Eterna Oscura

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Re: Eterna Oscura

Notapor Soul Artist » Jue Mar 17, 2011 11:00 pm

#02
Capítulo Primero
Eterno Retorno
Primera Parte


—¿Otra vez te has peleado?

Para Max aquello era el inicio de una disputa de madre e hijo. El chico de quince años chasqueó la lengua y pasó del pequeño hall tras tirar su mochila al suelo al salón comedor, más amplio e iluminado. El muchacho presentaba el pelo sucio y con barro. Tenía enrojecida la cara del enfado acumulado y del par de puñetazos que momentos antes había recibido, a la entrada de su instituto. Se había hecho un par de heridas en la cara que todavía sangraban, una en la ceja y la otra en su mejilla izquierda. Su baja estatura siempre había sido objeto de burla por parte de los matones, y él tenía poca paciencia ante situaciones así.

—Comenzaron ellos —se excusó, esquivando sus ojos color café del sofá, donde podía intuir la delgada figura de su madre acomodada. El sonido de un teclado le hacía adivinar que estaría trabajando en algún caso con su portátil, como de costumbre.

—Ajá.

—Yo no hice nada —se apresuró a explicar el muchacho, quitándose el chándal sucio debido al calor que le estaba provocando. Fuera hacía bastante frío, como era habitual por finales de Noviembre, pero nada más poner un pie en el apartamento se había comenzado a sentir como una patata recién asada—. Sólo me defendí.

—Y “defender” era devolver los golpes —dejó caer la voz de su madre.

—¿Se te ocurre algún otro modo de defensa? —soltó sin pensárselo seriamente el joven. Estaba demasiado enfadado como para medir sus palabras ante su madre.

Escuchó entonces cómo cerraba el portátil y se levantaba de su asiento. No tardó en notar su presencia a su lado, la de una mujer de treintaidós años, alta e imponente.

—Déjame ver esas heridas —ordenó, cogiéndole de la cara dulcemente. Max quiso resistirse a dirigirle la mirada, pero finalmente se rindió y la miró a la cara. Su pelo era largo y liso, cayendo por su espalda. Sus ojos se combinaban con su pelo, como dos pozos oscuros y profundos que llegaban hasta su alma. Su piel, sin embargo, era pálida: muy pálida. Su rostro se podía considerar bello y único, y nadie, viendo su figura, diría a primera vista que era madre.

—No son nada —rechistó él en bajo.

—No digas tonterías. Estás sangrando —se apartó de su hijo y se dirigió al baño—. Voy a por el botiquín.

Max resopló y se tiró en el sofá. Quería mucho a su madre, pero sabía que, en cuanto le atendiera las heridas, se lanzaría sobre él con un descomunal sermón sobre las peleas. Tenía muy poca paciencia con los gilipollas que le acosaban en el instituto. Desde que se mudaron a España seis años antes, siempre surgía uno cuando estaba de menor humor. Tenía pocos amigos, y mucha gente aseguraba que se trataba de alguien muy introvertido.

No tardó en aparecer su madre, con desinfectante y un par de tiritas. Ella era su única familia. No tenía más hermanos, y Max jamás había conocido a su padre. Cuando preguntaba por él, ella siempre le contestaba, rotundamente, que no le hablaría de él. En parte hubiese deseado que evitara sus preguntas, porque sólo le ayudaba a frustrarse más de lo que normalmente estaba. Se sentía, en ocasiones, solo. Ella siempre le intentaba prestar toda la atención posible, pero entre sus faltas por su trabajo como fiscal y las comidas con superiores, se sentía un poco apartado.

—Esto no te va a doler —aseguró ella, acercando un poco de algodón con desinfectante a su ceja. No, no dolía. Escocía terriblemente.

Max observó su alrededor mientras su madre le desinfectaba la herida. No podía quejarse de su tren de vida: vivían en el centro de la ciudad, en un buen piso con dos habitaciones, un despacho, dos baños individuales, el salón, la cocina y el hall. El salón estaba amueblado con un amplio sofá en el ventanal al fondo, con unas cortinas doradas preciosas; una estantería llena de libros, la mayoría de derecho, guardados tras unas vidrieras; un televisor de plasma con un buen número de pulgadas; una mesa negra para comidas con invitados… Económicamente, era una pequeña familia que no podía quejarse.

—Ya está —anunció su madre, poniéndole una tirita en la mejilla. Max odiaba las tiritas, e hizo un ademán de arrancársela—. Si vas a quitártela, espera a mañana temprano. Ahora mismo deja que sangre.

—Gracias —susurró, bajando la cabeza

—Y ahora, volvamos al tema anterior. ¿Qué dijimos sobre las peleas?

—Mamá, estaban insultándome —se excusó él—. Yo les contesté y ellos se lanzaron a por mí. Tuve que defenderme.

—Qué curioso que siempre sean ellos los que empiezan.

—¡Mamá!

—Está bien, lo retiro —se disculpó ella, seria—. Pero lo que debes hacer es evitarles. Ignorarles. Si entras en sus peleas, estarás a su mismo nivel.

—No se pueden ignorar las peleas eternamente. Eso te convierte en un cobarde.

—No, te convierte en alguien sabio. No quiero que te veas envuelto en más peleas.

—¿Y tú qué? ¿También te peleabas porque empezaban ellos?

Ya está. Lo había dicho. Max se mordió la lengua, arrepentido ante aquellas palabras. Le había echado en cara algo que llevaba día rondándole por la cabeza, cuando debería habérselo callado y no decir absolutamente nada. Ahora, su madre parecía estar terriblemente callada y con la cabeza baja.

—De eso hace años —concluyó ella.

—Perdona, mamá —se disculpó él—. Sé que eran situaciones distintas. No pensaba en lo que decía.

—Vete a tu habitación.

Max se apresuró a obedecer a su madre. La había enfadado, y con suficientes motivos. La dejó allí, sentada en el sofá, callada, ensombrecida. Incluso notó, al salir de allí, que el ambiente del salón era mucho más apagado; las bombillas parecían haber bajado su potencia, dando un aspecto más sombrío al lugar.

Cerró la puerta con calma tras de sí y se tiró en la cama. Se despreocupó completamente por los ejercicios enviados del instituto: eran una lata y se sentía mal. Había mencionado el antiguo “trabajo” de su madre, un tabú en el interior de su casa.

Ella fue la Eterna Oscura. Un ídolo para muchos, incluso para él. Nunca se había dado cuenta, mientras era un niño, del peligro que suponía aquello. Lo había dejado todo para, según suponía, poder vivir una vida normal con él.

Recordar aquellos días pasados era muy doloroso para ella, por algún motivo. Se sentía mal por haberlos mencionado. Las normas de la casa estipulaban, claramente, que nunca se debía hablar de ello. Las había roto.

Max cogió un cómic de Man-Spider y comenzó a leerlo, intentando olvidar lo que acababa de hacer.
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Siento tener que decirlo, pero acostumbraos a los capítulos cortos. La publicación en la revista da un límite de páginas a la semana, por lo que rara será la ocasión en la que veréis un capítulo de extensión normal, y menos largo. Pese a todo, uniré capítulos y añadiré episodios exclusivos para alargar la vida de la historia.

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Re: Eterna Oscura

Notapor TERRBOX » Jue Mar 17, 2011 11:20 pm

Pues es cierto, se me ha hecho poco, es bastante corto. Aun así he de decir que sigues escribiendo igual de bien que siempre, este capítulo nos desvela hechos "importantes" de la vida de Eterna Oscura, son necesarios, pero no me gustan especialmente. Quiero decir, el prólogo me gustó mucho mas, será por la situación.

De todas maneras, es genial.
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Re: Eterna Oscura

Notapor Nell » Vie Mar 18, 2011 12:14 am

Sé que sonará repetitivo, pero muy buen capítulo (tanto prólogo como la primera parte del primero) ^^ Nada que criticar. Lo cierto es que aborrezco, por alguna extraña razón, a Marvel y todo a lo que superhéroes de su estilo se refiere, pero Eterna Oscura me está gustando, es la superheroína idealizada (luchando contra el crimen incluso en su vida cotidiana) y al menos, no hace chistes malos que me dan ganas de darme contra la pared más cercana xD
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Re: Eterna Oscura

Notapor Rinoa » Vie Mar 18, 2011 5:05 pm

Vaya... pues sí que se ma he hecho corto, sí. Pero he vivido la escena madre e hijo como si estuviera metida llenamente en la historia, realmente relatas bien.
Eterna Oscura parece una mujer muy dócil, cosa que me choca con el carácter retorcido de Diablo, me gusta.
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Re: Eterna Oscura

Notapor Sombra » Vie Mar 18, 2011 10:39 pm

¡Malditos niñatos canis! Me cae bien Eterna, es maja y tierna con su hijo :3

Y sí, el capítulo fue corto.
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Re: Eterna Oscura

Notapor Ichl » Mié Mar 23, 2011 9:02 pm

Perdon por no postear antes, pero acabo de leer el segundo capitulo :P

Al igual que el primero, me ha encantado la narración. En serio, ya quisiera yo que se me diese así de bien. Se podría decir que el capitulo es algo mas soso que el anterior, pero es totalmente comprensible y perdonable, ya que tenías que presentar al personaje de Eterna Oscura, y lo has hecho de una forma magnífica. Estoy ya deseando ver el siguiente. :wink:
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Re: Eterna Oscura

Notapor Soul Artist » Jue Mar 24, 2011 11:01 pm

Capítulo Primero
Segunda & Tercera Parte


Guillermo de la Rosa volvió a echar un vistazo a su reloj de muñequera. Las cuatro de la tarde.

Sentado en la parte trasera de una limusina negra, esperaba a una mujer que jamás había visto antes. Junto a él se encontraba un hombre al que había recogido en el aeropuerto apenas una hora antes, un varón robusto, de estatura media y con cara de pocos amigos. No sabía mucho acerca de él, excepto que su origen debía ser oriental por sus ojos achinados y azules oscuros, y que el tipo era más frío que un témpano. Apenas le había dirigido un “buenas tardes” al entrar en el automóvil; el resto del tiempo se había dedicado a abrazar su maletín de cuero, negro y de aspecto lujoso. Rondaría los cincuenta años, a juzgar de su calva, y el poco pelo que le quedaba estaba débil y caído. Pese a ello, se resistía a las arrugas, que apenas habían aparecido por su cuerpo.

El desconocido vestía bien, con un traje italiano negro y corbata marrón oscura. No como él, que se había presentado para la ocasión con lo primero que había encontrado en su armario: unos pantalones blancos, su gabardina grisácea y una gorra de lana. No era el conjunto perfecto, pero a su edad poco le importaba: diecinueve años apenas cumplidos.

A Guillermo le gustaba su estilo. No, se gustaba a sí mismo, siendo directo. Era un joven muy atractivo, moreno, de pelo castaño clarito y ojos grises, casi blancos. Su pelo era corto, revoltoso, pero al ocultarlo bajo su gorra apenas se preocupaba por peinárselo. En su cuello portaba una cadena dorada que brillaba con la poca luz del sol que entraba por la ventanilla del coche, por donde observaba si la mujer salía del edificio.

La calle estaba bastante abarrotada de gente, siendo una de las principales de la ciudad: el Edificio de Justicia. Sólo con oír su nombre al muchacho le entraban escalofríos. No era un lugar muy alto, sólo tres pisos, y con un estilo barroco que lo embellecía notablemente. Estaba situado cerca del centro, y era considerado uno de los lugares emblemáticos de la ciudad, construido por un arquitecto famoso que había realizado obras que poco interesaban a Guillermo. Cualquier cosa relacionada con cultura, para él, era puro aburrimiento.

Y finalmente apareció la susodicha mujer.

Una mujer esbelta, pálida, de pelo negro y largo. El joven sacó de su bolsillo la foto que le habían dado y la observó: era ella, sin lugar a dudas. “Soiartze Aran”, ponía debajo de la imagen. Guillermo la guardó y abrió más la ventanilla para sacar la cabeza.

—Eh. Psst —intentaba llamar su atención, pero ella le ignoraba—. Guapa. Aquí.

Soiartze continuó caminando por la calle. Quizás no había sido del todo educado.

—¡La de negro! ¡Ven, tengo algo que contarte!

La mujer se alejaba con paso seguro. Guillermo volvió a meter la cabeza en la limusina e indicó al chófer que se acercara más a ella. Antes de volver a mirar el exterior, los ojos del joven se fijaron en los del hombre: le miraba con desaprobación, seriedad. Que se metiese en sus asuntos, llamaría la atención de la mujer a su propio modo.

—¡Guapa, escúchame! —pidió sacando la cabeza— Verás, vengo en nombre de…

—Piérdete. —contestó tajantemente ella. A Guillermo le costó recuperarse del impacto provocado por aquellas palabras, pero cuando lo hizo ya se estaba alejando. Indicó de nuevo al chófer que se acercara. En cuanto lo hizo, salió disparado del automóvil.

—¡No, en serio, escúchame! Sé quién eres, y tía, soy un gran admirador tuyo.

—¿Hacerme la pelota te hace feliz? —preguntó Soiartze enfadada cruzándose de brazos.

—¡Tronca, no te hago la pelota! Venga, métete en la limusina y vamos a ver a mi jefazo, ¿quieres?

La mujer le contestó con el gesto obsceno de levantarle el dedo central.

—Dile a tu jefe que no acepto sobornos. Ni amenazas.

Soiartze dirigió sus pasos hacia el paso de cebra cercano, pero Guillermo le cortó el paso.

—¡Joder, no te dirijas así a mí, que no te he hecho nada! —se enfadó el joven—. Que no tiene nada que ver con eso de que seas fiscal, en serio.

—Apártate o llamo a la policía.
—¡Pero que no he hecho nada! ¡Que sólo quiero que vengas conmigo! ¡Que no quiero nada más!

El joven cogió del brazo a Soiartze, impaciente. Ésta reaccionó rápidamente soltándose y agarrándole por el mismo brazo para hacerle una rápida llave que le levantó del suelo y le dejó tirado en él boca abajo, mientras que se apoyaba sobre sus brazos para retenerle.

—¡Te dije que me dejaras tranquila! —gritó ella.

Guillermo se quejó por lo bajo, humillado. Los transeúntes se habían reunido a su alrededor, viendo cómo le había dejado tirado en el suelo de ese modo.

—Yo no he hecho nada…

—¿Puede avisar a un policía, por favor? —pidió amablemente Soiartze a una mujer del público—. Este sujeto puede ser peligroso suelto.

—Puedes soltarle, Aran.

La mujer soltó a Guillermo al oír la voz. Éste, en cuanto pudo recuperarse, se despegó del suelo y dirigió la vista al otro lado de la limusina. El hombre que le acompañaba había salido de ésta y miraba atentamente a Soiartze.

—Gracias, tronco —le susurró casi inaudiblemente—. ¿Os conocíais?

El hombre simplemente afirmó con la cabeza, silencioso.

—Hacía tiempo que no te veía, Aran.

—Mucho, me temo… Desde el entierro de mi padre —contestó la mujer apartando la vista y llevándose una mano al cuello—. Y desde aquello han pasado ya once años…

—Veo que tu carácter no ha cambiado mucho —comentó el hombre, entre un reproche y una observación—. ¿Cómo se encuentra Max?

—Ha crecido. Ahora va al instituto.

—¿Podemos entrar en la limusina? —preguntó Guillermo, avergonzado—. La gente nos observa. Es incómodo.

El hombre lanzó una mirada al joven que le hizo sentir escalofríos.

—Aran, he venido porque hay un asunto por el cual he sido convocado un viejo amigo mío y de tu padre, y parece que te incumbe ligeramente. ¿Puedes acompañarnos, por favor?

—Que sea rápido, por favor —contestó ella, entrando la primera en la limusina. Guillermo se dispuso a entrar, pero el hombre le señaló con el dedo antes.

—En la próxima ocasión sea amable con la gente, joven —le recomendó—. Con esos modales no llegará muy lejos.

El individuo entró en el automóvil. Guillermo, frustrado, imitó su comentario con voz infantil y gestos tontos.

—“Con esos modales no llagará muy lejos, bla, bla, bla…” Idiota.

El muchacho entró en la limusina y cerró la puerta con fuerza, a la vez que el vehículo comenzaba a circular por la calle.

Kwan Eoleum observó a Aran una vez dentro del vehículo. Habían pasado once años y no en balde. Ella había cambiado completamente, pasando de ser aquella joven tímida, inexperta y sonriente a aquella mujer hecha y derecha, decidida y seria. Parecía más sombría, más distante y fría que antes. ¿Podrían haber influenciado sus oscuros poderes en ella? ¿O quizá tener que cuidar de Max en aquel mundo violento y desagradable?

Dejó de reflexionar sobre aquello en cuanto De la Rosa entró en la limusina, poniéndose ésta en marcha. Eoleum juntó los dedos de sus manos y clavó sus fríos ojos en la mujer, que se había sentado en el coche con los brazos cruzados.

—¿Y a quién vamos a ver? —preguntó ella—. ¿A Goya? ¿A Hitori, tal vez?

—No le conoces —aclaró Eoleum—. No pudo ir al entierro de tu padre.

—Si no acudió a su funeral, entonces no debían ser amigos —dedujo ella, apartando la cara hacia la ventanilla.

—No pudo, Aran —volvió a explicar Eoleum—. Tiene ciertos problemas legales con Estados Unidos. Es… Difícil de contar.

La mujer siguió observando la ventanilla, ignorándole. Entendía que siguiera algo enfadada con él tras el velatorio de su padre, tras lo cual habían cortado toda la comunicación posible. Pero si había vuelto era por ella, y antes o después tendría que darse cuenta.

—¿Y qué pinta éste —Aran dirigió una mirada rápida a De la Rosa— en todo esto?

—¡Un respeto, tía, que tengo nombre! Soy Guillermo de la Rosa.

—Es uno de los nuestros —comentó Eoleum. La mujer le dirigió una mirada llena de dudas.

—¿Un Eterno?

—Sí.

—¿Qué poder?

—Luz.

—Ya me parecía que era demasiado tonto.

—¡Eh! —se quejó Guillermo—. ¿De qué habláis? ¿De mis poderes?

—Igual explicártelo ahora te haría comprender más lo que has heredado, muchacho —comenzó Eoleum, colocándose mejor en el asiento y dirigiéndose hacia De la Rosa—. Bien, por lo que sé hace poco que descubriste tu título de Eterno.

—Hace poco es decir nada, viejo —señaló el muchacho—. Tres días. Desde que el loquero ése vino a hablarme de tonterías no he parado. ¿Hay cosas que explicar?

—¿Loquero? —preguntó Aran.

—Quien vamos a visitar es psicólogo —le reveló Eoleum, sin detenerse en más explicaciones—. Bien, tres días. ¿Pero desde cuándo puedes controlar esa luz?

—Yo diría que desde hace dos meses. Estaba trabajando en la plaza de Madrid cuando… Sin querer… Deslumbré a unos turistas y su dinero cayó en mi bolsillo. Accidentalmente.

—¡Tú eres el ladrón que estaba acosando tanto a la ciudad! —le acusó la mujer, histérica. Se levantó de su asiento dirigiéndose hacia el joven con su puño en alto, pero éste se apresuró a corregirse.

—¡Bueno, bueno, al principio no era mi intención robar! Yo sólo necesitaba dinero y… En fin… ¿Sabes cómo ayuda dejar temporalmente ciegos a tus víctimas para que nadie pueda acusarte? ¡Sólo aproveché mi don sin hacer daño a nadie!

—¿Que no haces daño a nadie? ¡Has dejado a gente en el hospital con ceguera temporal por una semana, idiota!

—¡Tranquilízate, Aran! —ordenó Eoleum.

La mujer ignoró al hombre. Enfurecida, cargó su puño con fuerza y lo dirigió hacia el ladronzuelo, sacudiendo su mejilla con fuerza. Preparó un segundo golpe, pero algo frío le tocó el hombro y la empujó hacia atrás. Algo muy frío.

Eoleum la observaba con seriedad mientras la sentaba de nuevo en su silla. Apartó su brillante mano, descolorida en ese momento, y se volvió a colocar en su sitio. Tanto frío debía dejar tranquila a la joven unos minutos.

—Gracias, tronco —suspiró De la Rosa, viéndose salvado de la mujer.

—Maldita sea —Aran chaqueó la lengua, debilitada—. Odio el frío.

—Este es mi poder, joven —explicó al muchacho—. El hielo. Por ello se me conoce como el Eterno Gélido.

—Entonces hay más poderes como los míos —recapituló el joven—. Y sus poseedores somos conocidos como “Eternos”.

—Pero no fueron creados para idiotas como tú —remarcó Aran—. Deberían ayudar a la justicia.

—No le hagas caso —señaló Eoleum—. Está obsesionada con el concepto de la “justicia”. Fue superheroína y ahora es fiscal, desperdiciando sus poderes.

—Seguro que los utilizo mejor que tú, Eoleum.

—Joven, voy a darte un consejo —dijo el hombre al muchacho—. Son tus poderes. Es tu vida. Tú decides qué hacer con ellos, cómo utilizarlos. Aquel que te los legara lo haría con una razón: y es tu decisión atender a dicha razón o ignorarla.

—¿Alguien me los legó?

—Los poderes Eternos pasan de generación en generación. A la muerte del anterior poseedor, la persona elegida por él los recibe. ¿No sabes quién pudo entregar los tuyos?
De la Rosa apartó la mirada, pensativo y triste.

—No sé quién habrá sido el idiota que me los habrá legado. ¿Seguro que me eligieron?
—Si no se elige un heredero, los poderes se desvanecen para siempre. Aunque se haga inconscientemente, hay que elegir a alguien.

—No, a mí nadie pudo elegirme. ¿A vosotros os eligieron?

Eoleum apartó la mirada. De la Rosa dirigió un vistazo a Aran, la cual le miró a los ojos fijamente.

—Mi padre me eligió a mí —contestó ella.

—¿Y a ti, vie…? —comenzó a preguntar el joven, pero la limusina se detuvo en ese momento, lo que le dio a Eoleum la ocasión perfecta para evitar la pregunta.

—Hemos llegado —señaló, bajándose del automóvil. Guillermo hizo lo mismo y ofreció una mano a Soiartze para ayudarla con su congelación parcial, la cual no rechazó.

—Esto no significa que haya olvidado tus fechorías, criminal —le dijo. El joven tragó saliva—. En cuanto tenga ocasión, te entregaré a la policía y me aseguro personalmente de que te caigan al menos diez años de prisión.

Guillermo se quedó quieto en su sitio mientras la mujer se alejaba lentamente de él. Lo poco que llevaba con ella no estaba siendo nada agradable.
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Re: Eterna Oscura

Notapor Sombra » Vie Mar 25, 2011 11:15 pm

Se está poniendo interesante. Me gusta :D (Ya leí este capítulo en No Lo Leas pero una vez más no está nada mal xD)
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Re: Eterna Oscura

Notapor Soul Artist » Jue Mar 31, 2011 10:00 pm

Capítulo Primero
Cuarta Parte



—Doctor, hoy la he vuelto a ver.

El especialista suspiró levemente.

—¿No cree que debería haber comenzado la sesión hablando de ello? —preguntó el psicólogo.

Jean Bauchau no podía considerarse como un hombre de carencias. Siempre había tenido éxito en sus estudios e investigaciones, como dejaba claro su despacho, que ahora servía de clínica para algún pobre como aquel que tenía delante. Recorriendo las paredes podían observarse decenas de diplomas honoríficos enmarcados y recortes de periódicos que trataban acerca de él en variados idiomas. Los había colocado de manera cronológica, partiendo desde la puerta a la izquierda del escritorio hasta la estantería que tenía delante. Narraban su vida, sus éxitos en el campo de la psicología, la filosofía y la arqueología incluso. En su estantería se podían apreciar cientos de libros acerca de estos campos, pero hacía relucir especialmente, sobre todos los demás, sus libros escritos y algunas biografías no autorizadas.

Sobre su escritorio de ébano el hombre tenía todo lo que debía tener. Una pluma, un recipiente con tinta negra y unas hojas en blanco sobre las que escribir; una lámpara pequeña, roja y elegante, regalo que le hicieron en China; y una foto enmarcada de un niño pequeño, su hijo, que desde hacía doce años no veía.

—Pero doctor, tenía miedo de cómo reaccionaría al saberlo —se excusó el cliente—. Y ella estaba tan radiante… Bajando las escaleras… Me saludó y se fue a trabajar.

—No me tengas miedo —dijo el psicólogo observando la ventana—. Sólo estoy aquí para ayudarle.

—Tiene razón —rió tontamente—. Sí, hablaré de ello. Verá…

Bauchau no apartó la vista de la ventana, observando atentamente su propio reflejo. Hacía unos años se había considerado alguien bello, interesante, carismático. Sin embargo, ahora se veía atrapado, y su propia imagen lo decía. Se le estaba cayendo el pelo poco a poco, a la vez que se lo había dejado canoso y sin vida; las arrugas le comenzaban a invadir, sin apenas oponer resistencia; sus gafas pequeñas y redondas ya no le daban un aspecto intelectual, sino anciano; y su bigote, antes radiante y firme, ahora era aburrido y caído.

No podía evitar sentirse atrapado. Durante tantos años había estado tan enfrascado en sus campos del saber que ya no podía salir de ellos. Sentía cómo había cavado un agujero demasiado profundo como para salir de él. Años de investigación se habían visto reducidos a convertir su humilde chalé, a las afueras de una ciudad española, en una clínica para ayudar a gente que realmente no necesitaba ninguna ayuda, como el pobre infeliz al que ignoraba en aquel momento. Y los que sí necesitaban ayuda no iban a su consulta. Tal vez estaba siendo vanidoso, poco interesado en sus clientes, ¿pero qué culpa tenía él? Sólo quería un sujeto interesante. Alguien que no le hablara de lo poco que le quería su padre o de la mujer imposible que uno jamás alcanzaría.

Quería escapar. Necesitaba cualquier cosa para hacerlo. Una señal.

Alguien llamó a la puerta con un par de golpes suaves. Bauchau no contestó, simplemente la puerta se abrió y su secretaria se asomó.

—Señor, De la Rosa ya ha llegado con los dos invitados.

—Gracias, Sandra —contestó con una sonrisa el psicólogo—. Bueno, joven, va siendo hora de despedirnos.

—¡Pero si no he terminado de explicarle cómo me siento! —se sorprendió el cliente. El doctor sólo se molestó en señalar su costoso reloj de muñequera mientras se levantaba de su asiento de cuero.

—Su cita terminó hace dos minutos.

—¡Pero…!

—Nos veremos el próximo jueves. Para cualquier cosa hable con mi secretaria.

Bauchau salió apresurado de su despacho, intentando evitar al paciente. No sólo estaba deseoso de librarse de él, sino que ardía en deseos de volver a ver a su viejo colega Eoleum y conocer por fin a la célebre hija de Edward Aran.

Bajó las escaleras de su casa, apresurado, y dirigió su vista hacia el hall. Allí se encontraban los tres personajes, mucho más interesantes como sujetos en cuanto a su psicología que cualquiera de los clientes que tenía. El joven, inexperto y ladronzuelo de poca monta Guillermo de la Rosa, que observaba con poco interés una de las dos plantas que adornaban la entrada previa al pasillo por el que bajaba; el adulto, frío e inexpresivo Kwan Eoleum, coreano, que ocultaba sus sentimientos bajo una fuerte capa de insensibilidad y alejado de los temas más humanos; y por último ella, Soiartze. No tenía palabras para describirla.

—¡Bienvenidos! —les saludó él, mostrando una amplia sonrisa—. ¡Kwan, amigo, cuánto tiempo! ¿Cómo ha ido el viaje? ¿Muy pesado?

—Los he tenido más largos.

—¡Y tú debes ser Soiartze! —Bauchau fijó su vista en la mujer—. Eres igualita a tu padre. Siento no haber podido acudir en su día a su entierro.

La mujer se quedó de brazos cruzados observándole y, seguramente, analizándole. En aquel momento vestía su bata blanca de psicoanalista, pero aparte de aquello, estaba más que presentable. Se había aseado bien para la ocasión e incluso había rescatado su peine del fondo de un baúl, lleno de polvo, para encontrarse en condiciones para la ocasión.

—Encantada.

—Pasad, por favor, pasad a la habitación del fondo a la derecha —pidió, indicándoles con la mano la puerta a la que debían dirigirse—. Tenemos mucho de lo que hablar. ¿Queréis café? ¿Té?

—Un vaso de agua será suficiente —pidió Eoleum—. Con hielo.

—Yo tomaré un café solo —decidió Soiartze.

—Viejo, quiero una Coca-Cola —solicitó por su parte Guillermo.

Una vez dentro de la habitación, entrando Bauchau por delante de sus compañeros, se movió entre la oscuridad hasta una pequeña nevera situada en el fondo. Se trataba de una clase de proyección donde de vez en cuando había dado alguna conferencia, aunque en el último año no le había dado ningún uso. Había limpiado el polvo y aproximadamente diez sillas de plástico se encontraban bajo un proyector de baja calidad en el techo, que apuntaba directamente a una pantalla desplegable. Las ventanas tenían las persianas bajadas, lo cual no dotaba de la estancia de demasiada luminosidad.

El psicólogo se acercó con dos vasos y se los entregó a Eoleum y De la Rosa.

—¿Seguro que lo quieres con hielo, Kwan? Estamos en diciembre.

—Aquí dentro hace calor.

—Y para usted, señorita… —Bauchau acercó a Soiartze un vaso de plástico con agua y una cucharilla, junto a un sobre de café instantáneo y otro de azúcar—. Espero que me disculpes, no tengo cafetera.
—Tranquilo.

—Bien, sentaos, sentaos, por favor —pidió contento el psicoanalista, dirigiéndose al ordenador que tenía delante de las sillas y toqueteando un poco—. ¿Os ha informado Guillermo de por qué estáis aquí?

—No, hemos ido hablando del buen tiempo por el camino —contestó Soiartze con algo de sarcasmo—. Y crímenes imperfectos.

Bauchau se rió falsamente, intentando acomodarse a la situación y ganarse el apoyo de la mujer. Ésta sólo le respondió bebiendo un sorbo a su café. Tuvo que aclararse la voz para continuar.

—Bueno, entonces sabréis que los aquí presentes somos todos Eternos. Hace unos años…

—¿Cuál es su poder? —le interrumpió Soiartze. Bauchau le sonrió.

—El fuego. Soy el Eterno Ígneo.

Ella no dijo nada más. Bauchau lo interpretó como vía libre para seguir hablando.

—Bien, como decía, hace unos años algunos Eternos nos dedicamos a investigar el origen de nuestros poderes —explicó—. Esto lo comenzamos Edward Aran y yo, como sabrás, Soiartze —la mujer guardó silencio, mientras seguía con los brazos cruzados—. No tardamos en localizar a más como nosotros. El Eterno Gélido, Terráqueo, Ilusionista, Aéreo… Todos repartidos por distintas localizaciones del mundo. Pero acabó mal: yo fui declarado persona non-grata en algunos países y Edward… Bueno…

—Murió asesinado —terminó Soiartze—. Ve al grano.

Bauchau suspiró. La mujer se estaba imponiendo a la conversación, y estaba lejos de ser agradable.

—Bien, las comunicaciones entre los Eternos se rompieron tras aquel suceso —continuó él—. Yo dejé de investigar nuestros orígenes. Pero sin embargo, ahora, creo necesario volver a reunirnos.

—¿Por qué? —preguntó Eoleum. El psicólogo suspiró y encendió el proyector con un mando a distancia.

—Por… Él.

Como esperaba, la reacción de Soiartze fue notable. La imagen que apareció en la pantalla le hizo casi dar un salto y dejó de mantenerse en brazos cruzados para abrir los ojos como platos.

—Os presento a Diablo —Bauchau señaló la pantalla proyectada, donde un hombre con pelo largo y desaliñado apareció—. Asesino en serie. Archienemigo de la superheroína Eterna Oscura.

—Dame una razón para que no me haya ido ya —exigió Soiartze, mostrando algo de enfado en sus palabras—. Está ya muerto. Hace unas semanas fue su ejecución.

—Te daré ese motivo, Soiartze. El día de su ejecución la prisión de la ciudad St. Patrick se derrumbó. Encontraron muchos cadáveres, pero el suyo, desgraciadamente…

—¡Me estás tomando el pelo! —gritó enfurecida, levantándose de golpe de la silla.

—Aran, cálmate —pidió Eoleum colocándole la mano en el hombro de la mujer.

—¡No quiero calmarme! —se agitó y le apartó bruscamente—. ¡No entiendes lo que esto significa!

—Es peor de lo que piensas, Soiartze —señaló Bauchau—. He visto el vídeo de un aficionado que pensaba grabar la ejecución. Y parece que Diablo utilizó un poder eterno para liberarse de la silla eléctrica…

—No —susurró ella con los ojos en blanco. Parecía ser que su simple recuerdo ya le provocaba un atroz miedo—. No puede ser.

Bauchau dirigió su vista a De la Rosa, que parecía levemente preocupado en el estado de la mujer.

—Guillermo, necesito que me hagas un favor. Tienes que viajar a Portugal a comprobar si un viejo amigo, el Eterno Terráqueo, se encuentra bien. Espero que te acompañe Kwan, cuando le conozcas verás que no es muy amigable.

—Allí iré —sentenció Eoleum.

—Yo intentaré contactar por mi parte con el Eterno Eléctrico. Los poderes de Diablo corresponden seguramente a uno de los dos. Si descubrimos que uno de ellos ha fallecido, sabremos quién le ha legado su poder. Tú, Soiartze…

Pero antes de que dijera nada, Bauchau dirigió su vista hacia la silla donde se sentaba la mujer. Estaba vacía, y la puerta de la habitación abierta, sin que se hubiese podido dar cuenta.

—Vaya —se sorprendió Guillermo—. Como una maldita ninja.

Bauchau colocó su dedo índice bajo el labio inferior, pensativo. Ya no podía contar con la ayuda de la mujer, al parecer.
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¡Es la hora de la publicidad gratis e innecesaria!

A partir de esta semana, la versión remasterizada de “Players: The Broken Dreams” se comenzará a publicar en No Lo Leas de forma mensual.

Y para celebrarlo, ¡capítulo especial de Eterna Oscura la semana que viene para retrasar más la historia respecto a la revista! ¡Y secciones actualizadas!

¡Aprovechad, que me lo quitan de las manos!

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Re: Eterna Oscura

Notapor Sombra » Vie Abr 01, 2011 10:13 pm

Que bien montada está la historia. Has mejorado mucho desde que escribias Players, te felicito.
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Re: Eterna Oscura

Notapor Soul Artist » Vie Abr 15, 2011 12:22 pm

Capítulo Primero
Quinta Parte


—Ya estoy en casa…

La voz de Diablo surgió tras la robusta puerta de madera a la entrada del apartamento. Acababa de entrar gracias a las llaves que el misterioso admirador anónimo llevaba tiempo carteándose con él, alguien que imaginaba como un pobre joven e idiota que no sabía bien lo que estaba haciendo. Debía ser alguien con muchos contactos igualmente, ya que le había otorgado de aquellas llaves, una vía de escape hacia Portugal y la localización de la Eterna Oscura.

El hombre jamás había estado antes en aquella casa. Lo primero que percibió, fuera parte de que la puerta tuviera infinidad de candados y seguridad, era que el apartamento era pequeño, sucio y con basura tirada por todas partes, desde restos de comida podridos ya hasta papeles arrugados y machados. Apenas dos semanas habían pasado desde que escapó de su prisión, y cualquier vertedero le valía para dormir. Mejor que el barco en el que había llegado como polizonte, donde los marineros habían sido de todo menos agradables. No tuvo más opción que echarles de su propia embarcación, excepto al capitán, que le condujo hasta tierra firme. Igualmente, al llegar se había encargado de que no pudiera contarle a nadie su visita por aquel país, Portugal.

Diablo dejó que su cuerpo cayera sobre el sofá del salón, sin importarse sobre la mancha que presentaba o la basura que tenía amontonada encima. Al otro lado de la habitación podía ver un gran espejo al que sonrió, no sin antes preguntarse por qué ocupaba todo el centro de la pared, mientras que el televisor se encontraba a su derecha, como puesto en segundo plano.
Su reflejo le llamó la atención. Tenía el pelo hecho un asco, largo, descuidado, con mugre y toda clase de suciedad. Le daba igual, nunca había seguido los ideales de belleza habituales. Simplemente, se sonrió a sí mismo. Se gustaba.

Pero verse a sí mismo le hizo reflexionar. ¿Qué debía hacer a continuación? Bueno, ya había escapado de la prisión, era un paso. Todo gracias a los… Poderes que había recibido. Unos poderes extraños, incomprensibles para él. Lo poco que había descubierto sobre ellos hasta el momento era la capacidad de manipular superficies metálicas, que le ayudaba a abrir cerraduras o, como ya hizo, deshacerse de esposas y grilletes.

No era, en absoluto, un poder ofensivo. La Eterna Oscura ya estaría informada de su huída, por lo que estaría esperándole en España. ¿Debía viajar allí? ¿Encontrarla y enfrentarse a ella?

No. Necesitaba algo distinto, más grande que las anteriores veces. Su última batalla había cambiado las reglas del juego: ella había dejado de lado aquel mundo. ¿Dejarlo de lado? ¡No! Lo había cogido y roto en añicos. Ya no quedaban supervillanos, ya no había nadie que luchara en representación del bien y del mal, de la luz y la oscuridad. Aquellos días debían volver, pero iba a necesitar algo distinto.

Algo como…

El timbre de la puerta sonó.

Diablo se levantó de un salto, preparado para atacar a cualquier intruso. Se quedó quieto, tenso. No esperaba ninguna clase de visita. ¿Tal vez fuera su admirador?

Ding dong.

El hombre suspiró y caminó la puerta para asomar el ojo por el pestillo. Dos personas, varones, esperaban al otro lado.

—Parece que no está, tronco —comentó el más joven de los dos—. ¿Crees que Bauchau nos dio la dirección correcta?

Diablo se preguntó qué hacer. Podía cerrar el pestillo, apartarse silenciosamente y tumbarse en el sofá despreocupado. Al día siguiente rebuscaría en el apartamento algo de utilidad y saldría de la ciudad, haciendo una parada en cierto establecimiento donde una conocida trabajaba e iría directo a España.

Pero aquello era lo fácil.

—¿Quién es? —preguntó con voz fuerte.

El joven pareció sorprenderse, aunque su compañero se mantuvo frío y distante.

—¿Goya? Somos Eternos. Mi nombre es Guillermo y este tío de al lado es Kwan.

“Goya”. Aquel nombre provocó algo en la mente de Diablo. ¿Podía tratarse del mismo Goya que él conoció unos años antes? ¿Aquél era su apartamento?

—Goya, debemos hablar —dijo Eoleum.

—Goya ya no vive aquí.

—¿Con quién hablo?

—Con nadie. Pueden volver por donde han venido.

—¿Sabes dónde podemos encontrarle? —preguntó el joven.

—No. Perdeos.

Los dos varones se quedaron en silencio, pero Diablo los ignoró: simplemente se alejó de la puerta. “Eternos”. “Goya”. Sí, hablaban del mismo hombre.

La piezas de un gran rompecabezas mental comenzaban a juntarse con éxito. Goya, el Eterno Terráqueo al que había conocido años atrás, había muerto. Y le había legado su poder, lo que le convertía también ahora en un…

—Eterno.

Diablo sonrió para sí mismo. Aquello era más grande, mucho más grande de lo que había imaginado. Y si no se equivocaba, Goya guardaba “aquello”.

Se dirigió a un despacho, completamente desordenado, al fondo del pasillo que daba acceso al salón. No pensó en lo que estaba haciendo: simplemente comenzó a remover todo, mover el escritorio, tirar las cosas al suelo. Buscaba un objeto del tamaño de un puño, redondo.

Se sorprendió al encontrar una caja de seguridad en la pared, debajo del escritorio, con una larga combinación que meter. Pero no se detuvo en ello: sólo acercó su mano, y al tocar el metal, la puertecilla se abrió.

Y allí dentro estaba. Una bolsa de cuero con un contenido redondo. Pensó en sacar el objeto en su interior, pero no se atrevió. No, si iba a utilizarlo necesitaría un plan.

Y ya estaba comenzando a formarse uno en su diabólica mente.
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La semana pasada no hubo por enfermedad y explosión del PC. Y no he podido traer el capítulo extra.

La traeré… La semana que viene.
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Re: Eterna Oscura

Notapor Sombra » Vie Abr 15, 2011 9:44 pm

*^* Me encanta. Diablo es un personaje tan carismático como cabrón.
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