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Oscuridad. A los lados, al frente, debajo, arriba… Mirase donde mirase no podía dejar de observar lo mismo. Una impasible y agobiante oscuridad que todo lo envolvía. Era tal su espesor que me resultaba imposible distinguir forma alguna. Ni siquiera podía verme a mí mismo.
Comencé a notar un tenue frío que bajaba lentamente por los brazos, la espalda, las piernas… Era bastante desagradable, como si estuviera pegado a algo de muy baja temperatura.
La gravedad comenzó entonces a hacer efecto, el propio de un mundo que todo lo atrae. Mi cuerpo la recibió y gracias a ello pude apreciar la posición en la que estaba, que no era otra que tumbado bocarriba sobre algún tipo de metal… una camilla o algo parecido.
Moví la cabeza hacia un lado, y aprecié el suave tacto de una sábana de papel que cubría todo mi cuerpo.
Mi oído empezó a funcionar, captando un distorsionado sonido de pájaros que venía desde lejos, como si estuvieran en otra habitación, u otro lugar distinto al mío.
Intenté estirar un brazo, pero me topé con algo antes de poder alargarlo del todo, con algo duro y tenso. Fui palpando poco a poco aquella cosa, parecía el mismo tipo de sábana que la mía, pero debajo había algo mucho más rígido que yo. Levanté el otro brazo hacia el lado opuesto, para ver si me topaba con lo mismo, y efectivamente. El mismo tipo tejido encima de la misma cosa rígida, aunque esta vez parecía más pequeña. Palpé un poco más y pude distinguir algo como… una mano.
Me asusté, abriendo los ojos casi al instante. Pero la imagen que recibí no fue mejor, al contrario, me di tal sobresalto que caí dejando un seco ruido de metales a mis espaldas, y dándome de bruces contra un objeto pestilente y rígido. Fue tan rápido que ni si quiera tuve tiempo para mirar lo que era, aunque lo imaginaba.
Agachado en el suelo, fui subiendo poco a poco la cabeza, observando con temor aquello con lo que me había tropezado: dos pálidos, rígidos y congelados pies, que sobresalían de una camilla. Tenían un papel enganchado con una pequeña cuerda en el dedo gordo. Me agaché para observarlo mejor:
<<C.M.: Hemorragia cerebral.
Edad: 61.
Sexo: Varón.
Nombre: Neio de Tronvick>>
No pude evitar pensar en la rareza de aquel nombre y, a la vez, en lo familiar que me parecía. Sin embargo, eso no era lo realmente importante. Estaba claro, era un cadáver, y no solo él. También las otras doce personas, tumbadas y aparentemente dormidas encima de sus respectivas camillas de metal. Había siete en frente de mí, apuntándome con la desprotegida palma de sus pies. Era curioso el orden en el que estaban. Los del principio de la sala parecían tener los pies más pequeños, mientras que los del final los tenían grandes como tablas de planchar.
Los de detrás… Había una camilla caída y una sábana a pocos centímetros de ella. Me aproximé para tener mejor visibilidad, pero algo me pellizcó la planta del pie, era una nota agarrada con una cuerda:
<<C.M.: Desangramiento por arma blanca.
Edad: 21.
Sexo: Varón.
Nombre: Kyros Blanck>>
Comencé a notar un tenue frío que bajaba lentamente por los brazos, la espalda, las piernas… Era bastante desagradable, como si estuviera pegado a algo de muy baja temperatura.
La gravedad comenzó entonces a hacer efecto, el propio de un mundo que todo lo atrae. Mi cuerpo la recibió y gracias a ello pude apreciar la posición en la que estaba, que no era otra que tumbado bocarriba sobre algún tipo de metal… una camilla o algo parecido.
Moví la cabeza hacia un lado, y aprecié el suave tacto de una sábana de papel que cubría todo mi cuerpo.
Mi oído empezó a funcionar, captando un distorsionado sonido de pájaros que venía desde lejos, como si estuvieran en otra habitación, u otro lugar distinto al mío.
Intenté estirar un brazo, pero me topé con algo antes de poder alargarlo del todo, con algo duro y tenso. Fui palpando poco a poco aquella cosa, parecía el mismo tipo de sábana que la mía, pero debajo había algo mucho más rígido que yo. Levanté el otro brazo hacia el lado opuesto, para ver si me topaba con lo mismo, y efectivamente. El mismo tipo tejido encima de la misma cosa rígida, aunque esta vez parecía más pequeña. Palpé un poco más y pude distinguir algo como… una mano.
Me asusté, abriendo los ojos casi al instante. Pero la imagen que recibí no fue mejor, al contrario, me di tal sobresalto que caí dejando un seco ruido de metales a mis espaldas, y dándome de bruces contra un objeto pestilente y rígido. Fue tan rápido que ni si quiera tuve tiempo para mirar lo que era, aunque lo imaginaba.
Agachado en el suelo, fui subiendo poco a poco la cabeza, observando con temor aquello con lo que me había tropezado: dos pálidos, rígidos y congelados pies, que sobresalían de una camilla. Tenían un papel enganchado con una pequeña cuerda en el dedo gordo. Me agaché para observarlo mejor:
Edad: 61.
Sexo: Varón.
Nombre: Neio de Tronvick>>
No pude evitar pensar en la rareza de aquel nombre y, a la vez, en lo familiar que me parecía. Sin embargo, eso no era lo realmente importante. Estaba claro, era un cadáver, y no solo él. También las otras doce personas, tumbadas y aparentemente dormidas encima de sus respectivas camillas de metal. Había siete en frente de mí, apuntándome con la desprotegida palma de sus pies. Era curioso el orden en el que estaban. Los del principio de la sala parecían tener los pies más pequeños, mientras que los del final los tenían grandes como tablas de planchar.
Los de detrás… Había una camilla caída y una sábana a pocos centímetros de ella. Me aproximé para tener mejor visibilidad, pero algo me pellizcó la planta del pie, era una nota agarrada con una cuerda:
Edad: 21.
Sexo: Varón.
Nombre: Kyros Blanck>>
Anagrama:
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¿Y si el pasado y el mundo exterior sólo existen en nuestra mente y, siendo la mente controlable, también puede controlarse el pasado y lo que llamamos realidad? - George Orwell