Before Game
Cuando el hombre llegó con su coche al escenario cuya localización le informaron escasos minutos antes, el lugar ya estaba rodeado de curiosos y unos pocos periodistas que habían acudido raudos a por la noticia. El hombre chasqueó su lengua y se bajó del automóvil, desde el asiento de conductor, una vez aparcado al otro lado de la acera. La calle estaba bien iluminada por las luces de los edificios y las farolas, aunque la oscuridad de la noche se hacía notar. Un par de coches de policía alumbraban con sus incesantes luces rojas y azules el lugar, mientras que un agente procuraba que nadie entrara en el callejón oscuro que tenía a su espalda. El hombre se acercó a él, mostró su placa y se alejó de la iluminada avenida hacia la oscuridad de los callejones. Los sonidos fuertes de la música de un club cercano se fueron apagando a medida que entraba, como si se aislara del resto de la ciudad.
Un escalofrío le recorrió la espalda. No se trataba del frío, que en pleno Noviembre ya comenzaba a dejarse notar entre las calles de St. Patick; se trataba de la escena que tenía delante. Un hombre carbonizado, prácticamente irreconocible, se encontraba tirado en el suelo, muerto, junto con unas bolsas de basura rotas y desperdigadas. El olor a chamusquina y carne quemada dejaba intuir que el cadáver era reciente, y que lo habrían apagado pocos minutos antes de que llegara él. Dos agentes recopilaban pruebas y sacaban fotos con flash.
Pero más que el cadáver, lo que le preocupaba al hombre era el mensaje escrito con fuego en la pared detrás de él.
“Seven days left to start the Game.”
El hombre hizo una mueca. Era ya el tercer cadáver incinerado en dos semanas con un mensaje de ese estilo, una cuenta atrás para comenzar un juego. La prensa, debido a sus métodos de asesinato y sus mensajes, le había apodado como el asesino del “fire play”. Y si aquellos asesinatos continuaban así, pronto se conocería el caso en todo el estado, o peor, el país. Si quería seguir teniéndolo bajo su investigación, debía apresurarse en avanzar en el caso.
—¿Algo nuevo, muchachos? —preguntó el hombre a los agentes, esperando una muestra de pelo, de saliva, lo que fuera.
—Nada de nada —contestó uno de ellos. El hombre chasqueó la lengua—. Lo mismo que con los anteriores. No hay gasolina, ni cerillas… Nada que indique qué originó el fuego. Llegaría incluso a decir que ha sido combustión espontánea.
—No os rindáis. Antes o después encontraremos algo.
—Por supuesto, señor.
El hombre se apartó de la escena, dando la espalda a los agentes. Bajó la cabeza y se frotó sus ojos azules, llenos de cansancio y sueño. Desde que le asignaron el caso apenas había tenido tiempo para dormir, y menos para pensar en sí mismo. Había adelgazado probablemente un par de kilos, su barba de varios días hizo acto de presencia y las ojeras habían hecho dos bolsas grandes y moradas donde estaban sus ojos antes. Su ropa también comenzaba a oler; una gabardina marrón oscura que caía hasta sus rodillas, con una camisa americana amarilla de manga larga y unos pantalones negros de marca que caían hasta sus zapatos negros. A su edad, superando los cuarenta años, cualquiera debería descansar. Pero él no podía.
Se acercó a un contenedor de basura del crimen y la observó por dentro. Nada, vacío. Se pasó la mano por su frente y por su pelo corto y canoso. Los mandamases le comenzaban a mirar como escoria en el cuerpo y todo debido a que no tenía absolutamente nada. Odiaba aquello. Ni una sola prueba, ni una simple interpretación de qué podía ser el “Game”, ni siquiera un arma del crimen. Estaba comenzando a hartarse.
Y para colmo, desde que aquella locura había comenzado apenas había podido ver a sus hijos.
—¡Mierda!
Pegó una patada al contenedor, furioso. Lo tiró del golpe y expiró aire con fuerza por la boca. Quizá se había pasado. Se agachó a recoger el contenedor y lo levantó. Observó a los curiosos al fondo, entre las luces de la policía y las cámaras de los periodistas. Pero su mirada no se distrajo en ellos, sino en una figura que le llamó más la atención.
Una joven observaba con más interés y seriedad que todos los demás. Una chica de piel pálida que rondaría los veinte años, con el pelo marrón clarito, corto y recogido en una pequeña coleta con ojos grandes y grises. Apenas pudo fijarse en su ropa con toda la multitud que tenía a su alrededor, pero llevaba un pantalón vaquero corto a pesar del frío y un cinturón donde llevar una pistola.
La joven notó que estaba siendo observada y clavó sus ojos en el hombre. Un escalofrío mayor que el que había sentido al ver el cadáver le recorrió el cuerpo.
—¿Monsieur Kit?
El hombre apartó la mirada para ver cerca de él, a su derecha, a un joven de poco más de veinte años observándole por encima. Llevaba un elegante sombrero negro bajado en su mano izquierda, sobre su pecho, encima de su traje oscuro de apariencia cara y aristocrática. Llevaba el pelo corto, marrón clarito, que pegaba con sus ojos color miel. Observó también unos guantes blancos en sus manos y un bastón bajo el brazo izquierdo.
El hombre ignoró un segundo al recién llegado para volver a mirar a la joven, pero ya había desaparecido. Chasqueó la lengua y terminó de colocar en su debida posición el contenedor, bufando ligeramente. Observó de arriba abajo a aquel que le había interrumpido mientras observaba a la chica.
—Encantado de conocerle, Monsieur Ryan Kit —aseguró el joven con acento francés, extendiendo su brazo—. Mi nombre es Frobeterre Jodhram. Soy el detective privado contratado por Lord Investigations. Supongo que le habrán informado acerca de la situación.
El hombre conocido como Ryan observó la mano extendida del joven. Levantó la vista hacia los ojos del francés y le miró con rabia. Lo que le faltaba.
—Se suponía que no llegaría hasta el martes. Hoy es sábado.
—Oui, Monsieur Kit, aunque técnicamente ya es domingo —el joven señaló con su dedo índice su reloj de oro, que señalaba hacia la primera hora del día—. No me gusta desperdiciar el tiempo, y menos cuando se presenta un caso como éste. Me gustaría que me informara sobre él lo más detalladamente posible, junto con pruebas, situación…
—Lee el informe —contestó brusca y secamente Kit, pasando por su lado.
Ryan pasó de largo en dirección a su coche y atravesó a los curiosos y los periodistas, los cuales al reconocerle se lanzaron hacia él con decenas de preguntas sin orden y de forma caótica, a las que contestó con un simple “sin comentarios”. Cuando finalmente alcanzó su vehículo y se montó en el asiento de conductor, oyó la puerta de copiloto abrirse y, para su sorpresa, vio cómo Jodharm se montaba en él sin preguntar siquiera nada previamente.
—Qué gente más maleducada, ¿non, Monsieur Kit?
—¿Dónde están tus modales? —escupió Ryan, enfadado.
—Le ruego que me disculpe, pero he sido educado con usted y usted no ha obrado igual. ¿Acaso piensa que debo corresponderle?
Ryan se quedó callado unos segundos, meditando.
—Tienes razón, no he sido educado.
—¿Ve, señor? No era tan difícil…
—Mi educación —le cortó Kit— se perdió a partir del mismo instante en el que me dijeron que soy tan inútil que me mandaban a un detective sin experiencia a hacer mi trabajo y el gilipollas de mi jefe aceptó que colaborara con la policía. Así que, por favor —empatizó—, bájese del coche, vuelva a su aeropuerto y que le den por culo.
Jordham observó a Ryan durante unos segundos, mientras éste señalaba la puerta del coche para salir. Suspiró y negó con la cabeza.
—Me parece que ha exagerado la situación, Monsieur Kit. Tal vez sea un joven sin tanta experiencia como usted, pero creo que soy más un apoyo que quien dirigirá la investigación. Porque usted es Ryan Kit, un detective de tal renombre que hasta en Francia es conocido.
—Eso es cosa del pasado. Fuera de mi coche.
—Tal vez después de haberme insultado en la cara lo haría. Mas no puedo, con toda esa prensa ahí fuera.
Ryan le observó con los ojos llenos de furia.
—¿Por qué no me da una oportunidad? —le propuso Jordham—. Si en quince días no he aportado nada realmente revelador al caso, me retiraré y no volverá a saber de mí.
—¿Quince? Será una broma.
—Diez entonces. Diez días para aportar algo de real importancia.
Ryan se llevó la mano a la barbilla. No tragaba al tipo, pero la verdad era que su obligación estaba en soportarle lo que hiciera falta. Órdenes de arriba, al fin y al cabo.
—Nueve días.
—Está bien, Monsieur Kit. Ahora, ¿podría contarme toda la información del caso?
—En comisaría. Ponte el cinturón.
Jordham obedeció y se colocó el cinturón. Una vez lo hizo, Ryan arrancó el coche y comenzó a conducir.
—Repasemos —anunció Ryan ya en su despacho personal, frente a un mapa con un rotulador en la mano, mientras Jordham se encontraba sentado sobre una silla preparado para tomar nota—. Hace doce días se encontró aquí —señaló un punto en el mapa, en la avenida principal de la ciudad—, en plena calle, el cadáver de un varón de treintaitrés años, blanco, cuyo nombre era Luke Stinton. Apareció incinerado con un mensaje cerca del crimen que rezaba que faltaban diecinueve días para un juego. No se encontraron pruebas que señalaran el origen del fuego ni cómo se extendió por su cuerpo.
—Está bien. ¿Algo a destacar del hombre?
—Tenía un cargo importante en Lord Investigations, aunque no me han querido soltar cuál exactamente. Sospeché que era un ajuste de cuentas con él, pero con el segundo cadáver rechacé la idea.
—Muy misterioso.
—La siguiente víctima apareció cinco días después aquí —señaló un edificio al noreste de la ciudad—, en su propio apartamento. Mujer blanca, de treintaisiete años, también incinerada. Un mensaje en su alfombra señalaba que faltaban doce días para el juego.
—¿Cómo pudo el asesino controlar el fuego de modo que no se extendiera por toda la alfombra? —preguntó Jordham. Kit titubeó.
—Hace falta mucha práctica para ello. Eso nos señala que es experto en manejar fuego, porque no mucha gente tiene tanta maestría con ello.
—¿Algo a destacar acerca de la mujer?
—También trabajaba en Lord Investigations.
Jordham levantó su cabeza directamente hacia Ryan. Éste se sentó sobre un pupitre, reflexionando.
—¿No es extraño? —le preguntó Jordham. Ryan se llevó una mano a la nuca.
—Está claro que sí, pero en la empresa no me sueltan nada. Bueno, sí; a ti. Tú eres la prueba definitiva de que los mandamases saben de qué va el asunto.
—Entonces, usted cree que…
—¿Que el asesinado hoy, aquí —Ryan se acercó al mapa y rodeó con el rotulador un callejón al oeste de la ciudad— trabajaba en Lord Investigations? Estoy segurísimo.
—Muy bien. ¿Ideas?
—Sea quien sea, está obsesionado con Lord Investigations y con cierto juego —narró Kit—. He buscado actividades, como juegos y concursos, en las que la empresa se viera involucrada, pero sólo hay una tontería de un test psicológico que hicieron en una feria sobre psicología para estudiantes de Universidad. Nadie mataría por eso. No al menos así.
—Tal vez el fuego tenga algo que ver —planteó Jordham. Kit negó con la cabeza.
—No. El fuego es su herramienta, su arma para atacar. Es la pasión, los sentimientos del asesino. Ataca a la gente con el fuego porque él se siente como ese fuego. Es puramente psicológico.
La puerta del despacho se abrió y apareció un hombre de aspecto cansado con dos sobres en la mano. Ryan se apartó del mapa y le lanzó instintivamente una mirada furiosa, la cual puso nervioso al recién llegado.
—Siento interrumpirles. Acaba de llegar esto para usted, señor.
Ryan se acercó a él y cogió los dos sobres. Observó el primero, grande y pesado, que dedujo que sería el informe de la autopsia. Esta vez se habían dado prisa; las anteriores veces habían tardado muchísimo más. El segundo sobre era una carta sellada con el mismísimo sello de “LI”, Lord Investigations. Observó en el remitente que era de John Smith, conocido como el “Third” por ser el tercer fundador de la empresa. Sería la confirmación de que llegaba su nuevo compañero. Dio las gracias al hombre por entregarle aquello, tiró la carta sobre su mesa y se centró en el informe de la autopsia, el cual se apresuró en sacar.
—¿Algo interesante, Monsieur? —preguntó Jordham. Ryan afirmó con la cabeza.
—Eso parece. La víctima es Joe McQuack y… No me hace falta mirar más —le entregó el informe de la autopsia a su compañero para que echara un vistazo, lo cual le sorprendió.
—¿Sólo quieres el nombre?
—Le conocía —explicó Ryan—. Bueno, le conocí una vez. Era el ídolo de mi hijo. Siempre quiso conocerle, y hace cuatro años ganó un concurso infantil sobre “qué invento crearías tú” y, en fin, lo ganó. Mi hijo estaba muy nervioso cuando él mismo le dio el premio y la enhorabuena.
—Qué bonito.
—Sí, bueno. Es… Era un gran inventor de Lord Investigations al parecer. Conoces el TR4, ¿no? Fue cosa suya.
—Bueno, esto confirma que el asesino va tras gente de la empresa. Nos queda saber el por qué para poder acercarnos a su identidad.
—Yo no me preocuparía del por qué —sentenció Ryan, bajando la cabeza.
—¿A qué razón se debe?
—A que yo veo más preocupante otra pregunta.
—¿Y de cuál se trata?
—Del qué.
—¿Qué hace? —se preguntó extrañado Jordham. Ryan le miró a los ojos.
—No. Qué es el Game y qué va a pasar cuando dé comienzo si los asesinatos de ahora —señaló el informe— es el calentamiento.
Jordham bajo ligeramente la cabeza pensando.
—Es algo preocupante, sí. Pero nuestra labor es averiguarlo a tiempo, ¿non, Monsieur?
El asesino trazó una línea con su rotulador rojo sobre su mapa. Cubierto en la oscuridad, en el interior del despacho de una fábrica abandonada en la ciudad, repasaba su plan cuidadosa y estratégicamente. Tras retocar el mapa de St. Patrick, se acercó a unas fotos colgadas en la pared de al lado y buscó una con el nombre de McQuack. Al encontrarla, la tachó con el rotulador y la dejó donde estaba. Marcó el lugar donde lo había asesinado en el mapa y se apartó para verlo bien.
—Siete días menos —se dijo a sí mismo—. Siete días para que comience de nuevo…
Iba vestido con un pantalón vaquero largo y una sudadera gris con capucha que le ocultaba ligeramente la cara. Pese a ello, sus ojos naranjas brillaban a través de la oscuridad. Sus manos estaban cubiertas por guanteletes que no tapaban las yemas de sus dedos, dejándolos libres para sentir el tacto de todo lo que tocaba.
Se acercó a su colchón, tirado en el suelo, y se sentó sobre él. Junto a éste había un escritorio, sobre el cual puso la mano para coger una foto. Se levantó de nuevo y la pegó encima del mapa.
—Siguiente víctima elegida —anunció—. Han pasado cinco días desde el anterior asesinato. Ahora deben pasar cuarto. Es lo justo. Tengo ese tiempo para localizarte y sorprenderte.
Observó al chico de la foto. Un adolescente, de no más de dieciséis años, que sonreía alegremente hacia otro chico que estaba de espaldas hacia la cámara. El asesino suspiró.
—Eres el hijo de aquella mujer —susurró—, aquella maldita mujer. A ella me la guardo para el final. Pero tú pagarás por su crimen…
Escribió su nombre bajo la foto y se alejó ligeramente, observándole bien.
—… Leonard Bastheon.
Los plazos de tests siguen abiertos hasta el día 16 de Octubre, sábado. Los capítulos se subirán los sábados a las 16.00 hora española peninsular.
Además, añadiré secciones en el tema principal.