El ocaso del alba

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Dom Jul 31, 2011 4:19 am

Respuestas a mis queridos lectores
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La soledad se cierne sobre... Ah, no! que tenemos un comentario 8]

Drako: Gracias por leer y comentar. Me alegro de que te guste el prólogo, aunque has de saber que hasta la fecha ha sido la parte en la que más caña me han dado XD Espero que sigas leyendo, te siga gustando y coloques aquí tus críticas constructivas ^^

Y por hoy nada más, comentario a comentario va sobreviviendo esta sección e.e


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Bien, hablemos un poco acerca de la obra, tengo que avisaros de que a partir de este momento comienza el plan de confluencia de las tres vertientes de publicación. Por lo tanto, a partir de ahora, además de ser episodios fragmentados, serán publicados cada dos semanas en vez de cada una (por eso y porque no estaré durante Agosto y será díficil que me pueda conectar). De todas maneras teneis colocado en el calendario de publicación todas las fechas hasta comienzos de septiembre que es cuando termina el plan y se vuelve a la publicación semanal.

Hablando del capi de hoy, es la terminación del de la semana pasada: tenemos la reacción de Abraham al enterarse sobre su pasado, la parte que falta por contar de este, y a los malos malosos moviendo fichas. Disfruten de los desquicios de mi mente vertidos en su pantalla de ordenador.

Capítulo 3 - Cuando la verdad se quita la máscara – Parte 2
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El muchacho reaccionó asustado ante esta visión. Se echó hacia atrás, con tan mala suerte que la silla volcó, haciéndole caer al suelo. Allí se arrastró temeroso hacia la pared, apoyándose contra ella.

—¿Tú… eres uno de ellos? —preguntó con miedo.

—Si —respondió con frialdad el anciano—, pero a diferencia de ellos, yo ni te odio ni quiero matarte, yo quiero protegerte, porque se lo prometí a tus padres.

—¿Como esos tipos de alas negras… los que aparecían en tu historia… los Kardinutas?

—Es un error pensar que ellos quieren protegerte, créeme.

—Entonces… yo soy el Abraham de tu historia, y ella en si misma es realidad… pero parece tan irreal a la vez —reflexionó el joven.

—Te has encontrado con ellos hoy, y además tienes a uno delante tuya, ¿cómo puedes juzgar la realidad de estos acontecimientos? —le hizo ver Alem.

—De la misma manera que dudo de la realidad que observo cuando sueño —rebatió Abraham.
El anciano le miró extrañado, pero se percató de que el muchacho tenía razón.

—En ese caso… —dijo—, al menos escucha todo lo que tengo que contarte, y mañana por la mañana cuando despiertes podrás comprobar si esto es realidad o sueño —el muchacho se mostró conforme y el anciano continuó con la historia—. Mi nombre es Alem, antiguo Supremo Sanador de Edén, y parte de lo que hoy he contado son mis memorias personales.

>>Yo fui quien ayudó a Eva a darte a luz, en cierto modo, yo soy tu comadrona, yo te tuve entre mis brazos el día en que naciste, y predispuse que tú fueras nuestro salvador. Se programó tu futuro, se pensó en darte una educación clandestina y completa. Clandestina, porque la mezcla de sangre entre especies se consideraba una aberración, y completa, para que te convirtieras en un perfecto receptáculo para el Rashá. Pero alguien no nos quiso dar tiempo.

>>Al año de que nacieras, la bestia fue liberada. ¿Quién? o ¿cómo? nunca lo supimos, pero el monstruo emergió de las profundidades de Gehena. Temimos que pudiera terminar con el resto de la población Butzina alojada en los planetas colindantes a donde se encontraba Edén. Tomamos una decisión precipitada, pero era una decisión necesaria para salvaguardar la especie: a pesar de tu corta edad, sellaríamos al Rashá en tu interior.

>>Mas el problema principal era contener a la bestia para que yo pudiera realizar el sello. Adán y Eva, literalmente, se sacrificaron para lograr este objetivo. Tus padres se enfrentaron a la bestia y perecieron en el combate, pero me dieron el tiempo suficiente para poder introducirla en tu interior y sellarla. Las últimas palabras de tu madre fueron muy conmovedoras: “Por favor, prométeme que lo protegerás y cuidarás de él.” ¿Como negarme? Después de todo, yo estaba implicado en todo ese asunto hasta el cuello.

—Pero si mis padres murieron en aquella ocasión, entonces… —reflexionó el chico.

—Los que murieron hace 10 años no eran los verdaderos —le interrumpió el antiguo Supremo Sanador ante su sorpresa—, sólo fueron tus padres adoptivos durante tu estancia en La Tierra.

>>Una vez se produjo el confinamiento del Rashá, supe inmediatamente que me sería imposible protegerte de Kardinutas y de Butzinas: unos querrían utilizarte, otros destruirte. Sellé tu aura y te envié a la región más alejada del universo que estuviera habitada, con la esperanza de que allí estuvieras seguro. En cuánto a mi, vagué durante años por el universo, escapando de ambas razas, sabiendo que yo tenía información valiosa para ellas.

>>Perdido en los confines del cosmos, cuándo me encontraba atravesando la Vía Láctea, presentí una gran cantidad de energía en La Tierra. Curioso, me dirigí hacia el lugar del que procedía. Allí me volví a ver frente a frente con la gran bestia de oscuridad, con el Rashá. Temí que te hubiera consumido, así que luché contra ella y logré reforzar el sello de luz. Poco después me encontré con un pequeñazo pelirrojo llorando, y el resto de la historia ya la conoces.

—Es cierto —comentó el muchacho—. Yo nunca te había visto antes de aquel día, aunque mis memorias anteriores son muy borrosas y confusas, nunca te viera antes. Pero en aquel momento necesitaba a alguien, y tú estabas allí, y me dijiste que eras mi abuelo y cuidarías de mí —recordaba—. De hecho, yo antes tenía otro nombre ahora que lo pienso, pero tú siempre me llamaste Abraham, y yo acepté esa denominación.

—Es sorprendente lo rápido que estás asimilando toda esta información —observó el anciano.

—No te equivoques Alem, aún dudo de que esto no sea un sueño —respondió el chico—. Pero si esto es real y tengo en mi interior a esa bestia, entonces lo que sucedió hoy…

—Fue lo mismo que sucedió hace diez años —terminó la frase Alem—. Con la diferencia de que hace diez años era entendible: el sello estaba muy debilitado, fue lógico que a la mínima oportunidad la bestia intentara dominarte. En cambio, desde que empecé a cuidar de ti, he estado reforzando el sello periódicamente. La única razón que explica lo de hoy es que te vieras sometido a algún tipo de desequilibrio emocional.

—Así fue —le confirmó Abraham.

—Entiendo. Por suerte, aunque no llegué a tiempo de salvarles la vida a esos chicos, pude evitar que los daños fueran mayores. He de decir que esta vez fue más sencillo que en la anterior. En la otra ocasión tuve que enfrentarme a un ser informe de proporciones gigantescas. En este caso, supongo que debido a la fuerza del sello, era tan alto como un humano adulto y poseía forma humanoide.

>>Aunque fue quien de volver a herirme —dijo mientras se agarraba su aún dolorido vientre—. Concluyendo, y respondiendo a tu pregunta: tú no mataste a tus “padres” ni a aquellos chicos, el Rashá lo hizo.
Abraham se levantó del suelo, y observó aún con cierto aire de incredulidad a Alem.

—Si todo eso que dices es verdad, y yo soy un príncipe híbrido… ¿Por qué no tengo alas?

El anciano sonrió.

—Te lo he dicho antes —contestó—. Sellé tu aura para que no pudieras usar tus poderes y no pudieran encontrarte. Pero ya que me pides pruebas… —añadió mientras le miraba fijamente a los ojos.

El chico sintió que algo en su mente se liberaba, e inmediatamente, junto a un gran dolor, tan grande que le hacía dudar de su ensoñación, de su espalda emergieron, rompiendo su ropa, cuatro alas de bellas y majestuosas plumas: dos negras superiores y dos blancas inferiores. El híbrido se quedó petrificado ante tal experiencia.

—¿Qué me dices ahora? —le preguntó Alem.

—Increíble, a la vez que aterrador —contestó estupefacto el muchacho—. Dices que con esto tengo poderes, ¿qué clase de poderes?

—Ha sido un día muy largo, será mejor que descanses y mañana nos pongamos con eso.

—Está bien, pero no voy a poder dormir con estas cosas en mi espalda —mencionó burlonamente Abraham.

—Oh, sólo tienes que guardarlas dentro de ella, piensa en ello y lo conseguirás —respondió el anciano—. ¿Acaso esto no es un sueño? Deberías intentarlo al menos —añadió al ver la expresión desconcertada del chico.

Efectivamente, con tan sólo pensarlo, las alas se replegaron y escondieron en el interior de la espalda del híbrido para su sorpresa, causándole dolor nuevamente.

—Tranquilo por el dolor, acabarás acostumbrándote —comentó sarcástico Alem ante la mueca sufrida del muchacho.

—Bueno, Alem —dijo Abraham—. Ha sido una pesadilla al principio y una fantasía al final, pero me temo que este sueño debe terminar para que pueda proseguir con mi triste y desencantada vida.

—Está bien —contestó el antiguo Supremo Sanador—. Pero si esto no es un sueño, mañana tocará una dura jornada de entrenamiento, sé consciente de ello.

—Si, lo soy. ¡Buenas noches! —se despidió alegre el chico.

—¡Buenas noches! —le respondió sonriente el anciano.

***


—El mismísimo Supremo Sanador en persona ha acudido a curarme, que halagada me siento.

—No sé de que te sorprendes, según Rafael tienes información muy importante para nosotros.

—Es cierto… lo he encontrado.

Bajo la escasa e intermitente luz de algún que otro débil foco que iluminaba aquel callejón, Mahasiah se esforzaba por reimplantarle a Pahaliah su ala izquierda.

—Así que lo mataste… —comentó—. ¿Al menos te deshiciste del cuerpo?

La Butzina asintió con la cabeza a la par que enseñaba las dos alas negras que portaba en su mano derecha, claras pruebas de su delito.

—El muy cabrón me arrancó una de mis Knafáims —recordó airada—, pero yo me quedé las suyas como trofeo.

—¿Qué fue del sujeto α? —quiso saber el Supremo Sanador.

—Escapó mientras me encontraba luchando con el Kardinuta. No pude seguirlo, pues su aura se mantiene sellada, si lo encontré antes fue gracias a un error de Alem.

“Alem.” Recordó Mahasiah. “Supongo que Miguel ya se habrá encontrado con él.”

—La Knafáim ya ha sido reimplantada, ¿puedes probar a mover…? —el Supremo Sanador Butzina cayó repentinamente al suelo al ser su pecho atravesado por un rayo de oscuridad.

Los focos que iluminaban débilmente el callejón fueron destruidos. Una abrumadora oscuridad asoló el lugar. Pahaliah se colocó rápidamente de pie, en guardia.

—Responde ser de luz —se alzó una profunda voz en la oscuridad—. ¿Mataste a Adirael?

La Butzina no respondió, se mantuvo inmóvil, preparada para el combate, a pesar de no estar todavía recuperada.

—Lo repetiré sólo una vez más —volvió a resonar la voz con más fuerza—. ¿Mataste a nuestro querido compañero Adirael?

De nuevo la respuesta fue el silencio. El ser de alas negras a quien pertenecía la voz sonrió levemente y alzó su brazo hacía Pahaliah, dispuesto a hacerle correr la misma suerte que a Mahasiah.

—Un silencio es una afirmación —dijo burlonamente, y después lanzó su rayo de oscuridad hacia la guerrera.

Pero el rayo se estrelló contra el muro del fondo, destruyéndolo parcialmente. Los ojos del Kardinuta, que podían ver perfectamente en la oscuridad, se llenaron de rabia al observar la repentina desaparición de la Butzina.

—¡Imposible! —masculló.

—Padre, creo que está claro que hay un traidor entre los nuestros —comentó otra voz a su derecha—. Un Butzina no puede alcanzar tales velocidades en la oscuridad.

—Lo que si que está claro, hermano —irrumpió una tercera voz—, es que esa Butzina ha encontrado al Rashá, y nuestro compañero Adirael seguramente, al intentar protegerlo, ha sido asesinado por ella. Deberíamos informar a Eblis de esto —dedujo.

—No será necesario —les interrumpió la voz inicial—. Imaginaos si fuéramos capaces de capturar al Rashá por nuestros propios medios, hijos. Nefilin, Olivier, acaso no os gustaría convertiros en soldados de élite, o que vuestro padre se convirtiera en Supremo Caballero, o… —se quedó unos instantes pensativo, en su rostro se reflejó una mueca avariciosa—, que vuestro propio padre se convirtiera en Supremo Señor Kardinuta. Imaginaos tener el control de todo el universo, ¿no os gustaría, hijos?

—Si, padre —respondieron al unísono.

—Supremo Señor Kasbeel… —susurró mientras sonreía a su progenie. Después dirigió su vista hacia el cuerpo inerte de Mahasiah—. Olivier, arranca y destruye sus alas —le ordenó a su hijo—. No deben quedar pruebas.

—¿Qué se supone que debemos hacer ahora, padre? —quiso saber Nefilin.

—Nos quedaremos unos días por esta zona, hemos de averiguar todo lo que podamos acerca de lo sucedido —respondió—. Pronto nuestros sueños se harán realidad.


Adelanto capi 4
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El muchacho deberá aprender a controlar sus nuevos poderes. El duro entrenamiento al que será sometido le ayudará a lograr tal tarea.

En el próximo capítulo de "El ocaso del alba":

Capítulo 4 - Entrenamiento

Él se esforzará al máximo por proteger lo que más quiere.


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Y ahora, el noticiario semanal:

- Próximamente pondré los capítulos en descarga directa, por petición popular, para una lectura más placentera.

- Antes de irme de vacaciones, intentaré colgar las descripciones de los personajes en este topic.

- Hablando de los personajes, no creo que pueda colgar ningún fanart hasta que vuelva de vacaciones, pido disculpas.

Nada más por mi parte, espero sus comentarios.

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Última edición por Mickael el Lun Oct 24, 2011 4:12 am, editado 1 vez en total
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Ago 15, 2011 8:30 pm

Respuestas a mis queridos lectores

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Si hay alguien que me lea, agradeceria que me comentara, a todo escritor le motiva saber que hay gente leyendole :_D


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Capitulo 4 - Entrenamiento - Parte 1
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—¿Por qué me salvaste? —Pahaliah se sorprendió al observar a su salvador—. Responde.

El ser de alas negras sonrió levemente.

—Tú posees algo que necesito —respondió.

—¿Algo que poseo? —preguntó curiosa la Butzina.

El anciano levantó su mano derecha, y con el dedo índice señaló a las alas negras que portaba en su mano la guerrera.

—¿Esto? —reaccionó extrañada—. ¿Para qué?

—Dime Butzina —dijo el ser oscuro haciendo caso omiso a su pregunta—, si te prometiera ser quién de terminar con esta guerra milenaria con un resultado favorable para tu raza, instaurando un orden de luz en el universo, bajo el comando del más poderoso de los reyes, ¿te unirías a mi?

—¿Tú, un ser de la oscuridad trabajando a favor de los seres de la luz? —replicó Pahaliah irónicamente—. ¡No me hagas reír! Por otra parte… ¿Qué se supone que ganaría yo? —preguntó con ojos avariciosos.

—Me gusta tu forma de pensar Butzina —dijo sonriente el anciano—.Que te parecería un alto puesto en la jerarquía del cosmos. Podrías llegar a ser Caballera Suprema del universo.

—Eso ya es otra cosa —comentó la Butzina—, pero… ¿De verdad serías quién de traicionar a tu propia raza? —quiso saber, curiosa.

Los marrones ojos del Kardinuta se iluminaron.

—¡Oh! Si, claro que soy capaz —contestó con aviesa sonrisa—. De hecho, disfrutaré haciéndolo.

***

La luz del sol se colaba entre las rendijas de las persianas, iluminando la habitación del muchacho. Abraham se revolvía entre las sábanas, negándose a obedecer al despertador de la naturaleza. Dándose por vencido, se irguió somnoliento.

—¡Qué sueño más extraño he tenido esta noche! —comentó mientras se frotaba los ojos.

Giró la muñeca para comprobar la hora en su reloj y con estupor observó que llegaba tarde a clase. Sin dar demasiados preámbulos, se levantó con rapidez de la cama y prácticamente se vistió a la vez que bajaba velozmente las escaleras en dirección a la pequeña cocina de la casa. Allí se encontró con su abuelo preparándose su café matinal. La tranquilidad que observó en él le desconcertó.

—Abuelo, ¡¿sabes qué hora es?! ¡¿Por qué no me has despertado?! —le recriminó enervado—. ¡Llegaré tarde a clase! Mejor será que no desayune y coja algo en la cafetería. ¡Adiós abuelo! —le informó mientras se disponía a marchar.

—¿A dónde crees que vas? —sonó desde el interior de la cocina la voz del anciano.

—A clase… —al chico le sorprendió la pregunta—. Acabo de decírtelo…

—Pero… —Alem salió de la cocina—, hoy no tienes clase —apuntó sonriente.

Abraham le dirigió una mirada de desconcierto.

—¿No lo recuerdas? —preguntó el Butzina extrañado—. Ayer murieron tres chicos de tu escuela. El instituto cerró por luto hasta el lunes.

Al chico se le desorbitaron los ojos y se le palideció la cara. “¡No puede ser!” Pensó. “Era un sueño, ¿no? Acaso no lo era. Tenía que serlo. ¿Acaso aún estoy soñando? ¡No puede ser!”

—¿Te encuentras bien? —preguntó el anciano preocupado—. Ven, te prepararé un energético desayuno —mencionó alegremente—. Lo necesitarás.

El chico, aún pálido, se dirigió hacia la pequeña estancia. Mas su mente deambulaba aún por los recuerdos que él había juzgado por falsos y que ahora se presentaban como verdaderos.

El almuerzo transcurrió envuelto por un incómodo silencio. Nieto y abuelo, ambos, no dirigieron palabra el uno al otro. No obstante, mientras la cara de Abraham seguía haciéndole parecer un zombie, en la de Alem habitaba una sonrisa imborrable.

—Acompáñame —le dijo al muchacho tras terminar el desayuno, haciéndole señas.

El chico, aún inmerso en su mundo, le acompañó hasta el sótano de la casa, hasta aquel gimnasio en el que el anciano se mantenía a tono mediante la práctica de artes marciales orientales. Una vez los dos se encontraron en el interior de la estancia, Alem se giró, y, poniéndose frente a él, mientras se colocaba en guardia, le dijo:

—Bien, Abraham, ¡Es hora de entrenar!

El muchacho mostró extrañeza en su rostro.

—¿Entrenar? ¡¿Qué?! —respondió confundido.

—Te lo dije ayer… —Alem miró al chico y suspiró exasperado—. ¿Aún sigues con la tontería de que esto es un sueño?

El chico se mantuvo en silencio.

—Bien Abraham —dijo el anciano mientras se quitaba la chaqueta y la camisa de su traje—. ¡Dime si soy un sueño o soy real! —de su espalda emergieron sus viejas alas blancas.

—¡No puede ser! —Abraham cayó de rodillas al suelo, llorando—. Es un sueño, si, aún estoy soñando, aún no he despertado, eso es.

Alem se mostró airado ante la cobarde reacción de su nieto.

—¡Está bien Abraham! —mencionó furioso—. ¡Puedes quedarte ahí lloriqueando esperando a que despiertes y probablemente antes de que eso pase estarás muerto o serás usado cuál marioneta! ¡O puedes levantarte del suelo y enfrentar tu destino! Dime, Abraham, hijo de Adán y Eva, ¿Qué es lo que harás? ¿Qué es lo que quieres? —le preguntó colérico.

—Yo… Yo… —balbuceó el híbrido—. Yo sólo quiero no tener que saber nada de seres alados ni de monstruos sellados… Yo sólo quiero seguir viviendo cómo lo he hecho hasta ahora.

>>Es cierto… siempre me he estado quejando de mi vida y de lo triste que era. Pero… la verdad es que me gustaba… Me daba igual que mis padres estuvieran muertos, me daba igual que me acosaran en la escuela, me daba igual todo lo malo. Porque te tenía a ti, y tenía a mis amigos, y con eso me bastaba.

>>Pero ahora llegan esos seres alados y tú dices que tengo en mi interior un poder capaz de destruir el universo, y de repente todos los muros que decoraban la habitación de mi vida se caen a trozos. No sé cómo he de sentirme, pero lo único que quiero es volver todo a como estaba antes —concluyó el chico alicaído.

Las palabras del joven conmovieron el corazón del anciano, quién se aproximó hacia él.

—Ya nada será como antes Abraham, pero podemos luchar por intentar devolver las cosas a como estaban —le consoló mientras le tendía la mano—. ¿Qué me dices?

El muchacho se limpió los ojos con la manga de la camisa.

—¿Acaso tengo otra opción? —preguntó alicaído.

El anciano le dirigió una mueca de empatía.

—Me temo que no —comentó mientras le ayudaba a levantarse.

Alem le pidió que se quitara la camiseta, alegando que no era necesario romper más ropa, y que intentara sacar sus cuatro alas, simplemente pensando en ello. De nuevo, aquel extraño dolor recorrió la espalda del muchacho a la vez que los dos pares de alas emergían. Fue sumamente sencillo: sólo tuvo que imaginar que las tenía y hacerlas salir. Se sorprendió de la facilidad con la que se realizaba tal acción.

—Eso que tienes en tu espalda son tus Knafáims —explicó el antiguo Supremo Sanador—. Ellas son las encargadas de canalizar toda nuestra Atzmut; nuestro poder. Los Butzinas poseemos dos blancas que canalizan nuestra Atzmut lumínica; los Kardinutas poseen un par negro, que canaliza su Atzmut oscura. Tú, al ser un híbrido, puedes usarlas para canalizar ambas. La aplicación de esta energía con fines bélicos te la explicaré después.

—Entonces, ¿qué me enseñarás primero? —quiso saber el chico.

—A matar —respondió fríamente Alem.

—¡¿Matar!? —reaccionó sobresaltado Abraham—. ¡Yo no quiero matar a nadie!

El anciano le dirigió una severa mirada. Mediante rápidos movimientos desenvainó una de las espadas de su colección y atacó a su nieto. Este, aunque asustado, consiguió esquivar cada uno de los golpes lanzados por su abuelo fácilmente. Había ganado una agilidad inusitada que le sorprendió. Finalmente el chico acabó cayendo al suelo, y Alem le colocó la espada en el cuello.

—¡Escúchame bien Abraham! —le gritó—. A partir de ahora es la ley de la selva: o matas o mueres, y en el mejor de los casos serás capturado y utilizado, lo cuál no es un destino muy agradable. ¿Entiendes?

El chico, aún con el miedo en el cuerpo, asintió. El antiguo Supremo Sanador tiro el arma y ayudó al chico a levantarse.

—Butzinas y Kardinutas —continuó con su explicación—, tan distintos y tan similares al mismo tiempo. Ambos mueren de dos formas: mediante un ataque directo al corazón, o arrancándoles sus Knafáims. Cualquier otra herida, por muy grave que sea, difícilmente les provocará la muerte debido a que prácticamente todos tienen conocimientos acerca de medicina.

>>En otras palabras, saben curar esas heridas —Alem hizo una pausa para comprobar que su pupilo atendía a sus explicaciones—. Sin duda alguna, la más tortuosa de ambas opciones es la de perder nuestras Knafáims. Como te he dicho, estas son las encargadas de canalizar nuestra Atzmut. Nosotros somos seres de energía, a diferencia de los seres humanos, que son seres de materia.

>>La razón de nuestra forma física es que parte de nuestra energía se manifiesta en forma de materia, dándonos este aspecto. Pero si le arrancas las alas a alguno de nosotros, nuestra materia volverá a convertirse en energía, desapareceremos, perderemos nuestra esencia, nuestra alma por decirlo de alguna manera. Volveremos a formar parte del universo. Esa vuelta a nuestra forma más primitiva es una insoportable agonía.

Abraham agarró asustado sus alas, temiendo tener que sufrir algún día aquel horrible destino.

—No temas, no permitiré que tal cosa te pase —le tranquilizó Alem—. Te enseñaré a usar tu Atzmunt mixta. Como has podido observar, has ganado agilidad y velocidad, esa es una de las aplicaciones de tu poder. Los seres de la luz pueden llegar a viajar en ocasiones a la misma velocidad que esta, convertirse en energía lumínica durante un tiempo limitado sin perder su esencia propia.

>>Lo mismo ocurre con los seres de la oscuridad en lo referente a su medio. Si, a pesar de lo que digan tus libros de física —comentó al ver la cara extrañada del chico—, la oscuridad, al igual que la luz también se propaga, y tiene una velocidad imposible de alcanzar para cualquier ser humano, pero no para un Kardinuta. Has de saber que tú al ser un híbrido eres capaz de moverte a ambas velocidades, la de la luz y la de la oscuridad, bajo sus respectivos medios, pero que no debes abusar de ello, o esta ventaja se volverá en tu contra. Debes siempre usar la velocidad adecuada sin ponerte en riesgo.

>>Hablando de ventajas, también convendría nombrar la percepción del aura de ambas especies. El aura sería la energía que libera cada ser de luz u oscuridad por el simple hecho de estar vivo, y que se incrementa según como utilice su Atzmunt.

—Hoy, cuando desperté —le interrumpió el híbrido—, noté la presencia de una Butzina y un Kardinuta antes de verles u oírlos, ¿te refieres a eso?

—Efectivamente —le confirmó—. Al poseer rasgos de ambas especies, eres capaz de detectar ambas auras. Incluso, si eres quién de mantener ambas Atzmunt en equilibrio, tu aura será neutra y serán incapaces de localizarte. Mas si está en desequilibrio con mayor peso de luz, los seres que habitan en esta te detectarán, lo mismo pasará con respecto a los seres de oscuridad en lo referente a un desequilibrio a favor de su Atzmunt. Los seres de una raza sólo son capaces de detectar las auras de los de su misma especie. Juega con esto cuando tengas que combatirlos.

—¿Y también pueden detectar a esa bestia que porto, al Rashá?

—El Rashá es una gran concentración de Atzmunt oscura, por lo tanto, si se libera su aura, ellos te localizarán. Por eso, debes aprender a controlar tus poderes de híbrido, de esa manera te será más fácil controlar a la bestia y evitar que te posea.

—¿Los seres de luz también pueden detectarlo?

—Al ser una bestia de oscuridad no… —el anciano entendió de repente el por qué de la pregunta del chico—. Si te refieres al por qué algún ser de luz te detectó ayer, eso fue culpa mía. Durante mi enfrentamiento contra la bestia, tuve que usar parte de mi Atzmunt para reforzar tu sello. Lo más probable es que te localizaran siguiendo el rastro de esta.

>> Lo cierto es que, por el simple hecho de estar ahora aquí hablando con nuestras Atzmunts activadas, nos estamos poniendo en peligro, por eso me gustaría gastar la mínima energía necesaria, con el fin de evitar ser descubiertos.

—De acuerdo abuelo, ¿qué es lo siguiente que debo saber?

—Debes aprender a emplear tu Atzmunt de cara al combate —afirmó—. Las Knafáims lo canalizan y te permiten usarlo de distintos modos. Por ejemplo, puedes juntar una cierta cantidad de Atzmunt en la palma de tu mano y convertirla en una esfera de energía, tal que así —el anciano extendió su palma y en ella empezó a tomar forma una pequeña esfera lumínica. Abraham no pudo evitar recordar a la Butzina del día anterior cuándo esta intentó matarle—. Prueba a hacerlo tú.

—Pero… ¿Cómo? —le replicó el chico.

—De la misma forma que has hecho salir tus Knafáims, pensando en ello. Acaso cuándo piensas en mover tu brazo y se lo ordenas, ¿este no se mueve? Del mismo modo concentra la Atzmunt que recorre todo tu cuerpo en la palma de tu mano y dótala de forma esférica. Vamos, tan sólo inténtalo por lo menos.

Abraham le hizo caso y extendió la palma de su mano, esforzándose en visualizar una esfera en ella. Para su sorpresa pronto se empezaron a arremolinar dos, una de luz y otra de oscuridad.

—Bien, ahora arrójamelas —le ordenó Alem.

—Pero… Alem…

—No titubees, simplemente arrójamelas.

El muchacho terminó por obedecerle: lanzó las dos esferas hacía él. El anciano envió la que formara antes a chocar con la oscura, neutralizándola, y se dejó impactar por la lumínica. El muchacho puso por un momento cara de horror al pensar que le había herido, pero el anciano permaneció intacto tras que la esfera colisionara con él.

—Otra cosa que debes saber, es que los ataques de luz no hieren a los seres de luz, sólo a los de oscuridad y viceversa. Por eso sería importante e interesante que supieras dominar ambas

Atzmunts para poder utilizar la adecuada en cada momento.

>>Siguiendo con el dominio de esta en combate, otra forma de canalizarla es mediante rayos de energía. Para ello puedes lanzarlos pequeños y precisos desde la yema del dedo, o bien potentes y grandes desde la palma de tu mano. Otra vez de nuevo, sólo tienes que concentrarte y, debido a las grandes capacidades que estoy observando en ti, serás quien de hacerlo.

Abraham volvió a confiar nuevamente en su abuelo y extendió el brazo hacia él, tratando de concentrar esa gran cantidad de energía que empezaba a sentir por todo su cuerpo para que formara un rayo que emergiera de la palma de su mano.

Nuevamente volvió a lograrlo, pero nuevamente no supo controlar su poder: hacia Alem fue enviado un potente rayo de oscuridad pura que hizo temblar al muchacho. El anciano no se movió de su lugar. Antes de colisionar con él, el rayo fue detenido por una barrera de luz. Abraham se quedó muy sorprendido al observar esa habilidad.

—Esto es otra forma de canalizar la Atzmunt, una forma muy avanzada que permite tener una buena defensa en combate. Esta barrera puede disponerse alrededor de tu cuerpo de cualquier forma y sentido, y protegerte de cualquier ataque, resulta muy útil, así que intentaré enseñarte a usarla más adelante.

Durante el resto de la mañana, Alem se esforzó en enseñarle a controlar a su nieto sus nuevos poderes de híbrido, siendo consciente de que debía intentar instruirle lo máximo posible en poco tiempo para que este pudiera valerse por si mismo.


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Noticias:

La noticia es que no hay noticias xD Actualmente estoy disfrutando de unas vacaciones de "estudio" en Canada, y todos los dias hago algo o voy a tal sitio, y a la noche siempre estoy charlando con los de mi casa, acabo el dia muy cansado, twitteo un poco y me acuesto a dormir.

Por lo tanto, no tengo tiempo ni para escribir ni leer, ni para nada de lo que estaba haciendo el resto del verano.

Apenas para conectarme a actualizar el blog y publicar el relato en el foro.

Asi que nada mas por mi parte, saludos de esta rata desde cloacas canadienses y enjoy it!

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Re: El ocaso del alba

Notapor melodia » Mar Ago 16, 2011 4:46 am

pues .....
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SABES QUE ESTOY ESPERANDO ESTO HACE MAS DE 3 SEMANAS MICKAEL D<
( sopórtalo tu eres el que creo este monstruo e.e)

sabes que no se criticar u.u ,pero tratare de hacer un pequeño esfuerzo para ayudarte a mejorar n.n
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esta bien no me sale TwT soy muy mala en esto lo siento, pero prometí que te haría una critica pero no me sale x3


pues, lo único que puedo decirte es que este capitulo ( para mi cabeza felina e.e) es un poco menos emocionante que los otros , pero tiene lo suyo (no te preocupes si me gusto x3) al principio creo que ya saque quien era el ser de las alas negras ( estoy segura de eso -w-) el resto del capitulo estuvo bastante interesante

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como verán esto se llama una critica de pobres u.u porqué no critique nada (soy muy mala en esto de criticar u.u)


solo lo que queda por decir es que espero con gran alegría la segunda parte del capitulo 4 ,señor mickael :wink:
nos veremos saludos cordialmente desde tu mente
melodia =3ñya
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Mié Ago 31, 2011 3:16 am

Respuestas a mis queridos lectores

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melodia: Gracias por leer y comentar. Si, estoy de acuerdo en que esta parte sea un poco más sosa que otras, pero era un capítulo necesario, en algún lugar tenía que meter las explicaciones sobre las reglas del universo, mas no te preocupes amiga mía, a partir del próximo cap llegan la dosis de acción e interés 8D


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Y si, finalmente he regresado de tierras americanas a mi querida península para traeros, después de haber descansado dos días del viaje, la segunda parte del cap 4, que me gusta más que la primera, espero que a vosotros también. Tenemos el fin del entrenamiento, una bonita reunión de amigos (con guiño a Habimaru incluído e.e) y una sorpresa interesante al final que tendrá especial importancia en los próximos capítulos. No les entretengo más. Disfruten de los desquicios de mi mente vertidos sobre su computadora.

Capítulo 4 - Entrenamiento - Parte 2
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Pronto llegó el mediodía, y el anciano decidió detener el entrenamiento con el fin de que recuperaran energías y disfrutaran de una buena comida. Tras dejarle unos minutos de descanso a Abraham para que digiriera los alimentos, le ordenó bajar de nuevo para reanudar el adiestramiento.

—Se me olvidó mencionártelo antes —dijo una vez se volvieron a encontrar en el extenso gimnasio—, pero obviamente, al igual que la energía de un humano se agota según la vaya empleando este, lo mismo ocurre con nuestra Atzmunt, por lo que es conveniente saber racionalizarla para no encontrarnos en una situación de agotamiento en la que estaríamos en desventaja.

—Entendido —respondió Abraham. El joven aún seguía bastante temeroso de la realidad con la que se acababa de topar, pero Alem le prometiera que si le hacía caso podría recuperar su vida, por lo que se estaba esmerando al máximo.

—Otra forma muy interesante de canalizar la Atzmunt —prosiguió el antiguo Supremo Sanador con el entrenamiento—, es mediante la aplicación de esta a la materia. Es decir, yo puedo agarrar esta espada por su mango y pasar la palma de mi otra mano por su filo y… —explicaba el anciano a la vez que realizaba tal acción. Tras hacerlo, el filo cobró una luminosidad intensa—.

>>Esta espada normal y corriente ahora se ha convertido en una espada de luz, capaz de herir a cualquier ser de oscuridad. De la misma forma puedes usar cualquier otra herramienta o material de lucha y conferirle parte de tu Atzmunt. También puedes concentrarla en partes de tu cuerpo como tus puños o pies para golpear directamente al adversario.

>>Pero basta de chácharas —Alem cogió otra de las espadas de su colección y se la lanzó a Abraham. El joven atrapó torpemente el arma al vuelo—. ¡Luchemos! —le desafío.

El muchacho intentó realizar con la espada que había recibido lo mismo que hiciera Alem con la suya, y la dotó de Atzmunt oscura, aunque todavía no fuera quién de controlar perfectamente el cuándo usar cada una.

Las armas chocaron y resonaron por toda la casa. Alem se mostraba muy diestro en el manejo de la suya, a pesar de su avanzada edad. Abraham tampoco se quedaba demasiado atrás, tenía ciertos conocimientos derivados de
algunas clases ocasionales de artes marciales que su abuelo le impartiera.

Eventualmente, ambos contendientes fueron desarmados, y entonces la lucha paso a ser mano a mano. Así avanzó el reloj hasta que sus agujas marcaron las seis de la tarde, y ambos adversarios cayeron exhaustos al suelo.

—No está nada mal para ser el primer día, Abraham —le felicitó el anciano—. Cuándo yo era parte de la corte en Edén, me encargaba de adiestrar a los soldados más prometedores, y te puedo asegurar que ninguno de ellos hizo tantos progresos como tú en tan poco tiempo. Claro que ninguno de ellos poseía tus habilidades —mencionó con una sonrisa.

“Es cierto.” Recordó el muchacho. “Alem fue Supremo Sanador en Edén. Entonces…”

—Oye Alem… ¿Tú no me odias? —preguntó, provocando la sorpresa de su interlocutor.

—No, ¿porque debería odiarte?

—¿Tú no perdiste nada cuándo yo…? Bueno, ¿cuándo eso que habita en mí destruyó Edén?

El anciano se quedó un rato mirando al muchacho, su voz adoptó un tono nostálgico al hablar.

—Se llamaba Lamec. Su madre murió al dar a luz. Fue una suerte para mí haberle tenido. Se parecía a ti, era muy imaginativo y con baja autoestima, pero con una gran fuerza de voluntad para proteger lo que más quería. Yo intenté educarlo para que fuera sanador, pero él se empeñaba en ser soldado, decía que quería defender y luchar por su especie. Entró al ejército cuándo cumplió 18 años.

>>Dos años después fue cuándo se produjo el ataque del Rashá. Él fue enviado junto a un escuadrón de novatos a detenerlo. Miguel, el Supremo Caballero de aquel entonces, se negó a poner en peligro a los soldados de élite, mandando a una muerte segura a los menos experimentados.

Abraham observó la tristeza en la mirada del anciano, y no pudo evitar sentir cierta empatía por él y cierto odio hacía lo que guardaba dentro.

—No te odio, aunque si que es cierto que tengo algún resentimiento hacia lo que portas. Pero que tú lo portes es culpa mía, ¿qué clase de hipócrita sería si odiara algo que yo “cree” voluntariamente? —opinó Alem—. Se lo prometí a tus padres, que te protegería y cuidaría. Eso es lo que he hecho durante todo este tiempo.

El timbre de la casa interrumpió la conversación. Alem, preocupado, le ordenó a Abraham replegar y guardar las Knafáims, a la vez que él hacia lo mismo. Cogió la espada con la que combatiera antes contra su nieto y subió las escaleras. Se acercó sigilosamente hacia la puerta, temiendo haber sido descubierto. Con rápidos movimientos, la abrió con la mano derecha a la vez que lanzaba el arma hacia delante con la izquierda.

La espada quedó a unos milímetros del cuello de un esbelto chico de cabellos de oro y ojos del color del cielo. Asustado, retrocedió inmediatamente hacia atrás.

—¡Abuelo! —vociferó—. ¿Te has vuelto loco? —dijo mientras se agarraba la garganta con ambas manos.

El anciano borró la seriedad de su rostro, cambiándola por una amable sonrisa, a la vez que colocaba la espada en una posición menos agresiva.

—A mi edad, es normal ser atacado a menudo por astutos vendedores de puerta en puerta y otros tipos de molestias que pueden llegar a incomodarte hasta límites insospechados. Así que hay que estar preparado para combatirlos —comentó sonriente, y luego dejo escapar una larga risotada. El rubio chico le observó aún temeroso—. ¿Por qué no pasáis a tomar algo? Abraham estará encantado de veros. Carlos —Alem giró la cabeza hacia su derecha—. Sandra.

La hermosa pelirroja de largos cabellos, a diferencia de su amigo, observara la escena desde una perspectiva más humorística. Ahora no podía evitar dejar escapar una pequeña risa por lo bajo.

El anciano los instó a pasar al interior de la casa. Después de que entraran, cerró la puerta con suavidad.
—¡Abraham! —gritó—. ¡Carlos y Sandra han venido a verte!

El chico escuchó la llamada de su abuelo sorprendido desde el gimnasio. “Sandra y Carlos”. Pensó. “Con todo lo sucedido, olvidé por completo contactar con ellos”. Subió las escaleras raudamente, alegre de poder reunirse con sus amigos.

—¡Hola chicos! —les saludó sonriente.

—¿Vienes del sótano? —preguntó asombrado Carlos—. ¿Qué has estado haciendo?

—Aprovechando el día libre he querido enseñarle un poco de defensa personal —explicó Alem mientras sonreía—. Pasad a la cocina, allí estaréis más cómodos y podréis tomar algo.

Reunidos entorno a la pequeña mesa de la estancia, los tres amigos compartían unos refrescos de cola con gas junto a unos apetitosos bocatas cortesía del amable anciano. Los de Sandra y Carlos eran de jamón, producto muy típico en la zona, mientras que el de Abraham era de chocolate, alimento que encantaba al joven.

—Así que defensa personal… No creo que la necesites ya… —comentó Carlos.

—Eso parece —respondió Abraham.

Un silencio incómodo se apoderó de la sala.

—¿Te duele…? —mencionó la pelirroja—. ¿Te duele algo que hayan muerto?

El muchacho se pensó un poco su respuesta, sorprendido por tal cuestión.

—No lo sé. Desde luego que no les tenía ningún tipo de estima, pero no me creo capaz de desearle la muerte a nadie —sonrió irónicamente al recordar que en cierto modo él era su asesino y que, momentos antes de matarles, tal destino les deseara.

—Mañana es el entierro —apuntó su rubio amigo—. ¿Vendrás?

—Supongo que es lo mínimo que debo hacer.

—Bien, pues deberíamos quedar juntos para coger el bus —propuso Carlos—. Supongo que también irán el director y el resto del instituto, puede que incluso vaya hasta el alcalde.

El silencio se volvió a apoderar del ambiente.

—Deberíamos hacer algo este fin de semana —saltó Sandra—. No volveremos a tener clase hasta el lunes, y ya nos queda poco para comenzar los exámenes finales.

—No me nombres ahora los exámenes —le reprochó Carlos—. ¿No os parece increíble? ya estamos a punto de terminar la secundaria, ya era hora.

—Sobretodo para ti —apuntó Abraham—. Ya eres bastante mayorcito para seguir en el instituto —comentó al recordar la avanzada edad de su amigo, 19 años, frente a los 16 de él y Sandra.

—¡Oye! Es cierto que hasta hace poco no he hecho nada, pero me estoy poniendo las pilas, ¿vale? Pienso estudiar el bachillerato, e incluso sacarme una carrera —contestó indignado.

Sus amigos se limitaron a reír. Aunque a Carlos no le hizo mucha gracia al principio, al final terminó uniéndose a la risotada colectiva.

—Voy al baño un momento si me disculpáis chicos —mencionó la pelirroja mientras abandonaba la estancia.

—Oye Carlos —Abraham comprobó que su amiga se había alejado lo suficiente como para no oírles— ¿Tu crees que él le ha vuelto a…? —preguntó en referencia a las gafas de Sol que portaba la muchacha. Era cierto que hacía un día soleado, impropio de un mes tan lluvioso como era Abril, pero al muchacho no dejaba de inquietarle que ni siquiera en el interior de la casa las quitara.

—¿Que si el viejo volvió a pegarle? —terminó el rubio la frase— ¿Cómo saberlo, Abraham? Bien sabes que cuando intentamos sacar el tema enseguida lo evade, esa parte de su vida está claro que la quiere mantener oculta.

—¡Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados! —replicó furioso.

—¿Y qué haremos? ¿Iremos a dónde su padre y le pegaremos una paliza? Esa noche le pegará el doble. ¿Lo denunciaremos ante la justicia? Ella se negará a reconocerlo, y si no es ella la que lo denuncia no nos harán ni caso. Es horrible, pero no podemos hacer nada por el momento —Abraham apretó su puño fuertemente, lleno de rabia al observar su impotencia—. Pero no me extrañaría que la hubiese maltratado, ella tuvo que pasar toda la tarde de ayer en su casa.

>>¿No lo supiste? —preguntó al ver la sorpresiva reacción de su amigo—. Ayer hubo una especie de toque de queda que se prolongó hasta esta mañana. Tras descubrir los cuerpos lo impusieron como medida preventiva hasta dar con el asesino. De todas maneras hoy ya han sido algo más permisivos y por eso hemos podido venir a visitarte. Por cierto —Carlos cambió su tono— ¿dónde te metiste ayer?

—¿Cómo que dónde me metí ayer? —dijo el pelirrojo para ganar tiempo, en busca de una excusa convincente.

—Si, Sandra y yo estuvimos esperándote un buen rato, pero no apareciste, al final nos tuvimos que ir sin ti.

—¡Ah! Es que… no me encontraba bien —contestó al no encontrar una mejor cuartada.

—De todas maneras, ayer te llamé varias veces y en ninguna ocasión me cogiste el teléfono.

“¡El móvil!” Se dio cuenta alarmado. Seguramente lo hubiera perdido durante el lapso de tiempo que no podía recordar, junto a todas las demás pertenencias que llevaba consigo aquel día.

—Eso… eso seguramente fue que mi abuelo lo debió poner en silencio para evitar que alguien me molestara mientras me recuperaba, debió ser eso —ni siquiera él mismo estaba convencido de sus pobres excusas—. Seguro que cuando le eche un vistazo aparecen todas tus llamadas perdidas.

—Entiendo —Carlos le dio un gran sorbo a su refresco—. ¿Sabes qué? Ayer, cuándo te estábamos esperando, al poco rato, oímos unos fuertes gritos. Asustados, nos largamos inmediatamente hacia el instituto. Luego, cuando apareció en las noticias lo de que habían localizado aquellos tres cuerpos en el callejón, te juro que un escalofrío recorrió mi espalda, y estoy seguro de que a Sandra le ocurrió lo mismo.

>>Por un momento pensé que tu fueras uno de esos cuerpos, y me preocupé muchísimo, por eso intenté localizarte desesperadamente. No fue hasta que se realizó la identificación de los cuerpos, que pude respirar tranquilo al comprobar que se trataba de esos tres bastardos y no de ti.

—¡Hola de nuevo chicos! —la dulce voz de la pelirroja cortó la conversación—. ¿De qué habláis?

—De cosas de hombres —respondió sarcásticamente Carlos.

—¿Ya estamos con secretitos? —contestó molesta—. Creía que no había de eso entre nosotros.

—Compréndenos, hay cosas nuestras que tú no entenderías —puntualizó Abraham.

—Hombres —susurró mientras suspiraba derrotada. Los tres se unieron entonces en una gran carcajada colectiva.

Pasaron el resto de la tarde debatiendo acerca de lo que les depararía el futuro. Del cercano, pensando en planes del verano. Y del lejano, pensando en qué es lo que harían con sus vidas.

—Ya lo he dicho antes —comentó en una ocasión Carlos—. Quiero estudiar una carrera, y ¿sabéis qué? Me encantaría estudiar telecomunicaciones, debe ser muy bonita.

—¡Anda ya! Eso es para auténticos suicidas —le informó Abraham—, uno de los chicos de 1º de bachillerato que conozco tiene un primo en el sur que la está haciendo y no para de quejarse de ello. Y estoy seguro de que es mucho más listo que tú —mencionó con una burlona sonrisita.

—¡Abraham, si te digo que la hago es que la hago! ¡Y además con matrículas de honor! —respondió el rubio enérgicamente.

Pronto se hizo tarde y llegó el momento de ponerle fin a la amable reunión de amigos. Sandra y Carlos se despidieron de Abraham y de Alem, quedando con el joven al día siguiente con el objetivo de ir al entierro. Tras que este cerrase la puerta, el anciano le dirigió una preocupada mirada.

—Quizás… —balbuceó—. Quizás no debieras juntarte mucho con ellos hasta que solucionemos todo esto. No sabemos que puede hacer el enemigo con tal de encontrarte.

—Alem, ellos lo son todo para mí —mencionó el joven con una confianza inusitada en él—. Antes te dije que no quería matar a nadie. Pero, me da igual Kardinuta que Butzina, si alguno de esos seres alados le pone una sola mano encima a mis amigos, juro que lo pagará caro.

***


—¡Adiós Sara!

—¡Hasta mañana Carlos!

Los dos amigos se despidieron en el lugar donde siempre se reunían y separaban: aquella esquina enfrente a la estación de autobuses, aquel borde en el que terminaba la calle del callejón. Aquel callejón en donde se dieran lugar los terribles sucesos del día anterior.

Sobre esos sucesos cavilaba Carlos de camino hacia su casa. Entre los últimos rayos del ocaso, andaba a paso ligero, aunque nadie le esperara, por las vacías calles de la ciudad. De pronto se percató de una sombra que se alzaba sobre la avenida, proveniente de un pequeño callejón. Hizo caso omiso a ello y siguió su camino.

—¿A dónde vas? —dijo la voz proveniente del callejón, cuando Carlos ya lo había sobrepasado.

—A casa —respondió el muchacho.

—Pero tu casa no está aquí —le hizo ver el ser oculto entre las sombras.

—Si te soy sincero, no sé si mi hogar ya está más aquí que allí —le contestó el chico.

—Has pasado demasiado tiempo entre los humanos —le rebatió la voz—. ¿No me digas que les has cogido cariño?
—comentó irónicamente.

—Es posible —apuntó con indiferencia Carlos.

El ser salió de entre las sombras, dejando ver bajo la luz del ocaso su rubia barba y sus blancas alas.

—Tienes trabajo, ¿lo sabes, no? —le informó.

—Lo sé —afirmó el muchacho—. Aquello para lo que me he estado preparando desde hace años. La razón de todo
este duro entrenamiento. Mi única meta en la vida —hizo una pequeña pausa—: La destrucción del Rashá.

—Efectivamente —le confirmó sonriente el Butzina—. Así que no me defraudes.

—No lo haré —Carlos se dio la vuelta, mirando fijamente al Ser Supremo de los seres de la luz—. No te defraudaré, padre.


Adelanto capi 5
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Las campanas suenan rotundas desde lo alto de la iglesia.
Pero, ¿acaso suenan por la muerte de los tres chicos o por el fin de la antigua vida del muchacho?
En el próximo capítulo de "El ocaso del alba":

Capítulo 5 - ¿Por quién doblan las campanas?

Todo fin es el principio de algo nuevo.


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International News:

- Lo primero, he de agradecer al blog Viviendo Libros el que le haya dedicado una entrada a esta, mi querida obra, "El ocaso del alba". Mis más sinceros agradecimientos ^^

- Pronto, prometo que muy pronto, estará la obra dispuesta para descargar, en serio que lo prometo.

- He decidido dividir la obra final en dos partes por así decirlo, la que estáis leyendo se titula "Alba", durará sobre 9 capítulos, terminará de publicarse a primeros de Noviembre y tendrá su propio tomo recopilatorio para Navidades.

Nada más por mi parte, disfruten de sus vidas y gracias por dedicar tiempo a la lectura que produce un servidor.

Saludos desde la cloaca.

Atentamente: Mickael Vavrinec
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Re: El ocaso del alba

Notapor melodia » Jue Sep 08, 2011 3:05 am

hola mcikael ,he leído el ultimo capitulo que colocaste en el foro , y la verdad me a agradado mucho , el final me lo esperaba , no se como pero de cierta manera lo esperaba
no tengo mucho que decir acerca de este capitulo solo queda por decirte que
espero con ansias el siguiente .
de ante mano tu historia , es muy interesante y buena
sin mas que decir
me despido cordialmente
una de tus mas grandes lectoras
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Dom Sep 18, 2011 8:43 pm

Respuestas a mis queridos lectores
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melodia: Si, es uno de mis grandes miedos, el que las grandes sorpresas de la historia resulten previsibles o cantadas, esperemos que de aquí en adelante sean mas inesperadas.


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Mis disculpas, reiteradas por supuesto, por este retraso de una semana. La explicación es sencilla, recientemente me acabo de mudar a mi nuevo piso universitario, y hasta hace poco no me han puesto el internete, que ha furrulado mal hasta hoy, día en el que por fin puedo publicar. Para compensar la semana de retraso, esta os traigo, no uno, sino dos capítulos, para que disfruten sus ojos ávidos de más EODA. Disfruten de los desquicios de mi mente vertidos sobre la pantalla de su computadora.

Capítulo 5 - ¿Por quién doblan las campanas? - Parte 1
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Talán, Talán, Talán.

Doblaban las campanas.

Talán, Talán, Talán.

La lluvia caía sobre todos los asistentes al entierro. Desde los familiares y amigos de los fallecidos, que rompían en llanto, que mezclaban sus lágrimas con las gotas de lluvia, hasta las más altas autoridades de la ciudad, que daban su pésame y prometían atrapar al criminal de tan horrible asesinato.

De entre toda la multitud allí reunida, el único que sabía toda la verdad sobre los sucesos que condujeran a la muerte de aquellos tres chicos, era aquel joven pelirrojo oculto bajo un par de paraguas junto a otra chica de su misma tonalidad de cabello y a otro rubio muchacho.

Los tres se reunieran unas horas antes en la esquina de siempre, en frente a la estación de autobuses. Allí cogieron uno hacia el cementerio en el que ahora se encontraban, cuyo emplazamiento se situaba a las afueras de la ciudad. Llegaran al entierro justo a tiempo, pudiendo escuchar la misa completa en honor a los tres fallecidos. No es que Abraham fuera muy católico, de hecho siempre le aburrieran los sermones eclesiásticos, mas sabía que era lo mínimo que debía hacer.

Así pues, allí estaban los tres, amparados bajo los paraguas, resguardándose del imparable aguacero que las nubes vertían sobre ellos. Doblaban las campanas mientras confinaban los tres ataúdes de mármol bajo tierra y el cura erigía su último rezo al cielo. El llanto de los padres de los fallecidos resonaba por toda la zona. Para el híbrido cada lágrima era como una punzada en el corazón.

Cuando llegó el momento de dar el pésame, no fue quien de mirarles a los ojos, avanzó rápidamente delante de cada uno de los familiares, susurrándoles las palabras de empatía características de tal ritual, con la cabeza agachada, sintiéndose culpable de un crimen del que en cierto modo era culpable.

Los presentes al funeral empezaron a abandonar el lugar, las inclemencias meteorológicas del día les animaban a irse antes de lo habitual. Carlos y Sandra intentaron convencer a Abraham de que ya no pintaban nada allí, pero el muchacho pelirrojo sabía que aún tenía algo que hacer. No queriendo obligarles a quedarse, les animó a que se fueran cuanto antes para no perder el autobús, asegurándoles que él cogería el siguiente.

Se separó de ellos, avanzando hacía las sepulturas, colocándose la capucha de su sudadera violeta, la misma que llevara el día del asesinato, ahora ya completamente limpia de cualquier rastro incriminatorio. Una voz reclamó su atención a sus espaldas. Cuando se giró, tuvo que agarrar rápidamente el paraguas que le lanzaron.

—Por lo menos quédatelo. No nos haría ninguna gracia que volvieras a enfermarte —le aconsejó dulcemente la pelirroja—. Ya me lo devolverás otro día.

—Gracias —se limitó a responder Abraham.

—¿Seguro que no quieres volver ya? —preguntó Carlos.

—No. Ahí una última cosa que debo hacer. Por favor, id yendo sin mí.

Observó la mano alzada de sus amigos despidiéndose de él hasta que abandonaron el recinto. Después, volvió su vista
nuevamente a las sepulturas, y hacia ellas se dirigió. Se agacho para poder leer los mensajes inscritos.

<<Aquí yacen los restos de Roberto, joven vecino de nuestra ciudad que falleció trágicamente el 8 de Abril de 2011 a los 16 años de edad. Sus padres, hermanos, familiares y amigos ruegan una oración por su alma>>.
Las otras dos rezaban mensajes parecidos, sólo cambiando el nombre por los de Borja y Rubén. Abraham se colocó enfrente a la que se encontraba en el medio y se arrodilló ante ellas.

—Es cierto, nunca nos llevamos bien. Bueno, quizás eso fuera más culpa vuestra que mía, pues siempre decidisteis tomarla conmigo y hacerme la vida imposible. Siempre me hubiera gustado preguntaros el por qué… Me temo que ya no podré. Pero ese es un tema que no viene a cuento, eso ya no importa, porque la cuestión es que estáis muertos y en parte es por mi culpa.

>>Veréis, aquello que seguramente visteis antes de morir y que debió aterraros profundamente es el Rashá. Es una bestia de oscuridad que fue confinada en mi interior hace 15 años, una maldición que he de portar. Debido a mi incapacidad para controlarla, aquel día fue liberada y causó vuestras muertes. No puedo hacer más que pediros perdón por ello. Lo siento.

>>He decidido que si he de vivir con esto en mi interior, por lo menos haré todo lo que esté en mis manos para evitar que algo como lo vuestro se repita. Aprenderé a controlar mis poderes, me haré más fuerte y dominaré al Rashá. Seguiré con mi vida como hasta ahora, como si nada hubiera pasado, y si los seres de la luz y los seres de la oscuridad tratan de alterarla se tendrán que enfrentar a mí. Siento tanto que hayáis tenido que sufrir este destino como víctimas inocentes de una guerra ajena a vosotros. Me pregunto… ¿Yo podría hacer algo para terminar también con eso?

Se levantó y dirigió una última mirada en señal de perdón hacia las tres tumbas. Antes de que si quiera se diera la vuelta con intención de abandonar el recinto, una extraña presencia se situó a su lado.

—Eres Abraham, ¿me equivoco?

Era un hombre alto, de más de un metro noventa seguramente. Vestía una larga gabardina marrón que lo debía proteger bastante bien del frío. Como resguardo ante la lluvia sólo contaba con un sombrero del mismo color. Bajo él, se distinguían algunos mechones de pelo, unas cuantas arrugas y un grueso bigote negro, estos últimos detalles dejaban entrever su madura edad. El muchacho lo observó extrañado, un tipo así hubiera llamado su atención sin ninguna duda, mas no recordaba haberlo visto durante el entierro.

—Si, lo soy.

—Mi nombre es Ricardo. Soy el inspector jefe de la policía local —comentaba el hombre mientras enseñaba su placa identificativa que lo acreditaba como quien decía ser.

—¿Hay algún problema, agente? —preguntó Abraham confuso.

—Acompáñame al exterior del recinto y te comentaré los detalles.

El híbrido, aún sorprendido, hizo caso al servidor de la ley y le siguió hacia la salida del cementerio, hacia una zona en la cual nadie podría verlos. Allí estaban esperando dos policías uniformados que nada mas ver al chico lo inmovilizaron, colocándole las esposas reglamentarias.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó asustado al verse en semejante situación.

—Abraham, estás detenido. Se te acusa de haber cometido el asesinato de los tres jóvenes a los cuales se les ha dado entierro hoy. ¿Supongo que ya sabrás que tienes derecho a un abogado y todas esas cosas?

—¿No estará hablando en serio? —antes de que le pudieran responder fue violentamente arrastrado hacia el coche patrulla.

Su cara palideció de repente. “¿Cómo saben que fui yo? ¿Qué pruebas tienen? ¿Cómo he acabado metido en este lío?”. Se
preguntaba, nervioso y atemorizado ante lo que le estaba sucediendo.

—Mira chico, es muy sencillo, te vamos a llevar a comisaría y te vamos a hacer unas cuantas preguntas. Sé sincero, pórtate bien y todo saldrá como debe —le consolaba el inspector.

El camino hacia la comisaría, situada en el centro de la ciudad, se hizo largo y agotador para el pelirrojo muchacho, que iba sumido en un profundo pánico. “Puedo salir de esta, puedo usar mis poderes de híbrido para escapar. Pero… ¿y si no logro controlarme y les mató? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? Soy muy joven como para pasar el resto de mi vida entre el correccional y la cárcel. ¡Tranquilízate, coño!”

Finalmente llegaron a su destino. El chico rezaba para que ningún conocido lo viera entrando a la comisaría. Por suerte, en los alrededores de esta no había nadie. Recordaba Abraham en esos momentos a los asesinos que aparecían por televisión entrando a los juicios, siendo abucheados por toda la gente de la zona. Se preguntaba si él se vería en la misma situación, odiado por los que antes lo querían.

Nuevamente, las formas para llevarlo desde el coche al interior del cuartel no fueron muy corteses. Con rápida brusquedad, el pelirrojo muchacho fue llevado hacia la sala de interrogatorios, situada al fondo de la comisaría. Era una pequeña estancia escasamente iluminada por una lámpara de reducido tamaño que colgaba del techo, y que apenas permitía ver el pobre inmobiliario de la estancia, compuesto por una mesa y una silla. Allí lo obligaron a sentarse.

Los dos policías salieron al exterior de la sala, supuestamente para vigilar el que nadie entrara, cerrando la puerta con brusquedad. Abraham se quedó a solas con el inspector, quien golpeó con fuerza la mesa y le dirigió una furtiva mirada.

—Abraham… cuéntame, ¿de qué conocías a las víctimas?

—Eran compañeros en el instituto.

—¿Sólo compañeros de instituto? —el muchacho permaneció callado— No lo creo, tenemos informaciones que apuntan a que no tenías muy buena relación con ellos… ¿me equivoco?

—No, es cierto. Ellos siempre abusaban de mi y se metían conmigo cuando tenían la oportunidad.

—Por lo que se podría decir que te hacían la vida imposible.

—Efectivamente.

—Suficiente razón como para desearle la muerte de alguien —dijo con tono acusativo.

—Puede —respondió en un tono de indiferencia el pelirrojo.

El inspector Ricardo se encontraba en parte desconcertado; desde que habían entrado a la sala de interrogatorios, la actitud del muchacho había cambiado drásticamente: aquella débil, temblorosa y atemorizada criatura que palidecía al verse sospechosa de asesinato se había convertido en la más dura de las rocas. El chico no vacilaba al contestar, parecía como si todo ese miedo se hubiese convertido en valor. Esto incómodo en sobremanera al agente.

—¿Dónde te encontrabas el día del crimen en el momento en que este se produjo? —continuó con el interrogatorio.

—Enfermo, en casa. Mis amigos y mi abuelo pueden corroborarlo —Añadió ante la mirada desconfiada de su interlocutor.

—¿En serio? Tenemos testigos que afirman haberte visto corriendo por la ciudad, en dirección a tu casa… con la ropa llena de sangre.

El inspector sonrió levemente al observar un pequeño desajuste en el serio rostro del chico, mas en seguida recupero su firme mueca.

—¿Faltan muchas preguntas más, señor agente? —quiso saber.

—Unas cuántas, ¿por qué? ¿Ya te declaras culpable?

—¿Declararme culpable? ¿Yo? —Abraham dejó escapar una sarcástica sonrisa. El inspector Ricardo seguía sin comprender el brusco cambio de comportamiento del muchacho—. Dígame, inspector, ¿a caso es esto realmente para lo que me quiere? ¿Por qué pierde el tiempo de esta forma? ¿Por qué no deja toda esta pantomima ya de una vez?
Ricardo se quedó observándolo pensativo durante unos segundos, después le preguntó:

—¿Por qué piensas eso?

—Porque aquí huele a oscuridad —Abraham desplegó sus Knafáims y con una fuerza inusitada rompió las esposas que lo aprisionaban. Se levantó de su asiento, dedicándole una desafiante mirada al inspector.



Capítulo 5 - ¿Por quién doblan las campanas? – Parte 2
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—Si, es cierto que el inspector Jefe de la policía local se llama Ricardo, pero es un hombre mucho más amable que usted, de estatura media y con una característica que no puede imitar: él es calvo —comentó mientras le quitaba el sombrero al inspector, dejando descubierta su negra cabellera. Este respondió sorprendido e indignado al mismo tiempo—. Si, como ve, en una pequeña ciudad como esta las figuras más importantes son conocidas por todos. Además, si la policía hubiera tenido algún sospechoso ya se hubiera filtrado a los medios. Un crimen de estas características, del que se ha hecho eco toda la nación, teniendo en cuenta lo reciente del asunto, es seguido con lupa.

>> Eso, por supuesto, por no mencionar lo casual de elegir un día tan poco luminoso para actuar y los oscuros emplazamientos por los que se mueven usted y sus hombres. ¡Ah! Y ya la pista definitiva es que tengo una especial sensibilidad ante los seres de la luz y de la oscuridad que se acercan a mí. Desde el principio tuve una extraña sensación… lo dicho, aquí huele a oscuridad señor inspector.

Tras unos instantes de silencio absoluto, el inspector comenzó a aplaudir lentamente, aumentando el ritmo paulatinamente, mientras no paraba de reír.

—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Bravo, bravo, bravo! ¡Fantástico! Todos nuestros reportes e informaciones eran correctos.

Efectivamente, tal y como sospechábamos, tú eres Abraham, el príncipe híbrido, el hijo de Adán y Eva, la aberración, el portador del monstruo de oscuridad, aquel a quien se le ha otorgado el Rashá —Abraham se mostró incómodo al recibir aquellos “halagos”. El inspector Ricardo le dirigió una siniestra mueca—.

>>Efectivamente, nos has pillado. Hemos montado todo este tinglado con el único fin de corroborar nuestras sospechas, sólo para comprobar que en efecto tú eras la aberración. Visto lo visto, creo que nos ha salido el plan a pedir de boca.

—¿Qué habéis hecho con el inspector Ricardo?

—Está muerto —el rostro del muchacho palideció momentáneamente—. ¿A qué viene esa cara? No era más que un humano, ¿en serio le das importancia a la vida de un ser tan inferior? Humanos, lo cierto es que me dan bastante asco.

Se creen los reyes de la creación, los señores del universo, y no son más que hormigas que viven orgullosos y absortos en su propia mentira. Los aplastaría a todos si pudiera.

A la mente de Abraham vinieron las imágenes de sus amigos humanos. Enfurecido por las palabras del falso inspector, comenzó a acumular Atzmunt lumínica en la palma de su mano. Nada más percibir sus intenciones, el falso amigo de la ley chasqueó los dedos. Antes de que el pelirrojo pudiese atacarle, la energía que había estado concentrando desapareció.
Se observó preso, siendo sus alas atrapadas por dos seres de alas negras que vestían uniforme policial. En seguida los identifico como los dos policías que con tan poca delicadeza lo trataran durante el trayecto hacia la comisaría.

—Lo siento, pero no tenemos la más mínima intención de luchar, se nos ha ordenado que no se te dañe. Así que pórtate bien y ambas partes saldremos ganando.

—No creo que ningún tipo de trato con vosotros me sea beneficioso —respondió indignado—. Contestadme, ¿quiénes sois y qué queréis de mí?

—¡Oh! Cierto, ¿dónde están nuestros modales, muchachos? Bueno, obviamente, como sabrás, somos Kardinutas, hijos de la oscuridad, pero no creo que eso satisfaga tu cuestión. Mi nombre es Kasbeel, guerrero de la élite Kardinuta durante más de treinta años —alardeó mientras desplegaba sus Knafáims oscuras—. Y estos dos aguerridos caballeros que me acompañan son mis vástagos: Olivier y Nefilím. Por el momento apenas son unos jóvenes soldados novatos, pero algún día se convertirán en parte de la guardia real, tenlo por seguro.

>>Y en cuanto a qué queremos, habría que especificar primero qué es lo que se nos ha ordenado y qué es lo que vamos a hacer. Su Suprema Señora Kardinuta Lilith nos ha ordenado a todos los seres oscuros el dar con el portador del Rashá y entregárselo cuanto antes con el fin de usarlo para aniquilar a los Butzinas y poner fin a la guerra que ambas especies libran desde tiempos inmemoriables. Lo que vamos a hacer es capturarte, bueno, de hecho, ya lo hemos hecho, y valernos de tu ayuda para derrocar a esa vieja furcia y al Adonis que tiene por Caballero Supremo.

—Un ser de oscuridad no puede dañar a otro ser de oscuridad —apuntó el chico.

—¡Eureka muchacho! En verdad eres inteligente, pero como bien he dicho, vamos a valernos de tu ayuda, no sólo como el monstruo que guardas en tu interior, sino como la aberración que eres. He observado que tus poderes de híbrido sobrepasan por mucho a los de cualquier Kardinuta o Butzina, pues están mucho más afinados, de hecho, eres capaz de percibir la presencia de un ser de oscuridad como yo aún cuando su aura está en su mínima manifestación, es decir, con las Knafáims plegadas y guardadas.

>>Nos valdremos de ese tipo de habilidades para consumar la primera parte de nuestro plan. Después, una vez mis hijos y yo controlemos todo el reino Kardinuta, usaremos al Rashá para exterminar a todos los Butzinas, empezando por ese bravucón de Miguel. De ese modo me erigiré como Señor Supremo del Universo —afirmó con un brillo en su mirada.

—¡Menuda locura! —respondió el muchacho al escuchar el plan, provocando una airada mirada por parte de Kasbeel—. Y… ¿por qué crees que iba yo a ayudarte?

—Bueno, he aprendido durante mi vida que todo ser: humano, Kardinuta, Butzina o de cualquier otra especie, guarda en su interior algún deseo de poder y gloria. No creo que tú seas menos.

—Me temo que aún te queda demasiado por aprender —le reprochó.

—En ese caso… ¿qué me dices sobre no extinguir a la raza humana? —respondió con una siniestra sonrisa el guerrero oscuro—. Antes te has ofendido cuando he hablado de ellos como si de insectos se trataran, por lo que entiendo que en cierto modo los valoras. No es de extrañar si, como he podido saber, has vivido como un humano durante todo este tiempo. Seguro que has entablado interesantes relaciones con humanos, hasta el punto de cogerles cierto afecto. ¿No usaste antes la palabra amigos?

Abraham pensó en Sandra y Carlos, y no pudo evitar que la sangre le hirviese ante la posibilidad de que aquel tipo les pusiera la mano encima. Intentó zafarse de sus opresores, mas estos le tenían bien agarrado, y tuvo que contener la ira ante el miedo de despertar al monstruo.

—Este es el trato —le propuso el Kardinuta—, tú nos ayudas a dominar el universo, y yo les perdono la vida a tus seres queridos y a todos los humanos que habitan este planeta. Mas si te niegas, nos dedicaremos a exterminar a todo aquel humano que se mueva sobre él, empezando por los pobladores de esta ciudad.

A cada palabra que pronunciaba, la ira incrementaba en el híbrido.

—¡Cállate! —gritó—. ¡No permitiré que les pongas una mano encima!

—Pues en ese caso ya sabes que es lo que tienes que hacer —apuntó sonriente el oscuro ser.

—Me niego —respondió el pelirrojo—. Es cierto que estimo en sobremanera a los habitantes de este planeta, pero tampoco tengo nada en contra de los Butzinas o los Kardinutas, sólo en contra de aquellos que interfieren en mi vida, y créeme que vosotros estáis metiendo las narices hasta el fondo.

—¡¿Qué no tienes nada en contra de los Butzinas?! —reaccionó gritando Nefilím, quien sujetaba las Knafáims izquierdas del muchacho.

—Dinos pues, ¿quién te convirtió en lo que eres? —añadió su gemelo Olivier, que sujetaba las Knafáims del lado contrario.

—No sé de qué me habláis —se limitó a responder Abraham, aún airado.

—No te hagas el sueco, mi querida aberración —intervino Kasbeel—. ¿De verdad te agrada el tener semejante poder en tu interior? A la mayoría de seres les parecería una bendición, lo usarían para egoístas propósitos y terminarían siendo consumidos por él. Pero tú has afirmado no poseer ese tipo de deseos, no puedo evitar pensar que vives aterrado ante lo que habita dentro de ti, aún más tras la muerte de esos chicos. ¡Oh! ¿He dado en el clavo? —comentó al observar la reacción del chico, en el cual se había extinguido la furia que le acompañaba hace tan solo unos instantes.

—Hemos podido saber que has estado viviendo como un humano durante todo este tiempo, ignorante de todo lo que te rodeaba —continuó Olivier con el juego psicológico—. Tras saberlo, ¿acaso no guardas ningún odio hacia Alem?

—¿Odio contra Alem? —repitió el pelirrojo.

—Aquel al que llamas abuelo —tomó el relevo Nefilím—. Alem fue quien introdujo al Rashá en tu interior, el culpable de que tengas que soportar semejante carga. ¿Cómo no puedes odiar al causante de tu desdicha?

—No puedo odiarle, no fue su culpa… Él ha cuidado de mi todo este tiempo… —explicó Abraham.

—Ha cuidado de ti mientras has vivido como un humano —puntualizó Kasbeel—. No olvides que es un Butzina, no olvides que lo que posees es su enemigo. Quizás creyó que podría contenerlo dentro de ti… pero ahora que ha despertado, lo lógico para él sería enmendar su error… En el momento en que te descuides, te matará.

—¡Él no hará eso! —respondió furioso el híbrido— ¡Hizo una promesa a mis padres!

—Tus padres están muertos —repuso fríamente el guerrero Kardinuta—. Una promesa a los muertos es una promesa vacía. Además, Eva y Adán son hoy por hoy considerados traidores a sus razas. Alem también es considerado un traidor por ayudarles… pero quizás su raza le perdone si borra de la faz del universo el peligro que les amenaza. Lo mires por donde lo mires, la mejor opción es que vengas con nosotros —zanjó el ser oscuro.

—No… no es cierto… —trataba de auto-convencerse Abraham, confuso por las palabras de sus captores—. ¡Nada de lo que decís es cierto! —Sentenció el híbrido, furioso, a la vez que desplegaba todas sus fuerzas para deshacerse de los dos gemelos que bloqueaban sus Knafáims y con ello su Atzmunt—. ¡Yo os haré tragar toda esa sarta de mentiras! —les amenazó una vez consiguió liberarse.

—No lo entiendes aberración, da igual que no seas quien de aceptarlo. Vendrás con nosotros, por las buenas… o por las malas. ¡Olivier! —El oscuro ser se levantó tras ser lanzado por el muchacho, desenvainando una espada cuyo filo rezumaba oscuridad, y se lanzó hacía el híbrido.

En el instante en el que se disponía a herir a Abraham, la pared que se encontraba detrás de este se derrumbó, dejando entrar la claridad del Sol, que ahora se erguía entre la marabunta de nubes. Sin previo aviso, el pecho de Olivier fue atravesado por una impactante, a la vez que rauda luz.

—¡Hermano! —gritó desesperadamente Nefilím al observar caer al suelo a su gemelo moribundo. Antes de que pudiera acudir a socorrerlo, otra luz de igual intensidad le deparó el mismo destino.

—¡¿Qué demonios?! —Kasbeel intentaba encontrar una explicación a la muerte de sus hijos—. No puede ser que nos hayan encontrado —repentinamente tuvo que cubrirse los ojos para no ser deslumbrado por una potente luminosidad que acababa de acceder a la estancia. La luz rebotó por las paredes de esta para finalmente orientarse hacia el guerrero Kardinuta—. Este poder… ¡Imposible! Sólo puede ser… —antes de que pudiese si quiera terminar de hablar la luz le alcanzó, abatiéndolo.

Finalmente, se detuvo al otro lado del cuarto, enfrente a Abraham, que había observado el combate de apenas unos segundos totalmente perplejo. La luz se fue definiendo, dejando ver dos blancas y radiantes Knafáims que sobresalían de la espalda de un larguirucho muchacho de dorada cabellera y ojos marinos. En su mano izquierda portaba una fulgurante espada, manchada por la sangre de sus recientes adversarios, con la hoja inclinada cara el suelo. Su brazo izquierdo se erguía apuntando al híbrido.

Abraham no era quien de asimilar lo que sus ojos contemplaban… Aquel Butzina que con tan pasmosa facilidad se librara de aquellos Kardinutas de alto rango le resultaba demasiado familiar. Cuando la excesiva luminosidad se disipó finalmente, fue quien de corroborar sus más temerosas sospechas: era Carlos.
En la palma izquierda del príncipe comenzó a aglutinarse Atzmunt, dispuesto a eliminar a su objetivo.

—Adiós… amigo… —una lágrima se escapó de su lagrimal, resbalándole por la mejilla.


Adelanto capi 6
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Cuando la soledad te inunda, ¿qué camino has de escoger? Cuando las dudas renacen ¿cómo debes actuar? Cuando todo aquello en lo que creías ya no sirve de nada, ¿qué debes hacer?

En el próximo capítulo de "El ocaso del alba"

Capítulo 6 - Sin razón de ser

¿Qué hacer cuando pierdes la fe?


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Noticias atrasadas:

- Ya está la obra a disposición para descargar, todos los que ponían inconvenientes ya no tienen excusas para leersela muahahahahha

- Ya teneis disponibles en mi blog los primeros fan arts de EODA. Vale, solo son unos bocetos mal hechos, pero son mejor que nada, echénle un vistazo si así lo desean.

- Lo último es decir que ya termino el plan de equiparación de la publicación de la historia, por lo que volvemos a la publicación semanal en el foro 8D

Nada más por mi parte.

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Re: El ocaso del alba

Notapor melodia » Vie Sep 23, 2011 8:40 pm

he de admitirlo que esta vez si me dejaste con una gran sorpresa mickael
también he de admitirlo que me has hecho emocionar con la segunda parte en el final
en si el capitulo 5 completo me impresiono , me dejo sin palabra alguna
sobre todo la segunda parte
definitivamente es ta historia , en mi opinión , se merece un premio o algo
pero el mejor premio que puedes tener mickael , es la satisfacción de saber que a la gente le
gusta leer tu historia

no tengo mas que decir así que solo dejo mi comentario positivo
para un gran amigo , me despido hasta pronto
att. Mel
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Re: El ocaso del alba

Notapor MySweetf » Sab Sep 24, 2011 9:07 am

sólo te puedo decir que escribes fenomenal y que me ha encantado. Ya me gustaría a mí escribir así de bien. Sobretodo me gusta la manera en que describes en todo un párrafo que el chico estaba manchando sangre..
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Sep 26, 2011 4:21 am

Respuestas a mis queridos lectores
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melodia: Me alegro de haberte sorprendido, aunque no comprendo con qué.
El hecho de que te emocionarás con el final del capi significa que ya estás tan metida en la historia como yo, y para tu información te haré saber que esperan más escenas emotivas en los próximos ^^
Y por último, como bien dices, el mayor premio es que vosotros me leáis.

MySweetf: ¿Has copiado parte del comentario de Roxas!!? Por lo menos currate tu propio comentario. Igualmente, gracias por leer, si es que has leído algo.


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Capítulo 6 - Sin razón de ser – Parte 1
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Allí estaba, de pie frente a él, alzando sus majestuosas Knafáims, apuntándole con su mano izquierda, dispuesto a matarle. Carlos, el mismo muchacho con el que compartiera tan buenos momentos en el pasado, al que considerara un amigo hasta ese día, ahora demostraba ser otro enemigo.

Abraham había vivido muchos cambios en su vida en los últimos días, soportara el cargar con el poder de su interior, el ser objetivo de dos razas extraterrestres, el tener que luchar para poder conservar su vida. Pero que su mejor amigo se convirtiera en su enemigo era algo que destrozo al pelirrojo, quien se mantuvo inmóvil, no siendo quien de asimilarlo.

—Adiós… amigo… —pronunció el príncipe con seriedad, antes de enviar contra el híbrido, que siguió sin reaccionar, aún en peligro de muerte, un poderoso rayo de luz mientras una lágrima se le escapaba.

Antes de que el rayo alcanzara su objetivo, fue repentinamente detenido por el filo oscuro de una espada.

—Pensé que ya había terminado contigo —reaccionó Carlos.

—Bastante suerte has tenido de ser quien de asesinar a mis hijos, asqueroso Butzina —respondió furioso Kasbeel, mientras blandía su espada, dispuesto para el combate—. Pero a un guerrero de élite de mi experiencia no se le elimina tan fácilmente. Antes de que insertaras tu espada en mi pecho, pude colocar una pequeña, aunque resistente, barrera de oscuridad alrededor de mi corazón. Si, tengo ciertos órganos dañados, pero el motor que me hace vivir permanece intacto.

—Entiendo, muy astuto —reconoció el príncipe—. En ese caso, ¿le protegerás? —preguntó dirigiendo su mirada hacia Abraham.

—Mas bien te mataré —dijo, mientras formaba dos esferas oscuras que lanzó al aire, tiñendo toda la estancia de oscuridad. Raudo, se lanzó hacia su adversario, dispuesto a asestarle un golpe con su espada que fue bien detenido por la del Butzina, a pesar de encontrarse en una situación de desventaja.

Las armas chocaron, rezumando luz y oscuridad por toda la sala. Abraham permanecía aún inmóvil, sin prestar demasiada atención al combate que se desenvolvía ante sus ojos. Él continuaba sumergido en un mar de dudas, pues, ahora que su mejor amigo se había convertido en su enemigo, ¿qué sentido tenía seguir luchando por mantener la vida que llevaba hasta ahora? De estos pensamientos fue obligado a despertar al sentir un rayo de luz rozando sus Knafáims.

—¡Ey, aberración! —escuchó gritar a Kasbeel, quien forcejeaba con Carlos—. Será mejor que te largues por el momento, muerto no me sirves de nada. Pero recuerda, que una vez mate a este hijo de puta, volveré a buscarte. Tómate esto como un pequeño descanso.

No supo por qué, pero en ese momento le hizo caso. El híbrido puso pies en polvorosa, escapando por la salida que se había formado al ser derribado el muro, corriendo por los callejones a los que conducía No pudo evitar sentir una fuerte sensación de dejavú, pues la situación era idéntica al día en el que empezara todo: otra vez atacado por un Butzina, salvado por un Kardinuta, y huyendo de sus problemas, como siempre hacía. Otra vez su vida daba un vuelco, mas esta vez le resultaba mucho más duro, pues aunque la otra vez se le abriera un nuevo mundo, fuera quien de soportarlo; la traición de Carlos era algo que si que no podía soportar, aún mas después de haber jurado protegerlo.

—¿A dónde crees que vas? —escuchó una voz a sus espaldas.

El pelirrojo muchacho hizo caso omiso, siguiendo su camino. De repente se topó de bruces con una esbelta figura portadora de alas blancas y un largo y rubio cabello recogido en una también larga coleta.

—Repito: ¿A dónde crees que vas, monstruo?

***


En el interior de la ruinosa sala de interrogatorios, continuaba la ardua lucha entre Kasbeel y el príncipe Butzina. El choque de las espadas se repetía cada vez con más frecuencia, sin que ninguno de los contendientes cediera ante el otro.

—Enviando a su propio hijo —comentó el Kardinuta—. ¿He de dar por hecho que a ese bastardo de Miguel se le han terminado las cartas tan pronto?

—Mas bien es que mi padre desea terminar con esto cuanto antes —contestó el príncipe.

—Pues ha cometido un grave error, arriesgarlo todo a una sola jugada puede dejarlo sólo y destrozado. Pagaría por verle en ese estado, sufriendo como nunca ha sufrido.

—En verdad me han hablado del odio que sientes hacia mi padre, aunque no soy quien de comprenderlo.

—Ni falta que hace —le respondió—, basta con saber que tus días terminan aquí, Supremo Príncipe Caín —y tomando distancias se dispuso a ensartarle la espada en el vientre.

A Caín le bastó con realizar un leve giro de cintura para esquivar el ataque de su rival y con un rápido movimiento de brazo segarle una de sus negras Knafáims. Kasbeel cayó al suelo, dolorido, profiriendo un agudo grito.

—¡Maldito! —dijo—. No solo es que seas hijo de tu padre, sino que también asesinas a mi descendencia y me humillas de esta forma. ¡Oh, realmente disfrutaré matándote! Es una pena que no esté tu hermano aquí también.

Al oír estas últimas palabras del Kardinuta, la respuesta del príncipe fue breve y clara: con gran rapidez formó una bola lumínica que hizo impactar contra el vientre del guerrero oscuro. La potencia con la que fue dado el golpe arrastró a este hasta el callejón trasero y lo dejo empotrado contra un muro, con un gran agujero bajo el torso. Caín avanzó lentamente hacia el bravo caballero que ahora se retorcía de dolor en el suelo. Cuando llegó a su altura, lo agarró con la mano izquierda por el cuello, volviéndolo a empotrar contra el muro.

—No permitiré que le pongas una sola mano encima a mi hermano —aseguró, mientras clavaba la espada de radiación dorada en su corazón.

***


La reacción de Abraham fue inmediata, lanzando rayos de oscuridad hacia su contrincante, quien se los devolvió demostrando un gran manejo con su espada. El chico logró esquivar a duras penas sus propios ataques, consciente de que aquello que le daba una ventaja, el poder dominar los dos tipos de Atzmunts, también le hacía débil a ambas. Su contrincante se lanzó a la velocidad de la luz sobre él, haciendo descender su espada en vertical contra el muchacho, que pudo detener con sus propias manos todos los golpes. Tras que terminara la acometida, ambos combatientes tomaron distancias. En ese momento, las manos del pelirrojo rezumaron sangre, descubriéndose cortes en varios lugares, causándole un gran dolor.

—Por muy desarrolladas que tengas tus habilidades, no posees el entrenamiento necesario para dominarlas —le informó su contrincante—. Alem es bueno, créeme. Pero no puede conseguir en un par de días contigo lo que logró en 10 años conmigo.

—Así que también fuiste adiestrado por Alem —se interesó el híbrido.

—Efectivamente. Una de las ventajas de conocer a tu madre era el poder recibir entrenamiento por parte del Supremo Sanador Butzina.

—¿A mi madre? —preguntó extrañado el muchacho.

—Si, a Eva, mi querida hermana —respondió, causando la sorpresa en el pelirrojo—. Yo era muy joven cuando ella ascendió al poder, pero fui obligado junto a mis hermanos a protegerla y dar mi vida por ella… y resulta que nos traicionó a todos.

—¡Mi madre no traicionó a nadie! —saltó Abraham indignado—. Solo quería la paz, ¿qué tiene eso de malo?

—La paz… nada más que una mera utopía, un sueño que sólo nos llevará a la extinción. Por eso ya no consideramos a Eva parte de la familia.

El pelirrojo muchacho no aguantó más al oír aquellos insultos a la memoria de su progenitora y salto colerizado dispuesto a agredir al guerrero Butzina. Mas este supo leer bien sus movimientos, llegando a inmovilizarlo fácil y rápidamente para después propinarle un brutal rodillazo en el estómago que hizo a Abraham escupir sangre por la boca y caer dolorido al suelo.

—Cuán irónica es la vida —suspiró el guerrero—. Yo, quien prometí cuidar y proteger a Eva hasta el último de mis alientos, me veo obligado por causas del destino a matar a su hijo —comentó mientras sujetaba la espada, dispuesto a acabar con su objetivo.

—Si crees que es tan sencillo, vas listo —susurró el príncipe híbrido mientras se levantaba del suelo a duras penas—. Mi madre no os traicionó, pero tú… ¡Tú has traicionado a mi madre!

Tras pronunciar estas palabras, el híbrido sintió correr la ira por su cuerpo. El guerrero Butzina pudo observarlo, una aura visible de Atzmunt oscura empezaba a recubrir su cuerpo y un brillo rojizo se captaba en sus ojos. Un cierto temor le recorrió ante la posibilidad de que el chico liberara a la bestia, mas no dio un paso atrás, era su deber acabar con ella.

El pelirrojo se abalanzó hacia él, el guerrero respondió lanzando su espada, con gráciles y efectivos movimientos, provocando varios cortes en la anatomía de su adversario, incluidas sus Knafáims. Pero el muchacho, más bestia que muchacho por momentos, no cesaba en su frenético ataque, que a duras penas conseguía esquivar y parar el Butzina. La transformación avanzaba a ritmo tan vertiginoso que sus manos ya se convirtieran en firmes garras que, de un vertiginoso movimiento, arrancaron el ojo izquierdo del ser de luz, que a pesar del dolor, continúo defendiéndose, hasta tropezar y caer de costado, a merced de su enemigo.

Mas, cuando todo parecía perdido para el valiente guerrero, la bestia profirió un agudo grito de dolor, cayendo hacia él, desplomándose sobre el suelo. La oscuridad comenzó a regresar al lugar del que emanó con anterioridad, devolviéndole su forma antropomórfica al híbrido. El guerrero de la luz dirigió una mirada hacia el alrededor, buscando a quien había inutilizado a la bestia. Sus ojos pronto se toparon con unas viejas y desgastadas pupilas.

—¿Maestro? —preguntó dubitativo—. No, algo no marcha bien…

—¡Rafael! —gritó el anciano—. Ni se te ocurra tocar al muchacho, o lo pagarás caro —aseguró mientras desenvainaba su espada.


--------------------------------------------------------------

Y, no habiendo novedades ni noticias con respecto a la saga, sólo puedo despedirme hasta la semana, esperando que estéis ahí en busca del próximo capítulo.

Saludos desde la cloaca.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 03, 2011 1:09 am

Respuesta a mis queridos lectores
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¡Leedme insensatos, leedme!

y si no es mucha molestia comentad :3


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Capítulo 6 - Sin razón de ser – Parte 2
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Allí dejó el cuerpo inerte del Kardinuta, observándolo con desprecio. Con el buen hacer de un asesino que no deja ni el más mínimo rastro de haber cometido su crimen, arranco cuidadosamente las Knafáims del guerrero, y se sentó a observar aquel espectáculo: la vuelta al estado primitivo de los seres de energía. Del universo venían, al universo volvían. “Que ironía”. Reflexionaba el príncipe al observar aquello. Probablemente algún día también le tocaría a él volver a convertirse en energía, pero por el momento debía cumplir con su objetivo.

Una vez el cuerpo de su víctima despareció totalmente, desintegró las Knafáims y se levantó, miró a ambos lados intentando adivinar en qué dirección se fugara la presa, para finalmente intuir que seguramente su compañero ya estaría dando cuenta de ella, y a su encuentro se dirigió.

Siguiendo el rastro del aura de luz, se topó con una curiosa imagen: el príncipe híbrido, Abraham, yacía inconsciente a pies de su tío y compañero en esta peligrosa misión, Rafael. Mas este parecía absorto en otras cuestiones, con la mirada dirigida hacia el otro lado del callejón. Buscando la fuente del interés de su compañero, Caín también encontró al desgastado aunque poderoso anciano. “¿Alem?”. Se preguntó.

Casi sin mediar palabras, este se lanzó a combatir contra el Supremo Caballero Butzina. Caín no intervino, no fue capaz, el comportamiento que desarrolló el anciano en la batalla no coincidía con el que se le conocía, y sus técnicas eran impropias. Así pues, no sabiendo a que se enfrentaba y paralizado por el desconocimiento, comprobó absorto el combate hasta que Rafael, totalmente ciego y con graves heridas por todo el cuerpo, se vio obligado a abandonar la misión.

Abraham abrió los ojos, sintiéndose muy débil, medio muerto, de hecho, se llegó a preguntar si lo estaba. Poco le importaba, ya no tenía nada que lo agarrara a la vida, o eso pensaba, por esa cuestión el estar muerto o no era algo que en ese momento le resultaba indiferente. Pero no estaba muerto, respiraba, a duras penas, pero respiraba; su corazón latía, también con esfuerzo, pero latía; y sus Knafáims aunque severamente dañadas las cuatro, aún seguían adheridas a su cuerpo. Si, aún estaba vivo.

¿Qué había pasado? Otra vez sólo recordaba oscuridad, sintió miedo de haber sido controlado por la bestia de su interior nuevamente, de repetir eventos trágicos que lo traumatizaran anteriormente. Abrió los ojos a duras penas, aun costándole ajustarlos al entorno, pudo percibir y distinguir el anciano rostro que le sonreía.

—Tranquilo pequeño, ya estoy aquí.

—Alem… —susurró el chico—. ¿Qué ha pasado abuelo? ¿He vuelto a matar a alguien? —preguntó preocupado.

—No —dijo el anciano para tranquilidad del muchacho—, pero casi.

El chico le dirigió una mirada asustada.

—Sabes Abraham —comentó mientras se levantaba—, en cierto modo yo te creé, yo di vida a lo que eres ahora, tú eres quién eres por lo que posees. Tus habilidades están incrementadas gracias a la Atzmunt que emana del ser de tu interior. Pero a la vez… —hizo una pausa—, cometí un error al crearte, pues no eres quien de dominar lo que posees, y cuando se desboca te vuelves agresivo, conflictivo, destructor, te conviertes en la bestia en sí misma.

>>Yo quería crear el contenedor perfecto, que sellara al Rashá para siempre, que no le permitiera realizar la más mínima acción… Quizás me equivoqué —el pelirrojo mostró una sorpresiva expresión—. Quizás esta no fue la mejor opción. Así pues, la única forma de enmendar mi error es esta —sentenció mientras elevaba una espada de luz para hacerla caer contra el pecho del pelirrojo, quien reflejaba en su rostro el desconcierto que le producía la situación actual.

Cuando el arma estaba a punto de atravesarle el pecho, una potente luz hirió la mano del anciano, causando que soltase el arma y esta chocara contra el suelo, resonando al chocar el metal contra el cemento. Sin saber muy bien qué sucediera, como si sólo fuera un sueño, el híbrido volvió a perder la consciencia.

Despertó de nuevo tiempo más tarde, desorientado, dudoso otra vez de la realidad en la que se encontraba, si estaba vivo, muerto, soñando o despierto. Pero esta vez había algo diferente, se encontraba mucho mejor que antes: en el anterior despertar notara el peso del cansancio y la debilidad sobre su cuerpo, ahora se sentía vigoroso y recuperado, capaz de moverse sin problema. Así se levantó y pudo comprobar para su sorpresa que todas las heridas que sintiera anteriormente habían sido curadas, así como que sus Knafáims lucían esplendorosas de nuevo. No había nadie más a su alrededor, se encontraba totalmente sólo.

Los recuerdos le volvieron repentinamente; todas las traiciones que sucedieran en el día. ¿Cómo debía sentirse él ahora que todo el apoyo que tenía se había vuelto en su contra, ahora que aquello por lo que luchaba carecía de sentido? Al final aquellos Kardinutas tenían razón, ¿debería entonces entregarse a su causa? Nunca, la idea de provocar el holocausto que le ofrecían le aterrorizaba.

Quizás debería poner fin a su vida, ya no tenía razón de ser el seguir viviendo, pero no arreglaría nada, la guerra se seguiría sucediendo, quizás incluso su muerte supusiera un desnivel en esta. “¿Qué debo hacer ahora?” se preguntaba el chico, mas era incapaz de responderse. De su cabeza no podía quitarse los hechos ocurridos durante la jornada: aquel amigo al que jurara proteger se había convertido en su enemigo, llegando a intentar matarle; Alem resultara ser un vil traidor a la promesa que hiciera a sus padres, aunque esto último aún le resultara muy inverosímil. Pero así quedara demostrado cuando el anciano intentó matarle aprovechando su debilidad en aquel momento.

“¿Qué debo hacer? Más bien… ¿Qué puedo hacer?” Se preguntaba el pelirrojo. Finalmente llegó a la conclusión que le resultó más satisfactoria en aquel momento: “Quizás lo único que he hecho toda mi vida: huir, huir de todo hasta que me encuentre en paz y pueda pensar con claridad. Quizás eso sea lo mejor por el momento”. Y con la mirada en el horizonte, replegó y guardo sus Knafáims y comenzó a andar, en dirección a la salida de la ciudad, dejándose llevar, huyendo, como hacía siempre, de los problemas que lo atormentaban.

***


Entró, a duras penas, malherido por la batalla y agotado debido a la energía gastada en el viaje. Se arrodilló, aunque su cuerpo le pidiera desplomarse, y se dirigió a su superior:

—Hermano…

—Para ti Señor Supremo —le cortó tajantemente Miguel provocando el desconcierto en su hermano menor.

—Traigo nuevas noticias de la situación, pero antes he de pedirte que me ofrezcas un poco de ayuda —continúo Rafael haciendo caso omiso al tono de su hermano.

—¿Eliminaste al monstruo? —preguntó el Señor Supremo sin escucharle.

—No… pero fue porque…

—¡Nada de excusas Rafael! Sé de muy buena mano que eres un traidor a la causa.

—No sé de qué me hablas hermano.

—Ya no soy tu hermano, ni siquiera soy tu Señor Supremo, quedas desterrado de por vida. Fuera de mi vista —sentenció de esta cruel manera Miguel.

Rafael no se creyó lo que su hermano le decía, no entendía el por qué de la situación. Intento saberlo, mas acabó con la paciencia del Señor Supremo, quien tuvo que recurrir a su guardia personal para echarlo de allí. Una vez fue expulsado, una rubia y esbelta figura femenina hizo acto de presencia en la estancia.

—¿Puedo fiarme de ti, no? —preguntó Miguel.

—Sabes que sí, viste las imágenes que mis ojos captaron: Rafael es un traidor, aun cuando ha estado a punto de morir por culpa de la bestia, ha salvado al monstruo. Yo le arranqué de los brazos de la muerte, y cuando iba a rematar al Rashá, él y Caín me lo impidieron y me forzaron a retirarme. Por cierto, ¿no vas a hacer lo mismo con tu hijo?

—Caín es la semilla de luz que he dejado en este universo, aun cuando me hayas dado pruebas, me resulta muy complicado asimilar su traición. Rafael siempre tuvo un gran apego por Eva… pero Caín me idolatra, no puedo aceptar esas acusaciones que viertes sobre él tan fácilmente.

La Butzina hizo un gesto de reproche.

—¿Qué hay sobre lo que hablamos? —le recordó al Señor Supremo.

—El puesto está vacante, además, has sobrevivido a una emboscada Kardinuta y has demostrado ser capaz de enfrentarte al mismo Rashá. Supongo que eres la más idónea para ello. Así pues, yo te nombro Suprema Caballera Butzina, Pahalia, que la luz te acompañé en tu travesía y nos guíe hacia la victoria.

—Así sea —asintió con una aviesa sonrisa.

***


Dos vueltas, como siempre, dio a la llave para conseguir que la cerradura cediese, permitiéndole entrar a aquel pequeño piso, que buenamente satisfacía sus pocas necesidades. Cansado, agotado, derrotado por la dura jornada, se postró sobre el sofá del salón, con la cabeza aún inmersa en los sucesos ocurridos en las horas anteriores.

Si, lo sabía… bueno, quizás no totalmente, pero si que tenía ciertas dudas que pudo confirmar al hallarlo ante sus ojos: aquel humano con el que compartiera tan buenos momentos de diversión y jolgorio resultara ser el objetivo a abatir, el enemigo al que debía enfrentarse, aquello a lo que debía eliminar, pues la finalidad de todo su entrenamiento no era otra.

“Has pasado demasiado tiempo entre los humanos” le dijera su padre. Quizás tenía razón, quizás él se había olvidado de sus deberes como miembro de la realeza, quizás el engaño de aquella sencilla vida le había apartado de sus verdaderos objetivos.

—Le perdonaste la vida —sonó a sus espaldas una débil voz—. ¿Por qué lo hiciste?

El príncipe se mantuvo en silencio.

—No sólo eso, sino que le salvaste de la muerte y le curaste de sus heridas, por eso estás ahora tan cansado, has sacrificado parte de tu energía por salvarle —siguió acusándole la voz—. Y mi pregunta es: ¿Por qué?

—No lo sé —fue lo máximo que pudo responder el ser de luz.

—Claro que lo sabes. La razón es muy sencilla: has empatizado con el monstruo, no eres capaz de verlo como un monstruo, sino como un humano, aquel humano al que llamas amigo. Y pensar que nuestro Señor Supremo Miguel confío en ti —silencio—. No puedo creer que aun sabiendo todo el riesgo de que esas emociones te afectasen te encomendara tal misión. Estaba clarísimo que la fallarías. Lo vi todo, fue un espectáculo patético.

—Haberlo hecho tú —le recriminó Caín.

—Sabes que no tengo su permiso. Por alguna extraña razón el te estima demasiado. Siempre lo ha hecho —un cierto rencor se percibía en sus palabras.

—Sabes que eso no es cierto —respondió fugaz el príncipe.

—Por supuesto que lo es —remarcó su interlocutor—. Pero ahora has fallado en tu misión. Dime, ¿debería informarle de todo esto y que te consideren como un traidor, o callármelo para que guardes tu posición actual?

—Haz lo que quieras Abel —respondió el heredero Butzina mientras se levantaba claramente molesto en dirección a sus aposentos.

—No hay quien te entienda Caín —susurró en la lejanía su interlocutor—. Has cambiado, tú antes no eras así hermano.


Adelanto capi 7
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Hubo un tiempo en el que eran felices. Las cenizas de aquel fuego que era la amistad en sus corazones aún pervive en ellos y sueñan con regresar a él.

En el próximo capítulo de "El ocaso del Alba"

Capítulo 7 - Lo que fuimos

Porque ya sólo quedan recuerdos.


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Sin novedades, solamente apuntar que hay cierta artista dibujando bocetos que espero tener pronto en mi mano para subirlos al blog. Reitero mis agradecimientos a su desinteresada labor.

Saludos atentos desde La Cloaca.

Mickael Vavrinec
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 10, 2011 2:02 am

Respuesta a mis queridos lectores
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¿Dónde os habéis metido?


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Capítulo 7 - Lo que fuimos – Parte 1
Spoiler: Mostrar
—¡ Papá! ¿Dónde estás papá? Tengo miedo.

Un pequeño niño asustado buscaba a su padre entre la marabunta de gente que corría alarmada. En medio de la confusión fue empujado y consecuentemente cayó al suelo. Se protegió la cabeza con las manos ante el miedo de ser pisoteado por la multitud. Una vez dejo de escuchar ruido, se levantó… y se encontró totalmente sólo. Alzó la vista al cielo y allí las encontró: dos esferas rojas, relucientes, que lo miraron fijamente provocándole el mayor de los terrores posibles.

—¡Aaaahhhh! —se despertó sudoroso y nervioso—. Otra vez esa pesadilla —dedujo mientras atusaba su rubia cabellera—.
Cada vez se repite con más frecuencia.

Movió la cabeza bruscamente, intentando olvidarse de lo que acababa de soñar. Cuando se disponía a volver a rendirse en brazos de Morfeo, se incorporó bruscamente al observar una extraña figura al fondo de la habitación. No pudiendo definir su presencia se colocó en guardia.

—¿Quién anda ahí? —pregunto a la vez que desplegaba sus blancas Knafáims, dispuesto a luchar si fuera necesario.
No hubo respuesta verbal, la figura únicamente avanzó hacia el muchacho para hacerse más visible. Con una mueca sonriente elevó sus manos para mostrar lo que cargaba consigo ante la sorpresa del chico: dos Knafáims negras.

***


El frío de la noche no lo cogiera por sorpresa. Aunque no se esperaba tal adversión metereológica en una época tan cálida como la veraniega, su escasa ropa, compuesta por un largo pantalón de chándal, una camiseta rota, un sucio abrigo y un viejo sombrero, le protegiera de ello.

Acurrucado contra la pared de uno de aquellos estrechos callejones que inundaban el centro de la ciudad en la que pasara la práctica totalidad de su vida y en los que tantas cosas viviera en los últimos tiempos, intentó conciliar el sueño, sintiéndose seguro.

—Mierda —susurró—. Parece que no equilibré correctamente mi Atzmunt.

Una oscura figura se dirigía a su encuentro velozmente.

—Tú —pronunció la desconocida voz—. Tú eres… —antes de que pudiera terminar la frase su pecho fue atravesado por el puño del muchacho, que irradiaba una luz cegadora. Con una sádica maniobra, reventó el corazón de su contrincante raudamente.

—¡Dejad de tocarme los cojones de una puta vez! —sentenció rabioso el híbrido.

Una vez asesinó a su contrincante, meticulosamente arrancó las Knafáims del cuerpo de este y las desintegró. Mientras observaba como el ser desaparecía, se paro a pensar en la deshumanización que había sufrido en los últimos dos meses, pues ahora era capaz de matar sin tener el más mínimo remordimiento de ello.

Se preguntó en un par de ocasiones si esa transformación moral se pudiera deber a que el Rashá cada vez tomaba mayor control de su cuerpo, pero desde la batalla contra Rafael, no volviera a sucumbir ante la bestia. No, era simplemente la ley de la naturaleza, el matar o morir, así de sencilla era la explicación.

Recordaba la primera vez que se viera obligado a segar la vida de uno de ellos, fuera durante los primeros compases de su huida. Casi fuera un accidente, a los pocos días de escapar, fue interceptado por un ser de luz, seguramente la razón por la cual fue descubierto se debió a la estúpida idea de usar sus Knafáims como medio de transporte para huir más rápido. Este hecho posibilito que fuera más perceptible y permitió al enemigo localizarle.

Casi sin darse cuenta, se viera inmerso en una repentina batalla contra su perseguidor, y, producto de una intuición de no querer ser descubierto por más seres, no fue quien de controlar sus fuerzas y atravesó el corazón de su adversario. Recordaba perfectamente lo mal que lo pasara en las horas siguientes, aquel sentimiento de culpabilidad que le destrozaba el alma y lo hacía aterrarse ante la acción que cometiera. Solo fue una vez pasado el pánico, que recordó la forma de eliminar los cuerpos de los seres de energía y procedió a ello.

Más tarde siguió sintiendo el acoso de los seres de luz y de oscuridad, y se fue acostumbrando a asesinarlos a todos y cada uno de ellos, fueran uno sólo, o, como se dio en un par de ocasiones, un grupo más numeroso. Pero con el tiempo entendería que aquello no servía para nada más que para aumentar su agresividad.

—Así que finalmente te has dignado a regresar —le sorprendió una voz familiar en medio de sus divagaciones.

Abraham reaccionó rápidamente al observar el rostro de su interlocutor y se lanzó hacía él, dispuesto a no darle una sola oportunidad de atacar. Caín respondió raudamente y, con una agilidad extraordinaria para la poca luz que iluminaba el lugar, logró inmovilizar a su amigo, agarrándole por las Knafáims.

—Veo que te has acostumbrado a rendir tributo a la muerte —comentó el príncipe al observar el cuerpo en proceso de desaparición de la última víctima del híbrido.

—Yo le ofrezco seres de energía, todos aquellos que me tocan las pelotas yo se los envío. Es lo único que he hecho en los últimos dos meses, así que no me supone nada enviarle alguno más. El pasado ya no importa —concluyó.

El príncipe de los seres de la luz le dirigió una fría mirada.

—No lo creo —contestó simple, pero contundentemente—. De todas maneras, quien sólo ofrece muerte, sólo acabara recibiendo muerte.

—¿Y serás tú quien me la dé? —preguntó en tono bravucón.

Caín dejo escapar una ligera sonrisa.

—No… Al menos no hoy —comentó, y entonces soltó al híbrido, quien moría de rabia al ver como el príncipe se reía de él de aquel modo.

—¿Quién coño te crees que eres? Sólo un arrogante y mezquino ser que se limita a seguir las órdenes que le dictan, eso es lo que eres.

—Puede ser —respondió provocando la sorpresa del pelirrojo—. Pero, sólo por hoy, sólo por esta noche, déjame volver a ser Carlos, simplemente tu amigo. Así que, por favor, repliega y guarda tus Knafáims y acompáñame si no es mucha molestia.

Las palabras de su amigo desconcertaron al muchacho, que a su vez notó en ellas el detonante necesario para despertar la poca humanidad que le podía quedar. Así pues, le hizo caso y le siguió, alejándose de la pequeña protección de aquellos callejones.

—De verdad te ves horrible —comentó Carlos al salir a las calles principales—. ¿En dónde has encontrado esa ropa de mendigo?

—No quieras saberlo, realmente he cometido alguna ilegalidad humana para poder arroparme tras que mis ropas quedaran rasgadas y rotas tras cada batalla. No me mires así, no he matado, sólo he robado, no tenía otra opción —aclaró ante la mirada acusadora del rubio chico—. Mis ropas actuales son producto de mis últimos hurtos.

—No todas —aclaró el príncipe de la luz—, ese sombrero me resulta demasiado familiar.

Abraham calló un momento antes de proceder a explicarse:

—¿Quieres decir que es el sombrero de Alem? Lo desconozco, pero si es cierto que se parece mucho al que mi abuelo solía llevar. Lo encontré justo antes de partir, tirado por los callejones. El intentó matarme, entre eso y que tú también lo intentarás, fue por lo que hui. Me llevé esto como recuerdo, como una especie de recordatorio de que algún día hubo quien se preocupo por mi, es lo único que he conservado desde el principio hasta el fin del viaje.

—¿Qué Alem intentó matarte? —preguntó extrañado Carlos al recordar aquella situación—. Bueno, eso no es del todo… —antes de que terminara de hablar, se sorprendió al agarrar el sombrero con el fin de observarlo—. ¡¿Qué le has hecho a tu pelo?!

—Antes de volver me lo he rapado, al cero, aunque aún conserva su tono anaranjado.

—¿Por qué?

—Para no ser identificado por los humanos, entre eso y las vestimentas creí que sería difícil, de hecho estoy seguro de que tú me encontraste por mi aura.

—¿Humanos? —repitió su amigo—. Apuesto a que desde que eres consciente de tu naturaleza nunca los has llamado así, incluso hasta hace poco aun te has sentido parte de ellos, ¿a qué viene esa postura arrogante?

—Me he dado cuenta de que realmente los únicos humanos a los que he conocido no han sido más que estúpidas y
denigrantes criaturas.

—Así los calificas —le reprochó—. ¿Qué hay de Sandra?

El pelirrojo enmudeció al escuchar el nombre de su amiga, a la cual parecía haber prácticamente olvidado desde su huída.

—Por eso te escondes en los callejones y te vistes de esa manera, ¿no? No es porque te encuentren aquellos a los que conociste en el pasado e indirectamente te descubran, no, la razón es mucho más simple: te escondes de Sandra.

—Eso no es cierto —se limitó a rebatir el híbrido.

—Sólo hay que pensarlo un poco, ¿qué es lo que más teme Sandra? La oscuridad. ¿Dónde acostumbra a estar más oscuro en esta ciudad? En los callejones. ¿Por qué Sandra siempre se niega a usar sus atajos aun cuando llegaríamos más pronto a muchísimos sitios? Porque les teme.

>>Por lo tanto, te escondes en los callejones porque sabes que ella no te encontrara allí, y que en el último caso de que lo haga, no te reconocerá debido a tus pintas estrafalarias, pero sabes una cosa, yo pienso que aun vestido así, ella sería quien de reconocerte.

—Deliras —respondió Abraham, aunque en realidad se daba cuenta de la verdad que guardaban las palabras de su amigo y que él mismo no había reconocido para sí hasta ese momento.

—Y sólo hay una razón por la cual te escondes de ella: tienes miedo de que te vea en tu estado actual, en el cual eres mas híbrido de Butzina y Kardinuta que humano, temes que ella no te acepte, que la última persona a la que quieres también acabe repudiándote, a eso le temes. Pero estás aquí, por lo que te das cuenta de que con tu ausencia también le has causado daño.

—Te equivocas —le cortó—. La única razón por la que he vuelto es porque me he dado cuenta de que mi huida no tenía ningún sentido. Por más que huía de mis problemas, ellos me perseguían y me obligaban a enfrentarlos, así que llegó un momento en el cual no tenía sentido seguir huyendo y decidí dejar de huir. Por eso he vuelto, para afrontar y eliminar mis problemas —sentenció dirigiendo una afilada mirada a Carlos que pareció romper el ambiente de cordialidad que había hasta el momento.

Mas el rubio muchacho, lejos de entender aquella declaración como una amenaza, observó que la huida que había realizado su amigo si sirviera para algo: había vuelto mucho más maduro de lo que se fuera.

—Dime… ¿Cómo está ella? —preguntó Abraham inconscientemente, rompiendo el silencio que se produjera entre ellos desde hacía un rato.


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Seguimos con la sequía de noticias, así pues, esperen pacientes a por la próxima entrega de "EODA", mis queridos lectores.

Saludos atentos desde las alcantarillas.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 17, 2011 2:18 am

Capítulo 7 - Lo que fuimos – Parte 2
Spoiler: Mostrar
—Mal. Ella está mal. Su estado de ánimo ha ido decayendo en los últimos meses. Desapareciste de la noche a la mañana, sin dejar rastro, sin avisar, como si fueras un fantasma. ¿Si fuera al revés que sentirías? Un extraño desconcierto, alguien a quien quieres de repente se esfuma y no tienes ni la menor idea de donde puede estar. Buscas a sus familiares para preguntarles, pero también han desaparecido…

—¿Alem también desapareció? —le cortó el híbrido.

—Desconozco sus razones, pero así es. Continuando con Sandra, realmente sufrió con tu desaparición, la que más sin lugar a dudas, a la semana de que desaparecieras logró ella solita movilizar a la ciudad entera para que iniciara tu búsqueda, ¡hasta vino la televisión y todo! Pero ya sabes cómo son estas cosas, si al poco tiempo no hay resultados, la gente lo olvida —Abraham afirmó con la cabeza, era una situación muy típica en los medios de información—. Pero ella nunca desistió, siguió pegando carteles con tu foto por ahí e incluso organizando pequeñas batidas de búsqueda a los montes de alrededor.

>>Dedicó tanto tiempo a buscarte que descuidó su preparación académica. Sus notas han bajado, casi rozan el suspenso. Estamos en exámenes finales a punto de sacarnos secundaria y ella pende de un hilo. Sufre de depresión últimamente. Apuesto a que cuando te fuiste, no pensaste en que pudieras ocasionar esto.

El pelirrojo se quedó mudo, recibió cada información como una pedrada en la cabeza, ¿cómo podía haber sido tan desconsiderado?

—No, nunca lo pensé —fue lo máximo que pudo articular.

—Debiste haberlo hecho —le recriminó—. Igualmente, deberías visitarla o algo, aunque sea sólo para decirle que estás bien y darle cualquier excusa que la satisfaga del que porque te fuiste sin avisar.

—No puedo… No puedo verla en mi estado actual. Ya no soy un humano.

—No es lo que eres Abraham, es lo que sientes ser.

—¿Acaso tú te sientes humano? —preguntó curioso.

—Hoy en día ya no tanto… pero hubo una época en la que me sentí completamente humano, no sé si la recuerdas.

Los dos amigos comenzaron a rememorar al unísono el comienzo de su amistad:

—Así que esto es una escuela terrícola, el lugar donde se educa a los humanos… Realmente luce aburrida… No debería poner pegas, fui yo quien le pidió a Padre el poder insertarme en el sistema educativo de este planeta y aprender de los conocimientos que han recogido acerca del universo desde su punto de vista.

>>Veamos, ya he estado estudiando por mi cuenta y, según los informes, el nivel educativo que tengo actualmente se corresponde al nivel 3 de la educación secundaria, en el cual suelen estar los humanos de… ¡¿15 años?! ¡Pero si yo tengo 18! A ver, según la información adquirida ciertos humanos de mayor edad acostumbran a tener que repetir el mismo nivel debido a que no son capaces de superarlo… ¡Oh, genial! Ahora resulta que he de hacerme pasar por un imbécil… lo que me faltaba.

Con una larga melena rubia y unos azulados iris, caminaba un esbelto muchacho por el instituto local de aquella ciudad de provincias a la que había ido a parar por mero azar. Por sus movimientos y su clara desorientación, era fácil adivinar que se trataba de un nuevo alumno. Así recibió las miradas acusadoras de los estudiantes que lo tachaban de nuevo con ellas
el primer día de clase.

—Mi nombre es Carlos, tengo 18 años y me encuentro repitiendo tercero de la ESO. Acabo de mudarme recientemente a esta ciudad por decisión propia con el fin de acabar de una vez mis estudios —fue lo que dijo para presentarse ante la muchedumbre reticente que le recibió.

Durante el transcurso de la mañana intentó contactar con aquellos seres con los que le tocara convivir, mas no recibió el trato esperado. Ante cualquier intención de comenzar una conversación, la respuesta era un “piérdete nuevo” o un simple silencio en señal de descortesía. Ni siquiera parecía que aquellos chavales le respetaran por el mero hecho de aventajarles en edad. Eso sí, el trato hacia su persona no paso más allá de una mera indiferencia o ignorancia, lo cual prefería a un continuo acoso en el que estaba claro que por su condición de seres inferiores, tal y como le enseñaran, saldrían perdiendo. Pero prefería evitar ese tipo de situaciones; Caín no era una persona violenta cuando la situación no lo requería, incluso odiaba el hecho de que unos seres usaran su superioridad para aprovecharse de otros. Así fue que con esta ideología cambiaría su vida en La Tierra.

Después de llevar un par de semanas integrado en el sistema educativo terráqueo, ya había descartado totalmente la posibilidad de entablar cualquier tipo de relación con sus compañeros, por lo que se dedicaba únicamente al estudio, razón por la que se encontraba allí, en compaginación con la misión que se le había asignado. Pero, en uno de esos días extraordinarios, en los que en vez de usar el tiempo de recreo que los humanos utilizaban como descanso entre las clases para ir a la biblioteca a avanzar en sus estudios y subir de nivel lo más raudo posible a uno en el que no se sintiera tan incómodo, decidió darse un paseo por el patio para tomar un poco de aire y observar los modos de entretenimiento de los humanos.

Después de ver un partido de un deporte muy popular denominado fútbol, consistente en introducir un balón en un área delimitado por una estructura con forma de prisma tetraédrico llamada portería, el cual le resultó ciertamente tedioso y simple, se dirigía a retomar las clases cuando de repente escuchó unas voces cerca de la salida del instituto que le llamaron la atención. Siguiéndolas se encontró en escena a tres chicos de curiosos estilos de vestimenta a su parecer, los cuales parecían atosigar a otro de cabello rizo anaranjado y a una chica del mismo tono de color de pelo.

—Venga, zanahoria, danos el dinero de hoy. Ya sabes que debes pagar una cuota diaria a cambio de que no te molestemos —decía el más obeso de los acosadores.

—Te juro que no tengo nada, hoy se me olvido el dinero del almuerzo en la mesa de la cocina, por favor, dejadnos marchar a clase —suplicaba el chico.

—Dice la verdad, por favor, déjalo Roberto —defendió la pelirroja a su amigo.

—Calla guapa —le respondió groseramente—. Aunque, quizás pudiéramos resolver esto de una forma en la que nadie salga perjudicado. Ten una cita conmigo y le dejaré en paz.

—¿Contigo? —contestó la chica asqueada—. Ni en tus mejores sueños. Déjanos irnos ya —y la chica le escupió en la cara al obeso acosador.

—¿Pero quién coño te has creído que eres, niñata? Ahora tu amigo recibirá el doble por tu culpa. Borja, Rubén, agarradla y no dejéis que escape —los dos compañeros de trifulcas de Roberto, que eran fácilmente identificables por sus peinados al estilo punk y metalero respectivamente, agarraron a la pelirroja fuertemente, resistiendo sus intentos de fuga. Luego el cabecilla dirigió su mirada a Abraham—. En cuanto a ti, no habiendo dinero ni chicas, sólo te queda pagar de otra forma.
Lo agarró fuertemente por el cuello de la sudadera y lo empotró contra el muro de la escuela. Apretó el puño y lo levantó hacia atrás, cogiendo impulso para soltarlo con todas sus fuerzas contra el muchacho. Antes de que realizara el fatídico movimiento, alguien le agarró el brazo, impidiéndole ejecutarlo.

—¿Pero qué coj…? —se quejó Roberto al verse impedido, a la vez que giraba la cabeza para encontrarse con las azules pupilas de quien lo detenía.

—Déjalo en paz —dijo este con contundencia.

Así pues, Caín finalmente decidiera intervenir tras observar detenidamente la situación. Sus principios le llevaban a hacerlo, no podía permitir que un ser abusara de otro solamente porque fuera superior, la superioridad no implicaba aprovecharse del inferior, sino ayudarlo. Entonces comprendió que no debía seguir despreciando a aquellos seres inferiores, sino ayudarles y aprender de ellos. Y el que fue víctima de tal dicha fue el joven Abraham, que observo con ojos de admiración a su salvador.

—¿Quién coño eres? Apártate —ordenaba enfurecido el abusador al Butzina.

—¿Le vas a dejar en paz?

—No es asunto tuyo rubito, ¿por qué te preocupas por unos renacuajos como nosotros?

—Porque alguien debe enseñaros que es lo que está bien y que es lo que está mal gordinflón —respondió a la vez que le retorcía el brazo, colocándose a su espalda.

—¡Ahhhh! —se quejaba dolorido—, ¡Suéltame capullo! Chavales, ayudadme —les ordenaba.

Rubén y Borja dejaron sus quehaceres con la pelirroja para ir en rescate de su líder, mas, aun estando en ventaja, dos contra uno, y pudiendo Caín solo usar un brazo, la destreza e inteligencia que mostró este usando al acosador principal como escudo y midiendo bien sus golpes, tal y como le enseñaran durante su preparación militar, le sirvió para dar buena cuenta de los abusones, quienes terminaron por ceder, marchándose en retirada.

—Eso es, corred como las gallinas que sois —se reía el príncipe. Después se dio la vuelta para atender al chico.
Este estaba siendo ayudado por su amiga para incorporarse, y no paraba de mirarle con unos ojos de gratitud que en cierto modo incomodaban al Butzina.

—¿Estás bien chaval? Creo que esos zoquetes no te molestarán en un tiempo —dijo sonriendo para acabar con esa sensación de molestia.

—Muchas gracias —fue todo lo que le respondió.

—No hay de qué —dijo Caín mientras eludia la mirada, verdaderamente le molestaba la situación. Estaba a punto de regresar a las clases cuando el muchacho volvió a dirigirle la palabra.

—Perdona, ¿cómo te llamas?

—Carlos, mi nombre es Carlos.

—Carlos… Mi amiga se llama Sandra, y yo soy Abraham. Si algún día pudiera hacer algo por ti… seguramente este sea tu último año, pero si puedo hacer algo por ti, sólo pídemelo —ofreció el pelirrojo.

—No lo creas, aún voy en tercero, si, ya sé lo que piensas… —pero contrario a lo que Caín pensaba el chico pareció restarle importancia a ese dato.

—¡Perfecto! Yo también voy en ese curso, si algún día necesitaras los deberes o un trabajo o cualquier cosa, sólo pídemelo, por favor.

Carlos sabía que aquello le era innecesario, pero vio al chico tan ilusionado que acabo cediendo en cierto modo.

—No quiero tus deberes ni tus trabajos… pero si lo deseas, quizás podamos quedar algún día para estudiar —ofreció como compensación.

—Por supuesto —afirmó eufórico el pelirrojo, y los dos muchachos se chocaron las manos en lo que sería el comienzo de una gran amistad.

Así fue, lo que empezaron siendo quedadas para jornadas de estudio más por cortesía que por necesidad, acabaron convirtiéndose en reuniones meramente ociosas para realizar cualquier tipo de actividad que incluyera diversión.

Después de aquel encuentro, los tres abusones volvieron a meterse con Abraham un par de veces más, hasta que observaron que mientras contara con la amistad de Carlos, nada sacarían bueno de allí. Poco a poco, los abusos fueron decreciendo, habiendo largas épocas de paz para el pelirrojo. Abraham agradecía en sobremanera la protección que le ofrecía su amigo, y Carlos fue correspondido conociendo lo que era la amistad y la diversión en La Tierra. Fueron tiempos felices para los tres chicos. Pero tiempos que ya no volverían.

—¿Lo recuerdas, verdad? —cortó de esta manera Caín el hilo de recuerdos que mantenía a ambos ensimismados.

—Si, lo recuerdo —afirmó Abraham con una nostalgia en la mirada y una pequeña sonrisa en el rostro.

El resto del camino fue dominado por un silencio atronador que dejaba a los dos amigos a merced de sus pensamientos y cavilaciones. Finalmente, el príncie Butzina le índico a su amigo que habían llegado a su destino.

El gran bosque a las afueras de la ciudad, situado al pié de las grandes colinas, presentaba un aspecto lúgubre al ser bañado por la luna llena, las ramas movidas a merced del viento y el sonido de la corriente del río que lo atravesaba. Fuera un lugar de aventuras y diversión en la infancia del pelirrojo, y un buen lugar donde retirarse en busca de paz en tiempos más recientes, un lugar en el que ambos habían estado incontables veces juntos en el pasado y al cual guardaban un especial cariño.

—¿Por qué me has traído aquí? —se aventuró a preguntar el híbrido.

—Siéntate, sólo quiero que hablemos un rato —respondió.

—¿Sobre qué? —preguntó intrigado.

—Sobre lo que somos.


Adelanto capi 8
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El pasado es el pasado por más felices que nos haga recordarlo. El futuro puede ser un nido de esperanzas o de desesperanzas dependiendo de como lo afrontemos.

En el próximo capítulo de "El ocaso del alba"

Capítulo 8 - Lo que somos

Lo único que realmente importa es el presente.



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No hay noticias ni lectores.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 24, 2011 3:29 am

And other week more, here you have a new episode:

Capítulo 8 - Lo que somos
Spoiler: Mostrar
—¿Sobre lo que somos? —repitió confuso el híbrido.

—Si, sobre lo que somos.

—Y, ¿qué somos? —preguntó.

—Enemigos —un fuerte silencio se adueñó del tiempo durante unos segundos—. Relájate, ya te he dicho que no tengo intención de dañarte en estos instantes. Por favor, sé tan amable de sentarte —le pidió mientras se acomodaba entre la tierra.

El pelirrojo acabó cediendo a la petición de su amigo.

—De todas formas sigo sin acabar de entender por qué me has traído a este lugar. Sabes que tengo muy buenos recuerdos de él.

—Lo sé, yo también —hizo una pausa—. Siempre me ha gustado este lugar, sabes que muchas veces era yo quien decidía venir. Había una razón tras aquella insistencia, una razón que ahora entenderás —el muchacho lo observó curioso—. Verás, la razón de que ame este lugar es simple: Me recuerda a Edén.

Abraham recordó lo poco que le había hablado Alem sobre aquel astro, observó su alrededor, dudando de si realmente era tan similar al planeta natal de Caín.

—Edén… apenas era yo un crío, pero el recuerdo de cada elemento que formaba su precioso
paisaje permanece imborrable en mi memoria —dijo con nostalgia en sus ojos—. Cada árbol, cada río, cada ápice de naturaleza se alineaban conjuntamente para formal aquel vergel radiante de vida. Mis primeros años de existencia y mis primeros recuerdos se encuentran inundados por aquella belleza.

>>Por eso me encanta este lugar, porque me trae recuerdos de mi niñez, porque me hace sentir que vuelvo allí aunque ya no exista, por eso estoy tan a gusto aquí, como si estuviera en casa. Y en verdad, La Tierra en su conjunto es un planeta muy similar a Edén… pero sólo lugares como estos son similares a mi planeta natal. Supongo que algún día, hace muchos milenios, La Tierra si fue un planeta gemelo de Edén, pero los humanos no entendieron que debían conservar esa belleza.

>>Lo primero que sentí al llegar aquí fue un cierto odio hacia la raza humana que tuve que saber contener para evitar causar demasiados problemas. Imagina como se siente que te hayan arrancado el lugar donde naciste y creciste y el cual añoras todos los días de tu vida, llegar a un sitio muy similar y descubrir que sus habitantes lo han deteriorado de la manera en que está deteriorado este. Cualquiera en mi posición se sentiría sumamente ofendido y enfadado.

Abraham escuchaba en silencio, se sentía totalmente identificado con los pensamientos de su amigo. Él también gustaba de lugares como aquel, y en varias ocasiones había sentido cierta repugnancia por la raza a la que creía pertenecer cada vez que leía noticias de contaminaciones de ríos o de talas de bosques para ampliar el espacio urbano.

—De donde yo vengo, sabíamos aprovechar el planeta sin necesidad de destruirlo —continúo Caín—. Es verdad que nuestra raza está mucho más avanzada que la humana, pero aun así después de estudiar los conocimientos que tienen, sigo pensando que esta es la peor alternativa que podían haber escogido.

>>Nosotros no teníamos gigantes de cemento, usábamos materiales de la naturaleza, les dábamos forma y no causábamos ningún tipo de impacto perjudicial. El palacio en el que yo vivía estaba hecho de nubes, era realmente precioso observarlo como se erguía sobre el planeta y coronaba aquel esplendor. Pero ya nunca volveré a ver aquello —pronunció mientras le dirigía una acosadora mirada al híbrido—.

>>Recordaré aquel día por el resto de mi vida, aun cuando sólo era un niño. Aquel día descubrí lo que era el terror, lo que era la tristeza, lo que era perder un hogar. Un día como otro cualquiera, pero con algo distinto, con aquella endemoniada criatura cerniéndose sobre nosotros, tapando y extinguiendo nuestra luz. El pánico cundió enseguida, se podría decir que soy un suertudo, pues mi posición social me permitió ser de los primeros evacuados. Lo vi todo desde otra estrella, el recuerdo de aquel planeta que fuera mi hogar desde que nací convirtiéndose en polvo permanece imborrable en mi memoria. El como aquella criatura destruía lo que yo llamaba hogar y aquella belleza que yo tanto admiraba y veneraba fue sin duda, la peor experiencia que he podido vivir.

>>Todo cambió desde aquel día, tuvimos que vivir como nómadas, de un astro a otro, pero ninguno era como Edén, ninguno era capaz de siquiera imitar su grandeza. La semilla de odio que fue plantada en el comienzo de los tiempos contra los Kardinutas, creció hasta convertirse en un árbol de rencor. Mi entrenamiento estaba predestinado a ser duro, pero pienso que tras aquel trágico evento, se volvió aún más duro de lo que podría haber sido.

>>Se me enseñó a matar, destruir y eliminar cualquier tipo de entidad de oscuridad con el fin de que algún día fuera quien de destruir al monstruo. Se suponía que había una tregua, pero, misteriosamente, en mis entrenamientos se me proporcionaron seres de oscuridad, Kardinutas vivos, con el fin de que expresara el odio que guardaba hacia ellos y que asesinarlos se convirtiera en algo natural para mí. Desconozco como mi padre consiguió realizar aquello sin recibir represalias.

>>La cuestión es que aquellos duros entrenamientos en los que se me obligaba a responder cada vez con más rapidez y eficacia a cualquier signo de Atzmunt oscura, fueron curtiéndome y convirtiéndome en lo que se supone debía ser al llegar a este planeta: En el Butzina suficientemente poderoso y aguerrido como para destruir al Rashá, y el recuerdo de la destrucción de Edén, acrecentaba mis deseos de cumplir con la misión que se me asignara.

El sol comenzó a alzarse en el horizonte, dejando entrever la llegada del alba. Un silencio violento se apoderó del lugar, sólo cortado por el ruido de la corriente. Ninguno de los dos sabía cómo actuar en ese momento. Abraham entendía a su amigo, pero a la vez no comprendía porque no era capaz de empatizar con su situación. Cuando más temía que aquella reunión amigable en un comienzo fuera a terminar en una lucha encarnizada, Carlos volvió a abrir la boca:

—Por eso, no puedo olvidar que en cierto modo eres el causante de mi dolor y el ser al que debo destruir para evitar la desaparición de mi especie. Pero… no puedo olvidar tampoco todos los momentos buenos que he pasado contigo y todo lo que me has enseñado.

Acto seguido se levantó.

—Por favor, Abraham —comentó sin mirarle—. Cuídate —mencionó antes de desaparecer entre los primeros rayos de luz.
Abraham quedó sólo, apenas acompañado por la leve brisa matutina. Seguía sin tener muy claro que era lo que debía hacer, y las palabras de Carlos lo dejaban más desconcertado, ¿era realmente un enemigo o un aliado? “¿Cómo saberlo?” pensó a la vez que suspiraba.

—Caín es un misterio hasta para su propia familia —habló una voz entre los árboles.

Abraham se giró inmediatamente, colocándose en guardia al observar la esbelta figura que se ocultaba bajo un gran abrigo blanco, con la capucha puesta, cubriéndole el rostro hasta la altura de los ojos. No la percibiera antes. ¿No era Butzina ni Kardinuta? ¿Acaso podía ser un simple humano?

Abraham la reconoció, aquella vestimenta daba demasiado el cante. El chico se llamaba Alberto, iba a su clase desde el
año pasado, era un viejo repetidor como Carlos. Siempre se sentaba en algún rincón de la clase, sumergido en sus libros, cubierto por aquella blanca manta en su totalidad, que no apeaba de si en ninguna época del año, ni por mucho calor que hiciera.

El pelirrojo nunca mantuviera una conversación con él dada su fama de poco amistoso y misántropo, pero le llamara la atención desde que un día lo observara leyendo “Alas negras” de Laura Gallego, autora que el idolatraba desde que devorara la trilogía de “Memorias de Idhún”.

—Yo te conozco… Alberto, ¿no? —preguntó el muchacho.

—¿Alberto? —repitió la figura—. ¡Ah! te refieres a mi nombre humano. En ese caso supongo que sí, que soy Alberto, pero a la vez no lo soy.

—Entonces, ¿quién eres? —quiso saber amenazante mientras se preparaba para un posible combate.

—Mi nombre es Abel, hijo del Supremo Señor Miguel y hermano del príncipe Caín. Tercero en la línea de sucesión al trono Butzina.

—En ese caso supongo que vienes a por mí —adivinó a la vez que sacaba sus Knafáims y lanzaba rápidamente un rayo de luz que su contrincante esquivo sin demasiados problemas.

—Detente. Mis intenciones no son hostiles, no tienes ninguna necesidad de gastar tu Atzmunt.

—¿Me harás creer que como Butzina que eres no tienes órdenes ni deseos de eliminarme?

—No —respondió provocando la extrañeza del híbrido—. Se me ha ordenado no intervenir, y si lo hiciera probablemente sería juzgado por desacato.

—Entonces, ¿por qué has venido?

—Otras razones son las que me traen a tu encuentro —se acercó ligeramente a él—. Tengo una curiosidad, dime, ¿qué se siente cuando llevas la destrucción contigo allá dónde vas?

Abraham no acabó de entender el fin de la pregunta.

—Dime —repitió Abel—, ¿Qué se siente cuando podrías eliminar todo lo que tú quisieras con la sencillez con la que matas a una mosca? ¿Qué se siente cuando eres quién de convertirte en la destrucción encarnada?

El tono con el que pronunciaba cada una de las preguntas despertó la ira del pelirrojo.

—¡Cállate! —gritó— ¡Deja de hacer preguntas estúpidas! Tú lo has mencionado antes, no puedes tocarme, podría acabar contigo fácilmente, así que no te conviene provocarme.

—Que no pueda tocarte no significa que vaya a dejarme atrapar fácilmente —le cortó secamente para después desaparecer con una velocidad pasmosa.

—He venido a enfrentar a mis problemas, pero estos se multiplican y no sé por dónde cogerlos —se dijo alicaído el híbrido.

Observó el cielo anaranjado y la salida del sol le dio fuerzas renovadas. Decidió volver a la ciudad con la esperanza de que la nueva jornada le deparara respuestas.

***


—Mi Supremo Señor, Abel solicita una conexión inmediata con usted.

—¿Abel? Dile que no tengo tiempo para sus tonterías.

—Si me permite una opinión, trae información muy importante en forma de imágenes… y también dice saber dónde se encuentra el monstruo —dijo, despertando esta vez sí, la atención de Miguel—, pero se niega a desvelarla si no tiene contacto directo con usted.

—Está bien, le daré contacto mental inmediato —acabó cediendo—. Abel, dime la posición actual del monstruo.

—No tan rápido, mi Señor Supremo, antes deseo que observe estas imágenes —dijo prácticamente obligándole.

Así, Miguel tuvo que tragarse las imágenes del compañerismo que compartió su hijo predilecto con el ser que amenazaba la supervivencia de la especie.

—Ya he aguantado tu parafernalia, dime dónde está el monstruo —ordenó tras terminar el visionado.

—Con los debidos respetos mi Señor Supremo, creo que las pruebas que Abel y yo le hemos proporcionado son más que suficientes. Abra los ojos —le insistió Pahalia.

—¡Cállate! ¡Dime dónde está el monstruo Abel, dímelo o te quito todos los privilegios de los que has gozado hasta ahora!
—le amenazó Miguel enfurecido.

—Esas no son formas —resonó la voz del príncipe en su mente—. No tengo por qué decíroslo si no estáis dispuesto a razonar. ¿Habláis de privilegios? Nunca los he tenido, vuestras amenazas no suponen nada para mí. Si no sois capaz de reconocer la traición de Caín a nuestro pueblo no tenéis las facultades necesarias para dirigir esta misión.

—¡Deja de decir sandeces!

—Mi Señor Supremo, no hay necesidad de airarse —intentó tranquilizarlo Pahaliah—. Si Abel no desea rebelar la posición del monstruo, sólo debéis ordenarle que lo capture y dejarle el resto a él.

Miguel la miró, juzgando como una idiotez su idea, pero ante la cabezonería de su hijo, no le quedaba otra opción que hacer lo que su Suprema Caballera le aconsejaba. De ese modo terminó cediendo:

—Vosotros ganáis —dijo exasperado—. Abel, como guerrero Butzina que eres, se te ordena buscar y dar muerte al Rashá.

Una sonrisa se dibujó en el rostro del príncipe.

—Será un placer.


Saludos atentos desde las alcantarillas.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 31, 2011 3:14 am

Capítulo 9 - El encanto de la lluvia – Parte 1
Spoiler: Mostrar
La lluvia caía intensamente desde hacía unas horas sin dar tregua alguna. La noche se había puesto totalmente y los tenues rayos de la luna iluminaban a duras penas aquellos callejones en los que Abraham viviera tantas experiencias en los últimos meses. El joven permanecía ahora acurrucado en una esquina, sin demasiados problemas para soportar el frío y el intempestivo diluvio debido a sus oportunos ropajes.

Pasó la mayor parte del día sin hacer gran cosa, pensando en la conversación que mantuviera con Carlos, en el papel que adoptaría su amigo en esta batalla, en lo que debía hacer a pesar de estar solo. Pero sus cavilaciones apenas le resolvían sus infinitas dudas y el cansancio le acababa envolviendo y caía víctima del sueño. En esas se encontraba, a punto de ser víctima de Morfeo, cuando una curiosa y conocida melodía llegó hasta sus oídos.

Zankoku na tenshi no youni
Shounen yo shinwa ni nare


—Imposible —murmuró.

Aoi kaze ga ima
Mune no door wo tataitemo


Inmediatamente se dispuso a correr hacia el lugar del cual procedía la música. Siguiéndola, llegó hasta unos contenedores de basura. Debido a que la provenía del interior, el pelirrojo los abrió y comenzó a hurgar en su contenido, en busca de aquello que ansiaba. Finalmente lo encontró, allí estaba, no sabía cómo ni por qué, pero allí estaba: su teléfono móvil, aquel que perdiera descuidadamente el día que tuviera su primer contacto consciente con seres de energía. No podía comprender cómo podía seguir con batería después de tanto tiempo, pero la cuestión es que lo encontrara. Entonces se fijó en que estaba siendo llamado por un número desconocido, presa de la curiosidad de saber si alguien más se acordaba de él, contestó:

—Dígame.

—…

—Sí, ¿Quién es?

—¡Pi, pi, pi!

Extrañado en un comienzo porque nadie contestara, concluyó que se trataría de una equivocación. Guardó el móvil consigo, aunque sabía que debido a su actual clandestinidad su lista de contactos no le sería de gran utilidad. De todas formas, era una preciada posesión para él.

Entonces escuchó unos pasos, cada vez más próximos, a una rápida frecuencia; alguien que corría como alma que lleva el diablo, que extrañamente eligiera aquellos callejones tan poco transitados, aún menos en días como aquel, quizás buscando un camino que le permitiera empaparse lo más mínimo. No detectaba ningún tipo de Atzmunt, por lo que el sujeto en si no debía de ser peligroso. Temiendo que fuera alguien conocido, se escondió rápidamente tras unos contenedores de basura. “¡Ay!” Oyó quejarse a una femenina voz tras lo que pareciera ser una aparatosa caída.

Fuese como fuese, Abraham no pudo evitar sentir curiosidad, pues le resultaba demasiado familiar aquel tono. Alzó un poco la vista, quedándose perplejo al observar aquella pelirroja melena elevándose a duras penas del suelo. De alguna manera sentía la necesidad de correr a ayudarla, de buscar cualquier excusa sólo para verla, para saber que estaba bien.

Pero no podía dejar que ella lo descubriera, no en su estado, no como en lo que se había convertido. Incapaz de aguantar sus impulsos, se colocó correctamente el sombrero, intentando taparse el rostro lo máximo posible, y salió de su escondite, corriendo a ayudarla.

—¿Estás bien? —dijo mientras le ofrecía la mano, intentando poner una voz lo más grave posible.

—Sí, gracias —respondió la chica, y en cuanto alzó la mirada sus ojos se pusieron llorosos y un tremendo temblor le recorrió todo el cuerpo. Movida por el instinto, se lanzó a abrazarle— Tú, tú… has vuelto —susurraba entre lágrimas.

Abraham no se lo podía creer. “Sabes una cosa, yo pienso que aun vestido así, ella sería quien de reconocerte”. Carlos tenía razón, de algún modo, de alguna manera, parecía que la pelirroja lo reconociera sin dudar en ningún momento, nada más mirarlo a los ojos, a pesar de su cambiado aspecto, a pesar del empeño del híbrido por pasar desapercibido.

—Sí, Sandra. He vuelto —y en un afán irrefrenable, le devolvió el abrazo.

—¿Por qué te fuiste? ¿Dónde has estado? Todos hemos estado muy preocupados por ti —mencionó mientras sollozaba.

—Lo sé.

La chica se separó de él, siendo agarrada por los hombros por el pelirrojo.

—Supongo que lo importante es que estás bien —dijo mientras mostraba una cálida sonrisa.

Entonces el híbrido observó algo en lo que, seguramente debido a la emoción del reencuentro, no se percatara antes: la cara de la chica estaba llena de magulladuras. Su ojo izquierdo se encontraba hinchado y morado. El resto de la cara presentaba claros signos de maltrato. Se fijó en sus piernas, también llenas de moratones que no podían haber sido provocados por simples caídas.

—¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Ha sido él otra vez, verdad? —comenzó a preguntarle el pelirrojo nervioso.

Sandra lo miró asustado. Sus ojos vertieron lágrimas en señal de respuesta, y se echó a su pecho, llorando desconsolada.

—Abraham, yo… me he escapado de casa.

—¡¿Cómo?! —respondió sorprendido, más bien porque le costaba creer que su amiga realizara un acto así que porque fuera una mala idea, al contrario, hacía mucho tiempo que pensaba que Sandra debería haber abandonado aquel hogar.

—No me culpes por ello. Me siento mal por irme, pero es que… ¡Ya no puedo más! —gritó— ¡Ya no puedo seguir aguantándole cuando llega borracho a casa, ni cuando me trata como una esclava, ni cuando me insulta o pega por hacer algo mal! —se quejaba llorosa la chica—-. Pero hoy, ha pasado del límite, lo de hoy ha sido la gota que colma el vaso. Abraham, hoy, él… hoy ha intentado… —y volvió a hundir la cabeza en el pecho del híbrido, llorando, incapaz de terminar la frase.

No era necesario, Abraham ya se diera cuenta de lo que la pelirroja le intentaba decir, los moratones en las piernas eran suficiente prueba. Abraham apretó dientes y puños con furia, aquel capullo se atreviera a intentar abusar sexualmente de ella. Le repugnaba ese comportamiento.

Desde que conociera a Sandra, siempre fuera consciente del maltrato que esta recibía por parte de su padre. Siempre lo tolerara en cierto modo porque él nunca había podido hacer nada, Sandra no parecía querer hablar de ello nunca, y por muy mal que lo pasara, siempre se la veía sonriendo. Pero aquella noche él se pasara, cruzara una línea que nunca debía ser cruzada, había hecho llorar a la chica. Verla en aquel estado le apenó e hirió profundamente el corazón.

—¡Sandra! —se escuchó una voz a lo lejos—. ¡Sandra! ¡Hip! ¿Dónde te has metido?

—¿Papá? —preguntó aterrorizada, temblando como lo hace un cervatillo rodeado de una manada de leones.

—¡Sandra! —la figura se empezó a hacer más visible. El fornido hombre de barba de vagabundo, calva y aspecto descuidado se movía a duras penas hacia ellos con un tono de alegría en la voz. Sus mejillas sonrosadas y sus torpes movimientos denotaban su estado ebrio. ¿Cómo podía haber seguido a la chica en esas condiciones?—. ¡Sandra! ¡Aquí estás! ¡Hip! Perdóname, me he portado mal contigo. ¿Me disculpas? Volvamos a casa —le propuso.

La temerosa muchacha no se movía del lado del híbrido, temblorosa, sin saber qué hacer, aún con miedo por los recientes acontecimientos vividos.

—¡Sandra!¿Qué haces? Te he pedido perdón, ¿no es suficiente? Venga, te prometo que no volverá a pasar. Vámonos a casa —ordenó mientras la agarraba bruscamente por el brazo y la intentaba arrastrar. La pelirroja miró a Abraham con una mirada medio de súplica y medio de disculpa. Este no aguantaba más, aquello ya era demasiado.

—No tienes por qué soportarlo —le susurró el muchacho.

Sandra, como dándole la razón, se soltó a duras penas, provocando la rabia de su progenitor.

—¿Qué? ¿Te niegas, puta? ¿Quién te crees que eres? ¿Quién te crees que te ha dado cobijo y comida desde que eras una cría? ¡Yo! Me debes muchísimo. No te consiento que me hagas esto —dijo mientras alzaba el brazo dispuesto a pegarle.

Abraham rápidamente se interpuso, deteniendo el golpe, agarrándole el brazo.

—¡Quieto viejo verde! Sandra no se va a ningún lugar.

—¿Quién es este? ¿Tu novio? —preguntó en tono de guasa—. Mira chico, Sandra es mi hija, es de mi propiedad, haré con ella lo que yo quiera —aseguró, irritando aún más al híbrido.

Abraham le retorció el brazo instintivamente.

—¿Qué has dicho? —preguntó amenazador.

—¡Suéltame! Lo único que quieres hacer es follártela tú. Mírala, va por ahí vistiendo como una puta, y la culpa luego es mía, se merece que le den una paliza. ¡Suéltame, cabrón!

Abraham lo obedeció, soltándole y empujándole unos metros. El hombre cayó al suelo y se levantó a duras penas, airado.

Abraham lo observó con una mirada sombría, llena de furia.

—A mí me llaman monstruo… ¡pero aquí el único monstruo que ahí eres tú! —gritó, a la vez que sacaba y desplegaba sus Knafáims. Movido por la ira, formó una bola de oscuridad que lanzó con rapidez contra el hombre. Atravesándole el pecho y abrasándole el corazón.

Cayó de espaldas contra el suelo, ya sin vida. El pelirrojo lo observó con furia, asqueado, aún preso de la ira del momento. No había sido poseído por el Rashá, lo que probaba que en los últimos meses se había vuelto lo suficientemente fuerte como para contenerlo en esas condiciones de desestabilidad emocional.

Sandra se separó de su lado y corrió a agacharse al lado del hombre que decía ser su padre. Esto logró despertar al híbrido de su temporal estado de abstracción. Por un momento se replanteó lo que acababa de hacer. Había matado a un ser humano, era el primer ser de aquella especie al que robaba la vida, mas esto no era lo que realmente le preocupaba.

A Abraham le inquietaba el haber hecho sufrir con aquello a su amiga, pues por muy monstruo e inhumano que fuera aquel hombre, no dejaba de ser su padre.

Se acercó cuidadosamente hacia la pelirroja, que observaba el cadáver de su progenitor en silencio, ni siquiera se la oía sollozar, ni la más mínima muestra de emoción alguna.

—Sandra… Yo… —intentó decir.

—Es extraño —le cortó—. Se supone que debería estar triste, se supone que debería llorar desconsoladamente, gritar su nombre y maldecir el que esté muerto, ¿no? Pero en cambio, estoy aquí sentada, viendo lo que queda de él, y no siento absolutamente nada, ni la más mínima tristeza. En cambio, sí que noto una cierta libertad. Debo ser una persona horrible…

—Al menos eres una persona —respondió el híbrido, llamando la atención de la muchacha—. Sandra, yo no soy quien tú crees que soy, yo no soy humano, para muchos ni siquiera soy algo que merezca estar vivo. Ya lo has visto, yo sólo soy un monstruo.


Atentos saludos desde la cloaca.

Mickael Vavrinec
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Nov 07, 2011 2:36 am

Capítulo 9 - El encanto de la lluvia – Parte 2
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La pelirroja se quedó mirándolo, perpleja, sin decir nada, quizás no sabiendo qué decir. Abraham ya se esperaba una reacción de ese tipo, aunque había temido que fuera una reacción más del estilo de gritar y salir huyendo despavorida. Quizás tan sólo estaba siendo presa del pánico y este la obligaba a permanecer quieta, petrificada.

Desvío su atención al cuerpo inerte, se preguntó si habría alguna manera de hacerlo desaparecer. No era un ser de energía, por lo que no había manera de hacer fluir hacia el exterior su Atzmunt. Pero, ¿y si fuera quién de convertir su materia en energía? ¿o cómo mínimo de desintegrarla? Se acercó al cadáver, ignorando la mirada de la pelirroja, que lo seguía absorta.

Agarró el cuerpo por los hombros e intentó aplicarle una pequeña cantidad de Atzmunt. Apenas desintegró algún trozo de la clavícula. Aplicó mayor cantidad, y poco a poco los brazos fueron desapareciendo. Realizó la misma acción en el resto de su anatomía. Era un proceso muy laborioso, que precisaba de paciencia y de un gasto de Atzmunt que sería innecesario si se tratase de un ser de energía; esperaba no tener que volver a realizar aquel trabajo.

Habiendo eliminado cualquier tipo de rastro, volvió a fijarse en su amiga, que en esta ocasión se hallaba de pie, observándole. Viendo que no huía y que ni tan si quiera mostraba signos de temor, decidió que al menos le debía una explicación.

—Mi nombre es Abraham, hijo de Adán y Eva, híbrido de Butzina y Kardinuta, el huésped del Rashá y por lo tanto, en cierto modo, el monstruo que destruyó Edén —inició de esta manera su relato.

Y comenzando de esa forma, continúo hablándole de los seres de energía, de las guerras entre ellos, de su historia, de cómo había nacido él, de toda aquella información de leyenda que le contara Alem aquel confuso día en el que iniciara su nueva vida, y de los últimos acontecimientos que viviera. Se lo contó todo, pero omitió el papel de Carlos en la historia, pues veía innecesario condicionar la opinión que la chica tuviera sobre el rubio muchacho de alguna manera.

—Impresionante —murmuró la pelirroja nada más el híbrido terminó—. Es impresionante. Pero, ¿sabes una cosa? —le preguntó mientras se acercaba a él—. No estoy segura de si eres un monstruo, un híbrido de seres de energía o un ser humano, pero sí sé una cosa, seas lo que seas, tú eres Abraham —dijo mientras le acariciaba la mejilla, y luego lo abrazó tiernamente.

Aquel abrazo hizo rememorar al muchacho uno muy similar que también se dieran ambos hacía ya tanto tiempo… Lo recordaba perfectamente, fuera el día que andaba perdido en la biblioteca del instituto en busca de un buen libro cuando aquella amable chiquilla le habló.

—¡Hola! ¿Buscas algo?

Durante su corta vida hasta aquel momento, el pelirrojo había tenido una conducta más que reservada hacia la gente que le rodeaba, especialmente hacia las chicas. Lo cierto es que su nivel de timidez le llevaba al punto de nunca haber tenido un amigo ni nada semejante. No era de extrañar, por lo tanto, que Abraham se pusiera rojo como un tomate en cuanto escuchó aquella dulce voz.

—Estás buscando un libro, ¿verdad? Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa si no podrías encontrar aquí? —sonrió la pelirroja—.

Estoy como voluntaria para ayudar en la biblioteca del insti, así que, si necesitas algo, no tienes más que pedírmelo.

—N-no bu-busco na-nada en en es-especial —tartamudeó a duras penas.

—Ya veo. Puedo aconsejarte si lo deseas. Veamos, ¿qué género te gusta más?

—L-la fan-fantasía.

—¡¿La fantasía?! ¡Genial, también es mi género favorito! A ver que tenemos por aquí que te pueda recomendar… ¡Oh, ya sé! Este te encantará —la pelirroja muchacha cogió inmediatamente una de las pequeñas escaleras y la usó para acceder a la zona más alta de una estantería cuyo letrero rezaba “Fantasía”.

La chica procedió a coger un libro de cubierta blanca y negra y entregárselo al muchacho.

—“Memorias de Idhún: La Resistencia”, es el comienzo de una trilogía. Yo actualmente estoy por el segundo libro y te puedo asegurar que el primero es fantástico —le recomendó alegremente.

El muchacho, aún cohibido, agarró el ejemplar que le entregaba la chica y la acompañó hasta el mostrador para rellenar lo necesario con el fin de formalizar el préstamo. Mientras estaba ocupado en ello, la muchacha no paraba de mirarlo, aparentemente curiosa, lo que ponía nervioso al pelirrojo. Cuando terminó con su tarea, se atrevió a preguntarle:

—¿P-pasa al-algo? —preguntó, causando la rojez en las mejillas de la pelirroja.

—No, es sólo que… bueno, eres la primera persona que veo que tiene el pelo como yo... y eso me resulta curioso.

Era cierto, el hablar con alguien del sexo opuesto en tanto tiempo no le permitiera fijarse en ello, pero la coloración de sus cabellos era idéntica para sorpresa de ambos.

—S-si, yo tampoco co-conociera nunca a na-nadie con este co-color de pelo.

—Ya veo… ¡Oh, creo que no me he presentado! Yo soy Sandra, ¿y tú?

—A-Abraham. M-me llamo Abraham.

—Encantada. Bueno, casi es hora de almorzar, ¿no? ¿Qué te parece si lo hacemos juntos? —le ofreció mostrando una sonrisa con la que le resultó imposible negarse al muchacho.

Se desplazaron hacía un rincón del patio, al lado del jardín, solitario y acogedor, en el que disfrutar de su almuerzo.
Sandra no paraba de curiosear el libro y comentarle lo mucho que le iba a gustar, todo lo que iba a encontrar en él o lo que disfrutó leyéndolo.

—¿Qué hacéis aquí tan solos, zanahorias? —oyeron una voz a su espalda.

En cuanto se dieron la vuelta, el chico que les hablara, un obeso muchacho un poco mayor que ellos, agarró el libro que sostenía la pelirroja.

—¡Devuélvemelo, no es mío!—le pidió la chica instantáneamente.

—¿Lo quieres? Entonces intenta cogerlo —dijo a la vez que elevaba el brazo lo más alto posible para que le fuera inviable la labor a la pelirroja.

—¡Basta!¡Devuélveselo! —gritó Abraham al acosador, y en un ataque de valentía lo empujó, haciendo que cayese al suelo y que soltara el libro.

El muchacho, herido en su orgullo se levantó y fue contra el pelirrojo, quien perdió inmediatamente la poca valentía que había hecho brotar antes. Aquel día fue el primero en el que Roberto le metió una paliza, pero al menos había recuperado el libro. Cuando el obeso chico se marchó, dándose por satisfecho, Sandra se acercó a Abraham y lo abrazó tiernamente.

—Gracias. Muchas gracias —susurró.

Aquel primer abrazo y este último trascendieron el tiempo y el espacio para sobreponerse uno al otro, para hacer que sus corazones recordaran de nuevo todo lo vivido y para que Abraham volviese a sentirse nuevamente querido y recordara quién era. Porque como la chica dijera, no importaba lo que fuera por fuera, en su corazón y en el de sus seres queridos seguía siendo Abraham.

Anegados por la incesante lluvia que caía sobre la ciudad, los dos amigos resolvieron moverse a un lugar en el que resguardarse. Así, se asentaron en la zona más seca que encontraron dentro de aquellos callejones, siendo protegidos de la lluvia por las Knafáims que extendió sobre ellos el híbrido.

—¿Tienes frío? —preguntó al observar tiritar a Sandra. No le extrañaba, pues se notaba que la chica había escapado de casa sin demasiadas preparaciones, apenas abrigada por una ligera chaqueta que no cubría más allá de su cintura y menos aún las piernas expuestas al gélido viento por culpa de su corta falda.

—Lo cierto es que un poco —y Abraham la rodeo con sus brazos, intentando proporcionarle el calor corporal suficiente.

Un silencio se produjo, pero no fue un silencio incómodo, sino un silencio totalmente oportuno y necesario. Ocasionalmente, las miradas se encontraron, tímidas, fijas la una en la otra, con sus verdes pupilas examinándose mutuamente. De repente, los labios sufrieron una intensa necesidad de encontrarse, aún mojados por la intempestiva lluvia, buscaban encontrarse por todos los medios posibles. Como si hubieran sido imantados con cargas opuestas, ambos deseaban firmemente juntarse el uno con el otro. Sin importar lo que hubiera alrededor, él y ella sólo querían fundirse en uno, los dos lo habían estado deseando durante demasiado tiempo. Y ya casi lo conseguían, a punto de rozarse, a punto de unirse…

Zankoku na tenshi no youni
Shounen yo shinwa ni nare


La melodía sonó, como endiablada, como si buscase el momento justo en el que molestar, avisando a Abraham de que alguien requería su atención, provocando un efecto instantáneo en ambos jóvenes, que se separaron el uno del otro lo más rápido que pudieron, avergonzados de lo que estuvo a punto de ocurrir. El híbrido respondió rápidamente a la llamada, con el nerviosismo que la situación le había dejado:

—Di-Diga.

—…

—¿Hola?¿Hay alguien?

—Oh Abraham, siento estropear un momento tan bonito e importante para ti como debía ser este, pero hay algo que debes hacer y no puede esperar —el interlocutor hizo una breve pausa—: morir.

Un haz de luz se dirigió hacia el lugar donde se encontraban ambos amigos, con la intención de sellar su destino y no dejarles ninguna oportunidad de felicidad. Antes de que este triste final se cumpliera, una luz mucho más brillante y rauda se sitúo en la trayectoria, desviando el ataque hacía otro lugar.

Cuando Abraham logró ver la escena con claridad se encontró con la mojada melena de Caín, que sujetaba su espada de luz en posición de defensa. Al fondo observó un distinguible abrigo blanco que cubría a su portador.

—Otra vez más Caín, ¿Cuántas veces piensas seguir traicionandonos? —le acusó Abel.

—No estoy realizando ningún tipo de traición hermano, al menos no a mi corazón —se justificó, mirando de reojo a sus amigos.

—¿No me vas a dejar otra opción, verdad? —Caín realizo un gesto de afirmación con la cabeza—. Es una auténtica pena —aseguró mientras desenvainaba una espada de luz.

Ambos hermanos corrieron el uno hacia el otro, chocando sus armas al cruzarse, despidiendo una energía que los devolvió a su situación de inicio. Sandra observaba expectante; Abraham, en un arrebato, se levantó, dispuesto a unirse a su amigo en la lucha, pero se encontró con el acero de éste cerrándole el paso.

—Mantente alejado Abraham, no permitiré que os toqué.

—Pero, Carlos… —intentó quejarse el híbrido.

—No te preocupes —le cortó—. Abel es sangre de mi sangre, no puede herirme, yo tampoco puedo herirlo a él, pero si puedo detenerlo y manteneros a salvo.

—Tan seguro estás, ¿querido hermano? —preguntó con una sonrisa burlona—. ¿Acaso crees conocerme tan bien? —dijo mientras se despojaba de su atuendo blanco, revelando la coloración pelirroja que había adquirido su cabello, así como sus penetrantes iris verdes. Mas la sorpresa fue mayúscula cuando desplegó las cuatro Knafáims que de su espalda surgían: dos blancas superiores y dos negras inferiores.

—¿Qué demonios? —murmuró Abraham, sorprendido y aterrado a la vez.

—¡Imposible! ¡Ese no es Abel! ¡Ese no puede ser mi hermano! —intentaba convencerse Caín, cuyas pupilas azules se mostraban temblorosas ante lo que observaba.

—Será mejor que dejes de engañarte hermano —le respondió el recién descubierto híbrido arrogantemente—. El Abel que has conocido durante los últimos 19 años no ha sido más que una débil sombra. Este es mi verdadero aspecto, este es mi verdadero yo, aquel que cumplirá con la misión que el Señor Supremo nos asignó, y no dudaré en deshacerme de toda oposición que se cruce en mi camino.


Breve noticia: Acercándonos ya al último capítulo de la primera parte de EODA: Alba, es necesario anunciar que tras que terminé esta parte, habrá un parón de un mes con el fin de que pueda preparar adecuadamente la segunda parte. Disculpen las molestias ~~

Y hablando de eso, me pensaré lo de publicar EODA: Ocaso en el foro, vista la gran acogida que ha tenido la primera.

Saludos atentos desde las alcantarillas.

Mickael Vavrinec
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