 28: Babylonya

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El viento hacía revolotear mi cabello, el de Ienzo y el de Zora desde el mirador del castillo de Ansem, donde la enfermera nos había llevado a los dos. No nos había dicho nada sobre el por qué de estar allí, ni el para qué. Simplemente, nos había medio dirigido medio arrastrado hasta allí.

—¿De qué va esto, Zora?—le pregunté mosqueada.— Casi me mato en las escaleras, te recuerdo que hace casi una hora estaba inconsciente. ¿Qué clase de enfermera hace eso?

—Que quejica eres. Vamos, poneros aquí, al lado de la barandilla—dijo, ignorando mi pregunta y
señalando al borde, su tono era exasperado.— Espero que no tengáis vértigo.

—¿Qué? ¿Por qué lo preguntas?—Ienzo parecía asustado.

—Oh, vamos hermanito, ni que nos fuera a tirar al vacío.

—Ahora, subiros a la barandilla—nos ordenó en ángel.

Arqueé una ceja, pero Zora no pareció captar el sarcasmo e insistió.

—Subiros de una vez.

—De acuerdo, pero si me caigo, ¿me salvarás?—bromeé.

Zora rio y luego, muy seria, respondió:

—No.

Ienzo sonrió, y nosotras no pudimos evitas reír también.

—Venga, confiad en mí. ¿Cuándo os he fallado?

—Esa pregunta no vale, nos conocemos desde hace poco y no has tenido oportunidad de fallarnos—
repliqué, en tono ocurrente.

—Venga Luna, confía en Zora—me animó Ienzo.— Yo lo hago.

—Oh, qué bonito. Mi hermano me abandona en cuanto ve a una chica guapa.

—Luna...—suspiraron los dos a la vez, cansados.

—De acuerdo... Tampoco hace falta enfadarse.

Pese a mis continuas quejas, acabamos los tres de pie en el borde. Pensé que tenía suerte de que ninguno sufriera de vértigo, porque la verdad que la altura impresionaba.

—¿No era tan difícil, verdad?—se burló Ienzo.

—Calla, traidor—le repliqué.— Además, supongo que si me mato no tendré que ir a la fiesta, ¿no?
Tampoco será tan malo.

—Ahora, cerrad los ojos—dijo Zora.

Bajé los párpados, y el ángel empezó a musitar palabras ininteligibles. El viento se paró de pronto, y por unos instantes perdí el equilibrio. Entonces, sentí que alguien me empujaba. Sentí como la gravedad me precipitaba hacia el suelo. Me ardían los ojos, y los cerré con aún más fuerza. Empecé a ver mi vida pasar por delante de mis ojos como si se trataran de diapositivas. Con los miembros extendidos y la adrenalina por todo mi ser, caí gritando lo más fuerte que mis pulmones me permitían, esperando la colisión.

Pero el choque no llegó. De repente, me quedé paralizada en el aire y sentí un fuerte calor que emanaba del interior de mi cuerpo en forma de ola. Después, el calor cesó y sentí tierra firme bajo mi cuerpo, sentí una fina y suave hierba acariciando mi rostro.

—Ya podéis abrir los ojos—dijo entonces una voz familiar. La voz de Zora.— ¿Qué tal el viaje?

Me di la vuelta y me incorporé. Me encontraba en una llanura de hierba de un tono rojizo, con un lago de agua translúcida, con reflejos de color oro. Zora e Ienzo que estaban tumbados a mi izquierda. El cielo tenía un extraño color anaranjado, y en el horizonte, de entre las aguas aparecían dos soles. Estaba amaneciendo. Era un espectáculo memorable.

—¿Estamos vivos?—era lo único que se me ocurría decir.

Zora me pellizcó el brazo izquierdo. Yo reaccioné y le pegué en el suyo.

—Ay, sólo era una broma para que lo comprobaras, tranquila—se quejó mi amiga.— Por cierto, buenos reflejos.

—Gracias —tantos años de entrenamiento tenían que dar sus frutos.

Ienzo también se incorporó y me miró extrañado.

—Vaya, nunca había visto tu iris de ese verde. Parece radioactivo.

—Bueno, no soy una experta de los tonos del color verde que hay, pero la verdad que es extraño—le secundó Zora.— Me recuerdan a alguien... Y no sé a quién.

Me encogí de hombros.

—Será una reacción a que el Ángel de la Muerte intente matarte tirándote desde una azotea—señalé, intentando parecer enfadada.— Por cierto, ¿dónde nos has traído, psicópata asesina?

—Venga, lo tenía todo calculado—le quitó importancia Zora.— Pero supongo que tendremos que dar una explicación cuando volvamos, tu chillido se debe de haber oído en todo Vergel Radiante. Estamos en Babylonya.

—¿Babylonya?—preguntamos los dos a la vez, mi hermano y yo.

—Veréis, —se explicó Zora— antes de ir a Vergel Radiante, vivía en un planeta que ya no existe llamado Gallifrey, y tenía una luna llamada Babylonya que, por suerte, sí que existe, una pena que no esté habitada…

—Espera, espera, ¿estamos en un satélite sin planeta?—le interrumpió Ienzo.

—Bueno, no exactamente—respondió.

—¿Y por qué el agua es amarilla, el cielo naranja y la tierra roja?—quiso saber mi hermano.

—Por compuestos de la atmósfera —replicó ella.

—Mmm...— reflexionó Ienzo.— Interesante.

—Supongo, pero no hemos venido a hablar sobre el color de la hierba, ¿sabéis?—nos advirtió el ángel.

—¿Ah, no?—repliqué yo, divertida.— ¿Entonces, que hacemos aquí?

—¿No te dije que necesitabas descansar?—Zora sonreía de oreja a oreja.



Capítulo 29: La Calma de Antes.

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Sentados sobre la mullida hierba de Babylonya, Zora, Ienzo y yo disfrutábamos del amanecer de doble sol.

—¿Qué le pasó al mundo, Zora?—le pregunté.

—Hubo... una terrible guerra, y el mundo acabó... digamos que desapareciendo.

—Lo… siento. Supongo que es duro perder el hogar donde has vivido...—me disculpé.

—No lo sientas, sólo viví allí relativamente poco tiempo. Mi "infancia" la pasé en una tribu en un páramo helado—dijo, con los ojos distantes.

—¿En serio? —exclamó Ienzo.— ¿Cómo las de los indios?

—Sí, supongo que serán parecidas—no parecía saber muy bien que eran los indios.— Me crio el chamán y la madre de mi mejor amiga.

—¿Y tu... familia biológica?—preguntó Ienzo.

—No los conocí jamás. Me dijeron que me encontraron en la orilla de un río de bebé. Supongo que si los conociera serían para mí unos desconocidos.

Miré a Zora y pensé en Zor y en Ahriel, lo mucho que la buscaban. En parte Zora tenía razón, no podían esperar recuperar una vida entera con ella. Pero me entristecía que pensara de ellos así. Traté de disimular mi pensamiento y le dije:

—Bueno, siempre podrás formar una...

Ienzo me miró angustiado. Por suerte Zora no lo vio. Se rio y me dijo:

—Eres la segunda persona que me dice eso, ¿sabes?

—Ah… Esto… Escuchad, ¿qué tal si hacemos un... concurso de dibujo?—cambió de tema Ienzo, parecía incomodarle hablar de la futura familia de Zora.

—Esto, Ienzo, hermanito, no quiero lastimar tu orgullo, pero...

—No hablaba de mí, sé perfectamente que soy un negado dibujando. Pero tú sí, y Zora puede que...

—¿Y de dónde sacamos los lápices y hojas?—apunté.

—Yo siempre llevo—informó Ienzo.— Con Even siempre hay que llevar algo para apuntar encima.
Supongo que también son válidos para los concursos aleatorios de dibujo.

—De acuerdo, que Ienzo sea el juez. Pero te aviso que no dibujo nada mal—le aseguré, sonriendo.

—Lo mismo digo, hermana—me replicó, también sonriente.

Cogimos los lápices y los papeles que Ienzo nos tendió, y tras dirigirnos una mirada retadora, nos pusimos a ello.

Tras casi una hora de trazar y borrar, las dos acabamos nuestras obras: yo había dibujado a nosotros tres cayendo desde la azotea del castillo.

—Lo he llamado: el ángel asesino—dije, con amargo sarcasmo.

Zora silbó como gesto de inocencia y nos enseñó el suyo, un extraño retrato: era un chico muy parecido a Ienzo, aunque tenía una especie de complicado peinado tapándole el ojo derecho, estaba girado con la cabeza hacia atrás, portaba una túnica negra y una expresión seria y pensativa. Ienzo y yo nos miramos con expresión extrañada.

—Lo he llamado: el conspirador velado.

—¿Quién es?—le pregunté.

—No lo sé—respondió Zora.— No le conozco. El chamán de la tribu me enseñó a prever elementos del futuro, con el fuego o con el lápiz. Tal vez le conozca tarde o temprano.

—Vaya...—murmuró Ienzo.— es extraño, me suena familiar. Es raro.

—Se parece a ti—dije.

—¿En serio? No lo había notado—dijo él, no supe si era sarcasmo o no.

—Quédatelo—dijo Zora.— considéralo... un regalo.

—Mmm... Gracias—dijo Ienzo.— Eh... Supongo que esto es un empate, los dos son muy buenos.

Observé a mi hermano y a Zora. La verdad que, pese a sus abismales diferencias, se complementaban bien. Aunque sonara raro, parecía que fuera... el destino había querido que se chocaran en aquellos jardines. Sé que sonaba muy cursi, pero me acababan de tirar desde un tejado, no estaba en mi momento más lúcido.

Sólo se me ocurría hacer una cosa, y la hice.

—Esto, chicos, creo que voy a volver al castillo, me he... mareado un poco del viaje—mentí, frotándome la sien para fingir. Esperaba que colara, no se me da bien mentir.

—¿En serio? ¿Quieres que te ayudemos?—me preguntó Zora, preocupada.

—No... Hace falta, abriré un... pasillo oscuro.

No me podía creer que hubiera funcionado. Me levanté con aparentada dificultad e hice como si perdiera el equilibrio. Les di un débil adiós y abrí un pasillo oscuro.

—Ten cuidado—me dijo Ienzo.

—No os... preocupéis por mí, chicos. Estaré bien—les aseguré, antes de cruzar el portal.

Aparecí en mi cuarto, pensé, que si se enterasen de mi estratagema, seguramente terminaría con la alma maldita o algo así. Sonreí. A veces, una hermana mayor tiene que hacer lo que tiene que hacer.
Mi sonrisa desapareció cuando vi que la puerta de mi cuarto estaba abierta de par en par. Salí al pasillo. No había nadie. Y yo no me había dejado la puerta de mi habitación abierta desde que tengo memoria.

<<Xehanort>> No pude evitar pensar en él. Pero, ¿qué querría llevarse él de mi cuarto? A menos que...

Agarré rápidamente la silla, y al lado del armario, me subí a ella. En efecto, no estaban. Tanto la
llave—espada como la armadura de Aqua habían desaparecido.



Capítulo 30: La tormenta de después

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Salí de mi cuarto hecha una tormenta. Estaba enfadadísima. No, aún más. Estaba furiosa. Xehanort se iba a enterar. Lo iba a tirar desde la azotea de una patada. Y sin viaje a otro mundo. Que fuera el cuerpo de Terra no me iba a detener lo más mínimo.

Fui al sótano del castillo. Los laboratorios. Ienzo me había comentado una vez que había conseguido que Ansem los construyera, y que Even, y él los usaran. Tal vez Xehanort también lo hiciera. Después de todo, él mismo dijo que ser científico en el castillo iba a ser su vocación.

Cuando entré en los laboratorios, los encontré extrañamente vacíos. Fui abriendo una puerta tras otra, buscando a Even o a otro conocido. Pero nada. Parecía que se hubieran ido todos de vacaciones. Tal vez hubiera sido posible, si no supiera que para Even tal cosa no existía.

Subí a la planta baja algo frustrada, con la cabeza gacha. Se me estaba disipando el enfado, aunque yo no lo quisiera. Quería estar enfadada, lo suficiente para hacerle lo que había pensado antes. Ahora, como mucho le tiraría desde el quinto piso y hasta le pondría una almohada.

Estaba tan ensimismada que por poco choqué con Ansem el Sabio. Levanté la cabeza justo a tiempo y me aparté dando un pequeño salto.

—¡Lo siento! Tenía la cabeza en otro sitio…—exclamé, algo avergonzada.

—No pasa nada—le quitó él importancia con un ademán.— Yo mismo me encierro en mi interior muy a menudo. Es bueno pensar.

—Supongo…—me encogí de hombros.— Por cierto, ¿ha visto usted a Xehanort?—tal vez él lo supiera, ya que, de hecho, este es su castillo.

—No, no lo he visto—me respondió. Me desanimé un poco.— ¿Para qué lo necesitas?

—Bueno, si se lo dijese trataría de detenerme—bromeé.

Pero Ansem no sonrió. Se puso serio, algo que yo hice en el acto.

—Luna… ¿Tú sabes algo acerca de la investigación que hizo tu hermano junto a nosotros?

—Me… comentó algo, sí—respondí, algo extrañada.

—¿Qué te dijo exactamente sobre ella?

—Pues…—vacilé.— Me contó que usted, Even y él estaban realizando con Xehanort unos test psicológicos. No mencionó mucho más. La verdad, no sabía que habían acabado hasta que ha sacado el tema.

—Ajá… Bueno, que no sepas nada será lo mejor.

Se dispuso a seguir con su camino, pero yo antes le agarré del brazo antes de que se marchara.

—¿Sobre qué eran los test psicológicos, Ansem?

Él no me respondió, pero yo insistí:

—Por favor. Es mi hermano pequeño y mi única familia. Y se ha metido en algo relativo a Xehanort. Y eso no me gusta nada. Si le pasara algo…—bajé la mirada.

Ansem me miró interrogativamente y me preguntó:

—¿Por qué no te gusta nada que se haya metido en las investigaciones?

—No me fío absolutamente nada de Xehanort. Hizo algo que jamás le perdonaré. Es más, le he preguntado donde estaba porque quería tirarlo desde el quinto piso.

Ansem suspiró. Supuse que creyó que mi odio hacia el peliblanco se debía a algún asunto de adolescentes. No me importaba. Era asunto mío.

—De acuerdo. Subamos a mi despacho, por favor. Allí te lo contaré todo.

—¿Todo?

—Eres una chica algo desconfiada, ¿sabes?—apuntó.— De acuerdo, te juro por mi nombre que te contaré toda la historia.

Arrugué la nariz. Sí, puede que fuera desconfiada, pero supongo que la gente es según lo que le ocurre a lo largo de su vida.

Subimos hasta el despacho de Ansem. No había cambiado desde mi última visita. Bueno, tal vez un poco: había un cuadro gigante de Xehanort en la pared. Estaba pensando en bastantes comentarios al respecto, pero al final no quise criticar su estilo de decoración.

—Siéntate, por favor—me pidió educadamente.

—Gracias —me senté en una silla frente al escritorio. Estaba bastante más limpio que la vez que fuimos Ienzo y yo. Además, había muchos papeles arrugados en una papelera. <<Se nota que ha acabado una investigación, —intuí—, que no ha salido muy bien>>.

Ansem se aclaró la garganta y comenzó a hablar:

—Como bien sabes, gobierno sobre todo Vergel Radiante, y estoy orgulloso de su luz. Pero siempre acecha la oscuridad en cada corazón, y por miedo a ella, me puse a investigarla. Esto empezó con unos simples test para estudiar los corazones humanos, a los que Xehanort se ofreció voluntario y de los que Even se mostró muy interesado. Entonces, tu hermano Ienzo me alentó a construir en el sótano de este mismo castillo un gran laboratorio, que tú ya conoces. Pero los experimentos empezaban a dar problemas, y decidí ponerles fin y destruir los resultados de todos mis aprendices. Y así seguirán mientras yo esté sentado en esta silla, Luna. No debes preocuparte.

Asentí, y Ansem pareció conforme. Me levanté y tras una leve reverencia, me dirigí a la puerta.

Cuando la abrí, me giré.

—¿Qué… experimentos hicieron Xehanort y los demás? ¿Por qué dieron problemas?—aventuré, aunque ya intuía la respuesta.

—Ellos… empezaron a reunir sujetos para realizar peligrosas investigaciones. Dejémoslo ahí.

—De acuerdo. Gracias por su explicación, Ansem— le gratifiqué, algo amedrantada.

Me dispuse a salir, y antes de cerrar la puerta, Ansem el Sabio me dijo:

—Luna… Tú eres la única de mis aprendices que no se vio involucrada en esos experimentos.
Espero poder confiar en ti.

—Siempre que lo necesite—le aseguré, sonriendo.

Ansem asintió, y yo me marché por donde habíamos venido.


Capítulo 31: Luz y oscuridad (y viceversa).


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Tras salir del despacho de Ansem, decidí salir a tomar un poco el aire y asimilar toda esa información. Tampoco me vendría mal un poco de helado de sal marina, siempre apetece. Y más si tienes tantos problemas como yo en este momento.

Así pues, tras comprar un helado, comencé a deambular por los jardines. Los jardines que tanto amaba Ansem el Sabio. Mientras rompía con los dientes el frío hielo y saboreaba aquel familiar sabor medio dulce medio salado, observé las flores, de todos los colores existentes, y los árboles, cada uno de una forma distinta. Oí la sinfonía de los pájaros, cada especie con su timbre y melodía; el susurro de las aguas corrientes, el murmullo de las hojas del suelo mecidas por un suave viento de levante que acaronaba mis cabellos.

Cualquier persona hubiera dicho que toda esa flora estaba dispuesta de cualquier manera, que todos esos cantos mezclados resultaban disonantes; pero en aquel momento, sentí que todo encajaba, que todo formaba un precioso puzle formado por piezas que jamás se creería que encajaran.

Comprendí porque Ansem amaba todo aquello, y descubrí que yo también lo amaba, porque aquel era mi hogar.

Suspiré. Pensar que Xehanort podría destruir todo aquello… En realidad no conocía su plan, pese a que sabía que tenía uno. Pero según lo que dijo Isa, Xehanort no dejaría en paz este mundo. Eso me destrozaba el alma.

Me senté en las escaleras, y me puse reflexionar. Sabía que Xehanort había experimentado con sujetos (recé para que no fueran personas) para realizar indagaciones sobre la oscuridad del corazón. Sabía que se había aliado con Isa y que había “robado” alas de ángel. Entonces, las nubes descendieron y dejaron que un rayo de sol alumbrara mi cabeza.

¿Qué quería el “antiguo” Xehanort? La Llave—Espada X. ¿Dónde tenía información sobre ella? En el libro que me llevé de la biblioteca de Lumaria.

Me apené un poco al recordar la impresionante biblioteca, que fue reducida a cenizas por Xehanort, pero sacudí la cabeza intentando olvidar aquello y me levanté de un salto. Tiré el palo del helado, y sin vacilar, corrí hacia el castillo, alegre por dar con una pista. Si Xehanort quería eso, puede que aún la quisiera.

En cuanto cerré la puerta de mi cuarto, cogí el libro, Oscuridad, apresuradamente. Me senté en la cama y comencé a hojearlo. Tal y cómo recordaba, allí estaba toda la información sobre la llave en cuestión.

Me salté la “Descripción”, había visto la espada con mis propios ojos. El siguiente apartado era “Características y obtención”. Leí:

>>La Llave Espada X, o X—Blade, es una mítica Llave Espada. Posee un poder colosal, tanto mágico como físico. Jamás ha llegado a crearse, por lo que se cataloga como leyenda. <<

<<Eso es que el autor no conocía las últimas noticias—pensé. >>

Continué leyendo:

>>Esta llave—espada solamente puede ser obtenida por una persona cuyo corazón tenga un completo equilibrio entre oscuridad y luz.
Se dice el poder de invocar el Reino de los Corazones, Kingdom Hearts, la puerta que conecta todos los mundos. Se han oído testimonios que incluso decían que con ella podrías obtener poder sobre este Reino que nadie ha visitado jamás. Esto es algo que debería dejarse para la ficción, ya que podría ocasionar una guerra entre maestros de la Llaves—Espada por su luz, sumiendo sus corazones en el ansia de poder y por tanto, la oscuridad. <<


Así que es lo que quería Xehanort. Kingdom Hearts. Quería desatar la Segunda Guerra de las Llaves Espada. Pero, ¿por qué? ¿Qué retorcida idea tenía (o tiene) en la cabeza para realizar semejante salvajada?

Cerré el libro. Esto era frustrante. Intenté recapitular todas las conversaciones con Xehanort para intentar detectar algo que pudiera llevarle a cometer semejante atrocidad. Le interesaba la oscuridad del corazón, algo que los Maestros de la Llave Espada debíamos detener, incluido él, supongo.

Traté de meterme en la piel de Xehanort. Si yo fuera él y me dijeran que debo eliminar la oscuridad, ¿Qué haría?

De pronto, recordé las palabras que le dijo a Terra cuando no sabía que yo esta allí: La oscuridad no debe ser destruida, sino canalizada. Xehanort estaba en contra de lo que los Maestros defendíamos, pensaba que podía haber un equilibrio entre luz y oscuridad, que intentó demostrar con Venitas. Y si… ¿y si planeara hacer lo mismo que con Ventus, pero a gran escala? ¿Y si quisiera desatar la guerra para cubrirlo todo de oscuridad, y encontrar así la luz? La oscuridad y la luz eran cosas opuestas, pero a la vez recíprocas. No podía existir la sombra sin el sol, y no conoceríamos la luz si no hubiera sombra con la que diferenciarla. Toda luz creaba oscuridad, cuanto más te acercabas a la luz, mayor era tu sombra.

Eso es lo que quería Xehanort: que la oscuridad lo engullera todo, para encontrar la verdadera luz, y establecer el equilibrio.

Sonreí; lo había conseguido. había conseguido comprender el plan de Xehanort. Ahora la pregunta era… ¿quería este Xehanort lo mismo? ¿Por la misma vía?

Me froté la sien. Me dolía la cabeza de tanto pensar como un calvo retorcido y maléfico.

<<Espero que no se me caiga el pelo— me reí. >>

Necesitaba reírme.




Capítulo 32: Los corazones de los niños.


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Devolví Oscuridad a su estante, absuelta en todo lo que acababa de plantearme. En todo lo que Xehanort podría ser capaz de hacer, en un mundo lleno de luz como este.

Necesitaba saber qué se traía entre manos Xehanort. Necesitaba encontrar cualquier cosa que formara parte de la investigación que Ansem echó por tierra. Un resultado, una hipótesis, una conclusión. No podía haberse deshecho de todo, era imposible. Las clases de Física y Química del instituto me lo habían demostrado. Solamente necesitaba saber dónde buscar.

Ir al despacho de Ansem era demasiado arriesgado, además, no quería que desconfiara de mí. No, necesitaba registrar a alguien que guardaría información para que Ansem no la destruyera. Lo más lógico era que ese alguien se tratara de uno de los científicos que participó en esos “test”. Es decir: Xehanort, Even o… Ienzo.

Ienzo. Lo había dejado con Zora en Babylonya. Me pregunté cómo le iría, y sonreí. Ahora que lo pensaba, las posibilidades de que pasara “algo” eran ínfimas, conociendo a mi hermano. Pero bueno, todo era posible.

Saqué el reloj y lo miré. Eran las nueve de la noche. Sinceramente, me sorprendí. Entre que no sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, cuánto había estado en aquella luna perdida y que en verano el día duraba más horas, se me había hecho tardísimo.

Bajé a cenar. Tampoco había comido nada en todo el día, excepto el helado de sal marina. Empezaba a preocuparme por mi capacidad de recordar cosas corrientes como comer o la hora.

Pese a que el comedor estaba tan lleno como de costumbre, fue inevitable percatarse de la ausencia de varias personas: Xehanort, Even, y... Zora e Ienzo.

<<Parece que su... estancia en Babylonya aún no había concluido—pensé, sonriendo>>.

Así pues, sola; así una bandeja y me dispuse a hacer cola. Pero en cuanto me llegó el turno, advertí que alguien más faltaba. Se trataba de Arlene. En su lugar, se encontraba una mujer anciana, con el pelo canoso recogido en un moño alto, y el rostro poblado de profundas arrugas, que no camuflaban su mirada afable y su sonrisa simpática. Tenía un aire a alguien conocido.

—Buenos días, señora —me presenté, tras dejar la bandeja en la barra.— No es que dude de las aptitudes culinarias que seguro que tiene, pero me gustaría saber que ha sido de la anterior cocinera.

—¡Qué joven tan educada! —me elogió.,mientras vertía comida (ensaladilla rusa) en la bandeja— Arlene no ha podido venir hoy, así que por ahora yo soy su sustituta.

—Con todo el respeto posible, ¿no es usted un poco mayor para trabajar?

—Nunca está de más ayudar a los demás, ¿no? Además, esta anciana necesitaba algo más que hacer aparte de cuidar de su nieta.

—Ah, de acuerdo. En fin, espero volver a verla en otra ocasión.

Agarré la bandeja, y tras serpentear entre mesas, sillas y personas, me senté en un asiento vacío. Mientras tastaba la ensaladilla (había hecho bien en no dudar de la capacidad que tenía aquella mujer en la cocina), me pregunté por qué Arlene habría faltado a su trabajo. ¿Habría pasado algo? ¿Y si había tenido una especie de recaída en el trauma que Isa y Xehanort les originaron a Lumaria, Demy y ellas? ¿Y si Xehanort les había hecho algo? ¿Y si...?

Suspiré. Empezaba a ponerme melodramática. Que una persona faltara al trabajo un día era lo más normal del mundo, ¿no? Aunque esa persona no fuera una persona exactamente.

Mientras estaba sumida en mis pensamientos, una pequeña cabeza pelirroja se aproximaba a mi asiento. No pude ver quién era hasta que se sentó frente a mí. Era Kairi.

—¡Hola!

—¡Hola! Has crecido mucho —le apunté con el tenedor. —¿Qué haces aquí?

—Estoy con mi abuela. Antes hablabas con ella.

—Oh, ¿esa era tu abuela?— la busqué con la mirada. Estaba repartiendo comida todavía.

—Sí. ¿Sabes? Siempre me cuenta un historia que me gusta mucho.

—Ah, ¿sí?

—Sí. ¿Te la cuento?

—¿Por qué no? —le respondí, encogiendo los hombros.

Kairi comenzó a relatar aquella historia sin titubear, como si la hubiera oído millones de veces hasta aprenderla:

>>Hace mucho tiempo, cuando había paz, la gente vivía al calor de la luz.
Todos amaban la luz.
Pero un día empezaron a luchar unos contra otros para acapararla... y la oscuridad creció en su interior.
Se extendió y engulló la luz y los corazones de los que luchaban.
Lo cubrió todo, y el mundo desapareció.
Pero algunos fragmentos de la luz sobrevivieron... en el corazón de los niños.
Con esos fragmentos, los niños reconstruyeron el mundo perdido.
Y ese es el mundo en el que vivimos.
Pero la verdadera luz está oculta en la más profunda oscuridad.
Por eso los mundos siguen aún dispersos, alejados unos de otros.
Pero algún día se abrirá una puerta a la más profunda oscuridad... y volverá la verdadera luz.
Presta atención.
Aun en la más profunda oscuridad... siempre habrá una luz que te guíe.
Ten fe en la luz y la oscuridad nunca te derrotará.
Tu corazón brillará con su poder... y ahuyentará las sombras<<.


—¿Qué te ha parecido? —tras terminar, me encontré con Kairi escrutándome con la mirada.

—Es... preciosa, Kairi —no lo podía creer. Aquella historia trataba sobre la Guerra de las Llaves Espada.

—A mí también me gusta —sonrió.— Siempre le pido que me la cuente.

Sí la historia era cierta; tras la guerra, la luz lo engulló todo. Y sólo entonces, fue cuando apareció la verdadera luz. Para que esta aparezca, debe abrirse la puerta a la oscuridad absoluta. Esto era lo que Xehanort quería: abrir la puerta a la oscuridad para encontrar la luz. Había acertado con mi teoría.

—Perdona, Kairi — le dije.— Pero tengo que irme.

—¿Adónde? —me preguntó, anonadada.

—Umm.. A buscar a un amigo.

Me levanté, nos dijimos adiós con la mano y salí del comedor.

No le había mentido a Kairi, al menos no del todo. Pese a que no era exactamente mi “amigo”, sí iba a buscar a alguien.

Tenía que decírselo a Lumaria. Por todo lo que Xehanort hizo, debe saberlo.


Capítulo 33: La Voz


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Decidí ir a buscarle a la floristería. No había ido muchas veces allí. La recordaba como un establecimiento pequeño y silencioso, con una gran variedad de flores por todas partes : en mesas y estanterías de madera de abedul, en el suelo de mármol e incluso colgando del techo. Todas ordenadas, catalogadas e organizadas, sin embargo. Por fuera, el edificio era de color como la luz del sol (no se podía describir de otra forma), con un cartel que creía decir : «floristería», pero que, en cambio, nadie conseguía descifrar.

Al menos así era la floristería en mis recuerdos. Porque, en cuanto llegué a la zona residencial, me la encontré bastante diferente : el color sol de los muros había perdido el brillo, convirtiéndose en un amarillo pálido, desvaído. El cartel había desaparecido.

Extrañada, anduve cautelosa hasta la puerta. Al tocar el pomo, esta se abrió silenciosa y lentamente. Ante mí apareció un paronama desolador : las estanterías y las mesas estaban hechas astillas, que estaban apartadas en una esquina del local, dejando la sala totalmente vacía. Bueno, totalmente no, ya que todas las flores estaban esparcidas por todo el suelo cual alfombra llena de vivacidad y color. El collage que formaban era ante todo bello, lo que resultaba irónico, ya que no había duda de que la tienda había sido asaltada, o abandonada.

Me acerqué al manto floral, y me puse de cluquillas. Observé cómo un leve viento proviniente de una ventana abierta mecía aquellas flores arrancadas. Aquellos bellos cadáveres. Porque eso eran, eran cadáveres cuya belleza era efímera antes de que se marchitaran.

Mi corazón no pudo evitar reblandecerse. Lumaria amaba estas flores. ¿Qué ha podido pasar para que alguien les hiciera esto?

Entonces, escuché un ruido de algo cayendo. Provenía de detrás del mostrador. No me había percatado de la presencia de aquel mueble, pese a que era el único que quedaba en pie. Era, como las antiguas mesas y estantes, de madera de abedul, con la encimera de granito.Supuse que debía de ser algún cesto que se hubiera quedado colgando, o algo parecido, así que no le presté más atención. Mientras decidía si ir a avisar a los guardianesde Vergel Radiante o ir a casa de Lumaria, oí otro sonido. Por un momento me pareció un llanto humano, y me erguí dispuesta a aproximarme a investigar. Pero tardé poco en darme cuenta que me había equivocado: no era un llanto, era más bien un canto triste y desvaído, parecido al susurro de la hierba mecida por el viento, al murmullo del agua que cae de un arroyo. Pese a que apenas podía oírse, sentí como el canto me rodeaba, y me incitaba a acercarme a su fuente de origen; a lo que hubiera tras el mostrador. ¿Pero a lo qué hubiera, o más bien a quién hubiera? No, aquel sonido no podía ser humano. Si me ponía a escuchar con atención, casi podía oír una voz, suave y atractiva :

Acércate...

Y, sin habérselo yo ordenado, mi pierna izquierda, comenzó a moverse lentamente, y tras ella, la derecha. Estaba caminando. Pero, ¿cómo ? Yo ni lo había pensado siquiera. Intenté detenerme, pero no me obedecían. Intenté materializar mis Llaves Espada, pero tampoco podía mover las manos. Intenté gritar, pero ni mi boca, ni mi lengua ni mis cuerdas bocales se movieron un ápice.

Acércate... Ven aquí... No tengas miedo.

Y, cómo si con sólo oír sus palabras bastara, mi temor se diluyó, como la tinta cuando el papel se moja de agua. ¿Cómo podía tener miedo de aquella voz tan dulce ? Es más, ¿cómo había podido existir durante todos estos años sin escucharla ? Era como oxígeno para mis pulmones, como sangre para mi cuerpo ; la necesitaba. Y la necesitaba cerca. Más cerca.

Eso es... Acércate... Eres una chica lista.

Pero una parte de mi cerebro, oh ilusa, se negaba a aclamar la Voz. Gritaba, como una demente, que me detuviera, que echara a correr. Pero no lograría detenerme, no.

Ni mi cuerpo ni mi mente me hacían caso. Creían que aquella voz era su salvación, pero mi instinto me decía que era todo lo contrario. Y allí estaba yo, en una lucha interna, intentando salvarme, intentando que el resto de mí viera el peligro. Pero no me escuchaba.

No la escuches... No quiere que seas feliz, no quiere que estés conmigo. No la escuches y acércate.

Ya estaba frente al mostrador. Tan cerca, y a la vez tan lejos. Necesitaba estar aún más cerca. Rodeé el mostrador. Cada segundo era una eternidad. Sentía que desfallecía, que moría por no poder alcanzar aún la Voz. Quedaba tan poco...

Mi cuerpo se acercaba cada vez más. Intenté que mis brazos, que mis piernas, reaccionaran, pero era en vano. Sólo podía esperar a que alguien viniera, mientras me seguía gritando a mí misma que me detuviera. Si me hubiera dado cuenta antes del peligro... Si no me hubiera confiado en que ni habría nada en la floristería...

Perfecto, muchacha... Ya casi estás. Acércate, ven a mí, sólo un poco más...

Entonces la vi. Vi la Voz. Era una esfera luminosa, brillante, hermosa, perfecta. Me arrodillé ante ella, mientras avanzaba poco a poco. Extendí las manos. Sólo unos centímetros...

Entonces la vi. Vi a lo que parecía una mujer desnuda de cabellos negros como la noche; pero había algo en ella que sin duda no era humano: su piel estaba completamente quemada, adquiriendo tonos rojos; no tenía ombligo y sus senos eran desproporcionadamente grandes. Pero lo peor era su rostro. También quemado, tenía una nariz plana, casi inexistente; una boca de labios finos y color rojo sangre con una sonrisa de locura histérica; y unos dientes caninos y afilados. Sus ojos... sus ojos eran completamente amarillos, y brillaban mirándome con deseo. No quise saber que deseaban de mí.

Acércate... Acércate... Acércate... Acércate... Acércate... Acércate... Acércate... Acércate...

Era evidente estaba herida: estaba sentada en el suelo, apoyada en el mostrador, con las piernas y los brazos laxos. Completamente inmóvil, lo único que se movía era su boca, que se abría y cerraba acompasadamente. Cantando. Pronunciando la sinfonía de mi perdición.

Acércate... Acércate... Acércate... Acércate... Acércate...

La Voz resonaba en mi cabeza, incitándome a tocar la esfera, a ser uno con ella. Ya lo había logrado. Sólo quedaba un centímetro y sería totalmente feliz, totalmente libre. Sólo...

La mujer levantó los brazos, como si quisiera abrazarme. Entonces, no sé por qué, me pareció un demonio del Averno. Una diablesa que había venido a llevarme con ella. Intenté resistirme una vez más, inútilmente de nuevo. Si sólo...

De pronto, una sombra apareció entre la esfera y yo, entre la Voz y yo. Me empujó hacia atrás, me alejó de ella. Me levanté de un salto, furiosa por la interrupción, y vi quién me no me había permitido unirme a la voz. Era una muchacha bajita y delgada, con el pelo negro azulado, liso y largo. Estaba de espaldas, y de estas aparecían dos enormes alas. Estaba situada entre la Voz y yo. No me permitía oírla tan bien como antes...

Cuando creía todo perdido, de prente una figura alada me alejó de la mujer y se interpuso entre nosotras. Mi cuerpo se levantó. En cuanto la miré supe que era Nela. En aquel momento el canto de la mujer comenzó a bajar en intensidad. Recobré un poco el control sobre mi cuerpo, pese a que la otra parte se resistía por ceder. Me dispuse en posición de alerta, algo agachada y con las manos hacia atrás. Si quería mantener el control de mi cuerpo, debía situarme detrás de Nela. De su mano apareció un reluciente estoque de platino, con la empuñadura de cuero. La otra Luna se revolvió. Quería detener a Nela, pero... ¿acaso Nela iba a atacar a la mujer ? ¿Nela, el angelito de corazón puro que jamás le haría daño a una mosca ? En efecto. Para mi sorpresa, Nela se abalanzó contra la mujer y le asestó un tajo horizontal que la partió en dos.

Aquella niña me impedía refugiarme en la Voz. Intenté apartarla, pero mi cuerpo ya no me pertenecía. La parte insensata de mi mente se había hecho con el control. Situó mi cuerpo tras la figura de la chica. ¡No ! No debía hacer eso. Debía apartar a la chica y correr hacia la Voz. ¿Cómo hacer entrar en razón a aquella parte de mi cabeza, que con su testarudez cerraba sus oídos ? La chica morena sacó un estoque. ¿No iría a atacar a la Voz, verdad ? Intenté chillar para que no lo hiciera, intenté embestirla para arrancarle la cabeza, pero nada. Ella corrió hacia la Voz, hacia mi verenada Voz, y la dividió en dos con el arma. Sentí como me iba deshaciendo, como la muerte de la Voz implicaba la mía... La ira llenaba mi ser. Ira hacia la chica alada, ira hacia mi misma. Aunque, ¿si ya no existes, cómo puedes sentir ira?

Mientras los dos trozos del cadáver de la mujer se desintegraban entre sangre negra, recobré el control de mi cuerpo y mente, esperaba que totalmente. Nela volvió a su postura inicial y se volvió hacia mí. La miré a sus ojos, atónita. ¿Cómo podían esos ojos color almendra, tan dulces, haber acabado con esa criatura?

—Gra... cias —conseguí articular.

—De nada —me respondió, componiendo una sonrisa—. ¿Estás bien?

Asentí. Cuando conocí a Nela, me había parecido que era muy pequeña, que era una niña que aún tenía que crecer. Ahora, todos mis esquemas se habían roto. Lo que tenía delante de mí era a un ángel adulto.

—Te ha cambiado el color del pelo. Es más... azulado. Eso significa que eres adulta, ¿no? —dije, más que nada por decir algo.

—Sí... Y eso significa más de lo que crees. Ven. Te llevaré a mi casa —era más una orden que una petición.

Pasó su brazo alrededor del mío y me ayudó a salir de allí, aunque podía caminar bien. Me fijé en que había dicho « mi casa », no « la casa de Lumaria ». Tal vez fuera una tontería, pero me puso en alerta de nuevo. Acabábamos de salir de la floristería. ¿Qué había pasado?

—Esa cosa, esa mujer... ¿era un demonio? —me acordé de lo que había pensado al verla. Además, no podía esquivar la pregunta más.

—En casa te lo explicaré todo. Aquí no —dijo, señalando a la calle en general.

Y anduvimos hacia el ático. Cabe destacar que no pasé por alto que al salir de la floristería, Nela había escondido sus alas totalmente. ¿No se fiaba de alguien ? ¿Creía que estaba en peligro ? ¿Qué había pasado con la floristería?


Capítulo 34: Explicaciones


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—En fin... Será mejor que te lo cuente desde el principio… —dijo Nela.

Estábamos en el sofá del ático de Nela. Bueno de lo que queda de él: al igual que la floristería, alguien (o algo) había arrasado con él. Las ventanas estaban rotas y dejaban pasar un suave viento de levante, la mesa estaba partida por la mitad, las paredes arañadas, el suelo sucio, la lámpara del techo colgando de un cable... Lo único que quedaba en pie era el ya nombrado sofá y la puerta de entrada. Y, pese a que desde mi posición no podía ver las demás habitaciones, podía jurar que no estaban impecables precisamente.

Crucé las piernas y me apoyé en el respaldo del sofá. Bebí un sorbo del té que había preparado Nela, dulce y caliente. Siempre se ha dicho que se escucha mejor con una bebida en la mano. No seré la que lo desmienta.

Nela suspiró. Se atusó un poco el pelo y abrió la boca, lista para comenzar a hablar:

—La última vez que viniste, Lumaria había descubierto algo gordo. Tú lo sabes, Luna. Había descubierto que fue el Maestro Xehanort el que nos había atacado. Pero Lumaria no podía dejar de preguntarse, ¿cómo había llegado él hasta nuestro hogar, considerando su naturaleza humana?

>>La respuesta es... que hizo un pacto con un demonio. A cambio de llegar hasta allí, prometió que nos destruiría, que destruiría uno de los pocos lugares seguros que nos quedaban a nuestra especie desde que cayó Aleian, la ciudad resplandeciente, nuestra “metrópolis”. Aunque no tan seguro, después de todo.

>>Supongo que algo pasó con el trato, porque ahora se encargan de nuestra exterminación los demonios menores. Como el que te ha atacado, Luna. Me sorprende que no hubieras muerto en el instante en el que te vio. Supongo que estaba demasiado herido o... tal vez el tener una Llave Espada ayudase.

—Por eso destruyeron la floristería, os estaban buscando... —Nela asintió—. Pero no tiene sentido. Si los demonios van a por vosotros, ¿por qué han tardado tanto tiempo?

—El tiempo no se mide igual en el Infierno, Luna. Además, lo que para ti es mucho tiempo para alguien inmortal es un suspiro.

>>Continuemos. Cuando los demonios se enteraron de nuestro paradero, enviaron tropas a Vergel Radiante. Tal vez nosotros seamos su objetivo, pero… son demonios, Luna, acabarán con todo lo que encuentren a su paso.

>>Por eso estoy aquí, por eso me he convertido en un ángel mayor. Para protegeros.

—¿Estás? —inquirí—. ¿Dónde están Lumaria, Demy y Arlene, Nela?

—Ellos —reprimió un gemido, pude notarlo en su expresión—. Después de lo que pasó… La Resistencia Angélica decidió transformarlos totalmente en humanos y borrar de sus memorias todo lo relacionado con esto… la guerra, nuestra mansión… yo.

Unas lágrimas brotaron de los ojos de Nela. Me acerqué a ella y le apreté la mano. Estaba con ella.

—Pero… ¿Por qué?

—Para protegerles. La condición en la que estaban era muy peligrosa: los demonios intentaban matarlos a toda costa, y ellos no podían utilizar poderes angélicos para defenderse. Era lo mejor.

—Aun así… ¿Por qué no se podían quedar aquí, aunque fuera como humanos?

—Sin un borrado de memoria, la transformación no es completa. Y estar en un lugar donde han vivido dificultaría el proceso.

>>Intenté hacerles cambiar de idea. Por eso decidí convertirme en un ángel adulto. Pensé que así podría protegerles… Y aunque así hubiera sido, ellos no quisieron. Prefirieron marcharse.

En cierto modo, les entendía. No querían ser una carga para Nela ni para la Resistencia. Además, no creí que les gustara su situación, no del todo ángeles y no del todo humanos. Pero… ¿borrar sus memorias? Quitarle los recuerdos a alguien era como borrar su personalidad. Yo misma lo sabía. No recordaba nada antes de los trece años. Podría haber sido una psicópata y no acordarme.

—Nela…

Escuchamos un gritito procedente de la entrada. Acto seguido, unos pasos apresurados. Apareció una melena pelirroja que reconocí como Ena. Estaba muy alterada, casi histérica.

—¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien? ¿Dónde está Demy? ¿Y Lumaria y Arlene? ¿Por...?

—Tranquila, Ena. ¿Por qué no te serenas mientras te preparo un té? Ahora mismo te explico…

Nela me miró, queriendo decir con su cara <<Tranquila, ya me encargo yo>>. Asentí a su mensaje mental y me levanté.

—Tal vez… Debería irme… ¿Entonces estáis bien?

Nela, antes de marcharse rumbo a la cocina asintió. Ena no me contestó; seguía de pie, observando toda la habitación. Le puse una mano en el hombro como despedida y me marché.

Ienzo y Zora ya deberían de haber vuelto.


Capítulo 35: La Caída de Vergel Radiante.

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Me despertó un extraño ruido. Me volteé y pegué la cara a la almohada. Aún estaba enfadada con Ienzo. En cuanto llegó de Babylonya, lo hizo solo, y sin dar ninguna explicación. Se comportaba de un modo muy inusual en él; huraño. Me preguntó por Even y siguió su camino. Le seguí, buscando explicaciones (dónde estaba Zora, qué le pasaba, qué habían hecho…) y me gruñó que le dejara tranquilo de una vez.

No sabía si Zora había vuelto. Estaba preocupada, lo admití. Me había sentado en el lecho esperándola (dormía en la habitación de la derecha, así que esperaba oírla), y me había quedado dormida.

Más ruidos. Más vueltas en la cama.

Cuando había decidido que debería ir a ver, noté un pinchazo y un dolor agudo en la espalda. Salté de la cama y me puse en posición de defensa. Vi, por el rabillo del ojo, una sombra negra. No me lo pensé más: invoqué mis Llaves-espada y acometí contra ella.

Un sincorazón Sombra se desvaneció en el aire. ¿Un sincorazón? ¿En Vergel Radiante? ¿Pero qué demonios…? Salí de mi cuarto rápidamente, abriendo la puerta enérgicamente. Habían más. Si es que esas cosas eran Sincorazón.

Eran conos voladores de color rojo, azul y amarillo; con una especie de sombrero en la cabeza. En su pecho llevaban un extraño símbolo, un corazón cruzado por dos rayos perpendiculares. Uno rojo invocó una bola de fuego sobre su cabeza y la arrojó hacia mí. La esquivé rodando y miré adónde había ido a parar el proyectil. Genial. Mi puerta estaba en llamas.

Les dejé con las palabras en el aire a los conos y entré en mi cuarto, esquivando el fuego. Tenía que salvar mis cosas. Lo imprescindible.

Cogí mi bandolera con todo lo que había dentro e incluí mi muda de respuesto y los dos libros de la biblioteca de Lumaria. Mientras salía, me puse el activador de la armadura al hombro derecho. Noté su peso, era una sensación que añoraba sin percatarme de ello.

Los conos habían rodeado mi salida. Tal vez podría haberme librado de ellos, si fueran cinco o seis, incluso siete; pero juraría que había más de quince. Mejor buscar un método de huída alternativo. Decidí echar mi armario abajo y tapiar la puerta (al menos así no entrarían tan fácilmente). Después, un simple vistazo me dejó claro por dónde ir: la ventana. Sólo tendría que ir hasta la habitación más cercana a las escaleras y salir pitando de allí. La abrí y salí al alféizar. Hacía una noche de mucho viento, así que debía tener cuidado y agarrarme bien. Para ello, agarré al marco para tener otro asidero (no quería morir, gracias). Comencé a avanzar hacia la izquierda, pero me detuve. Me había olvidado de Zora. Llegué y le di un par de golpes. Zora abrió la ventana. Estaba totalmente vestida.
—¡Tenemos que irnos! —exclamé.

—¿Qué es lo que pasa?, He oído ruidos... —preguntó, asomándose desde el alféizar.

—No hay tiempo para explicaciones. Vamos, deprisa.

Zora asintió, saltó por la ventana y echó a volar. Yo bufé (lo hacía demasiado fácil) y me dirigí de nuevo a la izquierda. Era mecánico: pie, mano, pie, mano, voltear columna, y vuelta a empezar. Cuando soplaba fuertemente el viento, me apretaba contra la pared; y tras ello proseguía con mi marcha. Zora ya estaba en la habitación. Entré por la ventana abierta.

—Gracias por ayudarme —Zora pilló el sarcasmo. Sonrió tímidamente y se encogió de hombros.

—No estoy acostumbrada a llevar carga… de tanto peso.

—¡Eh! ¿Qué insinúas?

Sonreímos, pero después nos volvimos a centrar en la huida. Me acerqué a la puerta, y tras compartir con Zora un par de asentimientos de cabeza, la abrí.

Los conos se habían desperdigado por el pasillo, buscando alguna presa. Me moví rápido hacia la escalera. Cuando llegué, me senté y levanté el dedo pulgar como señal para Zora. Ella hizo lo propio. Pero ya nos habían visto. Esquive un rayo que podría haberme paralizado, y lancé Piro hacia un cono de color azul. Quedó aturdido, pero no me quedé más tiempo para comprobar si había caído. Zora y yo bajamos las escaleras ý llegamos al Ala Masculina. Aporreé la puerta de Ienzo, gritando su nombre. La puerta cedió, y entonces vi su cuarto: estaba lleno de libros y muy desordenado, y había un elemento que no pasaría por alto: su cama no estaba desecha. No había vuelto a su habitación.

Fuimos abriendo las puertas una a una: Eleaus, Even, Dilan, Braig… No había nadie. Me detuve frente a la puerta de Xehanort, pero entré de todas formas. La palabra para describirla sería… vacía. Sólo había un escritorio y una cama (obviamente hecha), y ningún tipo de decoración. Cerré la puerta. Allí no había nada.

Salimos de la Zona de Internos. Allí, había una especie de piratas voladores que acometieron contra nosotras. Me tiré al suelo para evitar el ataque y tras erguirme continué corriendo. Ay, si tuviera tiempo… Mi instinto de Maestra me gritaba que los crujiera a golpes.

Pero debía encontrar a Ienzo. Bajamos a todo correr las escaleras y salimos del Castillo. Vergel Radiante estaba desolado. El cielo había adquirido una tonalidad violácea, las casas estaban o cochambrosas o incendiadas, incluso desde aquí se oían los gritos. Intenté contener la rabia. Aquel había sido mi hogar. Y ahora… estaba siendo destruido.

Zora apoyó su mano en mi hombro. Al principio pensé que era como consuelo, pero entonces dijo:

—¡Luna, mira!

Me volví. Lo que quería enseñarme era el Castillo: aquellos seres, parecían emerger de él, desde los sótanos hasta lo más alto… ¡Lo más alto!

—¡Zora! Tengo que ir a ver a Ansem el Sabio. Tal vez él sepa qué ocurre, y dónde está Ienzo.

—Voy contigo.

Negué con la cabeza.

—Ni hablar. Tú ve al pueblo y busca a Lea, Ena, Nela… a todos. Procura llevarlos a un sitio seguro. Confío en ti.

Antes que pudiera reprocharme o recalcarme nada, yo corría de nuevo al castillo. En cuanto entré, tuve que rechazar de nuevo una buena pelea para encaramarme por las escaleras. Tras subir como una centella los ocho pisos, abrí de golpe la puerta de su despacho.

—¡Señor Ansem!

No estaba. No había nadie. Pero algo estaba claro: acababa de haber alguien. Todos los libros, la lámpara de la mesa; todo estaba en el suelo tirado. Además, la entrada secreta al ordenador donde Ienzo fue recluido durante un breve período de tiempo estaba abierta. La crucé, cautelosa. Oí la voz de Braig, gritando:

—¡Hey! ¿Esto es lo que querías?

Me escondí tras la esquina y espié. Braig y Xehanort parecían estar discutiendo.

Xehanort miró a su izquierda, y yo hice lo mismo. Eran… ¡Even e Ienzo! ¡En el suelo! ¡Desapareciendo! Miré a mi hermano. Quería correr a ayudarlo, quería matar a esos dos, quería… pero debía quedarme aquí de momento.

—¡Xehanort! ¿Quieres explicarme esto?

Xehanort extendió la mano y apareció… una Llave-Espada.

Lo sabía. Lo sabía. Sólo podía pensar en eso. Me mordí el puño para no gritar de rabia, y mis dientes me hicieron pequeñas marcas en la piel.

—Yo soy... —oí decir a Xehanort.

—¡Hey! Te acuerdas ahora, o… Espera… ¿Nunca has perdido la memoria?

Muy perspicaz, Braig. En tu línea.

Entonces, Xehanort se abalanzó contra Braig y la clavó la Llave-Espada en el pecho.

—Ese no es mi nombre. Yo no soy “Xehanort”.

Brilló en mi un rayo de esperanza. ¿Tal vez fuera Terra, que había regresado?

Braig se desplomó en el suelo, inerte. Pude ver cómo su corazón salía de su cuerpo, mientras su asesino decía:

—Mi nombre… Es Ansem.

No podía soportarlo más.

—¡Tú no eres Ansem! ¡Tú eres un vulgar asesino!

Me interpuse entre el cuerpo de Ienzo y Xehanort. Este último miró a mi hermano y dijo:

—Muy útil, tu hermano. Sin él no habría podido averiguar cómo entrar aquí. Ni qué decir que te mantuvo… ocupada.

—¡Mientes! ¡Ienzo nunca se uniría a ti!

—Qué poco lo conoces, siendo de tu propia sangre… En fin, ahora que hemos desterrado al olvido al dueño de este castillo, es hora de que la única fiel que le queda vaya a… su encuentro.

Sin más preámbulos, comenzó la lucha. Dio una estocada, yo la bloqueé y lo empujé hacia atrás; luego contraataqué dándole en el costado. Xehanort resistió y me asestó un golpe ascendente, haciéndome retroceder unos pasos. Paré dos golpes, pero el tercero me dio en el hombro, tirándome al suelo. Rodé hasta salir de la habitación y me levanté ayudada por la barandilla. Escupí al suelo y me limpié los labios con la manga de la camisa. Xehanort corrió hasta mí pero se detuvo: algo detrás de mí le había llamado la atención. Aproveché esa distracción para derribarlo. Pisé la mano que llevaba el arma y clavé Prometida muy cerca de su oreja, haciéndola sangrar.

Aquello no pareció importarle. Se limitó a gritar:

—¡Contempla el nacimiento de una nueva especie de Sincorazón que poblarán los mundos! ¡Los Sincorazón Emblema!

Me giré hacia más allá de la barandilla, y ahogué un grito.
Cientos. Miles. Millones de seres surgiendo del suelo, de los sótanos. Todos diferentes pero con algo en común: el símbolo de un corazón cruzado por dos rayos. Sincorazón Emblema.

—¡¿Qué habéis hecho?!

—Qué más da. Después de todo, tú no vas a ver el resultado.

Me había distraído. Xehanort se levantó de un salto y me agarró del cuello, justo como hizo con Aqua hace tres años. Pataleé intentando alcanzarle, pero ya estaba fuera de la barandilla. Me quedé quieta, agarrando su brazo.

—¡Terra! ¡Sé que estás ahí! —estaba desesperada. No quería morir. No sin llevarme a Xehanort conmigo.

Él se rió en mi cara. Una risa malvada y retorcida, que no encajaba en el rostro de Terra. Apreté los dientes. Me estaba quedando sin aire.

—Saluda a Ansem de mi parte.

Me soltó. Comencé a caer a plomo hacia el suelo, hacia el nido de los Sincorazón Emblema. Pero me negué a gritar. No delante de él. Lo miré con odio. Y también me odiaba a mí misma, por ser la idiota que no había aprendido a usar Planeador.

Me giré hacia el suelo, hacia los Sincorazón, y extendí los brazos, abrazando mi destino.


Epílogo


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Llovía. Yo andaba sobre aquella tierra yerma. Llevaba allí… ¿Cuánto tiempo? ¿Días, semanas, meses? Había perdido la noción del tiempo. Es más, no recordaba nada que hubiera pasado antes de despertar en esta árido terreno. Ni siquiera sabía si era la realidad o si era un sueño. Bueno, más bien pesadilla.

Pero el paisaje cambió. Se transformó en una ciudad de hormigón, farolas y luces de neón. Seguía lloviendo. No sabía cuándo había empezado a correr, pero lo estaba haciendo. Corría salpicando mis botas en los charcos de lluvia y lodo, en medio de la calle.

Entonces, junto a una farola, resbalé. Me atraparon unos fuertes brazos que me levantaron del suelo. Entonces vi que mis ropas también habían camiao. Llevaba un jersey de cuello alto sin mangas y pantalones largos y cómodos. Volví la mirada hacia mi salvador: un joven algo más mayor que yo, de ojos electrizantemente verdes y cabellos albinos. Sonrió de forma algo pedante y dijo:

—Tendrías que tener más cuidado, Jixxi.

Era la voz que me hablaba en mis sueños, en la habitación blanca.


Me desperté tosiendo, buscando aire. Estaba boca abajo, y me ahogaba. Seguí tosiendo sobre mi mano y la miré: nada de sangre. No me estaba muriendo, perfecto. Pero casi.

No sentía la pierna derecha, me había roto un par de costillas y mi brazo izquierdo estaba en una posición extraña que no parecía ser natural (lo había aplastado con mi cuerpo). Además, la cabeza me daba pinchazos. Traté de sentarme usando otro brazo, y tras unos intentos lo conseguí.

Estaba en un cuarto sin ventanas, de paredes oscuras. No vería nada de no ser por las luces que emitía la máquina situada frente a mí: era grande y tosca, y emitía sonidos robotizados. A la altura de mi cintura había un panel con letras escritas. Si había aterrizado allí, entonces los Sincorazón Emblema debían de generarse aquí. Me levanté a duras penas, cojeando, y leí.

<<¡Oh, hijos de la oscuridad, nacidos del corazón pero carentes de él! Devorad todos los mundos, sed artífices de su fin. Reunid todos los corazones en un corazón grandioso. Un corazón de todos. Todos los corazones en uno.
Ese es vuestro destino: El reino de los corazones. En su interior, la oscuridad última y definitiva.
Hijos de la oscuridad, regresad a la oscuridad última y definitiva.
El Reino de los corazones lo han de abrir corazones puros. Son siete los corazones límpidos, a la vez cerradura y llave. Son dos llaves las que guardan la puerta de la oscuridad. Nadie que albergue luz ha de atravesar la puerta, solo han de pasar las sombras de regreso a la oscuridad.
¡Oh, hijos de la oscuridad, nacidos del corazón pero carentes de él! Devorad todo corazón hasta que llegue la hora>>.


El estupor y el entumecimiento que sentía se disiparon de golpe. Abrí los ojos lo máximo que pude. Aquello era… Era terrorífico. Kingdom Hearts… ¿de verdad era oscuridad? Y con él, ¿todos los corazones?

La respuesta era clara: no tenía ni idea. Y quedándome aquí no lo iba a descubrir. Seguían emergiendo Sincorazón, y en algún momento tendrían que reparar en mi presencia. Miré la máquina: la tecnología no era mi punto fuerte. No tenía ni idea de cómo desactivarla. Busqué esperanzada un enchufe, pero nada. No podía ser tan sencillo.

Así que el plan era salir de allí enseguida. Comencé a cojear hasta la salida. Aparecí en un pequeño pasillo con unas escaleras al fondo. Tras pensarlo, decidí subir: si los Sincorazón Emblema emergían del suelo; esto sería un sótano.

Acabé en el laboratorio de Even. No había que ser muy listo para darse cuenta que estaba compinchado con Xehanort. ¿Lo estaban todos? ¿Había sido la única en no enterarme? ¿Por qué?

Por Ienzo. En los tres años que llevaba aquí, siempre que iba a entrar en el laboratorio, Ienzo me cortaba el paso. Seguro que lo del baile de fin de curso era una estratagema para alejarme del Castillo. Me dolió el corazón al pensar que nunca se celebraría, que no existiría ninguna fiesta donde relajarme con mis amigos. Y me dolió aún más al descubrir la traición de mi propio hermano, sangre de mi sangre. De la única familia que había tenido, o que recordaba. Y ahora estaba muerto, un traidor muerto.

Había salido al exterior. Vergel Radiante había sido destruido por los Sincorazón. Por Xehanort.

Una vez más, me había quitado todo lo que tenía.

No iba a salir impune.

Se lo juré al viento, a las ruinas del mundo. A Aqua, a Ven, a Terra, a Zora, a Nela, a Demy. A todos.

Tal vez fuera el fin de mi vida tal y como la conocía.

Pero un fin siempre implica un comienzo. Siempre.


Actualización 04/11/13:

Aquí traigo Nescientes en formato PDF, para que podáis leer en una calidad aceptable ^^:

Primera parte:

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Prefacio y Capítulo 1: Tierra de Partida
Capítulo 2: La Última Noche
Capítulo 3: Examen de Graduación
Capítulo 4: La Despedida
Capítulo 5: Ángeles
Capítulo 6: El Ángel de la Muerte
Capítulo 7: La Sala de los Espejos
Capítulo 8: La Biblioteca
Capítulo 9: La Promesa
Capítulo 10: La Llave Espada X
Capítulo 11: El Castillo del Olvido
Capítulo 12: Buscando a Terra


Segunda Parte:

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Prefacio y Capítulo 13: Vergel Radiante
Capítulo 14: Xehanort, Isa y Lea
Capítulo 15: Hermanos
Capítulo 16: Último Día
Capítulo 17: Instituto
Capítulo 18: Fin de Curso
Capítulo 19: El Ordenador
Capítulo 20: Kairi
Capítulo 21: Zora
Capítulo 22: Triángulo Amoroso
Capítulo 23: La traición


Tercera Parte:

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Prefacio y Capítulo 24: La Competición
Capítulo 25: Directas a la Final
Capítulo 26: Recuerdos
Capítulo 27: Despertar
Capítulo 28: Babylonya
Capítulo 29: La Calma de Antes
Capítulo 30: La Tormenta de Después
Capítulo 31: Luz y Oscuridad (y viceversa)
Capítulo 32: Los Corazones de los Niños
Capítulo 33: La Voz.
Capítulo 34: Explicaciones.
Capítulo 35: La Caída de Vergel Radiante.
Epílogo.
Última edición por 15nuxalxv el Dom Jul 27, 2014 1:59 pm, editado 11 veces en total
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Sab Jun 09, 2012 1:15 am

9/6/12:
He tenido que modificar los capítulos anteriores por razones de espacio.
Aquí tenéis el siguiente capítulo:


Capítulo 4 La despedida
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Lo vi sentado en los escalones de la entrada, pensativo. Me acerqué y me senté a su lado. Le dije:
-Terra...
-Hay oscuridad en mi corazón. ¡A quién le importa!
-Yo tengo el poder de controlar a la oscuridad, Terra. Es parte de mí, pero no tolero que intente apropiarse de mi corazón. Por eso pasé el examen. Es extraño... no sé cómo lo conseguí. Creo que lo aprendí hace tiempo, no lo recuerdo. Tengo muchas lagunas de mi pasado.
Para que me creyera, hice aparecer tres bolas de oscuridad y, siguiendo el movimiento de mi dedo, rotaron sobre si mismas mientras trazaban círculos concéntricos. Dejé de mover el dedo, y desaparecieron.
-Yo también tengo ese poder-dijo Terra, aunque su cara decía lo contrario.
-Así es-dijo alguien tras a nosotros. Levanté la cabeza, era... ¿Xehanort? ¿Qué hacía aquí? ¿Dónde estaba Vanitas?- Tú tienes el poder. No hay ninguna necesidad de temer a la oscuridad.
-Maestro Xehanort...-dijimos a coro.
-Pero Eraqus nunca aceptará la oscuridad.- prosiguió- Mientras que Eraqus siga con sus principios, quién sabe si llegarás a convertirte en Maestro.
-¡Por favor enseñadme!-saltó Terra- Luna... Maestro Xehanort... ¿Qué es lo que debo hacer?
- Terra...-dije.
-Así estás bien-me cortó Xehanort, no creía lo que oía- La oscuridad no debe ser destruida, solo canalizada.
-¡Sí! Maestro Xehanort.
Terra salió corriendo hacia casa. El Maestro Xehanort se giró hacia mí.
-Despídete y recoge tus cosas. Es hora de partir.
-¿Qué? ¿Me voy?
-Tu estancia aquí era solamente para finalizar tu aprendizaje y cuidar de Ventus. Ahora Ventus está curado, y eres Maestra. Has de volver con tu Maestro. ¿Por qué crees que he venido?
-<<Para vigilar a Ventus y confundir a Terra>>-pensé.
-Para decidir si merecías ser Maestra. Vamos, te esperaré aquí.
Corrí hacia la mansión, pensando que podría ser la última vez que la vería.
Me interné en la que fue mi casa durante largo tiempo. Nunca pensé que fuera la última vez que viviría bajo su techo. Cogí un pequeño atajo para ir a mi cuarto, no quería encontrarme con nadie. Semanas atrás, había dado con un pasadizo que llegaba desde la entrada hasta el pasillo de la planta donde está mi cuarto... bueno donde estaba. Entré y cerré de un portazo. Rápidamente, cogí la silla y la coloqué junto al armario. Me subí a ella y así mi maleta. Nunca pensé que volvería a usarla, después de tanto tiempo. La dejé en la cama y la abrí. Dentro estaba mi bandolera, que había comprado a un moguri (un ser pequeño, blanco y rechoncho con alitas azules, una nariz roja y redonda y con un gran pompón rojo en la cabeza, que vende, compra y fabrica objetos y demás) ambulante. En ella metí mis bienes más preciados: mis libros favoritos (me costó bastante decidirme), mi estuche donde estaba todo lo que necesitaba para dibujar (era bastante grande, como una bolsa de supermercado) y, por supuesto, mi bloc. En la maleta metí todo lo demás: objetos raros, otros libros, otra muda (nada que ver con la ropa de Portador de Llaves, una camisa, unos pantalones pirata y unas zapatillas). Mi reloj lo metí en mi bolsillo. Esta vez decidí no coger atajos, no quería irme sin decir nada. No encontré a nadie hasta que llegué a la sala principal, donde estaban Aqua y Terra, hablando con Eraqus. Cuando terminaron, dije, apenada:
-Bueno, yo me voy.
-¿Qué?-preguntaron mis amigos, atónitos.
-Eso os iba a explicar ahora. Luna ha terminado, es Maestra. Ahora, debe irse con su anterior Maestro, Xehanort. Es más, cuando Ventus pase el examen, dentro de dos años, se irá también.
-¡No es posible!-replicaron ellos-¡No se puede ir!
-Es inevitable, chicos pero nunca os olvidare, lo juro-dije, mientras sacaba mi Siemprejuntos- ¿Recordáis?
Aqua y Terra dijeron a coro:
-Te acompañamos a la salida.
Salimos del castillo. Allí, Terra me dio unas palmadas en la espalda y Aqua un abrazo.
-¿Y Ven?-pregunté.
-Dejémoslo estar. No creo que el lo soporte, ya es difícil para nosotros.
-De acuerdo. Bueno, adiós.
Pulsé el botón de mi hombro, que me habían dado al hacerme aprendiz. Hubo un destello, y mi armadura apareció, era morada, negra y brillante. Así, tiré mis llaves-espada al cielo y volvió mi nave: una especie de plataforma. Me subí como si fuera una tabla de surf y ascendí. Oí que gritaban: << ¡Cuídate!>>. Sonreí durante un instante.
Salí del mundo. Ante mí, aparecieron varios mundos. Aunque era tentador visitarlos, fui directamente al mundo donde vivía el Maestro Xehanort, el páramo donde había vivido y voy a vivir ahora.
Una vez llegué, me apeé de la Llave Buscadora (en el acto, desapareció y aparecieron en su lugar mis llaves) y caminé hacia nuestra casa. Había mucho silencio, más de lo normal. La casa estaba polvorienta, las paredes, ennegrecidas, y los muebles, hechos pedazos.
Empecé a pasearme por la casa esperando a que alguien apareciera. De repente, oí un grito. Unos segundos después, el tejado se vino abajo, levantando una gran polvareda. Una vez el polvo hubo caído de nuevo sobre los objetos, me dirigí hacia los escombros para averiguar qué (o quién) había causado tales destrozos.
Me encontré a un muchacho. Él se levantó, se alisó la ropa y se quitó el polvo del pello, con tanta tranquilidad que parecía que se estrellara contra tejados todos los días. Para mi sorpresa, no se había hecho ni un solo rasguño.
-¿Estás bien?-le pregunté, preocupada.
-¿Por qué no iba a estarlo?-me replicó.
-Bueno, has caído del cielo, has hecho añicos el tejado… La gente suele matarse, quedarse paralítico… Cosas así.
-He de admitir que no soy muy hábil con los aterrizajes. Si mi maestra se enterara… Y no te preocupes por tu tejado, pediré que lo reparen, aunque no parece tener arreglo…-dijo, rascándose la cabeza.
-No te preocupes.
-No me preocupo-dijo, sonriendo.
Me fijé más en él. Era un chaval de más o menos mi edad, con el pelo castaño oscuro y ojos dorados y de cara perfilada. Alto, de complexión atlética y músculos bien formados. Vestía ropas holgadas, de colores claros, e iba descalzo.
-Esto…-dijo mientras miraba alrededor- Estoy buscando al maestro Xehanort. ¿Eres su hija?
-¡¿Qué?!-exclamé, alarmada- ¡Ni hablar! Soy su…Aprendiza
-Vale, vale… Ya lo pillo. Bueno, eso cambia las cosas…
De repente, se aproximó al boquete del techo y miró hacia arriba. Entonces… ¡desplegó un par de alas! Eran unas alas preciosas. Eran dos veces más grandes que él, más oscuras cuanto más se acercaban a su cuerpo, de un color violeta a la altura de los hombros y, a medida que se extendían hacia fuera, se hacían más finas, hasta el punto en que los bordes eran translúcidos. Me miró. Se acercó a mí y me cogió de la muñeca. Una vez estuvimos sobre los restos de lo que en su día se llamó tejado, me cogió de la cintura, y gritó:
-¡A volar!
En ese preciso momento, ascendimos hacia el cielo, alejándonos de ese desértico mundo.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Mié Jun 13, 2012 8:38 pm

Capítulo 5 Ángeles
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El viaje fue maravilloso. Sobrevolamos el infinito desierto, y salimos del planeta. Pero no al mapa de los mundos, sino que viajamos de mundo en mundo. Pasamos por bellísimos lugares: extensos campos de cultivo donde crecían cereales y frutas, frondosas selvas con todo tipo de animales extraordinarios, sinuosos ríos, profundos mares… Pero no todo era tan perfecto. También vi parajes devastados por la oscuridad: aldeas arrasadas, bosques incendiados, lagos secos, ciudades fantasma…
Empezaba a darme cuenta de lo que había hecho. Había abandonado a mis amigos y después, me había “fugado” con un ángel del cual ni siquiera sabía cómo se llamaba sin decir nada a mi Maestro. Aquel joven moreno me seguía sosteniendo por la cintura como si fuera una pluma. Parecía concentrado y a la vez distraído. Su pelo ondeaba con el viento, apartándose de su cara. Batía las alas una o dos veces las alas cada cuarto de hora, planeando a la perfección.
Llegamos a un lugar del que nunca había oído hablar. No veíamos más que nubes y niebla. De repente, empezó a descender, hasta el punto de caer en picado. Ahogué un grito. No quería parecer cobarde, pero estaba muerta de miedo, pese a no sufrir vértigo. Me mordí el labio, evitando taparme la cara con las manos. No quería cerrar los ojos.
Desde luego, no mentía cuando dijo que los aterrizajes no se le daban bien. Tras unos minutos cayendo en picado, empezamos a dar vueltas sobre nosotros mismos. Evité el impulso de chillar, y parecía que él también lo intentaba. Tras dar veinte o treinta vueltas, empecé a pensar que perdería el sentido. Aunque me había prometido no hacerlo, miré hacia abajo. Di un respingo ¡estábamos a escasos metros del suelo! Intenté serenarme, no quería dejarme llevar por el pánico. De repente, a unos tres metros del suelo, este desapareció.
Aparecimos frente un colosal palacio: un edificio alto y esbelto, de una blancura inmaculada. Una enorme cúpula de cristal sobre él y con una torre en cada una de sus esquinas que no parecían tener fin. Estaba rodeado de un gran patio (donde nos encontrábamos) lleno de árboles, flores y demás que no supe identificar y con una fuente de aguas tintineantes en el centro de este.
-<<Más sorpresitas no, por favor>>-pensé, agotada.
El chico era una extraña mezcla de emociones: estaba asombrado, aterrado, feliz y avergonzado. Me miró preocupado y me dijo:
-¿Te has hecho daño?
-No estoy bien, tranquilo. ¿Y tú?
Me di cuenta de la sangre que manaba de su pecho. No obstante, la herida se iluminó, y en un abrir y cerrar de ojos, desapareció. Me sentí idiota. Si se estampa contra un tejado, lo rompe y no se hace ni un solo rasguño, ¿cómo se podría herir ahora?
-Jovencito, te has metido en un buen lío-dijo una voz femenina.
Apareció una mujer de unos veinte años. Era rubia, con el pelo liso que le tapaba el ojo derecho cortado a la altura del mentón. Sus ojos de color almendra eran profundos y sabios, y a la vez vivarachos. Vestía con una ligera túnica larga, blanca y pulcra y de manga corta. Nos miró con preocupación y sorpresa.
-Lo siento, maestra-dijo el chico
-Más te vale- entonces se giró hacia mí y dijo- ¿Qué tenemos aquí?
Me ayudó a incorporarme y comprobó que estaba ilesa.
-¿No te dije que trajeras al maestro Xehanort?-le dijo, sin mirarlo siquiera- Dime, ¿cómo te llamas?
-Luna. Soy aprendiza del Maestro Xehanort...Bueno, lo era. Ahora soy Maestra.
-¿Maestra?-me miró, curiosa.
-Sí, hoy mismo me he graduado.-me llevé una mano a la frente, me sentía mal.
-¿Te encuentras bien?-me preguntó-Vamos, te llevaremos a comer algo, luego te prepararemos una habitación.
Me dejé arrastrar por la Maestra de aquel enigmático chico.
Aquella mujer me arrastró hasta la entrada de aquel castillo. Al llegar, abrió la puerta y entramos. Delante nuestra encontramos un largo pasillo con varias puertas en ambos lados, y con un pequeño atrio central a mitad del corredor, bañado con la luz que atravesaba a la cúpula, con una fuente no muy grande en el centro y bancos a su alrededor. Seguimos caminando hasta llegar al vestíbulo, donde, sentada en un banco, había una chica leyendo una revista de unos catorce años. Era alta, esbelta, pálida, de pelo negro y liso y de ojos del mismo color que la mujer, que vestía con un vestido blanco que le llegaba hasta las rodillas. Al pasar por su lado, levantó la vista y dijo:
-¡Demy! ¡Has vuelto!-dijo, levantándose y abrazando al muchacho.
-¿Qué pensabas, que me iba a olvidar de ti?-dijo él, besándole en la coronilla.
-Vamos a comer.-dijo la Maestra de Demy.- ¿Vienes, Nela?
-Por supuesto, tía-dijo Nela.
Anduvimos por el pasillo. Al final de este, había una puerta doble. Arlene la abrió y entramos en el comedor. Era una sala grande, con una larga mesa en el centro rodeada de sillas. En la pared derecha, había una chimenea encendida, en la del fondeo una gran cristalera y en la izquierda, una puerta.
-Sentaos, chicos. Voy a por la comida-dijo Arlene, desapareciendo tras la puerta.
Nos sentamos en las mullidas sillas, Nela y yo nos sentamos una al lado de la otra, y Demy se sentó enfrente.
-¿Cómo te llamas?-me preguntó Nela, curiosa.
-Luna.
-¿Qué haces aquí?
-Demy me ha traído.
-Ah-dijo ella. Luego miró a Demy le dijo, con una mirada sarcástica- Así que este es el anciano calvo que tenías que traer.
-Sí, bueno, pero no estaba allí.-respondió él-una quinceañera humana me ha parecido mejor.





-¿Por qué querías traer al maestro Xehanort aquí?-corté, intentando que no hablaran más de mí.
-No lo sé. Yo sólo acato las órdenes de Arlene y de Lumaria.
-¿Lumaria?-pregunté.
-El alma gemela de Arlene.
-¿Alma… gemela?-pregunté, confusa.
-Sí, un alma gemela. Cosas de ángeles-me aleccionó Nela.
-No se cómo explicarlo…-dijo Demy, rascándose la cabeza- Es un lazo que no se puede romper. Siempre encontraran la forma de volver a estar juntos.
-Vaya… unos amigos y yo tenemos unos amuletos que podrían tener un poder parecido…-dije-. Por cierto, ¿vosotros dos sois almas gemelas?
-La verdad es que sí…-dijeron, sonrojándose.
-Nela, ¿Arlene es tu tía?-dije, intentando cambiar de tema.
-Sí. Aunque sólo nos parecemos en el color de los ojos, tenemos la misma sangre.
En ese instante, cargados con comida, entró Arlene con un hombre. Un tipo bastante alto, de cabello corto, revuelto y de color rosa, de ojos pequeños y de un azul cían brillante. De hombros rectos y fuerte pecho. Vestía ropa similar a la de Demy, solo que de un tono más oscuro.
Detrás de ellos vino un crío de unos catorce años con una mujer que aparentaba unos treinta. La mujer era alta y esbelta, y tenía el pelo negro, largo y ondulado, y unos ojos duros y acerados. Sus movimientos eran bruscos, pero a la vez gráciles. El chico era delgado, de pelo castaño, con los mismos ojos que la mujer y de estatura media. Miraba a todos lados, curioso y admirado. La mujer vestía con una armadura, que aunque era de metal, la llevaba como si fuera de papel; y el niño llevaba puesto andrajos de color oliva. Se parecían mucho, diría que son madre e hijo. Ambos iban muy sucios, al contrario que Arlene y los demás. El niño se sentó a mi lado, y la mujer junto a él. Arlene y el hombre repartieron la comida y se sentaron en las dos sillas que presidían la mesa, uno al lado del otro.
Los demás empezaron a comer. Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba. La comida, pese a ser un simple caldo de pollo (que tenía caldo que pollo), me pareció lo mejor que había probado en mi vida, y lo consumí enseguida por mucho que quemase mi boca y mi garganta. Aquel chico también parecía tener hambre, pero se comportaba de un modo extraño: agarraba una cucharada, la miraba atenta y curiosamente y se la comía como si fuera la primera comida que probaba en su vida.
Cuando terminamos de comer, la gente se dispersó. Demy y Nela dijeron que irían a dar un paseo, y Arlene y el hombre empezaron a recoger.
Cuando acabaron, volvieron con los que quedábamos.
-Tú debes de ser Luna. Y vosotros debéis ser... ¿Ahriel y Zor?-preguntó Lumaria a la mujer y el niño.
-Sí-dijo Ahriel, seria-. Nos han dicho que esta es una de las bases de la Resistencia Angélica. Queremos unirnos.




-De acuerdo. Ya hablaremos más tarde.-dijo Lumaria, inexpresivo.
-Vamos os acompañaré a vuestros dormitorios.-dijo Arlene.
Nos pusimos en marcha. Arlene iba al frente y yo detrás de ella. Ahriel y Zor cerraban la marcha.
-¿Tenemos dormitorios para nosotros solos?-quiso saber Zor.
-Por supuesto, cariño- respondió Ahriel, pasándole la mano por el pelo.
-¡Que guay!-exclamó Zor, alegre- Nunca había tenido una habitación, ¡y menos para mí solo! En Gorlian no había ninguna de esas cosas.
-Lo sé Zor, lo sé.
-¿Gorlian?-pregunté.
-Es una historia muy larga y difícil de contar-me dijo Ahriel.
-Es un mundo dentro de una bola de cristal que construyó Marla, una princesa maligna-dijo Zor-. Encerró a mi madre allí pero consiguió escapar. Luego volvió a por mí, me había dejado allí con el Abuelo Dag.
Me sorprendí por su rápida explicación. Parecía que se la sabía de memoria.
Mientras hablábamos, habíamos subido varios pisos y paseado por interminables galerías. Arlene se detuvo frente a una bifurcación. Se giró y nos dijo:
-La puerta de la derecha es la del dormitorio de Ahriel. La de en medio es de Zor y la izquierda conecta con el cuarto de Luna. Recordad que este es el piso tercero, pasillo número tres. Instalaos, y que durmáis bien. Buenas noches.
Dicho esto, se alejó a paso ligero. Ahriel le dio un beso en la mejilla a Zor, nos deseó buenas noches y se retiró a su cuarto. Zor y yo nos despedimos y entramos en nuestras respectivas habitaciones. Dejé mi maleta en un rincón, la bandolera sobre una mesa que había en la pared derecha y me tumbé en la cama, rendida. Estaba tan agotada que me dormí con la ropa puesta, ni siquiera me puse el pijama.



NOTA:
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En este capítulo aparecen tres personajes (Zor, Ahriel y Marla) y un lugar (Gorlian) pertenecientes a las novelas <<Alas de Fuego>> y <<Alas Negras>> de Laura Gallego García.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Mar Jun 19, 2012 4:52 pm

Aquí tenéis el siguiente capítulo. ¡Gracias por leer! :)


Capitulo 6 El Ángel de la Muerte.
Spoiler: Mostrar
<<Me desperté en medio de… nada. No había nada. Solo oscuridad. Me levanté a duras penas, parecía que mi cuerpo pesaba cinco veces más de lo que debía. Intenté dar un paso, y el resultado fue caer hacia el fondo de un interminable abismo.
Caí y caí. Parecía que aquel barranco iba a parar al centro del mundo, si es que este vacío era un mundo. De repente, llegué al suelo. Debí de caer centenares de metros, pero no me hice el más leve rasguño. Me incorporé e intenté vislumbrar algo. Apareció ante mí una puerta del blanco más puro e involuto que se pueda imaginar. Me acerqué a ella y la abrí. De repente oí una voz:
-Aún no. No está preparada.
Sentí que me empujaba hacia la puerta y la cerraba a mis espaldas. Estaba en una habitación blanquísima. Constaba de una mesa larga con varias sillas de color blanco perla, de una araña de cristal con pequeñas bombillitas que relucían blanquecinamente y de un espejo. Me di cuenta de la ausencia de la puerta por la que había entrado. Paseé por la habitación y me paré en el espejo. Me miré, y aliviada, comprobé que seguía siendo yo misma: una chica de tez bastante morena, alta, de 1’75, delgada y con fuertes músculos (pero no marcados); con pelo ondulado a la altura de los hombros de color negro y con dos ojos de color chocolate.
De repente, un objeto apareció de la nada en la mesa. Era una fotografía. Salían cinco personas: un chico de mi altura, con el pelo gris azulado de ojos azul claro, que vestía con una camisa blanca; otro chico de unos trece años con el pelo negro y ojos azul marino, que vestía una camiseta del mismo color de su pelo; un hombre mayor que yo con una larga melena de color plateado, un flequillo que se dividía en dos mitades que tenía a cada lado de su cara, los ojos verdes, medía un 1. 80 y llevaba ropa de color negro; y por último, otro hombre de baja estatura y delgada, de pelo rubio y ojos azules, que llevaba una camisa de cuello alto negro sin mangas. La quinta persona, vestía una camisa azul y era… >>


Me desperté en una cama de una habitación grande de color grisáceo. Había un armario y una estantería en la pared de la izquierda, un escritorio con una silla y la puerta de salida en la del fondo, una pequeña ventana y una puerta de cristal que daba a un pequeño balcón en la derecha. Me desperecé y bostecé. Estaba en mi habitación de la mansión de Arlene. Me levanté y comprobé que mi ropa estaba totalmente arrugada. Decidí cambiarme de ropa por la otra que tenía. Entonces recordé mi maleta. La abrí y comprobé que todo estaba en orden. Saqué la otra ropa y la dejé en la cama, mientras que las otras cosas las coloqué en la estantería y encima del armario. Saqué todo de mi bandolera: los libros los dejé también en la estantería, y el bloc y el estuche en los cajones del escritorio. El reloj y el Siemprejuntos lo dejé encima de la mesa. Me percaté de la existencia de una puerta que no había visto. Tras ella había un baño con una ducha, un lavabo con un espejo, un retrete con varias toallas encima de este y una cesta vacía. Me duché rápidamente y me sequé con una larga y verde toalla. Me peiné como pude y salí del baño. Me cambié rápidamente: me puse las zapatillas, los pantalones piratas y la camisa, pero no abandoné mis guantes negros sin dedos y los fragmentos de mi armadura que llevaba diariamente: las coderas, la hombrera derecha (donde estaba el pulsador para que el resto de la armadura apareciera) y las rodilleras. Cogí mi reloj y mi Siemprejuntos y los guardé en mi bolsillo del pantalón. Dejé la toalla mojada y la ropa sucia en la cesta del baño y salí de mi habitación. Empecé a caminar por el pasillo, en dirección al comedor. Oí una puerta cerrarse a mis espaldas y pasos apresurados.
-¡Luna, espérame!
Me volví. Era Zor. En cuestión de segundos, ya estaba caminando a mi lado. Se había lavado, su ropa estaba limpia y su pelo marrón goteaba agua. Me miró sonriente y me preguntó:
-¿Qué tal has dormido?
-Genial, ¿y tú?
-¡En mi vida había dormido tan bien! Las camas son maravillosas. En Gorlián no había camas, dormíamos en el suelo-dijo, mientras empezábamos a bajar las interminables escaleras.
-Zor…
-¿Sí?
-¿Qué es la Resistencia Angélica?
-Pues…-dudó-No sé mucho sobre ella. He oído hablar a mi madre de ese tema con el hombre del pelo rosa. Creo que no sólo la forman los que viven aquí, que hay más bases. Son… Los ángeles que quedan en el mundo, desde que comenzó la guerra.
-La… ¿guerra?-pregunté.
-Sí. Una guerra entre ángeles, demonios y humanos. Comenzó hace unos meses.
-Y… ¿Por qué comenzó la guerra?-dije, mientras nos dirigíamos a la puerta del comedor
-Por Sol-dijo una voz detrás de nosotros. Nos volvimos. Era Ahriel-. Por mi pequeña.
Moré a Zor. Él me dijo:
-Mi hermana pequeña. Tuvimos que dejarla a merced del río con solo unos meses de vida para que se salvase.
-Sí, y no pararé hasta encontrarla-dijo Ahriel, cruzando la puerta del comedor.
-No lo entiendo… ¿Qué pudo haber hecho para provocar una guerra?-pregunté.
-Existir-me respondió-. Es el ángel de la muerte.
A pesar de todas las preguntas que tenía en mente, no le hablé más del tema, no quería que se sintiese mal. Entramos en el comedor. Solo estaban allí, desayunando, Lumaria y Arlene, aparte de Ahriel. Zor se sentó enfrente de mí, al lado de su madre. Miré mi desayuno: un café con leche, un bollo y un cuenco de fruta en el centro de la mesa. Me bebí el café, me comí el bollo y cogí un melocotón, mi fruta preferida. Cuando me lo acabé, entraron Nela y Demy entraron. Se sentaron a mi lado y empezaron a desayunar. Cogí la taza vacía y el hueso del melocotón y me dirigí a la cocina. La cocina era blanca, con los cacharros de acero inoxidable y la encimera de granito. Tiré el hueso a la papelera, fregué la taza en el fregadero y la dejé en la encimera. Lumaria entró en la cocina. Pasó por mi lado, con varias tazas en las manos. Las dejó en el fregadero y las fregó. Me dirigí a la puerta, pero me volví y le dije:
-Lumaria, ¿aquí hay biblioteca?
-Sí, ¿por?-me preguntó, concentrado en su trabajo.
-Necesito… buscar información sobre algo que me gustaría saber.
-De acuerdo. Después de comer te la mostraré-dijo secándose las manos.
Salimos de la cocina. Estaba contenta, por fin podría saber más sobre lo que tanto me intrigaba: el ángel de la muerte.
Volví a mi cuarto y salí al balcón. Era una mañana agradable, el viento era muy suave y la temperatura muy suave. De repente, vi a lo lejos algo que revoloteaba por el cielo, acercándose a mí. Entró en mi habitación y se posó en mi cama. Corrí hacia ella, cogí el objeto y lo miré. Ahogué un grito.
Era la foto de mi sueño. Y la quinta persona era yo.


NOTA:
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En este capítulo aparecen los personajes Zor y Ahriel pertenecientes a las novelas <<Alas de Fuego>> y <<Alas Negras>> de Laura Gallego García.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Vie Jun 22, 2012 3:59 pm

Aquí tenéis el siguiente capítulo. :write:



Capitulo 7 La Sala de los Espejos.
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No me lo podía creer. Era la foto. Me asaltaron mil preguntas: ¿cómo ha llegado hasta aquí? ¿Por qué salgo yo? ¿Quiénes son los que están conmigo? Aunque todas yo quería responder, no hallaba las soluciones de ninguna, cosa que me frustraba. Harta de calentarme la cabeza, la guardé en uno de los cajones del escritorio. La impresión que me había causado me había quitado el apetito, así que no bajé a comer. Fui a cerrar la puerta del balcón, y de repente apareció Demy boca abajo asomándose al balcón. Me dijo, con muy buen humor:
-¿Te aburres?
-Bueno, un poco-dije-. ¿Por qué lo preguntas?
-Es que acabo de descubrir un lugar genial. ¿Quieres verlo?
-De acuerdo-dije, saliendo al balcón.
Extendió su mano, negué con la cabeza y añadí:
-Ni hablar. Después de nuestro último aterrizaje, no pienso volver a volar contigo jamás.
Él se encogió de hombros, sonriente. Yo me subí a la barandilla y salté hacia un saliente de la pared. Me agarré al alféizar de una ventana y me subí en él. Agarrándome al marco de la ventana, subí hasta el alféizar de otra. Repetí el proceso dos o tres veces hasta que llegué al tejado. Demy estaba allí, tan sonriente como siempre. Me tendió la mano y me ayudó a subir.
-Está por aquí cerca. Sígueme.
Me guió por los tejados y terrazas de la mansión. Pese a que él tenía mejor equilibrio, conseguí mantener su ritmo y no caer al vacío en el intento. Puede que el consiguiese salir ileso, pero yo no tendría la misma suerte ni mucho menos. Llegamos al pie de una de las torres interminables. Demy dijo:
-Ahora quieras o no, tendrás que volar.
-¿Y no me dejas escribir mi testamento?-dije.
-No. Aunque no creo que tengas mucho que dar...
Suspiré y me acerqué a él. Me cogió de la cintura y se elevó por los aires. Tras unos minutos de vuelo hacia arriba, entró por un boquete y se posó en el suelo. Me miré, y comprobé que estaba entera. Observé la habitación donde me había llevado: era una sala con las paredes completamente cubiertas con espejos, formando mosaicos. La abertura de la pared dejaba ver el increíble cielo del mundo, de un bello color indescriptible. Él se sentó en el suelo, mirando hacia el agujero. Me senté a su lado, imitándolo.
-¿A qué es genial?
-¿El qué?
-Este lugar. Lo descubrí el otro día, mientras intentaba mejorar en vuelo.
-Parece que no te ha servido de mucho.
-Ya… Nunca se me dio bien ser un ángel.
Me reí. Él me miró y dijo, gesticulando:
-¡Es verdad! Soy horrible. No sé volar, no soy bueno ni con los estudios ni con la lucha… Soy, soy…
-¿Un adolescente normal y corriente?
-¡Sí! Bueno, yo iba decir un inútil inservible, pero tu respuesta no me daña tanto la autoestima.
Los dos nos reímos a carcajadas. Después de un rato, le pregunté:
-¿Te has tintado el pelo?
-¿Qué?
-Quiero decir… Antes, tu pelo era oscuro, ahora es de un marrón muy claro, casi rubio.
-¿En serio? ¡Eso es genial! Es uno de los cambios que te conducen a ser un ángel adulto.
-Es… ¿una especie de pubertad o algo así?
-Algo parecido, pero sin acné. Además, ¿Qué creías? ¿Qué Lumaria tenía el pelo rosa desde su nacimiento?
-Espero que no. Si fuera así, más de uno se metería con él en el colegio.
Nos reímos lo máximo que pudimos. Pasado un rato, me levanté y dije:
-Creo que deberíamos volver. Hemos desaparecido demasiado tiempo.
-Sí. Nela se pondrá hecha una furia-dijo, rascándose la cabeza.
Me cogió y voló, esta vez hasta mi cuarto. Me dijo adiós y se fue. Me quedé sola, en mi cuarto. Abrí el cajón donde había guardado la foto. No estaba. Abrí todos los cajones, pero nada. Entonces, la vi. Estaba en la estantería. Me dio mala espina, yo sabía que la había guardado en un cajón. Esta vez la metí en mi bandolera. Llamaron a la puerta, y apareció Lumaria. Apoyado en el marco de la puerta, me preguntó:
-¿Estás lista?
-Claro-respondí, mientras me colocaba en el hombro la bandolera-. Vamos.
Lo seguí por blancos pasillos y enroscadas escaleras hasta que llegamos a una galería que no conocía. Anduvimos tranquilamente a lo largo de esta hasta que se paró y se giró hacia una gran puerta doble. La abrió de par en par, se hizo a un lado, y dijo mostrándomela con la mano:
-Bienvenida a la gran biblioteca de la mansión, comparada con la Biblioteca Real de Alejandría.
Me quedé boquiabierta. Ante mí se alzaba la biblioteca más grande que se pueda imaginar: con los techos altos y varios pisos llenos de estanterías repletas de libros hasta donde alcanzaba la vista.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Dom Jun 24, 2012 5:22 pm

El siguiente capítulo. ¡Feliz verano!


Capitulo 8 La Biblioteca.
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Entré en la colosal biblioteca. Era la tan grande, que parecía mentira que cupiera en la mansión.
-¿Sorprendida?-me preguntó Lumaria.
-¿No se me nota?-le dije- Y, ¿cómo demonios voy a encontrar lo que uso entre tantos libros? Ups, perdón por la expresión.
-Con esto-me dijo, tendiéndome tres grandes libros-. Es una especie de guía. Y no me mires con esa cara, está todo ordenado alfabéticamente.
Aunque que estuviera ordenado ayudaba, tardé casi una hora en buscar <<El ángel de la muerte>>. Miré el piso, la estantería y el estante: séptimo piso, tercera estantería, estante décimo. Le pregunté a Lumaria cómo se subía, y me respondió que por las escaleras de caracol que había al lado de las barandillas. Después de siete pisos de infinitos escalones, llegué a mi destino. Me dirigí a la tercera estantería. Encontré el décimo estante, pero había un minúsculo problema: estaba a tres metros del suelo.
-<<Espero que tanto tiempo de escalada de tejados dé su fruto>>-pensé.
Empecé a escalar por la estantería. Cuando alcancé el dichoso estante, el mueble empezó a tambalearse hasta caer (por suerte, cayó hacia al lado opuesto de donde yo estaba, salvándome el pellejo). En cuestión de segundos, estaba encima de un montón de astillas cubiertas de libros. Me levanté y comprobé que no estaba herida. Me alejé del destrozo y lo observé. De repente, la madera se recompuso, formando de nuevo la estantería; y los libros empezaron a levitar y a volver a su lugar.
-Ángeles-bufé-. Nunca dejarán de sorprenderme.
Me acerqué a la estantería y la miré. Ni un solo rasguño, ni una sola grieta, ni un solo libro mal puesto.
-<< ¿Cómo demonios voy a conseguir los libros?>>-pensé.
Entonces, la bombilla se encendió. Tenía una ida, por muy absurda que fuera. Me senté en una silla que había por allí y, extendiendo las manos en la mesa, dije:
-El ángel de la muerte.
Nada. Absolutamente nada. Me paré a pensar, y se me ocurrió algo:
-Por favor-dije.
Entonces, cuando empecé a pensar que estaba haciendo el idiota, un libro vino revoloteando hacia mí. Se posó en mis manos. Lo miré: no muy grueso, de tapas rojas y con el título puesto en dorado: <<El Mundo de los Muertos>>.No ponía quién era el autor, ni en qué año se hizo, ni dónde. Lo abrí y miré el índice. Abrí por la página 28, donde empezaba el capítulo del dichoso ángel. Leí:


El Ángel de la Muerte (llamado Zora, que significa ángel del infierno) es una raza híbrida, mitad ángel mitad demonio. La característica que permite identificarlo es que sus alas blancas están teñidas de rojo desgastado en los extremos. El sexo no es relevante, puede ser tanto hombre cómo mujer.
Su función es llevar las almas de los difuntos al Mundo de los Muertos mientras duerme. Es un cargo que no puede rechazar.
Es un ser inmortal; no obstante, si tiene descendencia, pierde parte de ese poder: pese a que sigue viviendo eternamente, se puede matarlo (con el legendario Dardo de Jade o con la magia negra de aquellos seres que son, pero no existen, denominados incorpóreos).



No era mucha información, pero era suficiente para mí. Decidí llevarme el libro para leerlo de cabo a rabo. De repente, voló hacia mí otro libro, de tapas negras. Su título era, simplemente <<Oscuridad>>. Decidí llevármelo, a lo mejor contenía más información. Bajé a la planta baja, Lumaria seguía allí, inmerso en un libro de tapas marrones. Me miró e hizo un gesto, indicándome que podía irme.
Cuando llegué al atrio del pasillo principal, Nela estaba allí, de pie, observando la pequeña fuente. Se dirigió a mí corriendo y dijo, nerviosa:
-¡Luna, tienes que ayudarme! ¡Es cuestión de vida o muerte!
-¿Qué sucede? ¿Ha pasado algo malo?
-¡Sí, es horrible! ¡Cómo no consiga un regalo para nuestro aniversario, Demy no me volverá a hablar jamás!
Evité el impulso de ponerme a reír, Nela estaba muy nerviosa y no quería ponerla más aún. La invité a sentarse en uno de los bancos. Le dije:
-Tranquila, Nela. Te ayudaré.
-¡Gracias gracias!-dijo.
-Muy bien. Primero, cálmate. Segundo, cálmate, en serio. Tercero, dime qué le gusta a Demy.
-Hm… le gusta la música.
-Cómprale una radio.
-¡Eso es muy cutre! ¡Quiero que sea algo difícil de conseguir, que sea guay!
-Eso cambia las cosas… Bien, déjalo en mis manos.
-¡Gracias gracias! ¿Cómo podré pagártelo?
-Simplemente, recuerda el primer y segundo paso.
-Vale. Cuándo consigas el regalo, ven a mi cuarto. Está en el segundo piso, pasillo número cinco. ¡Adiós!-dijo, mientras se alejaba y me lanzaba un beso.
Suspiré. Me dirigí a la puerta principal. Arlene estaba en el patio, paseando. Me vio y me indicó que me acercara.
-¿Adónde vas, Luna?-me preguntó.
-Voy a comprar una cosa.
-De acuerdo, te acompañaré. Nos estamos quedando sin comida.
Alzó la mano y abrió un portal. Pero no era un pasillo oscuro como los que manejaba el Maestro Xehanort, sino que era de luz pura. Pasamos y llegamos a un mundo que yo desconocía. Estábamos en una plaza, adornada con flores de todos los colores y tipos que se podían. Se veía un castillo a lo lejos, y todos los demás edificios eran casas. Arlene comenzó a andar, y yo la seguí. Entramos en una calle que, según un cartel, daba paso a la zona residencial. Allí, había una tienda moguri y un pato al lado. Sí, he dicho un pato. Era mayor, con gafas, un sombrero de copa y un abrigo de piel. Arlene empezó a conversar con él. Yo me acerqué al moguri y empecé a regatear por el regalo para Demy. Al final, me la vendió por dos ultrapociones y quinientos platines, una ganga para lo que había obtenido. Arlene había conseguido cuatro bolsas de provisiones, lo que era según ella, “para dos semanas solamente”. Abrió el pasillo “luminoso” y entró. Cuando yo estaba a punto de entrar, el pato me dijo:
-Toma, chica: cuatro helados de sal marina para ti y para tus amigos.
Le di las gracias y entré en el portal. Aparecí en el atrio. Arlene cerró el pórtico y se fue hacia la cocina canturreando. Yo me dirigí al dormitorio de Nela. Llamé a la puerta y me abrió. Su cuarto era más grande que el mío, con las paredes de un color lila, una cama con dosel de sábanas violetas, un armario gigantesco, un escritorio, un balcón, una ventana y una puerta que daba al baño. Le entregué el regalo, empaquetado por el moguri, y le dije que estaría en el atrio. Cuando llegué allí, estaban sentados Zor y Demy. Se me ocurrió darles dos de los helados, y yo me empecé a comer uno. Estaban buenísimos. No podía describir el sabor. Los chicos también estaban maravillados. Llegó Nela con el regalo en brazos. Le entregué el último helado. Lo probó y exclamó:
-¡Es genial! Es… ¡Dulce y salado a la vez!
Tenía razón, era la descripción más aproximada al sabor. Demy le dijo a Nela <<Feliz aniversario>> y le entregó una cajita del tamaño de una mano, más o menos. Zor y yo mirábamos a la pareja, intentando aguantar la risa. Nela lo abrió y gritó:
-¡Este collar es fantástico! ¡Es justo lo que quería! ¡Gracias gracias!
Le besó en la mejilla y le deseó feliz aniversario también, entregándole el regalo que yo había comprado, en una caja mucho más grande que la suya. Lo abrió y se quedó boquiabierto.
-¡Una guitarra!-chilló, a grito pelado.
Entonces, Demy dejó la guitarra a un lado, se acercó a Nela y le abrazó. Le susurró algo al oído, acercó su cara a la suya y le besó. Zor y yo apartamos la vista, no sé si por respeto o por asco.


NOTA:
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En este capítulo aparecen el personaje Zor perteneciente a las novelas <<Alas de Fuego>> y <<Alas Negras>> de Laura Gallego García.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Vie Jun 29, 2012 8:09 pm

Aquí tenéis el siguiente capítulo.

Lo he tenido que editar por diversas razones.

Capitulo 9 La Promesa.

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Dejamos a la parejita a solas y nos fuimos al comedor. La cena ya estaba servida: pollo frito y ensalada. Comí con avidez, tenía mucha hambre. Zor y yo nos dirigimos a nuestras habitaciones. Dejé la bandolera en la silla y abrí mi armario por primera vez. Allí estaba mi otra ropa, limpia y seca, y otras prendas que no eran mías. Todas eran demasiado extravagantes para mi gusto; no obstante, encontré un pijama formado por pantalones cortos y una camiseta de tirantes bastante cómodo. Me metí en la cama y comencé a leer el segundo libro. Hablaba de muchas cosas: Kingdom Hearts, sincorazón, nescientes, incorpóreos y una extraña llave: la llave espada x. Después de un rato leyendo, estaba cansada, cerré el libro, lo deje en el suelo, me tumbé y me dormí en cuestión de segundos.
Me desperté sobresaltada. Había tenido el mismo sueño otra vez. Me levanté y comprobé que todo seguía en su sitio. Cuando me convencí a mí misma de eso, cogí mi ropa de portadora de la Llave-Espada y me dirigí al baño. Me duché con agua helada, hacía mucho calor. Me sequé con una de las toallas y me peiné. Me puse la ropa y dejé la toalla en el cesto. Salí de mi habitación y llamé con los nudillos a la puerta de Zor. En tres minutos, Zor salió de su cuarto muy alegre.
-¿Vamos a desayunar?-le pregunté.
-Claro, me muero de hambre. Espera, voy a avisar a mi madre.
Abrió la puerta de su madre y dijo:
-¡Mamá, despierta! ¡Ya es por la mañana!
-¡Ya voy! ¿No sabes llamar a la puerta o qué?
Zor salió con una sonrisa en la cara y dijo:
-Vamos bajando, ya vendrá ella.
Llegamos al comedor. Los demás estaban allí: Nela, enseñándole el collar de Demy a Arlene, Demy tocando la guitarra y Lumaria obsevándole. Me senté en mi silla de siempre. El desayuno estaba servido: un bol de cereales con leche y un zumo de naranja. Cuando lo terminé, dejé el cuenco y el vaso en el fregadero. Volví al comedor y me senté. Miré a mis amigos: Nela, Demy, Zor… Algún día tendría que volver a casa, no podía quedarme eternamente. Llegó Ahriel, se sentó y empezó a desayunar. Tenía profundas ojeras y el pelo revuelto, me pregunté si estaría enferma. De repente, escuché un silbido. Los demás parecían haberlo oído también, todos giraron la cabeza. Oí un chillido, una enorme bola de oscuridad venía vertiginosamente hacia nosotros.
-¡Demy, lleva a Nela y a Zor a la cocina y quédate con ellos!-grité.
-¿Y tú qué?-me preguntó, aterrorizado.
-Sé cuidar de mí misma-le dije, muy segura.
-De acuerdo.
Demy cogió a Nela y a Zor del brazo y los arrastró a la cocina. Vi la cara de preocupación de Zor, así que cogí a Ahriel del brazo y la llevé a la cocina con ellos. Ella no opuso resistencia, debía de estar agotada por alguna razón. Volví al comedor. Lumaria y Arlene habían colocado la mesa y las sillas de tal forma que habían conseguido construir una especie de fuerte. Se me ocurrió una idea.
-¡Venid aquí!-les grité-. Creo que sé como amortiguar la caída de la bola.
-¿Cómo?-me preguntaron a coro.
-Tumbaos-les ordené.- ¡Hielo!
Creé una capa gruesa de hielo alrededor del fuerte y de la puerta de la cocina, fabricando una semiesfera por encima de nuestras cabezas. Salí del refugio y me coloqué encima del agua congelada. La bola de fuego impactó en el escudo y no perdí el tiempo: volví a usar el hechizo, esta vez hacia la bola, congelándola y convirtiéndola en un bloque de hielo. Una vez lo conseguí, me caí: el hielo estaba muy resbaladizo y había gastado mucha energía. Lumaria me cogió en brazos y me llevó a la cocina. Le dijo a Demy algo, y se fue tras él. Yo no quería quedarme, quería ayudarles. Intenté levantarme, pero me desmayé, fatigada.
Me desperté horas más tarde. No estaba en la cocina, ni siquiera en la mansión. Estaba en una playa, una playa de aguas oscuras. Era de noche, todo estaba oscuro. Yo estaba tras unas rocas, allí estaban también Zor, Ahriel y Nela. Miré a mí alrededor. Allí estaban Demy, Lumaria y Arlene tumbados y aturdidos. Llegaron dos extraños hombres, vestidos con túnicas negras. Sus rostros estaban ocultos tras capuchas. Agucé el oído, estaban conversando:
-¿Qué hacemos con ellos?
-Lo que nos han ordenado.
-Pero…
-¿Pero qué?
-Es que… Me parece muy cruel.
-Resérvate tus opiniones. Por tu bien.
-De… Acuerdo.
-Pues a ello. ¿Sabes cómo se hace, no?
-Sí. Yo cojo al joven.
-Muy bien. Yo a la mujer.
Los arrastraron y empezaron a… ¡Pero qué demonios! ¡Les estaban arrancando las alas! Arlene y Demy gemían, y después pasaron a aullar de dolor. Comprobé que los demás estaban dormidos, no quería que lo viesen. Pero Zor ya se había despejado y ya estaba mirando. Dio un respingo, pero no se movió. Cuando terminaron con Demy y Arlene, comenzaron con Lumaria. No podía más aparté la vista. Después de unos minutos se fueron riendo a través de un pasillo oscuro. Zor y yo saltamos sobre las rocas y corrimos hacia ellos. Afortunadamente, se habían curado físicamente; pero no creo que lo hubieran hecho psíquicamente. Nela se estaba despertando. Dejé a Zor a su cargo y volví a la mansión con la Llave-Buscadora y Nela en brazos. Cuando llegué, estaba en llamas. No tenía tiempo para apagarlo. Llegué a mi habitación. Cogí mis cosas más importantes (el bloc y el estuche, la bandolera, el Siemprejuntos, el reloj, la foto, los dos libros de la biblioteca y mi otra ropa) y las metí en la maleta. Le pregunté a Nela:
-¿Dónde están las habitaciones de Demy, Nela y Lumaria?
-Están todas al lado de mi cuarto-dijo, asustada.
-Ve y coge lo que sea más importante para ellos. ¡Corre!
Se fue corriendo. Yo intenté entrar en la habitación de Zor y de Ahriel, pero se habían hundido. Corrí al comedor con la maleta a la espalda. Allí, encontré mi escudo gélido destrozado. Entré en la cocina. Cogí unos cuantos víveres y los metí en una bolsa. Encontré la guitarra de Demy entré los escombros, estaba intacta. Volví al patio. Allí estaba Nela, con varias bolsas. Volvimos de nuevo a aquella playa. Dejamos las bolsas a un lado. Nela corrió hacia Demy y le acarició la cara. Empezó a llorar desconsoladamente. Yo me acerqué a ella y la abracé. Ella me abrazó con una fuerza sobrenatural, pero no me quejé.
-Tienes que ser fuerte, ¿vale?-le dije.
-Pero…
-Prométemelo.
-Te lo prometo-dijo ella secándose las lágrimas.
Abrió un pasillo de luz y nos dijo que la siguiésemos. Zor y yo fuimos pasando a los tres al otro lado. Estábamos en la plaza de la ciudad a la que fui con Arlene. Los llevamos a la zona residencial y nos dijo que los metiéramos en una casa. Allí había un anciano con una larga barba, vestido con una túnica azul. Nela entabló con él una pequeña conversación. Tras terminar, nos dijo a los tres que saliésemos. Dejé sus cosas dentro. Nela nos abrió un portal para volver a la playa. Nos abrazó con fuerza y nos dijo adiós. Entramos en el pórtico. Cuando pasamos, se cerró detrás de nosotros. Ahriel aún estaba durmiendo. Nos sentamos en la orilla de la playa.
-¿Qué les pasará a Demy, Arlene y Lumaria?-le pregunté.
-Seguramente, perderán los poderes angélicos, a sí que se harán humanos.
-¿Y qué pasará con Nela?
-Supongo que seguirá con ellos.
Entonces, mi colgante comenzó a brillar. Lo miré: era la Llave de los Nescientes. Le dije a Zor:
-He de irme. Lo siento mucho.
-¿Por qué? Quédate.
-Si pudiera, me quedaría. Lo siento.
-De acuerdo, Luna. Te echaré en falta.
-¿Tú qué harás? ¿Te quedarás aquí?
-Por lo menos hasta que mi madre se reponga.
Nos levantamos y nos abrazamos.
-Hasta siempre, amigo mío-le dije.
-Luna, ¿me puedes hacer un favor?
-Lo que quieras.
-Encuentra a mi hermana, por favor. Y no permitas que le ocurra nada, ¿vale?
-Lo juro Zor. Y juro que volveremos a vernos. Y que traeré a Sol conmigo.
-Gracias, Luna. De verdad. Y... ¿podrías prometerme algo? Es importante...
-Claro, Zor- ¿Qué es?
-Sigue viva.
-Lo intentaré-susurré, riéndome.
Aunque quería quedarme así, me deshice de su abrazo y me fui.Noté que un pedacito de mi se quedaba en la arena de esa playa. Y me juré a mi misma que volvería para recuperarlo. Llegué donde todo había comenzado: la casa de Xehanort. El tejado estaba aún derruido. Allí estaba el Maestro Xehanort, que se acercó a mí.
-¿Dónde te habías metido, Luna? ¡Te he estado buscando por todas partes!
-Es una historia muy larga. ¿Para qué querían los ángeles hablar contigo, Maestro Xehanort?
-Hummm... Te propongo un trato: yo no te respondo y tú no me respondes.
-De acuerdo, Maestro. Auque ya lo habrás intuido, ¿no?
Él asintió, y me hizo la señal de que le siguiese. Le obedecí, y ambos nos internamos en aquel desértico mundo.



NOTA:

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En este capítulo aparecen los personajes Zor y Ahriel pertenecientes a las novelas <<Alas de Fuego>> y <<Alas Negras>> de Laura Gallego García.
Última edición por 15nuxalxv el Lun Jul 09, 2012 11:53 am, editado 1 vez en total
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Dom Jul 08, 2012 5:54 pm

Lo edito para que encaje con la edición del cap. anterior (siento tantas ediciones! es NE-CE-SA-RIO).

Capítulo 10: La Llave-Espada x.
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Anduvimos en el seco mundo donde todo comenzó. No me había dado cuenta, pero en mi interior había crecido un inmenso odio hacia ese lugar. Allí estuve dos años de mi vida no haciendo más que entrenar; viviendo con Vanitas, el perrito faldero del Maestro Xehanort que no se dignaba ni a hablarme; Ven, que aunque era mi amigo se había convertido en un zombie por aquel entonces; y el Maestro Xehanort, el viejo calvo que me había atrapado allí, que había convertido a Ven en un “muerto viviente”, que nos había llevado a Tierra de Partida sin nuestra opinión y que me había separado de mis amigos ya dos veces. Sí, no le tenía mucho afecto a aquel yermo.
Xehanort me dijo que me pusiese la armadura, y yo obedecí: pulsé el interruptor de mi hombro, sacando mi brillante armadura plateada, violeta y negra. De repente, a mi lado apareció Vanitas, y acordamos en silencio ignorarnos. Miré hacia delante: ¡Aqua, Ven y Terra estaban allí! Me pregunté que harían aquí. Ellos también parecían sorprendidos de verme allí, no parecía que se lo esperasen. Xehanort comenzó a parlotear como un papagayo con su rollo de siempre: que si la oscuridad, que si la luz, que si las llaves-espada… Saqué algunas cosas interesantes: que este mundo se llamaba Necrópolis de la Llave-Espada, y que aquí lucharon cientos de portadores por la Llave-Espada x, la que aparecía en el libro. Entonces me di cuenta de que aún llevaba mi maleta cargada a la espalda. Me reí por dentro. Entonces, Xehanort, elevando la voz dijo:
-La Llave-Espada x.
¡Estaba señalando a Ven! Intenté recordar si mencionaba a Ven el libro en el apartado de esa dichosa llave. Ven sería… ¡el corazón de pura luz que se necesitaba para forjarla! Si fuera así… ¿cuál sería el corazón de pura oscuridad? Miré a todos los presentes: Aqua, imposible; Xehanort, no creo que se suicidase; Terra, aún conserva algo de luz; yo, como que no; Vanitas… ¡Tenía que ser él! Comenzó la lucha. Por lo que veía, mis amigos iban perdiendo, y no iba a dejar que eso ocurriese. Corrí hacia Aqua y Ven. Ven estaba congelado por un hechizo de Xehanort. Cuando llegué, Aqua me gritó:
-¡Ayuda a Terra!
Fui hacia él in pensarlo dos veces. Estaba luchando contra Xehanort, y tenía todas las de perder. En el cielo apareció… ¡Kingdom Hearts! Cómo no, tenía forma de corazón, de un azul muy intenso. Corrí hacia Terra y me puse a ayudarlo. Mientras luchaba contra Xehanort, codo con codo con Terra, me asaltaron recuerdos:
<<Yo tenía apenas trece años. Acababa de hacerme pupila de Xehanort. Él me estaba enseñando a manejar la llave. Hacía aparecer bestias de la oscuridad por todos lados que se abalanzaban hacia mí. Él siempre decía:
-¡Usa la oscuridad! ¡Úsala!
Yo lo intentaba, pero no sabía cómo. Hasta aquel día.
Ven, con tan solo once años, y yo, estábamos entrenando. Luchábamos uno contra uno, era divertido. De pronto, un montón de sincorazón (así se llamaban aquellas criaturas negras) aparecieron y empezaron a atacarnos sin piedad. Luchamos con esfuerzo, pero por cada uno que eliminábamos aparecían tres en su lugar. Miré de reojo a Ven, y vi que estaba a punto de desfallecer: le flaqueaban las piernas y temblaba el pulso. Uno se iba a abalanzar contra él, y no me lo pensé dos veces: corrí a socorrerlo. Una vez maté a el que iba a atacarlo, me encargué de todos los demás. Entonces, para nuestra sorpresa, no quedaba ninguno. Y mi Recuerdos Lejanos y mi Prometida habían desaparecido: ahora asía una sola llave, que era una especie de mezcla de los dos: era blanca y negra y tenía dos puntas. Miré su llavero, un corazón roto. Ambos prometimos no decírselo a nadie. >>

Ahora, necesitaba ese poder. Cómo aquella llave apareció cuando Ven estaba a punto de morir, me concentré en todas aquellas imágenes que tanto dolor me causaban: la imagen de aquel Ven de once años; cuando Ven se desmayó en Tierra de partida; cuando Terra suspendió el examen; cuando me apartaron de Aqua, Ven y Terra; cuando a Demy, a Lumaria y a Arlene les arrancaron las alas, la imagen de la mansión en llamas; cuando me despedí de Nela y más tarde de Zor… Todas aquellas imágenes me hicieron sentir que la oscuridad se apoderaba de mí. Entonces, lo conseguí: transforma esa oscuridad en energía, energía “canalizada” (tal vez dentro de los sermones de Xehanort hubiera algo de verdad) y apareció: aquella misteriosa llave del corazón roto. Parecía que el Maestro Xehanort se había sorprendido.
Empecé a batallar contra Xehanort. He de admitir que era un gran adversario: dos contra uno y aún así, el combate estaba muy igualado. Cuando estábamos a punto de vencerlo, vino Vanitas. Yo decidí ir a por Xehanort, le grité Terra que luchara contra Vanitas. Mientras luchábamos, Xehanort decía:
-Al parecer, al menos uno de mis alumnos ha conseguido controlar la oscuridad. ¡Bien hecho!
-Te lo debo ti, gracias por convertirme en lo que soy.
-Un placer. Dime, ¿por qué luchas contra mí? ¡Únete a mí!
-Ni lo sueñes-dije, bloqueando uno de sus golpes.
-¿Por qué? ¿Por tus amigos? Sabes, nunca les he oído preguntar por ti ni una sola vez desde que te fuiste con esos angelitos.
-¡Mientes!-exclamé mientras le asestaba un mandoble.
-Vamos, Luna. Sabes que digo la verdad. ¡Ven conmigo, y los venceremos!
-¡Jamás!
-¡Podríamos hacer grandes cosas! Una vez consiga la Llave-Espada x, con ella y con tu Roba-Corazones, esa extraña llave que portas, ¡Kingdom Hearts será nuestro!
-¿Y que pasa con tu fiel Vanitas?
-Él no sabe que cuando se forje la Llave-Espada x, desaparecerá con Ventus. ¡Y nunca lo sabrá!
-Me temo que tendré que rechazar tu oferta. Pero si insistes, la pondré en mi lista de espera.
Una vez dicho esto, le asesté un buen golpe en la espalda. Parecía que le había dado bien, retrocedió unos pasos. Le ordenó a Vanitas:
-Ve a ocuparte de los otros dos.
Acto seguido, Vanitas obedeció. No, eso ni hablar.
-¡Lo siento, Terra!-le grité- ¡Tendrás que continuar tú solo!
Él asintió, y yo seguí a Vanitas. Cuando llegué, estaba a punto de quitarle el corazón a Aqua. Yo le di un empujón y, junto a Ven (descongelado), nos preparamos para la batalla. Vanitas dijo:
-Vaya, Luna. Tú siempre estorbando.
-Qué le vamos a hacer, soy así. Y me sorprende que sepas mi nombre.
-El Maestro siempre está hablando de ti y de Ventus. A veces fastidia.
-Que penita me das. Por cierto, los celos no son sanos-dijo Ven.
-Es verdad. Tal vez, si os mato, conseguiré que se vayan.
-Te deseo suerte-dije yo.
-Lo mismo digo-replicó Vanitas.
Comenzó la batalla. Ven y yo contra Vanitas. Intentaba no alejarme mucho de Ven, estaba preocupada por él, no sé por qué. Sabía perfectamente que podía cuidarse él solito, pero había algo que me inquietaba. Una vez estaba casi aniquilado, noté que Vanitas decía algo. De golpe y porrazo, una explosión de energía comenzó a brotar. Pese a que intenté resistir, pudo conmigo y me lanzó por los aires hasta que me estampé contra una roca. Ven seguía allí, pero si me acercaba, la explosión volvía a apartarme. Vi a Aqua inconsciente allí, e intenté reanimarla. Cundo volvió en sí, Ven estaba allí, pero con… ¿La ropa de Vanitas? Comenzó a hablar, pero había algo extraño en su voz: era como si Ven y Vanitas hablasen a la vez. Supongo que la fusión de ellos dos no estaba terminada. Cargué hacía aquella extraña fusión; y comenzamos una nueva lucha. Aqua, aunque estaba un poco aturdida, me ayudó como sus fuerzas le permitían, y un ratón gigante nos ayudaba. Me pregunté quién sería. Me empezaban a fallar las fuerzas, llevaba varias horas luchando. Al fin, ocurrió algo, parecía que él (o ellos) estaba a punto de perder, que íbamos a ganar.
-Aqua…-dije.
Las rodillas me fallaron, estaba abatida. Lo último que recuerdo era que alguien gritaba mi nombre.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Mié Jul 25, 2012 9:56 pm

Aquí tenéis el siguiente capítulo.



Capítulo 11: El Castillo del Olvido.

Spoiler: Mostrar
<<Estaba en una plataforma. En ella, estaban dibujados Ven y Vanitas. Entonces, los vi. Me acerqué. Vanitas no llevaba el casco, que dejaba ver sus ojos naranjas y su pelo negro peinado extrañamente. Vanitas dijo:
-¡No puedo creer que me hayas ganado!
-Sinceramente, yo tampoco-dijo Ven.
-¿Le has vencido?-le pregunté a Ven.
-¡A qué suena increíble! Quién lo iba a decir…-dijo Vanitas.
-Ahora… ¿Que pasará?-pregunté.
-Vanitas y yo desapareceremos.
-¡¿Qué?! ¡No es posible!-exclamé yo.
-Cómo lo oyes-dijo Vanitas.
Los dos comenzaron a desintegrarse. No pude evitar las lágrimas que aparecieron en mis ojos.
-No llores-me dijo Ven.- Lo he hecho para salvaros.
Asentí. Vanitas dijo:
-¿Sabes? Podríamos haber sido buenos amigos.
-Tal vez.
-Adiós, Luna. Ya nos veremos.
-Adiós. Y podrías sonreír por una vez en tu vida. No es tan malo.
Él sonrió, y yo también. Me alejé un poco y los vi desaparecer poco a poco.
-¡Adiós!-dijeron a coro, justo antes de desaparecer por completo.
-Hasta siempre, amigos >>.

Me desperté en una habitación de paredes amarillas. Había varios muebles: un trono, una mesa y estanterías con libros hasta los topes. Allí estaba Aqua, el ratón, un pato (no el amigo de Arlene), una especie de perro y un anciano vestido con una túnica azul y un sombrero (no era la misma persona que habló con Nela.) A mí lado estaba… ¡Ven! Lo zarandeé, pero no daba señales de vida.
-De acuerdo, Maestro Yen Sid-dijo Aqua-. ¡Luna!, estás despierta.
-Sí-murmuré, bostezando.- ¿Qué pasa?
-Te lo contaré de camino. Vamos.
Me ayudó a levantarme y cogimos a Ven, ella de los hombros y yo de las piernas. No pesaba mucho, lo llevamos sin problemas. Una vez salimos de aquella torre, dije:
-¿Y ahora qué hacemos con Ven?
Entonces, Ven sacó su Llave-Espada y abrió un portal de luz. Después, la guardó y volvió a quedarse inmóvil.
-Bueno, si es allí donde quiere ir-suspiró Aqua.
Era Tierra de Partida, aunque un poquito cambiada si que estaba: el castillo estaba en ruinas y el patio delantero tenía una enorme grieta que lo partía en dos. Entramos en el castillo. Mientras nos dirigíamos a la sala de los tronos, Aqua me dijo:
-El Maestro me dijo que uno de nuestros deberes de Maestras era, si este lugar sucumbía a la oscuridad, cogiésemos su Llave-Espada y sellásemos este lugar, haciendo que cualquiera que entré lo olvide todo. Cualquiera menos nosotras dos.
Dejamos a Ven en el trono de Eraqus y nos colocamos detrás de él. Aqua sacó la llave-espada del Maestro Eraqus. Las dos la blandimos y apuntamos a la parte trasera del trono. El trono se iluminó y dejó ver una cerradura. Ambas, con mucha decisión, introdujimos la llave-espada en ella. Hubo un destello cegador, y cuando recuperé la vista, vi el nuevo castillo: totalmente blanco, con cadenas que brillaban intermitentemente por todos lados. Sólo quedaba un trono, donde Ven yacía.
-Volveremos a por ti, Ven-aseguró Aqua.- Lo prometo.
Salimos del castillo. Lo miré. Se había vuelto amarillo, con los tejados verdes.
-¿Ahora qué haremos?-pregunté.
-Buscar a Terra. Lo sabrías si no te hubieses quedado dormida.
Me reí. Después, dije.
-Hm… En este castillo todo se olvida, ¿no?
-Sí, ¿por?
-Déjame la Llave-Espada del Maestro.
Aqua me la dio. Apunté encima de la puerta, y con rallos de luz, grabé en la piedra con letras grandes:

“Castillo del Olvido”


-¿Te gusta?-le pregunté.
-Sí, queda bien.
Apretamos nuestros interruptores y aparecieron nuestras armaduras. Después, lanzamos nuestras llaves y alzamos el vuelo, en busca de Terra.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Lun Jul 30, 2012 11:10 pm

Capítulo 12: Buscando a Terra.
Spoiler: Mostrar
Una vez llegamos al Mapa de los Mundos, decidimos dividirnos. Después de varios mundos, entré en un mundo llamado <<El Coliseo del Olimpo>>. El mundo se dividía en una ciudad llamada Tebas y en un coliseo, tal como indicaba el nombre. Aparecí en el patio de este, donde dos chicos estaban combatiendo: uno, pelirrojo y delgaducho, que vestía con una túnica, y otro moreno, que vestía con una armadura y que me resultaba extrañamente conocido. Me senté en las escaleras, mirando cómo combatían. Después de un rato, el pelirrojo se derrumbó en el suelo.
-¡Chúpate esa, Hércules!-dijo el moreno.- ¡Has perdido, y encima con público delante!
Me señaló. Me levanté y dije:
-¿Eso es luchar? Pensé que estabais bailando.
El moreno se rió, y añadió:
-Como si pudieras hacerlo mejor.
Saqué mis llaves y le dije:
-¿Qué te apuestas?
Luchamos durante largos minutos. La lucha estaba muy igualada, pero salí vencedora. Al chico le fallaron las rodillas, y murmuró:
-¡Vencido por una chica! Debería darme vergüenza.
-Ha sido un buen combate, esto…
-Zack. Me llamo Zack.
Lo miré. Mi cabeza se iluminó, ya sé por qué me sonaba tanto. Me dirigí a mi maleta, que dejé en la escalera, y saqué la foto. Zack me siguió y ambos la miramos. Después, nos miramos asombrados.
Uno de los chicos de la foto era Zack.
Empezamos a hacernos preguntas para intentar averiguar algo de la extraña foto, pero no pudimos sacar nada. Los tres, Zack, Hércules y yo; nos sentamos en la escalera. Hércules me dijo:
-Eres muy buena luchadora, podrías ganar incluso a Terra o a Aqua.
-¿Terra y Aqua han estado aquí?
-¿Los conoces?-me preguntó Zack.
-Sí, son amigos míos.
-Son los campeones de los torneos-me aleccionó Hércules.- Es una pena que se hayan acabado, ¡seguro que les ganarías!
Nos reímos. Después de un rato, llegó la hora de seguir con mi búsqueda. Se me ocurrió algo:
-Zack, toma esto-le di una esfera transparente, hecha por un conjuro.- Si averiguas algo sobre la foto, o necesitas algo, rompe esta bola. Te aseguró que vendré.
-Muy bien-dijo, asintiendo.
-Bueno, me voy-me despedí, sacando mi armadura y mi Llave-Buscadora.- ¡Hasta pronto!
-¡Adiós!-se despidieron, mientras yo ascendía hacia el cielo.
Cuando llegué al mapa d los mundos, encontré a Aqua por allí. Las dos avistamos un mundo que rezumaba oscuridad. Decidimos ir a ver que pasaba. Aterrizamos en… ¡la plaza de mundo donde dejé a Nela y a los demás! Terra estaba allí, pero sucedía algo extraño: sus ojos se habían vuelto naranjas, y su pelo, blanco. En mi mente apareció la imagen del Maestro Xehanort. ¡Había poseído a Terra! Supongo que las mascarillas antiedad no le funcionaron y quería a toda costa ser más joven.
-Aqua, cuidado, no te acerques.-le advertí.
-¿Por qué? ¡Es Terra!
Aqua se acercó y empezó a hablar con él. El resultado fue que la agarrara del cuello y la levantara con una sola mano. Corrí hacia ellos, y me lanzó una onda de oscuridad, lanzándome por los aires. Al fin, Aqua se liberó y dio un salto para apartarse. Corrí hacia su lado. Sacamos nuestras llaves, dispuestas a combatir. Dijimos:
-Soy la Maestra Aqua.
-¡Y yo la Maestra Luna!
-¡Y te ordenamos que liberes a nuestro amigo!-dijimos a coro.
Comenzó el combate. Nuestro contrincante era muy rápido, y contra más daño le causabas más rápido se hacía. Nos dedicamos a bloquear y contraatacar, bloquear y contraatacar. Pero, cuando le quedaba muy poco, ¡se curó! Mientras yo maldecía a las pociones, bloqué un golpe, pero consiguió darme. Entonces, delante de sus narices, usé la magia Cura, ¡qué viera que yo también sé! Pasado un rato, dio un brinco hacia atrás. En su espalda apareció un engendro de la oscuridad. ¡Aquel bicho no cesaba de molestarme! Le protegía, me atacaba, me agarraba para que no pudiera darle, me disparaba… ¡me ponía de los nervios! Así que Aqua y yo ideamos una estrategia: cuando el ser molestara a Aqua, yo atacaría a Terranort; y viceversa. Pasado un tiempo, Xehanort dijo:
-¿Por qué sigues luchando? ¡Sal de mi corazón!
Se quitó el corazón y el bicharraco desapareció. Se creó un hoyo de oscuridad en el suelo, donde él se cayó. Entonces… ¡Aqua se tiró detrás de él! Saqué mi Llave Buscadora y entré también. Estaban allí, intentando llegar a la superficie. Aqua, se repente, dejó a su armadura para que subiera, cayéndose ella hacia el abismo. Fui hacia ella a velocidad máxima, y conseguí cogerle la mano.
-¡Te tengo! ¿Pero en qué pensabas, Aqua?
-Tenía que… salvar a Terra.-dijo ella.
-¿Y tú qué? ¿Al Reino de la Oscuridad por…Terra?
-¿Tú no habrías hecho lo mismo?
-¿Por Terra?… no lo sé.
-Suéltame, Luna.
-¿Qué? ¡No pienso soltarte!
-O me sueltas, o caemos las dos.
-De acuerdo. Cuídate. Ah, si ves a dos ángeles, un chico y su madre, salúdalos de mi parte.
La solté. Y vi cómo, poco a poco, se iba hundiendo en las tinieblas.
-¡Cuida de Terra y de Ven!-me gritó. Yo asentí.
Di media vuelta. Me preguntaba por qué se había sacrificado por Terra.
-Sin duda, el amor es ciego y la locura lo acompaña-murmuré.
Llegué a la plaza de nuevo. Allí estaban la armadura y la llave de Aqua y Xehanort. Llegaron tres hombres: uno era alto y delgado, de pelo negro y con uno de sus ojos naranjas tapado por un parche; otro era alto y de complexión robusta, de pelo negro recogido en una coleta y ojos morados (ambos vestían con un uniforme gris y blanco); y el ultimo era más mayor, rubio y de ojos anaranjados, que vestía con una bata blanca de laboratorio y una toga roja.
-¡Por aquí!- dijo el primer hombre, mientras venían hacia nosotros.
-¿Qué te ocurre, muchacho?-dijo el hombre más viejo, sosteniendo a Xehanort. Él abrió los ojos.- ¿Puedes hablar? Di tu nombre.
-Xeha…nort…
-Braig, lleva a este joven al castillo-ordenó, mientras el primer hombre cogía a Xehanort en brazos y se lo llevaba.
-Dilan, tráeme eso también-dijo Braig, señalando a las cosas de Aqua.
-Ni hablar. Lo llevo yo-dije, cogiéndolas.
-Muchacha, ¿cómo te llamas?
-Luna, señor…
-Ansem. ¿Tienes sitio dónde alojarte? Podemos conseguirte una habitación.
-Gracias, señor Ansem. Me vendría muy bien, la verdad.
Ansem me señaló que le siguiese. Yo fui con él, adentrándome en aquel mundo.


Este es el último capítulo de la primera parte de <<Nescientes>>. Durante la segunda o tercera semana de agosto dejaré el prefacio y los tres primeros capítulos de la segunda parte (los cargaré aquí mismo).
Podéis comentar con vuestras opiniones, ideas para el futuro, etc. Estoy deseando críticas, sean positivas o negativas.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Mié Ago 08, 2012 6:49 pm

Aquí tenéis el prefacio y los tres primeros capítulos.


Prefacio.
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Anduvimos por aquel mundo. Salimos de la plaza y pasamos a, según un cartel, los jardines. Tenían tres niveles, todos conectados por escalinatas y con árboles, arbustos hierba y flores por todas partes. Subimos hasta el tercer nivel y ascendimos más. Finalmente, llegamos a la azul puerta del castillo de siete metros de alto y tres de ancho y con adornos dorados. Dilan se quedó fuera con otro hombre que vestía el mismo uniforme, de pelo castaño y ojos azules; y Ansem, Braig con Xehanort y yo entramos dentro. Por dentro, las paredes eran de color ámbar y el suelo de mármol. Anduvimos por un pasillo, torcimos a la izquierda y subimos por unas escaleras. Después de subir dos pisos, giramos a la derecha y entramos en una puerta con un cartel que decía: <<Acceso sólo a los internos>>. Detrás de esa puerta, había un pasillo con varias puertas. Braig entró con Xehanort en una puerta, y Ansem me acompañó hasta la mía. Subimos por unas escaleras y, en el piso de arriba, me enseño la puerta de mi habitación: una puerta de roble, con el número 15 grabado en números romanos.
-Aquí esta tu habitación. Espero que esté a tu gusto, eres la primera mujer que vive aquí.
Entré en la habitación. Una cama en la pared izquierda, un escritorio con una lámpara y una puerta (comprobé que daba a un baño) en la derecha, una ventana en la pared del fondo y un armario en la opuesta. Dejé las cosas de Aqua encima del armario y me tumbé en la cama. Estaba cansada, dolorida y perdida. Aparte, mi maleta había desaparecido. Genial. Me dormí a los pocos minutos, en una habitación de un castillo de un mundo del que yo no conocía absolutamente nada.


Capítulo 13: Vergel Radiante.
Spoiler: Mostrar
Me despertó el sonido de unos nudillos que llamaban a la puerta. Levanté la cabeza, mirando a la puerta. Acto seguido, una cabeza de un hombre de unos treinta años.
-¿Se puede?-preguntó.
-Claro-respondí, mientras me levantaba y me desperezaba.
Entró. Era alto y delgado, con el pelo rubio y unos analíticos ojos verdes. Vestía una bata de laboratorio. Se sentó en la silla, mirándome fijamente.
-Tú debes de ser Luna, ¿no?
-Sí. Encantada.
-Yo soy Even, científico de los laboratorios del castillo. He venido para…
En ese instante, una pequeña cabeza se asomó por la puerta. Even le hizo la señal de que entrara. El chico no tendría más de doce años: tenía el pelo gris azulado por la cara y unos penetrantes ojos verdes. Vestía con una bata blanca de dos tallas de más. Me sonaba mucho, no supe por qué.
-Ven, Ienzo, ven-dijo Even.- ¿Conoces a Luna?
El chico negó con la cabeza, vacilante. Susurró:
-Hola.
-Hola- devolví el saludo.-Por cierto, Even, ¿Qué decías?
-Quería preguntarte si conocías al otro joven que apareció a tu lado, el que estaba inconsciente.
-Ah, él…-dije, con indiferencia.- Lo conozco, aunque me gustaría que no fuera así.
-¿Sabes algo de su pasado?
-¿Por qué lo preguntas?
-Porque ha perdido la memoria y…
-Todo lo que le ha pasado sería mejor que lo olvidara-le corté.- No es nada bueno. Yo en su lugar empezaría de cero.
-De acuerdo, como quieras-dijo Even.- ¿Cuántos años tienes?
-Quince, más o menos.
-Entonces irás al instituto, ¿no?
-¿Insti… tuto?-pregunté, confusa.
-¿No vas al instituto?
Pensé. Sabía lo que era un instituto, pero nunca había ido a ninguno. No creía que mi título de Maestra sirviera aquí.
-No, pero no me importaría empezar.
-Perfecto, puesto que las vacaciones han empezado, podré reservarte plaza en tercero. No costará mucho…
-Un momento-dije.- ¿Me vais a pagar la matrícula?
-Por supuesto, a menos que tengas algún padre, madre o tutor.
-No tengo ninguno, la verdad. Ni padres, ni tutor.
-¿Eres huérfana?
-Ni siquiera lo sé con seguridad.
-Muy bien, pues me pondré a ello. Por cierto, ¿no llevas equipaje ni nada por el estilo?
Una vez más, pensé en mi maleta, la maleta que había perdido. Se lo comenté a Even, y me dijo que Ienzo me acompañaría a la oficina de objetos perdidos. También dijo:
-Umm... Esperad. ¿Podéis poneros uno al lado del otro?
Obedecimos. Le sacaba a Ienzo dos cabezas.
-Os parecéis mucho, ¿no? Aunque vuestros ojos y pelo no sean iguales, sois semblantes.
Nos miramos de reojo. La verdad era que tenía razón.
-No ocurre nada si lo comprobamos-añadió, sacando un par de jeringuillas.- ¿Podéis extender el brazo, por favor?
Los extendimos. El bracito de Ienzo era mucho más delgado y fino que el mío. Es más, Ienzo entero era delgadito y frágil. Sentí el pequeño pinchazo de la aguja. Nos extrajo un poco de sangre y nos dio unos algodones. Lo cogí y me presioné la herida con fuerza. El agujero era muy fino, no salía sangre siquiera. Even se marchó y nos dejó solos. Ienzo suspiró y se presionó la zona donde le había pinchado también. Lo dejé allí de pie y me dirigí al baño. Me peiné un poco, me lavé la cara y me alisé la ropa. El baño tenía lo imprescindible. Una bañera-ducha, un lavamanos, un retrete y dos estantes. Cuando volví del baño, Ienzo no se había movido ni un milímetro. Me miraba fijamente a los ojos. Dije:
-¿Es normal que Even, a los cinco minutos de conocernos, ya me haya sacado sangre?
-Me extraña qué aún no te haya pedido una muestra de tu saliva y tu fecha de nacimiento. Vamos, te acompañaré a la sala de objetos perdidos.
Salimos de mi habitación. Cuando llegamos a la puerta principal, Braig estaba allí. Con Xehanort. Estaban hablando. Entonces, Braig me señaló y Xehanort me miró extrañamente. Pese a que sabía que no recordaba nada y que no sabía lo que había hecho, no pude evitar lanzarle una mirada asesina. Él bajo la vista, parecía… ¿Avergonzado? Ienzo abrió la puerta, y yo decidí que ya había malgastado el tiempo suficiente en Xehanort. No pensaba perdonarle jamás.
Tras atravesar muchas calles y callejuelas, llegamos a la oficina. Era un edificio pintado de amarillo descolorido, adosado a otras tiendas. Entramos sin vacilación. Por dentro, el edificio no era gran cosa: algunos cuadros en las paredes, cuatro sofás con una mesilla en medio y dos escritorios con abarrotados de carpetas y hojas, con dos recepcionistas detrás. Ambos atendiendo a clientes, así que nos sentamos. Ienzo se sentó a una distancia prudencial. Miré a los clientes: en un escritorio, un señor alto con bigote que sostenía una chaqueta charlaba amistosamente con una recepcionista rubia y un poco rolliza, y el otro recepcionista, algo viejo, discutía acaloradamente con dos críos que reclamaban el mismo balón. El señor del bigote se marchó, y me acerqué a la recepcionista rubia.
-Hola cariño-me dijo, afectuosamente.-Dime, ¿qué puedo hacer por ti?
-Busco una maleta plateada, que debe pesar unos dos kilos y mide un metro de alta aproximadamente.
-Hummm... Tal vez sea esta. ¿Me equivoco?
Me dio una maleta. La abrí. Estaban todas mis cosas, por lo que si que era esa.
-No, no se equivoca-le respondí.-No sé como darle las gracias, me ha quitado un gran peso de encima.
Saqué la bolsita marrón donde guardaba los platines, pero ella dijo:
-¿Me vas a pagar? Tesoro, ¡si es gratis! Debes de ser de fuera, ¿no?
-Sí, vengo de lejos. Aún así, tome diez platines.
-Gracias, guapa. Por cierto, ¿es ese Ienzo? ¡Ienzo, ven aquí!
Ienzo se acercó. Al pasar por mi lado, me susurró: <<Socorro>>. Después supe por qué: la mujer le abrazó con fuerza, le pellizcó un mejilla y le dio un beso en la otra, mientras decía: << ¡Cuánto has crecido!>>, << ¡Hacía muchísimo tiempo que no te veía!>>, << ¿Qué tal está Even?>>.
Cuando conseguimos escabullirnos de la mujer, le pregunté.
-¿Quién era?
-La madre de Even. Por cierto, ¿me quitas el pintalabios de la mejilla?
Se lo quité con cuidado de no hacerle daño.
-Ienzo, ¿cómo se llama esta ciudad?
-Se llama Vergel Radiante.
Volvimos al castillo. Ienzo se despidió de mí y se marchó. Cuando me dirigía a mi habitación, alguien me tocó el hombro. Me di la vuelta, y deseé no haberlo hecho, haberlo ignorado.
Era Xehanort.


Capítulo 14: Xehanort, Isa y Lea.
Spoiler: Mostrar
Mentiría si dijera que no estaba pensando en cómo asesinarlo allí mismo. Podría coger mis llaves y rebanarle el cuello, o cortarlo por la mitad poco a poco. Lo único que me lo impidió fue que había testigos, y supongo que también mi conciencia.
-Tú eres Luna, ¿no?-me preguntó.
-Sí-le contesté secamente.
-Yo soy Xehanort y… me han dicho que cuando aparecí en la plaza, tú estabas allí.
-Sí, allí estaba.
-Me gustaría saber algo de mi pasado… Cualquier cosa.
-¿De verdad quieres saberlo? Porque no es demasiado bonito…
-Por favor.
-Tú mismo. Sólo te voy a decir que querías arrasarlo todo y que me separaste de mis seres queridos en dos ocasiones. No, espera, en tres ocasiones.
-Esto… Vaya, lo siento.
-No lo sientas. No sirve de nada. Si fuera tú, empezaría mi vida de nuevo.
-De acuerdo… Gracias, creo. Nos vemos. Y no me odies por lo que hice, por favor.
Se alejó pensativo. No sé por qué, me sentí mal por haberle dicho lo que le había dicho. Podría haberle mentido, haberle creado un pasado feliz. Pero no se me da bien mentir.
Llegué a mi cuarto. Me tumbé en la cama un rato, intentando aplacar mis sádicos pensamientos hacia Xehanort. Cuando conseguí apartarlos de mi mente, me levanté. Asenté la maleta sobre la cama y la abrí. Guardé la ropa en el armario, el bloc y el estuche en los cajones del escritorio, la bandolera la colgué en la silla, los dos libros en los estantes y metí el reloj en mi bolsillo. El Siemprejuntos lo até con una cuerda en la correa de la bandolera bien fuerte para que no se soltase. Saqué la foto y la dejé en la mesa, y coloqué la vacía maleta encima del armario. Como no tenía nada que hacer, salí a la calle, a conocer aquel mundo. Pasé por la plaza. Allí estaba aquel pato que me dio los helados.
-¿Os gustaron los helados? Sí, por supuesto que sí. ¿A quién no les gustan? ¿Quieres más? Estos ya tendrás que pagarlos…
-Gracias…Pero hoy no me apetece…
-Vamos, Gilito. Deja en paz a la chica-dijo una voz a mis espaldas.
Me di la vuelta. Eran dos chicos de mi edad. Parecían el perro y el gato: el primero era muy activo y despreocupado, vestía ropas cálidas, tenía los ojos verdes y el pelo rojo como un puercoespín (era el propietario de la voz); y el segundo era más tranquilo y observador, vestía con ropas de colores fríos, tenía los ojos azul verdoso y el pelo largo y azul.
-Lea… Tú siempre igual-murmuró Gilito.- ¿Cuándo sentara cabeza este chico?
-Oh, ¡vamos!... ¡Son vacaciones!-exclamó Lea.- ¿Lo captas?
-Pero eso no significa que tengas que hacer el idiota las veinticuatro horas al día…-comentó su amigo, el chico del pelo azul.
-¡Vamos! ¡Se supone que tienes que ayudarme, no hundirme! ¿Lo…
-Los amigos han de contarse siempre la verdad, aunque duela- le cortó el otro.-Y te digo como amigo, que pares de decir << ¿Lo captas?>>. Me pones de los nervios.
-Además, ¡estaba realizando una buena acción! Estaba rescatando a esta preciosidad de las garras de Gilito-dijo, apoyándose con un brazo en mí.- ¿Lo captas?
-No necesito ayuda, gracias-le respondí.
Me aparté, y como se había posado en mí cayó al suelo. El otro chico y yo no pudimos evitar reírnos. Lea se rascó en la cabeza y se rió también.
-Y sí, lo capto. No soy idiota-añadí.
-Me llamo Isa-dijo el chico del pelo azul, tendiéndome la mano.- No te preocupes por Lea, él es así. Al final te acabas acostumbrando.
-¡Te he oído!-dijo Lea, aún en el suelo, levantando la mano.- ¿Lo captas?
-Yo soy Luna. Encantada- nos dimos la mano.
-¡Y yo soy Lea! Encantado, my lady-comentaba Lea, mientras se levantaba.- ¿Lo captas?
Me cogió la mano y fue a darle un beso, pero yo saqué mi mano a tiempo y le di una colleja en el cuello. Como estaba despistado, cayó al suelo otra vez. Me miré la mano a ambos lados. Isa rió de nuevo, y yo también.
Saqué el reloj y comprobé la hora, eran ya casi las doce del mediodía. Me despedí de aquellos dos chicos y volví al castillo, de ahí a mi cuarto. Me puse a dibujar. Dibujé la Roba-Corazones, y se me ocurrió dibujar la foto, por si acaso la perdía. La miré, allí estábamos los tres chicos que yo no conocía, Zack y yo. Me di cuenta de que uno de los desconocidos me sonaba mucho. Esos ojos que tenía… Entonces me di cuenta: era Ienzo dentro de unos años. Sí, aunque suene raro, era Ienzo con quince años. Me di cuenta que yo también estaba más mayor en la foto, y que Zack también. Era muy extraño, éramos nosotros mismos dentro de unos años. La dibujé rápidamente y corrí a buscar a Ienzo.
Lo encontré con Even en los laboratorios, situados en el sótano del castillo. Corrí hacia él y se lo expliqué. Cuando terminé, tenía los ojos como platos.
-En… ¿Serio?
-Ya te he dicho que sí, Ienzo…
-Bueno, tal vez no sea tan extraño-comentó Even a nuestras espaldas. Nos volvimos, Even tenía en la mano un papel.- He analizado vuestra sangre. Sois oficialmente hermanos.
Al igual que Ienzo, se me pusieron los ojos como platos.


Capítulo 15: Hermanos.
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-En… ¿Serio?-titubeamos a la vez.
-Ya os lo he dicho. Va en serio. Aquí tenéis los resultados-dijo Even, entregándonos el papel.
Tenía razón. Ienzo y yo éramos hermanos. Nos miramos fijamente. Tenía la lengua seca, sequísima. No sabía cómo tomármelo: ayer estaba completamente sola, y hoy tengo amigos, una casa, una matrícula de instituto y un hermano.
-Vaya… Qué vueltas da la vida…-pude decir.
-Supongo.
Iba a añadir algo más, pero el rugido de nuestros estómagos me lo impidió.
-Será mejor que vayamos a comer-dijo Even.
Salimos del laboratorio en silencio. Para evitar contacto visual, ni siquiera levantamos la vista del suelo. Subimos al primer piso y entramos por una puerta doble de color blanco a lo que sería el comedor: cuatro mesas con sillas alrededor y una barra por la que la cocinera ponía la comida en bandejas. Cogí una bandeja y me puse a la cola. Detrás de mí estaba Ienzo, y delante estaba Xehanort, que me saludó. Contuve el impulso de correr a la cocina a por el cuchillo de picar la carne. Delante de Xehanort estaba Braig, discutiendo con la cocinera, que tenía una voz que me resultaba muy, muy familiar:
-¡A esta bazofia llamas tú comida!-gritó Braig.
-¡Pues sí!-replicó la cocinera, alterada.- ¡Y tal vez la encuentres asquerosa porque se parece a ti!
-¡No pienso comer esta masa de residuos nucleares que tú llamas comida!
-¡Pues entonces no comas! ¡Y nadie me grita así!
Después de decir esto, la cocinera cogió el cucharón lleno de aquella cosa y volcó el contenido sobre la cabeza de Braig. Se oyeron murmullos y risas, y Braig se sentó en la mesa más apartada rojo de furia. Eso sí, llevaba con él la bandeja de comida. Xehanort consiguió su comida y se marchó con él. <<Mi turno>>, pensé suspirando. Echaron mi comida en la bandeja. Miré a la cocinera y… ¡¿Pero qué demonios?!
-¡Nela!-exclamé.
-¡Luna!-exclamó también.
Imposible. No podía ser ella. Pero sí: Nela era la cocinera del castillo de Ansem. Llevaba un delantal por encima de ropa blanca, y llevaba recogido el pelo en un moño alto. Lo que más me sorprendió, sin duda, es que llevara ropa tan… Sencilla.
-¿Qué haces aquí?-pregunté.
-Ganarme la vida. Aparte de envenenar al castillo entero. ¡Ni siquiera puedo hacer un simple puré de verduras! Ojala estuviera aquí Arlene.
Miré la “comida”, si es que merecía llamarse así: era una pasta color ocre, con pedacitos de verdura por allí y por allá.
-¿Qué le pasa a Arlene?-quise saber.
-Esta en estado de shock por lo de las alas. Lumaria también lo está, Demy ya casi se ha recuperado.
-Luna… Estás haciendo cola…-me susurró Ienzo.
Miré atrás. Cada vez había más gente en la cola -la verdad, creo que les estaba haciendo un favor atrasando su llegada a la comida- , así que fui a sentarme en una de las mesas. Afortunadamente, aún quedaba una mesa aparte de la de Xehanort, lo que fue un alivio. Ienzo se sentó a mi lado, y cuando se acabó la cola, Nela se unió a nosotros.
-Ienzo, esta es Nela. Nela, quiero presentarte a Ienzo. Es mi…
-Hermano-me recordó él.
-Eso.
-¿Hermano? ¿En serio?
-Sí. Mi hermano pequeño.
-A mí gustaría tener un hermanito-comentó Nela.
-Si quieres te lo regalo-bromeé yo. Ienzo me propinó un codazo bien merecido.
Nos reímos. Después, cogimos el tenedor y miramos la comida.
-No hace falta que os comáis mi bazofia-murmuró Nela.
Le sonreí y miré a Ienzo. Estaba absorto mirando la comida, pinchándola con el tenedor, temiendo que pegara un salto y le atacase, o que estallara.
-Se parece a uno de los experimentos de Even…-comentó.-Si es así, puede explotar en cualquier momento.
Decidí taparme la nariz y comérmelo lo más rápido que pude. La verdad, sabía bastante bien, era el aspecto lo que horrorizaba. Cuando acabé, me limpié con la servilleta y le dije a Nela:
-Estaba buenísimo-mentí, estaba asqueroso.
-¿De verdad?-Sus ojos se iluminaron esperanzados.
-De verdad. Delicioso-volví a mentir.
-Entonces… ¡Toma el postre!- Me tendió lo que parecía ser unas natillas, pero estaban más naranjas que amarillas.
Lo probé, y me maravillé. Sabía a mango.
-¡Me encanta!-exclamé, esta vez de verdad.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Lun Sep 17, 2012 10:56 pm

Aquí tenéis los dos capítulos siguientes. Merci pour lire! (Pa los que no tengan ni puñetera idea de francés, significa "¡Gracias por leer!").
He de decir que, como el curso ha comenzado (igual que para Luna :M ), tardaré un poco más en publicarlos, pero lo haré de dos en dos (como ahora).

Capítulo 16: Último dia.
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El verano terminó más deprisa que creía. Lea, Isa y yo nos hicimos buenos amigos, e Ienzo se sumaron a nuestra pandilla. Según Lea, era demasiado tímido y callado para su gusto, pero a Isa le cayó genial mi hermanito.
Un domingo, Ienzo me despertó.
-Luna, ¡no seas dormilona!
-¡Déjame! Pesado…
Ienzo me quitó la almohada y comenzó a golpearme con ella. Me levanté de un salto y cogí mi bandolera. Olvidé que estaba llena de cosas, así que al primer golpe que asesté con ella se esparcieron por toda la habitación. Dejé la bandolera en la cama y comencé a recogerlas. Ienzo me ayudó. Reuní el Siemprejuntos y el bloc. Ienzo cogió el estuche y la foto.
-¿Qué es eso?-preguntó, señalando a mi Siemprejuntos.
-Es un amuleto. Otros tres amigos lo tienen.
-¿Qué amigos?
-No los conoces. Se supone que este amuleto hará que siempre podamos estar juntos, pero ya no lo creo…
-Vaya… ¡Eh! ¡Ése soy yo!-estaba mirando la foto.
-Sí, estás tú, Zack, yo y…
-Cloud y Sefirot.
-¿Qué?
-Estoy casi seguro que son ellos. Los he visto por aquí algunas veces, pero no sé si son de aquí. Bueno, no creo que Sefirot sea de ningún sitio. Y… ¿Quién es ese Zack?
-Un amigo de otro mund… otra ciudad.
-Así que un amigo… ¡Se me había olvidado! Ansem el Sabio quiere verte. Es sobre lo del instituto… Empieza mañana, Luna.
-¿Ya? Pero si aún es trece de septiembre…
-¿Cuánto creías que duraban las vacaciones?
-Pensaba que… Al menos hasta que comenzara el otoño.
-Ojalá… ¡Vamos, arréglate! ¿O quieres que lo haga yo?
-Cállate. No me metas prisa.
Una vez me hube arreglado, nos dirigimos al despacho de Ansem, en el último piso. Xehanort también estaba allí (supongo que como Terra tenía la edad de Luna, también estudiaría). Ansem estaba sentado en una silla de terciopelo, comiendo… ¿Un helado de sal marina?
-Muy bien, ya estáis todos. Ya sabéis que iréis al instituto, ¿no?-asentimos, y el continuó.- Mejor, así me ahorro el discurso de media hora. Aquí tenéis los libros y todo lo demás, y ¡disfrutad del último día de vacaciones!
Miré a los tres montones de material escolar. Había un montón con libros de primer curso y dos de tercero. Supuse que los de tercer curso eran los de Xehanort y los míos, que aparte de los libros, los lotes incluían dos mochilas, una gris y otra… Rosa. Sin decir nada, cogí los libros (pesaban tanto que no podía apenas mantenerme en pie) y la mochila gris. Xehanort miró la rosa y después a mí con una expresión de súplica, y me reí.
-Toma la gris. Yo usaré mi bandolera, pero ya sé que hacer con la rosa.
-Gracias-dijo Xehanort, cogiendo la mochila gris.- No me gustaría empezar el primer día con una mochila rosa.
-De nada. Y que sepas que el color rosa te favorece mucho.
Él se rasco la cabeza y nos reímos. Cuando salí, me dieron ganas de golpearme la frente con la pared. ¿Qué estaba haciendo? Había hablado con Xehanort amistosamente, le había gastado una broma, le había ayudado y me había reído con él. No podía negar que parecía un buen chico, pero no podía ablandarme, no podía caer en las redes de Xehanort. Podía ser todo una artimaña suya, sé de sobra lo bien que sabe actuar. No podía caer.
-<<Si no lo hago por mí -me dije.-Lo haré por Ienzo>>.
Llegué a mi cuarto, con Ienzo y Xehanort detrás. Ienzo dormía en la habitación número seis, y Xehanort en la número uno. Yo era la única que dormía en el piso de arriba (sospechaba que me dieron esa para que tuviera más intimidad), así que tuve que subir otro piso más, cómo si los ocho pisos para bajar del despacho de Ansem el Sabio no fueran suficientes. Cuando llegué a mi cuarto, tiré todos los libros sabre la cama, aún desecha. Cogí mi bandolera: todavía estaba vacía por el accidente. Según el horario al día siguiente, lunes, tenía Ciencias Naturales, Matemáticas, Lengua y Ciencias de la Luz y la Oscuridad (me sorprendí al leer esta y me pareció que se me iba a dar muy bien); dos horas cada una. Me cansé sólo con leerlo. Isa y Lea tenían mi edad, por lo que tendrían lo mismo. Sonreí al pensar lo que diría y haría Lea al ver todos los libros, y cómo Isa intentaría (en vano) calmarlo. Miré lo que había en la mochila: un estuchito (menos mal que no era rosa: era azul celeste), reglas, escuadra y cartabón, compás y transportador de ángulos; una agenda y muchas libretas. Me dediqué a ponerles mi nombre a todas y su asignatura correspondiente. Había ocho asignaturas: Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, Matemáticas, Lengua, Ciencias de la Luz y la Oscuridad, Educación Física, Plástica; por lo tanto, siete libretas: una negra y blanca a rayas (para CLO), una roja (para Lengua), una azul (para Mates), una verde (para CCNN), una morada (para CCSS), una marrón (para Ed. Física) y una amarilla (para Plástica). Después de prepararlo todo, salí del castillo con la mochila rosa ya vacía en mi espalda.


Capítulo 17: Instituto.
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-¡Es genial! Me encanta esta mochila-dijo Nela.
Nela y los demás vivían en un ático. Era de dos plantas: en la primera estaba la cocina, un baño y un salón; y en el segundo piso había tres habitaciones, dos baños y una terraza. Nela, Demy y yo estábamos en esta última: Nela y yo sentadas en unas sillas que había junto a una mesa, y Demy apoyado en la puerta de cristal afinando su guitarra. Ya podía ser independiente, no necesitar la ayuda de nadie; aún así, Nela me había contado que solía despertarse gritando. Los otros también se habían recuperado. Arlene se había hecho cocinera del castillo (el porcentaje de intoxicaciones del edificio bajó enormemente) y Lumaria, Demy y Nela (en cuanto llegó Arlene se despidió a sí misma) montaron una floristería al lado de la tienda moguri. Lumaria también trabajaba en el castillo con Even.
-Me alegra que te guste.
Entonces sonó el timbre. Cuando Demy se fue a abrir, dije:
-Nela, quería preguntarte algo… No hace falta que me respondas si no quieres, es que me pica la curiosidad.
-¿Y bien? ¿Qué quieres saber?
-Si Demy y tú erais almas gemelas, y ahora Demy es humano… Ya no lo sois, ¿no?
-Ya no lo somos, pero no me importa. Ahora sé que Demy no me quiere por obligación, que me quiere de verdad…
-¡Oh, que bonito!-dije.- Me dan ganas de llorar…
Nela me dio un codazo. Llegó Demy con Lea, Isa e Ienzo.
-¿Los conoces?- me preguntó.
-Son mis amigos y mi hermano.
-Ah, vale. Me voy a por algo de picar… ¿Queréis algo?
-No, gracias-dijimos todos.
Demy se fue. Isa y mi hermano se apoyaron en la barandilla de la terraza. Lea dijo a Nela:
-¿Quién es esta belleza? Yo soy Lea, a su servicio. ¿Lo captas?
Dicho esto, hizo una reverencia. Isa y yo pusimos los ojos en blanco, y Nela se sonrojó.
-Me llamo Nela…
-Y el otro chico se llama Demy-la corté.-Y es su novio.
-Exacto-dijo Demy, recién llegado con un bocadillo de jamón en la mano, detrás de Lea.- Su novio.
-Ups… Lo siento, tío. No lo sabía… ¿Lo captas?
Demy le sacaba una cabeza a Lea, a sí que para él era muy intimidante. Se deslizó hasta Isa y se quedó allí.
-Bueno, y ahora, ¿qué hacemos?-pregunté.
-¡Disfrutar del último día de vacaciones!-aulló Lea, con los ojos brillantes.- ¿Lo captáis?
Al día siguiente, me desperté. Bostecé y me levanté. Me vestí, me peiné y cogí mi bandolera. Bajé al comedor. Sólo estaban allí Even, Ienzo y Xehanort. Me acerqué a la máquina que instalaron el otro día y pulsé el botón de “Descafeinado con leche”. Lo cogí y me senté al lado de mi hermano. Cuando acabamos de desayunar, Even nos dijo que le siguiésemos. Nos dirigimos a un edificio contiguo al castillo de cuatro pisos. En la puerta había muchos jóvenes de todas las edades. Allí estaban Nela, Demy, Isa, Lea y otra chica. Era bajita y pelirroja, con los ojos verdes; vestía con una camisa verde claro, pantalones marrones y zapatillas deportivas.
-Os presento a Ena, mi hermana gemela-Nos dijo Lea.- Ena, estos son Ienzo y Luna. ¿Lo captas?
-¡Encantada! ¿Lo captáis?-exclamó Ena.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 16ZoraXvi » Vie Sep 28, 2012 9:09 pm

:P Por cierto, haz el borrador antes de subirlo que luego lo cambias!
La persona más enrrollá que has conocido: :)
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O como me llaman algunos: El Ángel de la Muerte

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¿Qué personaje femenino de Kingdom Hearts eres?
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Oshabréis cansado de tanto spoiler :)
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Dom Oct 07, 2012 10:27 pm

¡Vaya, mi primer comentario! (Por cierto, sabes de sobra que lo hago)
Bueno, os dejo los dos siguientes capítulos:

Capítulo 18: Fin de Curso.
Spoiler: Mostrar
En esos años, las cosas fueron estupendamente. Isa, Lea, Demy, Nela y Ena iban a mi clase, así que todos juntos formamos un pintoresco grupo. Xehanort también iba a nuestra clase, y quedamos en “compañeros”. Todo comenzó a cambiar en el último año de instituto. Ya teníamos dieciocho años (Ienzo quince), y todos planeábamos nuestro futuro: Lea y Demy querían ser custodios de la ciudad, y probablemente los demás terminaríamos siendo científicos del castillo o algo parecido.
Un día, en el descanso del instituto, Ena me preguntó:
-¿Conoces a ese chico?
-¿Qué chico?
-Ese-me respondió, señalando a Xehanort.- Siempre está solo, nunca habla con nadie. ¿Lo captas?
-¿Ahora te das cuenta?-replicó Nela.-Está así los tres años que lleva aquí.
-Sí, lo conozco-le respondí.- No se puede decir que seamos íntimos, pero lo conozco desde…
-Te mira raro-me cortó Ena.- Muy raro… ¿Lo captas?
-¿A Luna le ha salido un admirador?-preguntó Lea.- ¡Y yo sin saberlo! ¿Lo captas?
-Enseguida vuelvo-anuncié, apretando los dientes.
Entré en el baño e intenté serenarme. Si no lo conseguía, seguramente degollaría a Lea al volver. Me miré al espejo y me dije a mi misma: <<Tranquila, Luna. Seguro que están bromeando. Seguro>>. No podía ser posible que el cuerpo de uno de mis mejores amigos poseído mi antiguo maestro septuagenario, calvo y retorcido pudiera enamorarse de mí. Porque no podía ser, ¿no?
Volví con mis amigos.
-¿Qué hacías?-preguntó Demy.
-Vomitar -mentí.- Ah, e intentar aplacar el impulso de ahorcar a Lea.
-Hazlo. No te detendremos- Isa estaba tan serio, que pensé que lo decía de verdad.
Le di una patada en la espinilla a Lea, que comenzó a dar saltitos de dolor. Todos reímos, mientras Lea maldecía y se miraba la pierna. El patio terminó, y mientras salíamos, no pude evitar mirar a Xehanort. Él sonrío y me saludó, y yo le devolví el saludo.
-Te lo dije…- canturreó Ena a mis espaldas.- ¿Lo captas?
-Aunque nunca pensé que pudiera decirlo nunca, tal vez Lea tenga razón-me susurré a mi misma.-Y cuando pasa eso, nadie está a salvo.
Quedaban dos horas y media para que el curso terminara. Aún así, no era el tema más popular. En realidad, de lo único que se hablaba era de la fiesta de año nuevo en nuestro honor. Y sin duda, la clase entera estallaba de felicidad por el año sabático que nos habían ofrecido los profesores porque todos pasáramos. Todos teníamos tenían pareja excepto Lea, Ienzo y yo. Al parecer, Xehanort tampoco (ni lo había intentado).
En clase no me pude concentrar. Tampoco explicaron nada, solo nos daban recomendaciones y deberes para el verano; y preguntaban por nuestro futuro.
-Luna… ¡Luna!
-Lo siento, profesor, hoy estoy algo despistada.
-Te estaba preguntando qué harás tú.
-Yo… Seguramente iré la universidad, Ciencias de la Luz y la Oscuridad.
-Entonces, seguramente tendremos una nueva científica en el castillo, ¿eh? Muy bien. Xehanort, ¿qué harás tú?
-Ciencias de La Luz y la Oscuridad, profesor. Es… Mi vocación.
<<-Cómo no -pensé>>.
El profesor iba a añadir algo más, pero el timbre sonó.
-Bueno, chicos, disfrutad de las vacaciones. Ahora vendrá la profesora siguiente. Seguramente ella os dará las notas.
Entonces, la profesora de plástica irrumpió en la sala. Sabía poco sobre ella: se llamaba Candy, la madre de Ena y Lea (aunque no habían heredado sus dotes artísticas), y que su aspecto iba de acuerdo con su personalidad: pelirroja y de ojos verdes y achispados, vestía con un vestido multicolor hasta las rodillas con un cinturón naranja y botas del mismo color.
-Muy bien, chicos y chicas. Aquí tenéis las notas. ¿Lo captáis?
Empezaba a pensar que esa frase era una herencia familiar o algo por el estilo. Me dieron el boletín y evité ponerme a dar saltitos de alegría:
CCNN 9 | Matemáticas 9 | CLO 10 | Lengua 8
CCSS 8 | Tecnología 7 | Plástica 10 | EF 9


Capítulo 19: El Ordenador.
Spoiler: Mostrar
-¡Luna! ¡Espera!
Me volví. Era mi hermano, Ienzo. Me entregó sus notas, con una expresión de felicidad en la cara.
-¡Muy bien, Ienzo! Eso sí, Educación Física tendrás que mejorarlo…
-¡A ti se te da cien veces mejor que a mí! Soy un debilucho… Ey, ¿por qué ibas tan deprisa?
-Ya lo sabes. Even quiere que seamos unos cerebritos, así que si ve nuestras notas, a pesar de lo buenas que son, querrá enviarnos a una academia.
-Tienes razón. Pero mi caso es aún peor: como soy el pequeño, siempre me compara contigo… Por cierto, ¿con quién irás a la fiesta?
-¿Con quién irás tú?
-¡Yo he preguntado primero! Además, de nuestro grupo sólo quedamos sin pareja Lea y yo, así que…
-¡Ni muerta iría con Lea! Prefiero ir contigo mil veces, y eso ya es decir…
-¿Con tu hermano pequeño? No es un poco…
-¿Desesperado? Sí, lo sé. Además, acabas de decir que tú tampoco tienes pareja…
-Es verdad. Menuda bocaza la mía…
Entramos en el castillo. Pasamos sigilosamente por al lado de la puerta de los laboratorios, pero se abrió.
-Eh, chicos-dijo Even.- ¿Os han dado las notas?
-¡Corre, Ienzo, corre!-grité.
Corrimos escaleras arriba. Iba por delante de Ienzo, corriendo como si me fuera la vida en ello. Llegamos al último piso, y no dudamos en entrar por la primera puerta que vimos.
-¿Qué hacéis aquí?
Habíamos ido a parar al mismísimo despacho de Ansem. Se lo explicamos todo entre balbuceo y balbuceo. Él dijo:
-De acuerdo, ya sé dónde podéis esconderos. Pero con la condición de no decírselo a nadie y de no tocar nada.
-De acuerdo, Ansem-asintió Ienzo.
Ansem se levantó de su asiento y se acercó a una pared vacía. Puso su mano en ella y… ¡se abrió una puerta! Nos empujó dentro y la cerró.
-¿Dónde estamos?-pregunté.
-No tengo ni idea. Vamos, miremos un poco.
-Ienzo… Nos ha dicho que no toquemos nada.
-Sólo voy a mirar, y eso no lo ha prohibido.
-Será mejor que vaya contigo… No la vayas a fastidiar.
Nos encontrábamos en una pasarela de cristal. A lo lejos se veían un miles de aparatos mecánicos. Cruzamos la pasarela y entramos a una sala. Allí había, un ordenador y otras cosas. Ienzo se acercó al ordenador y comenzó a teclear.
-¡Ienzo, suelta eso ahora mismo!-le reproché.
-Oh, ¡vamos! ¿Qué es lo peor que podría pasar?
Entonces, un rayo salió de uno de esos aparatos de Ansem y empezó a desintegrar a mi hermano.
-¡Quedas arrestado!-dijo una voz.
Entonces, Ienzo desapareció.
-¡Ienzo!-chillé.- ¡¿Qué has hecho con él, ordenador del tres al cuarto?!
-Has intentado advertirle-dijo el ordenador.- Pero él no te ha hecho caso y ahora está arrestado en mi interior por el mal uso de los datos.
-¡Pero él no quería! Es solo un crío, no sabe lo que hace…
-Luna, ¿qué ha pasado?-dijo una voz.- ¿Dónde estoy?
-¡Ienzo!-exclamé.- ¿Estás bien?
-He estado mejor. ¡Sácame de aquí!
-Luna, Even ya se ha marchado…-dijo Ansem, a mis espaldas.- ¿Dónde está Ienzo?
-Ienzo se ha puesto a teclear el ordenador, y este lo ha… arrestado.
-¿Qué os había dicho?
-Intenté detenerle, pero…
-No es culpa tuya, lo comprendo. Ahora, ordenador, sácalo de ahí.
-¿No me lo puedo quedar un poco más? Para que le sirva de escarmiento…
-No. Venga, creo que ya ha sufrido bastante.
El rayo volvió, y con él, Ienzo. Me acerqué a él y le pegué una torta en la mejilla. Después, lo abracé.
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Re: Nescientes, por 15nuxalxv.

Notapor 15nuxalxv » Lun Nov 05, 2012 11:00 pm

Capítulo 20: Kairi.
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Después de disculparnos ante Ansem, nos dirigimos al comedor.
-Aún no me has respondido-dijo Ienzo al sentarnos.
-¿No te he respondido a qué?
-Tu pareja para el baile. Aún o me has respondido.
-Iré sola. Además, ¿con quién podría ir?
-Está Xehanort… ¿Por qué no vas con él?
Como respuesta, le lancé un poco de fruta de la macedonia.
-Vale, ya lo entiendo. Nada de Xehanort.
-Bueno, me voy a dar una vuelta. Nos vemos.
Me despidió con la mano y yo me largué. Comencé a andar por las calles de Vergel Radiante, un mundo que me fascinaba por su gran luz. Salí al Parterre Exterior, donde la paz solía reinar. Pero esta vez había alguien: una niñita de unos siete años, que estaba recogiendo flores. Era pelirroja, y vestía con un vestido blanco y unas sandalias. Me senté en el suelo y la observé, no parecía percatarse de mi presencia. Cuando obtuvo un buen ramo, se giró y me vio. Sus ojillos azules me observaban curiosa.
-Hola-me saludó.- ¿Quién eres? Yo soy Kairi.
-Yo me llamo Luna. Dime, ¿para quién son estas flores?
-Para un amigo mío. Dice que nunca ha visto las flores y yo quiero enseñárselas.
-¿Y dónde está tu amigo?
-Siempre está abajo. ¿Por qué no me acompañas a ver a mi amigo?
Antes de poder responder, la pequeña Kairi me cogió de la mano y me arrastró hasta los subterráneos. Luego lo llamó:
-¿Dónde estás? ¡Soy yo, Kairi! ¿Te has ido? ¡Te traigo las flores que te prometí!
-Kairi, creo que…-dije.
-¡Se me había olvidado! Dijo que se tenía que ir, que volvería el mes que viene…
-Vaya, es una pena…
-¿Vendrás el mes que viene conmigo a verlo?
-Claro, Kairi. Vendré.
-¿Lo prometes?
-Lo prometo. Subamos.
Asentí y ascendimos. Vimos que allí había una anciana, que no cesaba de llamar a Kairi. La niña gritó:
-¡Abuela! ¡Estoy aquí!
-¡Kairi! ¿Dónde te habías metido?
-Estaba con Luna-respondió, señalándome.
-Pero ahora, debemos volver a casa.
Corrió hacia su abuela, y se fueron hablando alegremente. Cuando llegué a la plaza, allí estaban Lea e Isa.
-Hola, Luna-me saludó Isa.
-¿Qué hacéis?-quise saber.
-¡Vamos a por helados de sal marina! ¿Lo captas?
Después de comernos los helados, Lea e Isa se despidieron, y yo continué en mi camino a casa. Al llegar a casa, me dirigí al cuarto de mi hermano: era exactamente igual al mío, solo que estaba hecho un caos.
-¿Qué tal, Ienzo?
-Bien. Quería decirte algo…
-¿Sí?
-Le he dicho a Xehanort que…
No pudo terminar la frase, pues comenzó a reírse.
-¿Qué le has dicho Ienzo?-me alteré y comencé a zarandearlo.
-Le he dicho que… ¡Qué irías con él a la fiesta!


Capítulo 21: Zora.
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El mundo se oscureció a mi alrededor. Solté a Ienzo y bajé los brazos, con los puños apretados. Quería tirarme por la ventana. Y quería llevarme a Ienzo. Al fin, pude decir:
-Ya no existes para mí. Te voy a matar, Ienzo.
Ienzo rió, pero después se dio cuenta que no iba en broma. Dió tres pasos hacia atrás, abrió la puerta y salió corriendo. Yo le perseguí.
-¡Ienzo! ¡Puedes huir pero no esconderte!
Al llegar a los jardines, se chocó con una chica. La chica era bajita y delgada, con el perro marrón cortado a la altura del mentón y con el flequillo tapándole el ojo izquierdo, de color chocolate y con profundas ojeras debajo. Llevaba un arco en la espalda y vestía con una gabardina verde oscuro, unos pantalones marrones agujereados y unas botas negras. Pero eso no era lo más intrigante.
Dos alas blancas tintadas de rojo desgastado por la punta le sobresalían de la espalda. No había duda: era Sol, el ángel de la muerte y la hermana perdida de Zor.
Empezaron a hablar, y yo me escondí detrás de uno de los arbustos. Parecían un poco inquietos. Ienzo se rascó la cabeza varias veces, lo que quería decir que estaba nervioso. ¿No se estaría enamorando de la hermana de Zor, de Sol? Porque sería del todo incómodo. Después de unos minutos, no había duda: Ienzo estaba coladito por Sol. Ienzo se fue a paso lento, y yo salí de mi escondite y le dije a la chica:
-Lo tienes en el bote.
Ella se volvió.
-¿Qué?-Estaba confusa.
-Ienzo, mi hermanito. Le has dejado huella.
Me miró con una cara asesina y curiosa.
-Tal vez me equivoque, nunca se sabe. Pero no suelo equivocarme.
-¿Quién eres?
-Ya lo he dicho, soy la hermana mayor de Ienzo. Me llamo Luna, y tú te llamas Sol.
-¿Qué? ¡Yo me llamo Zora!
No podía haberme equivocado. Sólo hay un ángel de la muerte. Recordé que en el libro también se llamaba Zora.
-Muy bien, ángel de la muerte, muy bien. ¿Adónde ibas?
-¡No tengo por qué decírtelo! Y no me llames así, no soy un bicho que estas investigando.
-Tienes cara de no saber dónde estás, ni adónde vas.
-Voy… a mi nuevo trabajo.
Se cruzó de hombros. Sacó un papelito de un bolsillo y leyó:
-Enfermera del castillo de Vergel Radiante. Supongo que será ese, -dijo señalando al castillo- no creo que haya otro.
-Sí, ése es. Buena observación.
-Hmm… llego tarde… así que… ¡Oh Dios!, ¡Llego tarde!
Y se fue corriendo calle arriba, no sin antes tropezar con una piedra. Era un poco rara, pero era simpática, al igual que su hermano mayor. Recordé de Ienzo y fui a buscarlo.
Llegué a la zona residencial, donde Ienzo estaba.
-Sabes, creo que no es tan grave-me dijo.- No hace falta que cometas un asesinato.
-¿De verdad? ¿De verdad, Ienzo?
Caminé lentamente hacia él, y él lo hizo hacia atrás.
-¿Y por qué no matas a Xehanort?
-¿Y por qué no os mato a los dos?
-Vamos, Luna. Sabes que va contra la ley. ¿No recuerdas el sermón que nos dieron en el instituto?
-¿No tendría yo que darle un sermón a cierto ángel de la muerte?
Ienzo no dijo nada, tan sólo se sonrojó, con esa sonrisa de culpabilidad suya que me hace sentir mal. Cuando ya había tomado aire para empezar a reprocharle todo lo que había hecho desde el origen de los tiempos, oímos un grito proveniente de los jardines.


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El personaje Zora ha sido creado por 16ZoraXvi. El 99'9% de los derechos son suyos.
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49. Mandrágora
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