El olvido de la Magia

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El olvido de la Magia

Notapor Deja » Mié Dic 07, 2011 12:44 am

Buenas a todos, aquí os traigo una historia totalmente inventada por mí. Trata sobre un joven, en una edad "media" llena de dificultades. Espero que os guste y acepto críticas a poder ser constructivas.

El olvido de la magia
Capítulo 1: Triste despedida

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—No se puede traicionar al rey, ¿quién te haces pensar? —respondió uno de sus más leales guerreros, pero yo apretaba los dientes y callaba. Estaba ante un veterano curtido en muchas guerras, la mayor parte de ellas causadas en los últimos años por culpa del rey. El hombre llamó a uno de los guardias para sujetar bien a mi padre, estaba tirado mirando hacia el techo con una cara de histeria y unos ojos que parecía habérsele salido de las órbitas. Atado de pies y manos se revolvía aún sabiendo que no conseguiría nada, quizá aumentar aún más la ira de sus atracadores.


En el exterior se oyó a los guardias riendo alguna broma que alguno de ellos habría contado para entretener la última parte de su aburrido turno de guardia. La carcajada de los soldados retumbó entre las paredes del templo como una mueca del denostado presente de una dinastía que, en otros tiempos no lejanos, había sido poderosa y ejemplo de buen gobierno. Ahora todo eso se había desvanecido, desaparecido…


—¡Ay! —exclamé en un quejido ahogado para no llamar la atención del veterano o de los guardias. Instintivamente el primero se giró hacia la esquina donde yo estaba acostado. Varias gotas de sangre fluían por la superficie de la yema de mis dedos, pero no me molesté. Sabía que no debía llamar la atención de nadie por mi propio bien.


El veterano volvió a estirar el brazo y, con sumo cuidado, sus dedos buscaron la empuñadura de la daga. La alcanzaron y la apresaron con el mimo que da la veneración por un objeto al que uno le confiere un poder casi mágico. El puñal apareció sujeto por sus manos y se fue a colocar en la garganta de mi padre. El sudor caía lentamente por la cara de mi padre, estaba a punto de ser asesinado por un guerrero veterano a las órdenes del rey y yo no podía hacer nada para impedirlo.


Estaba detrás de una estantería para que no me vieran, había entrado por la puerta de atrás en la que no había guardia alguna. Sentía como la sangre fluía por mi mano y se deslizaba lentamente hasta desprender pequeñas gotitas que chocaban contra el suelo haciendo un sonido inaudible para el veterano.


—¡No vas a morir hoy! —exclamó dirigiéndose a mi padre con una furia contenida como si de un león se tratase—. Por órdenes del rey hemos de dejarte sobrevivir hasta el próximo amanecer.


Mi mente se puso en marcha veloz como un rayo, era de noche, cualquiera diría que medianoche, le quedaban doce horas de vida a mi padre. En ese momento, el veterano se alejaba de el hombre que me vió nacer mientras guardaba su puñal y hacía señas a los guardias para que dos se quedaran vigilando a mi padre, y que no se escapara, y los otros dos lo acompañaran hacia el palacio del rey. Cuando ya se alejaba giré lentamente la cabeza hacia la entrada. Lo suficiente lejos para que no me oyeran los guardias entrar.


—¡Padre! ¿Qué te han hecho? —le pregunté con untono de voz muy silencioso, procurando no hacer el más del ruido necesario.


—Hijo —se dirigió a mí con un tono de voz potente aunque no muy alto, acerqué la oreja para poder escuchar mejor. Mi padre era irreconocible, los malditos le habían cortado la barba y todo el cabello, notándose así su cabeza sin pelo y sudorosa, toda su cara estaba mojada de sudor y se extendía por el cuello. También pude notar una pequeña herida en su cuello por la que la sangre emanaba y se fundía con el sudor, supuse que era de la daga que le había acercado hacía un rato el veterano.


—Has de saber que te he dejado en tú cabaña en el bosque del norte, una espada, un pequeño libro donde encontrarás unas notas escritas por mí para guiarte a partir de ahora —en sus ojos se asomaban las lágrimas y en los míos también aunque seguía hablando, era importante lo que había allí en aquel libro—. A mí me puedes dar por muerto, mañana por la mañana me ejecutarán. Es importante que leas esos escritos y hagas lo que ponen, es demasiado para contártelo ahora.


Cojí la mano de mi padre y la estreché entre las mías. Mi padre tenía cuarenta años. Había caído en manos de los guardias hace tiempo pero había conseguido que lo liberaran, y ahora lo volvieron a apresar. Esta vez no parecía que tuviera posibilidades para seguir viviendo. Apreté su mano entre las mías con ansia. Qué bien me habían venido los consejos de mi padre toda la vida, pero en particular desde que empezaron a ocurrir cosas extrañas en los mandos de la ciudad. Y ahora, cuando le necesitaba más que nunca, ahora se iba, se marchaba. Me sentí poca cosa. Mi padre siempre estuvo conmigo, siempre, toda mi vida: me enseñó la importancia de los pactos, la importancia de la familia y la importancia de mantener las promesas, me enseñó a saber utilizar mi espada —que me había regalado hace ya tiempo— Mi padre me lo había enseñado todo. Y yo ahora, torpe, no sabía ni qué hacer ni qué decir para animarle en sus últimas horas.


—Sin ti yo no sería nada, padre. No sería nada —las lágrimas nublaron ligeramente mi visión—. Siempre te he querido y te he respetado, padre. Si me oyes, quiero que sepas eso.


Pero mi padre no parecía capaz de escucharme; como si ya estuviera demasiado lejos de allí, como si ya no estuviese a mi lado. La sangre seguía brotando de la herida que al principio parecía superflua pero le iba causar la muerte, había perdido ya mucha sangre. Me arrodillé ante el para decirle algo que le permitiese morir en paz. De pronto, las lágrimas desaparecieron y miré fijamente a sus ojos.


—Haré lo que me pides padre, y honraré todas tus promesas, padre.


Recuerdo cuando llegaba a casa después de unos meses en las fronteras del imperio a causa de las constantes guerras con las gentes del norte. Se decía que eran gente incivilizada, que lo único que sabían hacer era luchar, pero yo no creía nada de eso, si lo fueran, no tendrían tanto poder de combate ni unas formaciones tan bien definidas. En la mayoría de las batallas perdían a pesar de su gran defensa, eran pocos, esa era su impertinencia. En todos los combates luchaban con muchos menos efectivos que el ejército de las fronteras. Aún así eran un pueblo fuerte y leal, cada uno de los soldados, se decía que defendían a su jefe hasta la muerte, no había peor honor para los soldados del norte que volver a sus casas con su general muerto.


Todo lo contrario que los imperiales la mayoría lo único que querían era seguir ascendiendo en los puestos militares para así obtener más poder. Por eso siempre que hubiera la ocasión de dejar desprotegido al capitán lo abandonaban a su suerte a sabiendas que si moría, uno de ellos sería el sustituto. Mi padre sólo era el capitán de una pequeña cuadrilla, la cuadrilla VI delta, bastante conocida gracias a sus logros. Se posicionaban en la esquina superior derecha de las filas del ejército, eran los encargados de forzar las maniobras envolventes de la vidis y los primeros —junto con los otros atacantes de las primeras filas— en entrar en combate. Los inexpertos les seguían a ellos y detrás de todo se encontraban los veteranos, capaces de ganar cualquier batalla de uno contra uno. En cualquier caso, si los capitanes no daban las órdenes correspondientes y que apremiara la batalla, todo podía ser un auténtico desastre.

Entre tanto uno de los guardias le había dicho al otro que escuchara ruidos, se acercó a la cama donde estaba mi padre atado y le dio un puñetazo en el estómago, mi padre aulló de dolor. Yo observaba la escena con rabia e impotencia, era cuestión de tiempo que me empezaran a buscar los guardias así que comencé a andar con paso firme hacia la puerta trasera.


Llegué junto a la puerta. A los lados se alzaban las columnas, un poco deterioradas porque hacía tiempo que no se cuidaban los templos, y mucho menos su estructura. Tenía sueño, sentí que no podía más, estaba cansado pero no tenía dinero para pasar la noche en alguna posada. Sentía un hambre atroz. Caminé durante un par de minutos sin rumbo. Tenía dos opciones, salir de allí hacia el bosque, tendría que saltar las guardias de las murallas, aunque al ser por la noche estarían reducidas, o bien podía acurrucarme en cualquier esquina y dormir lo que queda de noche, en la época del verano no tendría problemas para dormir al aire libre, pero ahora estaban aún entrando en la primavera y venía un aire fresco cortante. Llevé a cabo la primera opción, cogí una antorcha, la encendí y me fui acercando lentamente a la muralla, sin ponerla al descubierto por si los guardias la veían. Al llegar allí miré a mi alrededor, observé las almenas, había tres torres, y en cada torre un arquero. Intuí que habría más durmiendo, así que descarté la idea de salir corriendo, me verían y sería cuestión de horas que me encontraran y interrogaran. Por otro lado, estaba el portón abierto, y dos guardias haciendo turnos.


—¡Despierta! —le espetó un guardia al otro, debían estar en el cambio de vigilancia, dormían por turnos, uno mitad de la noche, y el otro la parte restante hasta el amanecer, eso significaba que ya estaba bien entrada la noche.


Los guardias se intercambiaron posiciones, el que había despertado al otro se recostó encima de una manta de tela, el otro le puso la mano derecha en el hombro y asintió como quien sabe que puede llevar su misión sin posibilidad de fallo. El otro asintió al tiempo y cerró los ojos. Ahora era mi momento, el segundo aún estaba medio dormido después de la siesta y probablemente no se daría cuenta si yo rodeara la casa que había a la derecha y saliera sin ser descubierto. Observé mis manos, llenas de tierra, luego giré la cabeza hacia mi cinturón, en el que había la funda sin la espada dentro. Se consumió totalmente mi antorcha, por lo que tuve que palparme los pantalones, recordaba tener una daga por algún lugar, pero no la encontraba. Cesé mi búsqueda en el objeto y empecé a rodear la casa con el sigilo del que se encamina a la muerte.


La casa era de piedra y bastante grande, por lo que tendría que dar un gran rodeo, pero ese no era el problema. Mi problema era salir de allí con vida. Primera esquina de la casa, había un perro durmiendo plácidamente, recostado sobre unos hierbajos. Seguí mi camino, me preguntaba una y otra vez por qué habían apresado a mi padre, no me lo había dicho. Segunda esquina, estaba cerca, ahora el camino era recto, en el suelo lo único que había era barro, ni un camino por el que andar, como por ejemplo la calzada principal, que estaba hecha con pequeñas pierdas encajadas. Tercera esquina, a mi derecha, a unos cinco metros estaba el guardia vigilando, y apoyado contra la pared dormía el otro con cara de satisfacción. A mi izquierda, las puertas abiertas. Semejaban las puertas de la libertad, miré hacia las torres, no vi a los arqueros y me pareció extraño, aún así, salí corriendo de allí. Todo iba demasiado bien, cruzadas las puertas, veía como el bosque se cernía sobre mí.


Capítulo 2: Los guardias del puente
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Cuándo continué mi marcha me sentí muy solo. Miré hacia atrás, solo se veía la silueta del gran castillo con pequeñas antorchas que formaban una línea horizontal por las torres de las murallas. Delante de mí se encontraba el bosque. Los árboles tenían formas fantasmagóricas eran altos con copa puntiaguda en forma de cono, sus hojas punzantes y verdes y su tronco robusto y duro. La poca luz que destellaba de la luna era tapada por los mismos.


Así que tomé el camino menos oscuro y más directo hacia mi pueril cabaña de madera. Allí estarían mis preciadas y sobrevaloradas armas y demás objetos de valor sentimental. Con suerte ningún guardia la habría visto, estaba perfectamente camuflada entre palos, ramas y piedras. Me había costado su tiempo construirla. Me había ayudado mi padre, antes.


Antes, antes no era lo mismo que ahora. Antes el río Astia bañaba el bosque y rodeaba con sus largos meandros la zona. Antes la naturaleza se manifestaba en forma de vida animal, hubo un tiempo en el que todo el bosque estaba lleno de pequeñas ardillas; coloridos, voladores y enérgicos pájaros; grandes, peludos y mansos osos; lobos, perros. El río es lo que más añoraba. Era azulado, siempre brillante y con su característica transparencia. Antaño los árboles eran verdes y apenas había lluvias torrenciales.


Cuando era pequeño, recuerdo que corría libremente por el bosque jugando con mi padre a “las espadas”. Así, poco a poco en mi ignorante infancia mi padre me empezaba a enseñar las bases de la lucha con armas ligeras y pesadas. Mi padre siempre tuvo cierto gusto por el combate con espadas y hachas. Y por eso no me prestaba atención cuando entrenaba con mi arco. Uno de mis puntos fuertes era la puntería y los arcos.


De camino hacia la cabaña noté ruidos, como voces de guardias en un tono bastante alto. No era normal a esas horas que hicieran tanto ruido, pero con el tiempo ya me había acostumbrado a las Nuevas normas impuestas por el nuevo rey. Los guardias hacen lo que les da la gana. Así que retomé mi camino y seguí directo un poco más rápido hacia la cabaña. Estaba al otro lado de lo que quedaba del río. Un pantano fangoso y pestilente lleno de pequeños bichos que saltaban de tronco en tronco.


Agarré una gran raíz del suelo para intentar usarla como impulso para saltar y salir corriendo sin que me picaran los bichos. Era mejor la idea de ir por el puente pero no estaba bien. No podía ir por el puente ya que estaba lleno de guardias gritando y discutiendo. Me pararían y me interrogarían, imposible. Lo mejor era saltar.


Con un suave impulso de mis piernas despegué los pies del suelo y alcancé el primer tronco, olía a muerte. Un olor atosigante, me tuve que tapar la nariz con la mano y con la otra apreté mis ropas contra la boca. Volví a saltar. Esta vez no conseguí llegar al siguiente tronco y a tontas y a locas me puse a correr y a mover los brazos. Cada vez me hundía más e intenté agarrar el tronco con fuerza y tirar de mi mismo. Lo conseguí, ya solo quedaba llegar a la otra orilla. Fácil, estaba bastante cerca. Con un simple y estiloso salto conseguí llegar. Luego hice un gesto con la cabeza y me pasé la sucia mano por el pelo.


Quedaba poco para llegar, caminé sigiloso, intentando hacer el mínimo ruido con las botas que llevaba puestas. Reconocí perfectamente el camino hecho a base de caminar por encima del terreno. Estaba allí, mi cabaña. Aunque escondida. Perfecto. Tal y como la había dejado pensé al acercarme y verlo todo detenidamente. Era una cabaña de forma triangular. Fuera había un pequeño cartel de madera que ponía: No entrar, zona peligrosa. Sonreí para mí mismo, si alguien lo había visto quería decir que funcionaba. Entré en la cabaña, noté algo raro. Bajé la vista mirando detenidamente todo. Allí se encontraban mi mesa con un mapa sobre ella y una pluma con su tintero. Y colgado de una rama intencionadamente dentro de la cabaña estaba mi arco, con su carcaj. Apenas había cinco flechas dentro, tendría que comprar más. A la izquierda estaba mi pequeña espada de acero, tal y como la había dejado. Y justo en frente de mi había un baúl de madera. Allí estarían los veinte carpas, la moneda oficial del imperio. Estaba mal cerrado, no recordaba haberlo dejado así, quizás habrá venido alguien. Lo abrí lentamente y con cara de sorpresa encontré una espada de oro muy afilada, en el mango tenía un dibujo de un dragón lo que hacía muy cómoda para luchar. Y al lado había unos cien carpías, una suma considerable de dinero.

—Será de mi padre —pensé mientras agradaba mi vista con tal obra de artesanía—. En efecto, todo esto tiene que ser de mi padre, lo habrá dejado aquí para…

—Suéltame maldito… ¡Quer… soltad…! —escuché una voz que provenía del puente, ahora eran gritos de auxilio—.

—Mald… Bastardos. ¡Mori…d! —ahora era la voz de una mujer, al parecer por lo menos había dos personas amordazadas.

La espada tenía al lado una funda, me até a la espalda, hice lo mismo con mi otra espada. Al terminar quedaron formando una cruz, el mango de la de mi padre descansaba en mi hombro derecho y el mando de la mía en mi hombro izquierdo. Cogí el carcaj y el arco. A los carpas les hice un pequeño hueco en mi bolsillo derecho y salí de la cabaña. Nada me retenía allí.

—¿¡Qué vais a … con nosotros!? ¡… justicia acabará cayendo sobre …!

—Anda y no me vengas con chorradas chaval, nosotros somos la ley. Nosotros marcamos la justicia —comentó el guardia, a este sí que lo había oído perfectamente—. No podéis hacer nada ¡Jaja!

Oí a los demás guardias reír su gracia, qué patético era aquello. No tenían nada mejor que hacer que secuestrar niños inocentes. No hice caso alguno, y me giré para irme de aquel bosque de una vez por todas.

—¡Por favor, … alguien … ayude! —gritó la mujer, era una voz diferente a las demás. Poco después oí un golpe seco. Me giré apresuradamente y tomé vista desde entre los matorrales. Le habían pegado. Le habían pegado a una pobre adolescente.

Eran tres guardias, al ver el golpe mi cabeza empezó a funcionar y a hacer estrategias rápidamente. Eran tres guardias contra uno, prácticamente imposible. Yo solo con mi espada podría matar a uno, quizá a dos luchando individualmente. Pero con mi arco podía hacer impacto mortal en alguno así que cogí una flecha del carcaj y apunté. Los supuestos ladrones estaban atados a un palo, una mujer de cabello largo y apenas unos catorce años y un hombre un poco más mayor que yo, diecisiete más o menos. De pie enfrente de ellos estaban dos guardias apenas llevaban armas, se creían invencibles porque nadie se atrevía a luchar contra ellos. Y otro, apartado del grupo, un poco borracho sentado en un tronco.

Fijé mi primer blanco, el borracho del tronco era la mejor presa. Con suerte la flecha silbaría en el aire y nadie se enteraría de lo que pasara. Tensé con fuerza el arco y solté la flecha. Esta salió silbando el aire y formando una curva perfecta que fue a impactar en la garganta del guardia borracho.

—Perfecto —pensé. Me asusté al ver que los amordazados abrían la boca sorprendidos. Hice un gesto poniendo dos dedos en la boca para indicarles que callaran. Me entendieron, pero demasiado tarde. Los guardias habían notado la alarma.

—¿Qué es eso, quién anda ahí? —gritó uno, mirando asustado hacia todas partes. Me agaché y me encogí un poco para que no me viera—. Baf, ¿qué ha sido eso? ¿Baf? ¡Baaaaaaaaaf! —gritó al ver a su compañero muerto, los dos se dirigieron rápidamente hacia él para comprobar si estaba o no muerto—.Baf, ¿me escuchas? E-está muerto…


Era mi momento, cargué otra flecha y la lancé contra el guardia que había gritado, le acerté en un pie.


—Vale, ya lo interrogaré después —susurré por lo bajo. Me habían escuchado.


—Ahí, ahí hay alguien. ¡Nos están atacando! —vociferó el guardia que aún no había recibido ningún flechazo mortal—. Salid y mostrad quienes sois, ¡cobardes!


Al momento salí de mi escondite con un porte ligero y estiloso desenfundando las dos espadas. Era diestro por lo que opté por llevar la espada de oro en la mano buena y la de acero en la mala. Al verme, el guardia hizo ademán de burla, pero cambio totalmente su cara al ver mi espada.


—E-esa espada está endemoniada. Chico, no sé porque la llevas ni me importa, pero que sepas que esa espada está forjada por el mismísimo demonio—y escapó corriendo dejando tirada su espada—.¡No quiero volver a verte, me oyes, nunca!


Dejando de lado al guardia herido me acerqué hacia las dos personas que estaban atadas. Un hombre alto y fuerte y una mujer un poco más baja que él se encontraban amordazados y con claros signos de violencia. Tanto uno como otro llevaban ropajes rotos y gastados que no cubrían todo el cuerpo. El hombre tenía el cabello largo y castaño oscuro, un poco rizado. Unos ojos interesantes, del mismo color que el cabello lo que hacía que apenas se diferenciara la pupila. Era delgado pero algo fuerte. Tenía una barba un poco mal cuidada, probablemente a causa de estar preso por los guardias o no tener con qué cortarla.


La mujer estaba más llamativa. Llevaba las ropas deshilachadas y se podía ver su piel y su cuerpo. En un principio me fijé más en ella, tenía el cabello largo y rubio. Era delgada y tenía una tez blanquecina. Tenía heridas en las piernas y un gran moratón en un hombro. Al parecer le habían golpeado allí con el mango de la espada. Pobre chica, que habrá hecho para merecerlo…


—¿Por qué os han secuestrado esos guardias? —pregunté perplejo, me di cuenta de que no los entendería si no les sacaba los pañuelos atados a la boca. Con paso firme me acerque a ellos y los intenté desatar las cuerdas que tenían en la boca. Mejor empezar la conversación con otra cosa—. A ver, contadme que os ha pasado. ¿Por qué estáis aquí?


No era el perfecto dialogante pero algo habría que hacer con ellos. Les desanudé la cuerda de la boca y las que tenían en las piernas pero por el momento no iba a soltarlos por completo. Recogí una pequeña daga que había en el suelo y aparté hacia un lado las espadas. Agarré la daga con fuerza y me acerqué al otro guardia.


—Muere, sufre. ¿Por qué los teníais atados? —no esperaba respuesta, había preguntado lo mismo a todos y clavándole la pequeña daga en el pecho dije—. ¡Muereee!


—Yo, yo soy un ladrón… No tengo familia y necesito algo para vivir así que siempre que tengo la oportunidad de robar lo hago. ¡Tienes que entenderme! Lo hago para sobrevivir…—dijo el hombre implorando. Era sincero, eso me gustaba. Tampoco iba a matarlo a sangre fría—. Gra-gracias, muchísimas gracias por salvarme.


—Tranquilo… ¡Jaja! Confiad en mí, no os voy a hacer nada malo, solo quiero pasar la noche… ¿Y tú como has llegado hasta aquí? —pregunté a la chica un poco más interesado mientras me sentaba en el tronco que hace ya un rato estuvo el guardia fallecido—. Cuéntanos, ¿os conocéis?


—N-no —dijo susurrando y bajando la cabeza, no añadió nada más. Me crucé de brazos y me revolví—. Y-yo no tengo padres, no tengo nada…


Habló en un tono muy bajo, casi murmurando. Al parecer estaba traumatizada. Si era cierto lo que decía, vaya vida que debió haber llevado. Pobre…


—Tranquila, no os voy a hacer nada. Si no no habría arriesgado mi vida por vosotros —comenté mientras me acercaba al tanto que me acordé de su herida y me apresuré para ayudarla—. ¿Te han hecho mucho daño? A ver déjame mirarla —dije mientras cogía restregaba mi ropa por su cara para limpiarle la herida. La desaté totalmente y la invité a sentarse en el tronco que estaba en la orilla del puente—. Siéntate aquí mientras desato a…


—Der, me puedes llamar Der —completó el hombre—. ¿Cómo me puedo dirigir a ti?


—Llámame Simón —respondí después de dejar a la chica en el tronco y acercándome a él— Ahora mismo te desato Der. Espero poder confiar en vosotros…


Tanto yo como Der ayudamos fanáticamente a la chica. A simple vista parecían buenas personas, pero eran un ladrón y una huérfana. Seguramente ella también robaría. De cualquier manera les ayudé y arriesgué mi vida por ellos. Me seguía sorprendiendo la actitud de la mujer. Era interesante. Necesitaba conocerla un poco mejor y por lo menos estar con ella hasta que curaran las heridas. El hombre podía ser un buen amigo, habría que verlo luchar. De cualquier manera no debería dejarlos allí a solas y yo no tenía mucho que hacer así que decidí quedarme con ellos.


—Tranquila, ya estás a salvo —dije dirigiéndome hacia la mujer apremiándola a contarnos lo que le había pasado—.


Capítulo 3-1: La princesa y el Ladrón
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—¿Se ha dormido? —pregunté haciendo una mueca con la cara y observando constantemente sin afán de parecer molesto a Der—. ¿Se ha dormido o ha caído inconsciente?


Der tenía la vista clavada en el suelo. No se había inmutado, como si no me estuviera oyendo. Aumentaba mi nerviosismo por momentos imaginandome lo peor para la muchacha. Era una pena que muriera tan joven y por culpa de esos canallas. A saber quién era...


—Espera —saltó Der de repente, usando mis piernas como soporte para la muchacha y acercó su oído al pecho de la mujer—.


—¿Qué estás haciendo? Apártate de ahí —grité tratando de defenderla. No sabía lo que le iba hacer pero no me gustaba—. ¡Te he dicho que te apartes!


—Tranquilo, fiera. Estoy acercando la oreja para escuchar latidos del corazón. A ver si me entiendes chaval, si el corazón late, la persona vive. ¿Entendido? —comentó con un tono burlón. Vaya educación, hasta para un ladrón al que le acabas de salvar la vida pensé mientras retiraba mis sucias manos del aparentemente inerte cuerpo de la chica—. Pasa lo mismo con los pulmones, si respira es que vive. ¿Lo entiendes ahora? Sí vive, está dormida. ¿Qué hacemos?


Había caído la noche y suaves brisas frías chocaban constantemente contra nosotros. El frío me había calado hasta los huesos y era irresistible. Me llegaba con lo mío para pensar en como les iría a ellos con esas ropas descuadradas y deshilachadas. Si yo tenía frío, ellos más, mucho más.


—Venid, venid a mi cabaña. No creo que mate el frío pero podemos pasar allí lo que queda de noche —hablé con un tono amable y en prural aunque dirigiéndome a Der—. Yo la llevo, descansa.


Mi madre siempre me decía que me tratase educadamente a la gente y que me portara bien con todo el mundo. Yo lo que quería era que creyese que había confianza, y daba a entenderla portandome bien. Quería su amistad para beneficiarme en un futuro, como hacer un esfuerzo hoy para ver la recompensa mañana.


Estaba en la cabaña, la chica dormía a mis pies y Der acostado fuera con una manta que tenía guardada en la casucha de madera. Había otra para mí. Por lo menos pasaría la noche sin frío. Fuera la hierba estaba mojada y espesa, había mucha humedad. Por el contrario, ese día estuvo el sol brillante y resplandeciente que calentó la superficie terrestre.


—Algo habrá que dormir. En pocas horas amanece... —susurré a Der esperando una respuesta. No la hubo.


Decidí poner la manta debajo de mi cuerpo para no manchar más la ropa, con el trozo de lana que sobraba me lo eché por encima para tapar mitad del cuerpo. Así pasó el tiempo y cuando había conciliado el sueño empecé a escuchar voces, al principio practicamente inaudibles pero se acercaban rápidamente. Oía sonidos de las herraduras de los caballos chocar contra el suelo. Las espuelas golpear bruscamente la piel de los caballos. Voces que dicen:


—¡Hay que encontrar a la princesa! ¡Buscad por todo el bosque, la tenemos que encontrar! —cada vez más cerca—. Vosotros cuatro, buscad por allí.


—¡Por aquí no está capitán! —no tardé en reconocer una voz distinta, un poco menos dura y sin ánimo de superar a la del capitán. Debía de ser un guerrero o escolta, alguien inferior en el estatus militar—. ¡Busquemos por allí!


—Aquí no hay ninguna princesa, yo no he visto ninguna princesa en toda la noche —se acercan los sonidos de las pisadas de los caballos—. Además, una princesa de donde, de Asghar imposible. Mi rey no tiene hijas —deduje susurrando. En un mínimo esfuerzo de mi mente recordé que cerda de mi ciudad existía un pueblecillo autónomo. Era mucho más pequeño en comparación, una simple aldea. Pero rumores contaban que tenían sus propias leyes y su reinado. Eran absolutamente inferiores a mi ciudad pero constaban de un pacto de no agresión—. Quizás ella sea... ¡La princesa!


Sonido ahogado, las grandes siluetas de los soldados se estaban organizando para dividir las zonas de búsqueda. Cinco eran los que se dirigían a nuestra posición, sería interesante ver sus caras al encontrar a Der y a la "princesa" semidesnudos y a mi recostado dentro de una manta. Por el vocerío deduje que venía también el general, no fallé en mi suposición.


—¿Véis algo? —comentó el general para asegurar la zona—. ¿Eso qué es? ¡Vosotros dos, ir allí a comprobadlo! —dijo abriendo la boca y señalando a un lugar lejano. Giró la cabeza y me vió, por mala suerte mi manta no me tapaba la cabeza. Abrió la boca y pensé en que diría una frase interesante, victoriosa y magistral pero simplemente se acercó un poco más. Levantando los brazos y bajando del caballo reaccionó ante mi presencia—. ¡Mirad que tenemos aquí, un pequeño huérfano de Asghar! ¡Vaya un panorama!


Rió, y con el sus súbditos. Había soltado una broma penosa, los soldados rieron para seguir su tema y no ser castigados por no hacerlo. Me hice el muerto pero sabía que ya me habían visto. Iba a acabar mal, y lo sabía.


—Mira que tenemos aquí, otro huérfano —soltó otra persona.


—¡Y aquí hay una cabaña! —dijo la pareja a la que había mandado registrar la zona. Seguramente, probablemente era mi cabaña. Estaban eufóricos, se notaba en su tono de voz.


—Der —dijé, traté de levantarme lo más rápido posible para sorprender al general. Saqué —a mi pesar— la espada mala y me encaré con él.


—¿Qué haces? — se dirigió a mi sin ni siquiera desenfundar espada o amagar una defensa—. ¿Quién te crees?


Miró hacia mi derecha impresionado, giré la vista y vi a un soldado cabalgar contra mi con una maza. No se propondría a darme, era imposible. Una maza de tal envergadura me mataría. Enfrascado en mis pensamientos y aunque observaba el golpe inminente intenté zafarme. No lo conseguí.


—¿Qué has hecho? — pronuncia el capitán enfadado. Se me nubla la vista y pierdo características de los sentidos.Caigo, el suelo está fangoso y con muchas raíces sueltas y plantas podridas y deshechas. Oigo los últimos rugidos del capitán hacia el soldado y luego una serie de burlas del segundo con sus compañeros. Veo la luna nublada, un punto blanco en el cielo. Las estrellas se funden con el espacio y caigo al suelo


***

—Nagar, trae la bola de oscuridad. Hay que terminar la primera fase cuánto antes, no podemos retrasarnos más —ordenó el viejo del sombrero negro. De pie en frente a la Puerta del Sello, sin mirar a su sirviente.


—Toma —respondió Nagar, el sirviente. Mientras sacaba la bola de la bolsa que llevaba sujeta con una cuerda en el hombro. Tratando de no tropezar con ningún obstáculo, pequeñas tortugas salidas de las orillas del río se cruzaban en su camino. Ajenas al mundo exterior, parecían inteligentes luchando por llegar primero a la otra orilla del río.


Apenas había luz en la cueva, dos antorchas colgadas en las columnas que flanqueaban la puerta y otra en la mano de Nagar. Con un suave fuego que retorcía el rollo de papel. Hacía frío, llegaban rápidas brisas de todas direcciones, sumado a la baja temperatura ambiental formaba estalactitas en el techo de la caverna. El agua estaba templada, era un efecto lógico, estaba cerrada con paredes. Todas estaban hechas de ladrillos, menos la frontal.


—Ladrillos mágicos, interesante. Esta maldita puerta no se abrirá a golpes. Hay que usar las bolas. Las cinco bolas del apocalípsis. Las cuatro bolas de los elementos y la bola de oscuridad. Mi bola de oscuridad.


—Señor —dijo el apresurado Nagar—. No acabo de entender para que quiere usar las bolas. ¿Con qué fin vamos a abrir esa puerta?


—Nagar, este tema es muy serio. Detrás de esta puerta se encuentra la tumba del Invocador Rojo —respondió arrebatándo la bolsa de tela a su compañero. El hombre viejo llevaba encima por lo menos dos mantos que daban de por sí una temperatura ilícita para el lugar—. Obsérvala, ¿que ves?


—Veo, veo oscuridad —apuntó el aprendiz desconcertado. El ropaje de este era bastante menos caluroso, una camisa de manga larga y una pequeña chaqueta. Dió unas suaves palmadas en su hombro para volver a alisar la ropa y aliviar el dolor. Se dirigió a su maestro—. Un foco de oscuridad en el centro de la esfera. Diría yo que si no fuera por la antorcha, la confundiría con el lugar.


—Ciertamente, eso es lo que se ve al echarle una simple ojeada. Pero esta bola contiene un poder inmenso. Con las cinco se puede abrir la puerta y entrar en la recámara. Con el cetro se puede pasar esta y... Después está el Invocador Rojo. Eso era lo que ponía en los mapas, seguramente sea así.


Sujetando la esfera de oscuridad con las dos manos con mucho cuidado, se acercó el hombre a la puerta. Ésta tenía cinco huecos, formaban una perfecta línea horizontal. Por orden aparecían los colores: Negro, Rojo, Verde, Azul y Blanco.
Metió suavemente la bola en el negro y encajó perfectamente. La pared, por arte de magia hizo aparecer un haz de luz que deslumbró en la sala. Y cuándo paró de brillar, Nagar y el viejo pudieron observar que ya no había ningún artilugo para meter la esfera ni estaba esta.


—¡Ya estamos! Creo que la bola Blanca se encuentra cerca de Asghar, la guarda el que llaman: El curandero, o eso tengo escuchado. ¡Vámonos que nos esperan allá fuera!



Capítulo 3-2: La cárcel
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—Simón, Simón despierta. Rápido, despiértate —noté decía mi nombre con ánimo de conseguir algo. Rápido había dicho, no entendía lo que me querían transmitir.

El suelo había tierra y arena, el lugar estaba mal cuidado y era incómodo para mi cuerpo. Antes de abrir los ojos me revolví ligeramente en el antro. La especie de arenilla no estaba pegada a los ladrillos. Una capa bastante grande me separaba del verdadero suelo. Aparentemente un metro de altura.

El hombre me zarandeó y abrí los ojos para hacer un análisis visual del sitio. Lo primero que vi fue la cara de Der, un poco ensangrentada. Su cabeza ahora estaba rapada, ya no tenía el cabello largo con el que lo relacionaba. A pesar de todo, supe que era el por la forma de la cara.

Al no ofrecer respuesta Der dejó de insistir para alejarse un momento. Moví lentamente la cabeza para no producir dolor y vi perfectamente la longitud de la sala. Era muy pequeña. Demasiado pequeña. Der, veloz, se acercó a la esquina y agarró con las manos un pequeño cuenco con agua dentro. Sin yo moverme soltó el agua en mi cara. Tan fría que diría congelada.

—¡Joder! ¿Qué pasa? —me incorporé bruscamente y vi unos barrotes de hierro. La sala estaba cerrada—. ¿Dónde estamos?

—En las cárceles de Rogara. Tranquilo, ya he estado aquí unas cuantas veces. Por lo menos dan de comer.

—¿Cárceles? ¿Es una broma?

—No es momento para bromas, creo que nos apresaron por que tú mataste a los guardias. Te trajeron inconsciente pero yo pude observar toda la escena.

—¿Cuándo? —se activó una pequeña parte de mi memoria y recordé la derrota fatal en el bosque—. Ah ya, ¿alguna idea?

—¿Para salir? No tengo ideas —repitió la misma palabra que yo, enfatizándola —¿Se podrán romper los barrotes de la ventana?

—Aún así creo que no podríamos salir, es muy pequeña —dije acercándome a la ventana. Los barrotes eran débiles, sí. Pero era imposible romperlos sin armas ni nada. Me acerqué hacia ella y vi el panoráma que había fuera.

—¡Eh, eh, eh! ¡¿Qué coño es esto?! —grité al mirar el interior de las murallas.

Una escena caótica, había una guerra interna. En realidad no era eso, alguien atacaba la ciudad. Y ya habían entrado dentro de ella superando las murallas. Una bandada de soldados entraban corriendo por las dos puertas principales y otro tanto soltaban los arietes para coger sus armas y matar a cualquier cosa viva que hubiera dentro.

Pero los guardias de la ciudad no obserbavan la situación quietos. Gritaban auxilio y avisando para desalojar el castillo. Algunos de ellos luchaban por la supervivencia de la ciudad pero no conseguían nada. En una proporción de tres a uno, los atacantes arrasaban con todos los que veían. Nadie iba a sobrevivir, nadie que estuviera en el bando defensor.

Pequeñas bandas de campesinos y esclavos escapaban por las puertas traseras de la muralla. Al no estar cubiertas por los atacantes —error estratégico— podían correr sin destino alguno salvando sus vidas. Y de paso, llevarse lo que pudieran coger.

—¿Acaso hay guerra? —pregunta obvia.

—En efecto, se están peleando ahí abajo y nosotros aquí encerrados. Vamos a morir aquí, creo.

—¡No puede ser! —cogí el cubo de agua, lo llené y lo lancé contra los barrotes para mojarlos. Me imaginé lo que podría hacer un ácido en la misma situación, saldríamos. Luego los agarré e hice mucha fuerza contra ellos para intentar doblarlos. Como supuse, era imposible.

—No se puede salir, olvídalo —se acercó a la ventana—. ¡Ayuda!

Sin respuesta. Estuvimos charlando un rato intentando pasar el momento lo mejor posible. Enjaulados, no podíamos hacer nada para salir. Palpé la mayoría de huecos de las paredes y llegué a la conclusión de que sólo eran fallos en la construcción, ningún pasadizo secreto ni nada por el estilo. Aquello no era como una historia de un libro.

—¿Eh, y eso? —dijo Der. Había visto como una palanca, un trozo de hierro que sobresalía en la parte baja de una pared. Yo no lo había visto por culpa de la sombra—. A lo mejor si hacemos fuerza...

Nada, inútil. No había forma de salir. Encerrados como herejes o mendigos esperábamos una salvación, la mano de Dios. Le conté a Der mi vida, lo último que me había pasado.

—Y atraparon a mi padre, no sé por qué, creo que nunca lo sabré. Me dió aquello, la espada dorada que está allí, justo en frente. Ya viste el guardia, que se puso loco al verla. No conozco ninguna característica especial de ella.

—Simón, tu padre ha sido ejecutado hoy, hace una hora.

De repente, escuché la voz de una mujer, una voz dulce y encantadora, como la de un cuento. Era templada y serena, como la de un ángel. Sonó el eco repitiendo las últimas palabras. El sonido provenía de lejos, bastante lejos según mis cálculos. Quizás en otra planta, se oía muy baja, pero el eco seguía repitiendo las mismas palabras.

Hice cara rara hacia Der, sin esperar alguna respuesta. Mientras tanto, se oyeron unos pasos, pequeños golpecitos sobre el suelo. Podría decir perfectamente que eran unas sandalias, o cualquier otro tipo de calzado, pequeños. Sin duda era una mujer, lo notaba por la voz y por los pequeños pasos. El sonido se iba acrecentando con el tiempo, sea lo que fuere, se acercaba.

En mis pensamientos, albergué la posibilidad de que fuera la mujer a la que había salvado. Rara la situación de que ella no estuviera en la cárcel con nosotros. Rememoré el suceso y ordené mi mente. La mujer salvada era la princesa. Der era un ladrón. Un verdadero ladrón, como me había contado. Entonces la princesa no podía estar en la cárcel porque era a la que buscaban.

Los pasos de la mujer eran cortos, pero sonaban fuertes. Era el único sonido que había porque estábamos en una torre, en lo alto, y desde allí no oíamos el caos que ocurría abajo.

—Lo siento muchísimo —sonó—. Han ejectudado a tu padre, Simón. Creo que debería presentarme —pausa, sigue sin aparecer—. Me llamo Kyra, y soy... no importa quién soy, lo que importa es que seré tu mentora. Pasaremos unos años juntos.

Apareció rápido y abrió velozmente la puerta. Como pisando aire, se movía ligeramente por el lugar. Si no fuera por que se oían las pisadas, probablemente hubiera pensado que se transportaba sin tocar el suelo.

Llevaba un vestido blanco, resplandecía con los rayos de sol. En los bordes, tenía una capa de tela que se hacía notar un poco más que las demás partes de la ropa. Era alta, bueno, un poco más alta que yo. Tenía el pelo largo, muy largo, como la mayoría de las mujeres. Los ojos eran verde claro, muy bonitos. Conjuntaban con la cara, era muy guapa. Demasiado.

Era una mujer muy guapa, llevaba un pequeño flequillo y el pelo liso. Le llegaba hasta casi la cintura. El vestido, ceñido con un cinturón —conjuntado de blanco— le quedaba muy bien. Era muy largo, desde lejos no se le veían los pies. Era delgada, de cuerpo menudo, aunque los pechos le sobresalían, se le notaba mucho.

—Sal, y tú también —nos dijo ella, abriendo la puerta—. No es momento para dar explicaciones, vamos, seguidme.

En cuánto salí vi una gran ventana, por donde entraba la mayoría de la luz. Estaba a la altura de mis hombros, y era bastante ancha y larga. El aire sólo podía entrar por ahí o por la de nuestra celda. La segunda tenía una serie de barrotes verticales para que no se pudiera salir, aún así, era una medida un tanto estúpida. Miré por la ventana y aprecié había una altura considerable entre nosotros y el suelo.

Der se quitaba el polvo de las ropas y respiraba el aire fresco de la ventana. Con unas acciones un tanto irónicas ya que las pudo haber hecho estando dentro. Me pregunté lo que iba a hacer ahora Der, y también lo que iba a hacer yo. La mujer parecía conocerme bastante, y a mi padre, lo que me impresionó mucho.

—¿Adónde vais? —dijo Kyra mientras se acercaba a la ventana —Cojed cada uno un arco y una flecha, venid aquí. Bueno, tú me da igual lo que hagas —se refería a Der—. Me importas más tú Simón.

Hice lo mandado, un arco y una flecha, ni una más. Colgadas allí en un estante de madera esperaban a que alguien las cogiera y las clavara en el cuerpo de otra persona. Rezaban silenciosas por sangre. Der no hizo nada, se quedó observando por la ventana, con cara de agradecimiento.

—¿Ves eso? Dispara a la princesa —me mandaba, no, me obligaba a disparar a la princesa. Un gran cúmulo de soldados portaba una gran plataforma, encima, se sostenían con porte la princesa y el rey. El rey era un hombre gordo, Rogar, él le había dado el nombre a la ciudad—. Dispara a la princesa. Estás aquí por culpa de ella, mátala.

Estaba muy lejos, nosotros a mucha altura. Quizás con soltar la flecha ya cogería la suficiente potencia como para matar a alguien. A parte de la altura, a decir verdad no me atrevía a matarla. Estuve unos —bastantes— segundos cargando la flecha.

—No puedes, lo suponía. Creo que me tendré que esforzar contigo mucho más de lo que pensaba. Tienes suerte de ser quien eres...

No entendía lo que me quería decir, "¿ser quien soy?". Seguía tensando el arma, no pensé en las consecuencias y apunté hacia la mujer. La trayectoria era recta, otra vez por la altura. No tendría que producir parábola.

El objetivo se para, los guardias son frustrados por los atacantes, los cuáles flanquean la caravana. Es admirable la valentía de los defensores, son capaces de dar la vida por dos simples personajes. No vale la pena. Apunto a la cabeza, por si desciende un poco la flecha por culpa del viento o cálculos. No hay problema, suelto.

—No sabes usar el arco, para empezar no se coge a sí. Pero bueno, has fallado, no me esperaba un acierto. Probemos con la espada, cógela y vámonos. Por aquí. Te cuento nuestra historia por el camino.

Me puse el cinturón y enfundé la espada de oro, la otra no le di importancia, supuse que la cogería Der. El arco era un peso para mi, además no tenía donde guardarlo. Decidí dejarlo.

—Chss, vamos Der. No me dejes sólo, tampoco la conozco.

—Me llamo Kyra, como ya he dicho. Tengo diecinueve años, formo parte de un "grupo". Ya me pararé a explicartelo un poco más. Conocía tu padre, era un gran hombre. Buen estratega y un excelente luchador en el campo de batalla. A lo que iba, voy a enseñarte a usar esa espada que llevas. Conocerás a Lillian, una chica de tu edad que te enseñará en el arte de los cuchillos y las armas a distancia. Yo me centraré en tu adiestramiento mental y en las espadas.

>>Lilian ha traído informes de que están intentando invocar al mago rojo, una catástrofe. Tenemos que entrenarte y mejorar nuestra técnica para impedirlo.

Bajábamos por una escalera en forma de caracol, por dentro parecía mucho más pequeña la torre y pronto llegamos al fondo. Analicé lo mejor que pude las palabras de Kyra, muy por encima y rápido. La chica era guapísima, y me encantaba la forma en la que se movía. Según ella era muy buena usando la espada, iba a ser mi entrenadora. Habló de un tal mago rojo, no me interesé mucho por el tema puesto que no era de mi incumbencia, de momento.

—¿Quieres matar a la princesa? Mátala, con esa espada no hace falta ni que penetres en su piel, un pequeño rasguño basta. Te espero en la puerta, te estaré observando.

Se fue corriendo hacia la puerta, era maravillosa. Miré a Der y asentí con la cabeza.

—Ayúdame en esto, ¿quieres? Intenta distraerlos por la derecha, yo iré por el centro y rasguñaré a la princesa tal como me ha encomendado Kyra.

Sabía que me estaba mirando, lo hice lo mejor que pude. Fui por el centro, sin percibir movimientos extraños entre las ocupadas tropas de ambos bandos. Esquivando miradas y golpes, llegué hasta la pequeña plataforma en la que estaban montados la princesa y el rey. Desenfundé mi espada y, por la espalda de ella, rasguñé su brazo. No lo hice aposta, había fallado el golpe. El suave filo de la espada resquebrajó su ropa y provocó un pequeño brote de sangre.

—Der, vámonos —grité. Y corrí, aceleré el paso como nunca antes lo había hecho. Sin mirar hacia atrás. Corrí hasta Kyra, hasta la puerta. Era la dirección contraria a Asghar, no sé a dónde me llevaba pero puse mi vida en ella.


Capítulo 3-3; La huida

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—Uh —oí un quejido ahogado de Der.

Yo ya me situaba al lado de la mujer que se decía llamar Kyra. Me giré en redondo al oír a Der. Incrédulo, lo primero que pensé fue en vengarme del que le había arrebatado la vida a mi compañero. En el aire, sujeto por la espada, con sangre en la boca y en el vientre, se encontraba él. Un gran sable atravesaba su estómago. Un tajo, a mi pesar, perfecto, hecho por un atacante que debió de equivocarse de objetivo. No llevaba armadura por lo que sin duda alguna, poseía una herida mortal.

—Der —grité. Hice presión en la espada, agarré con mucha más fuerza el mango para contenerme. Iba ir a por ellos, a matarlos hasta que Kyra me detuvo. Me paró en seco. Tenía una fuerza impresionante, comparada con la mía.

—Debemos irnos, no le debes nada. Necesitamos irnos, sé que es duro.

Sujetó mi mano y me llevó con ella hacia unos caballos. Un corcel negro y una hembra blanca. No sabía montar, pero en el momento dado, pensaba en Der. Seguía atónito, sin creer lo que estaba haciendo la chica. Él había muerto y ella ni siquiera quería venganza. No lo conocía pero, por lo menos intentarlo.

Borré de mi mente tales pensamientos de golpe al ver el potente golpe de los atacantes. La ciudad estaba perdida, no habría escapatoria alguna para sus habitantes. Quedaban seis o siete guardias del palacio, veteranos, pero luchaban contra decenas de bárbaros. Una batalla perdida.

Quizás fue por equivocación, por mera similitud de apariencia o por los principios de los bárbaros, nos confundieron con defensores. Es decir, al controlar la situación y reducir la última resistencia, se nos echaron encima gritando palabras arcaicas.

—No... sé montar... —informé a Kyra apesadumbrado.

—No pasa nada, creo que el caballo podrá con nosotros. Sube a la yegua blanca. Yo cojo las riendas.

Subió al corcel con estilo, de una zancada. Puso cada pie en su correspondiente estribo y se acomodó sin mucho esfuerzo. Hice lo propio, salté y, sin agarrarme a Kyra, sostuve como pude mi cuerpo en el animal. Como un ideal del "perfecto caballero" ni siquiera rocé su cuerpo. Un fuerte respingo surgido del sobresalto del caballo hizo que nos pusiéramos en marcha antes de lo preciso.

—Si no me agarras te caes, te vas a caer. Agarra mi cintura —tan pronto lo dijo me acerqué y le agarré la cintura. Era más delgada de lo que parecía con una mirada externa. La ropa que llevaba encima era extremadamente suave y me gustaba al tacto.

Miré hacia la derecha para no sobar el pelo de Kyra, era un cabello muy fino y oscuro. Perfectamente liso y moldeado. La chica era muy guapa, aunque, a primera vista no aparentaba ser una espadachín extraordinaria.

Kyra demostraba un gran control en la doma de animales. En apenas unos segundos, fue capaz de guiar al caballo desbocado en una dirección fija —que era recta—. Salimos por un portón, estaba abierto porque la mayoría de aldeanos habían escapado por allí. La pierda estaba perfectamente tallada, por expertos artesanos, supuse. Una buena montura para la muralla era, en aquellos momentos, una defensa prácticamente implacable. Junto con unas almenas bien altas, con pequeñas torres internas para subir. Lo único que podría fallar sería la eficacia de los soldados encargados de la vigilancia.

Una sincronía admirable la de la yegua y Kyra. Quizás era suya, es decir, que estuviera entrenada por ella. Un adiestramiento que, por desgracia, yo no tenía. Ella podría entrenarme, si en efecto mi teoría era cierta, no creo que tuviera problemas para hacerlo.

—Agárrate —temblaron los endebles muros y parte de los mismos se desbarataron en mil pedazos. Acudí con la mirada a la brecha que se abría cada vez más en el castillo. Los abrasaban con brea —. Esto son las espuelas de la montura, sirven para sujetar los pies y aguantar la figura encima del caballo. Aunque también son usados para excitar al caballo y acelerar.

Acto seguido, lo hizo y sentí un ligero cambio de la marcha de velocidad. El suelo parecía temblar a nuestro paso. Me giré, sin soltar a Kyra, para contemplar la escena que dejábamos al paso.

—Nos persiguen, uno, o dos. Sí, nos persiguen dos jinetes. Llevan las espadas desenfundadas y traen una gran cólera consigo. Vienen a dar caza.

—Conmigo —enfatizó muchísimo su persona al hablar—, los cazadores se convierten en cazados.

Usó un tono un poco irónico. Nos alejábamos cada vez más de los demás caballos. A unos doscientos pies de los otros jinetes, y por lo menos, a otros dos mil pies. Había una improbabilidad enorme de que mandaran refuerzos para seguirnos. No causábamos problemas.

Un dilema se presentaba en mi cabeza, una pequeña idea. Yo estaba haciendo todo aquello, en parte porque no tenía una residencia estable, y por otro lado, parecía que Kyra tenía una confianza sobrenatural en sí misma. Verificaba todo lo que decía con ejemplos, y sonaba muy realista.

—Pronto veremos a Lillian, una compañera muy peculiar. Es cuchillera, mira y aprende, tiene una puntería inmensa. Tiene quince años y es tan impulsiva como extrovertida. Esto es mucho. Pronto tendrás que decidir si te quedas con nosotras, pero antes hemos de explicarte unas cuantas cosas importantes sobre tu vida y lo que llevas encima. Nuestra primera misión será ir a Salaria, un pueblo del desierto —hizo una pausa para tragar saliva—. Vamos a tratar unos asuntos, el plan es simple. Vosotros dos tenéis que... Bueno, a ver, en sí, Salaria es un mercado. Un gran mercado, no tiene viviendas. Allí sólo habitan los ermitaños o mercaderes, está en el centro de la península. Siempre está abarrotado de gente.

Los soldados ya no nos perseguían, habían dejado su labor. Supuse que , borrachos y despreocupados, celebraban su victoria sobre las tropas de Rogara. Una gran fiesta sí, eso iban a gritar toda la noche.

Entre tanto, nosotros habíamos bajado del caballo y continuábamos nuestro camino a pie. La mujer, guardaba la compostura y llevaba la espalda recta. Con las manos se deshacía del polvo que, por culpa de la cabalgada, se pegara en su vestimenta.

—Cuéntame algo sobre ti. ¿Cómo es que me conoces tanto?

—Es una larga historia, tuve el placer de conocer a tu padre. Cuándo yo era más pequeña. Se podría decir que me ayudó con un problema familiar. Soy huérfana, vivo con Lillian. Tenemos una propiedad privada, por así decirlo, con un pequeño terreno y una gran construcción. Nos llevamos muy bien, y, nos ganamos la vida robando. Estamos sufriendo escasez, es uno de los motivos por los que vamos a acudir a Salaria. Y, para ver a un antiguo compañero.

—Ah, perfecto. Creo que esperaré a conocer a Lillian para decidir si me voy a quedar con vosotras o no. Supongo que sí porque no tengo ningún lugar donde hospedarme, ni dinero. Lo he perdido.

—No importa, no te hará falta. Por lo menos con nosotras no. —Ya habíamos caminado bastante, hasta el punto de cansarme. Pero, al decir aquello, apareció una mujer muy infantil de entre los árboles. Portaba una espada.

—¿Tú eres el portador de esa espada? —me lo decía a mí. Al tanto, se nos acercó corriendo con una rapidez y energía increíbles—. ¡Anda ya! Kyra, ¿no te habrás equivocado?

Me rodeó y saltó encima mía antes de que pudiera pararla. En pocos segundos me tenía agarrado del cuello. Pesaba muy poco, estaba delgada. No demasiado, y era muy ágil. El cabello lo tenía repartido en dos trenzas, era dorado.


Capítulo 4: Plan de reacción
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Llovía. En mitad de una noche tormentosa se encontraban Nagar, sirviente de profesión y plebeyo de nacimiento, y Maestro, excelente sabedor de la magia negra y con un pasado confuso. Este último, conocido de nombre por su cometido. Era malvado, desgraciadamente malévolo aunque inteligente y retorcido. A oscuras, a plena luz de la luna, se compladecía a carcajadas de sus planes.

Nagar, por otra parte, era un discípulo inigualable. Aprendía a pasos agigantados las teorías de su preceptor, tanto como las más importantes de la magia. Trotamundos con bastón y con capa, formaban una pareja inseparable. Sus intenciones, diferentes, debatían la vida del ser humano y sus pensamientos. Una forma del personaje inexistente y magnífico se ideaba en el interior de Maestro. Con una antorcha sujeta en cada mano, caminaban con rumbo fijo por las calles de Asghar.

—Nuestro destino, la biblioteca. ¿Conoces la biblioteca no? La famosa biblioteca de Asghar.

—Efectivamente, he leído sobre ella en unos cuantos libros. Creo que, en términos cronológicos, es la más vieja de toda la península. ¿Me equivoco, Maestro? —informó Nagar a su acompañante. Transitaban rápido los rincones más oscuros. En los que, el sonido de una rata se convertía en pasos de gente y las siluetas diminutas de los animales eran grandes tinieblas de las peores pesadillas.

—Sí, te equivocas. Hay una por lo menos tres veces más grande que esta. Pero, ah, cierto, culpa mía. En la que estoy pensando, se encuentra lejos de aquí. En unas islas, allá al oeste. Clima caluroso, tiempo despejado, igual a lugar idóneo para esconder la sabiduría al mundo.

—Entonces... Señor, y si me lo permite preguntar. ¿Cuál es la razón por la que estamos en esta y no en aquella? —preguntó desconcertado. Cruzaban la esquina, a lo lejos se podía distinguir entre las demás construcciones la biblioteca.

—Mírala, mira, allí está. La célebre biblioteca de Asghar —señaló la estructura con el dedo índice—. Perdona, venimos aquí porque todo el mundo sabe, bueno, todo el mundo no. Es decir, yo y pocos privilegiados más sabemos que aquí guardan los tomos más importantes de, ¿qué crees que será? La magia oscura.

—Olvidada durante mucho tiempo, pero viva y resplandeciente, a mano de cualquier ingenuo. ¡Apuremos! Ya falta poco. ¿Alguna idea para entrar?

Aceleraron el paso. El ruido de los charcos al ser pisados por las botas de los personajes era impertinente. Con una marcha arrítmica y portentosa fueron a observar que las puertas de la biblioteca estaban cerradas por un candado.

—Esto no supone un problema, ¿verdad Nagar? —dijo Maestro sarcásticamente. Se refería al candado —. Prueba suerte, espero que sepas romperlo con magia.

—A buen entendedor no hacen falta palabras, maestro —respondió guiñando un ojo. Pronunció dos frases en un idioma inteligible, excepto para su acompañante y hizo un gesto con un procedimiento muy peculiar.

Crack, sonó el candado al romper. Un ademán de asentimiento se reflejó en la cara de Maestro mientras Nagar abría la chirriante puerta cuidadosamente. Dentro había unas estanterías enormes, con una escalera dispuesta en cada una para alcanzar los libros más altos. Formaban dos líneas verticales y cubrían las paredes. Aquello estaba lleno de libros. En el centro había una pequeña estatua de piedra. Representaba a un hombre de estatura media, una capa y unos pantalones largos que le sobrepasaban los pies. Sujetaba un gran libro entre las manos. Un libro tan real como cualquier otro.

—Esto funciona así, hay que leer la primera frase que aparece en el libro. Después... Bueno, observa y juzga —se acercó al hombre de piedra. En cuánto pudo, leyo con voz clara lo que ponía en la página derecha.

—"Las almas puras se convertirán en Ángeles y las almas impuras se convertirán en Demonios."

Como si de un mecanismo por voz se tratase, la estatua se movió del sitio lentamente. Provocando un sonido chirriante y molesto. Dejó tras de sí un pasadizo pequeño que conducía a una planta inferior. Estaba en tinieblas, pero Maestro cogió su antorcha y sin perder tiempo se metió en la oscuridad. Nagar le siguió sin comentar nada al respecto.

—Eres listo y tienes talento, pero el talento no significa nada en este oficio si no sabes tomar las decisiones acertadas. Hay mucha gente que tiene talento y no ve la luz del día —pausó la voz para proseguir con el mismo tono—. Para durar se necesita disciplina porque en este mundo todo es una apuesta arriesgada. Y si no tienes disciplina para alejarte de la improvisación, suerte o como quieras llamar a una acción estúpida te puedo asegurar que algún día te hundirás. También hay que tener agudeza en dichas acciones recurridas o pensadas con anterioridad. La agudeza te permitirá encontrar el resultado más perfecta y sostenible. Otras características como el intelecto o el ingenio ya supongo que las posees. La picardía amigo, es una gran compañera, te ayuda a negociar y conseguir las cosas tal y como tu quieres. ¿Puedo confíar en tí, compañero?

—Por supuesto Maestro, eso ya lo sabes.

—Reharé la pergunta, ¿estás preparado?

La cuestión de Maestro obtuvo un eco profundo desde dentro del lugar subterráneo. Estaban en las escaleras, Nagar seguía a su acompañante con la antorcha en alto, chocando sus pequeños pies con los mugrientos peldaños. Un pequeño líquido viscoso resbalaba por las paredes. El techo no era muy alto, dos metros. Al fondo sólo se veía oscuridad y el olor era, como si nadie hubiera abierto aquello en muchos años. Pestoso y maloliente. Gracias al fuego de la antorcha se podían distinguir pequeñas grietas entre las conjeturas de la piedra. El lugar era arcaico.

—Estoy preparado para lo que sea.


***
Me encontraba junto a una mesa, donde libros, estantes, armas, armaduras, ya resistentes petos y cascos, ya floridos y vistosos vestidos se escondían unos con otros y se acumulaban. Yo era frágil y enclenque y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme decía, la tierra es un pastel colmado de dulzura, yo puedo mostrarte una grandeza igual, olvida a estas mujeres y enseña al mundo lo que vales. Otra, débil y asustada susurraba, ven, ven aquí. Únete a ellas y cumple con tus actos, reprime toda clase de injusticias, comprende el valor de la amistad y derrota las impurezas de tu interior. La segunda, cantaba como el viento en las arenas, un sonido dulce y suave. Yo le respondí con encanto y palabras gloriosas.

—Acepto, claro que acepto —asentí con la cabeza—. Kyra y Lillian, acepto la propuesta de muy buena gana, ¿qué os esperábais?

—Bienvenido, buena elección —dijo Kyra.

—¿Sí, sí? ¿Aceptas? Bien hecho, era un buen trato ¿no? ¡Vamos, vamos! Te tengo que contar el plan. Esto es así, mira, lo dividimos en tres partes ¿no? ¿Me sigues?
La chica era, infantil. Muy infantil. También era guapa, con ese cabello dorado muy largo que tenía repartido en dos trenzas, estaba todo el rato manoseándolo o poniendo los mechones a la espalda. Muy enérgica e impulsiva, se notaba mucho en su carácter que hacía mucho tiempo que no veía desconocidos o tenía tanto trato con ellos como conmigo.

—Tranquila Lillian —susurró Kyra, aún hablando bajo, las podía oír porque estaban al otro lado de la mesa.

—¡Oh! Perdona, enserio. Es que estoy muy emocionada Kyra, ya sabes como soy.

—Perdon por interrumpir pero tengo algunas dudas —hice una pausa para que se centraran en mí. Ambas callaron y se giraron hacia mí, educación no faltaba en aquellas dos muchachas—. Las armaduras, sólo hay dos —apunté con el dedo índice hacia ellas— y son de mujer. Yo no tengo, es normal, entiendo que no esperaráis mi llegada.

—Bah, somos ladronas, no creo que eso sea un problema para nosotras. Vamos a ir a Salaria para solucionar ese problema —informó Kyra, con un tono de voz suave y a la vez serio.

—Perfecto, ¿y las armas? ¿Por qué es especial esta espada? Yo quiero usar los cuchillos como hace Lillian pero el problema es que no sé como se hace, no tengo buena puntería ni sé acertar con el filo. Lillian me tienes que enseñar.

—Sí, sí. No pasa nada, mira se hace así —en un movimiento rápido, Lillian sacó un cuchillo que tenía agarrado con una goma en el tobillo y lo lanzó hacia mí. La daga, con una velocidad tremenda y con el filo apuntándo a mi cara, me rozó la piel y se fue a clavar en la pared.

¡Aaaaaaaaah! —chillé como un descosido, la sangre manaba de mi moflete derecho y fluía entre mis manos. No había penetrado demasiado, pero sí lo suficiente para provocar un dolor descomunal.

—Lillian, no hacía falta un ejemplo tan específico, creo que bastaba con palabras —dijo Kyra acercándose a mí. Lillian, se reía por lo bajo. Le hacía mucha gracia haberme dado con el cuchillo en la cara. Yo seguía con gritos desgarradores que se oían en toda la sala. Noté la mano de Kyra acariciando la mía y aparándola de la herida, no opuse fuerza. Con la otra mano me la posó sobre la cara y susurró—. No te duele, tranquilo, no te está doliendo.

Una sensación sobrenatural se transimitió a mi piel. Una fuerza que manaba de la mano de Kyra me hizo sentir puro. Por unos momentos, desapareció el dolor de mi cuerpo. Kyra tenía algo sobrehumano que me curaba la herida. La sangre dejo de manar en apenas dos o tres segundos. Pude notar perfectamente como se cerraba la herida, sin dolor. La energía de mi amiga era invisible, pero fluía como el agua, sentía todo el poder dentro de mi corte. Como si ella repartiera el daño entre los dos, quedándose con toda la parte. Pero, descarté la idea porque ella no tenía marcas de sufrimiento o aflicción.

Era como un aliento, un aliento bendito que transcurre entre sus dedos y mi piel. Como una brisa sanadora que se deslizaba entre nosotros y regeneraba mi cara. Un sentir bastante grato, agradable, absorbente y con una pizca de cariño. Apreciaba algo muy delicado y placentero. Algo indescriptible con palabras.

—¿Te gusta? Di que sí, que Kyra puede curar con las manos. Esa cicatriz tiene una forma muy rara, ¡lo siento mucho! —seguía riendo.

—¿Qué has hecho? —interrogué a Kyra, seguía en el suelo, estaba demasiado cómodo con aquella sensación.

—Como Lillian dice, puedo curar con las manos, es una habilidad especial. Creo que nadie más puede. Sólo nosotras dos podemos hacer cosas sobrehumanas. Ella —miró a Lillian—, puede saltar muy alto y hasta volar. Porque tiene alas, pero como está creciendo, son pequeñas.

—Sí, sí. Mira ven a fuera, te voy a enseñar lo que puedo hacer. Soy un ángel —hizo una mueca y rió pícaramente—. Pero soy un ángel pequeño, muy joven. Pero sé saltar, muy alto. Verás.

Kyra me levantó y me llevo hacia la puerta, caminé lentamente y apoyado sobre ella. La verdad era que no me dolía nada, pero estar al lado de ella ofrecía una confianza y una sensación muy grata y agradable.

Lillian saltó. Un salto —si a eso se le puede llamar así— muy grande. Calculé que pudo llegar a unos cincuenta metros como poco. Cuando llegó al cenit, pensé que iban a aparecer unas alas blancas y que mostraría su vuelo pero no fue así. Cuando empezó a bajar, con poca velocidad y mirando a sus pies, lo hizo despacio, como si controlara el viento. Siguió su rumbo sin inmutarse, cada vez estaba más cerca del suelo. Empecé a temer por su vida, podría ser que lo tuviera muy practicado, sin hacerse daño, pero era una caída descomunal.

—Lillian, ¡que te caes! —estaba a unos diez metros del suelo, en la posición inicial. Tiré del brazo de Kyra con fuerza—. Kyra, ¡que se va a caer!

Pero no cayó. Bueno, sí cayó, pero no con mucha fuerza. Antes de caer hizo un movimiento extraño y se quedo en una postura rara. El puño derecho tocaba el suelo con los nudillos. La rodilla izquierda estaba completamente pegada a la tierra y en la derecha solo apoyaba la planta del pie.

—Y así es, querido compañero, un ángel en perfecto estado —contempló Lillian, con la vista y la voz serena.


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Glosario:

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Imperiales: Guerreros a las órdenes del rey, mercenarios.
Cuadrilla VI Delta: En aquellos tiempos se les asignaban nombres de letras griegas a las cuadrillas.
Vidis: Nombre del ejército del rey.
Astia: Nombre del río.
Asghar: Tierra natal de Simón. Lugar en el que empieza la historia.
Rogara: Ciudad en la que transcurre el capítulo 3-2.
Última edición por Deja el Vie Feb 17, 2012 11:57 pm, editado 12 veces en total
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Chibi » Mié Dic 07, 2011 1:27 am

¡Primera! ¡Primera en comentar! *levanta los brazos* ¡weeee~~ !

En primer lugar, me ha gustado mucho la historia en sí, al menos este pequeño capítulo que has subido que... se me ha hecho muy corto, realmente xDD.
Veamos... alguna que otra crítica que pueda hacerte para que mejores... bueno, la longitud no está del todo mal, y que atrae a aquellos que no les gusta las cosas demasiado largas, pero eso sí: separa los párrafos de la zona de los diálogos, queda muy estético y "asusta" (por llamarlo así) menos a los lectores.

Bien... faltas, muy pocas. Si acaso, problemas de no revisar el texto tras leerlo: frases donde un punto (o dos puntos) quedaría mejor que otra coma ... un verbo en un tiempo que no toca ahí por la frase anterior...

Pero en general, creo que esta historia promete, y tengo muchas ganas de mas. La acción no para y te invita a seguir leyendo (incluso a las once y media de la noche xDD). Nos vemos.
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Hashizume » Mié Dic 07, 2011 8:16 pm

Un post de Deja O.O (?)

Me ha gustado, me he entretenido al leerlo y la historia está bien... por ahora. Como dijo Chibi los párrafos no vendrían mal y lo demás ya te lo ha dicho. Espero que postees el proximo capítulo y no abandones el fic.
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Blueheart o.O » Vie Dic 09, 2011 11:03 pm

¡Holaa! Bueno, pues me ha gustado mucho tu historia=) El narrador de primera persona nos acerca más a él, y somos capaces de ponernos en su lugar... ¡me gusta, me gusta!

Faltas, sólo he encontrado una "...dejado en tú cabaña en..." ese tu no lleva tilde porque es posesivo :D así que sería "...dejado en tu cabaña en...". (Por si no encuentras el cacho, es cuando el padre le está dando el discurso al hijo).
por lo demás, hay veces en las que repites mucho unas palabras. Yo que tú lo repasaría y buscaría sinónimos para reemplazarlas. Así la lectura sería más fluída =)

bueeno, pues aquí se acaban los consejitos de Blueheart n___n

un besazo!

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Re: El olvido de la Magia

Notapor Sheldon » Sab Dic 10, 2011 2:19 am

Increible, tio. Me encanta *_*. Aunque, eso si, tienes que enrollarte menos y darle mas fluidez a la historia. En la parte esta de los militares me aburri un poco, pero por lo demas esta GENIAL. Ahora solo falta un poco de magia jeje

Si quieres te hago una tonteria como para colocarla en la historia, no se si me entiendes, una cosa de esas de photoshop, es que me aburro.
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Re: El olvido de la Magia

Notapor RedXIII » Sab Dic 10, 2011 3:18 pm

Creo que el principal problema que tienes es que se hace algo pesado de leer, hay en algunas partes que no se entiende muy bien lo que describes y al principio, pues no se entiende nada de lo que pasa, los personajes ya están colocados, distribuidos, ya han pasado los hechos pero no se entiende que pasa, tampoco podemos saber que hace cada personaje y de mas, no hacen acciones especificas. Por otra parte, lado bueno, has corregido los espacios, con doble espacio como te dije, supongo XD, eso hace que la lectura sea menos pesada y que el ojo se canse menos. La historia, aunque cuesta entenderla, parece interesante, tiene su "misterio" y su atrayente, describes mucho algunas acciones personales, pero a veces olvidas que los demás personajes tamicen pueden tener esas acciones para describir su estado y tal, por ejemplo:

"Mi padre era irreconocible, los malditos le habían cortado la barba y todo el cabello, notándose así su cabeza sin pelo y sudorosa, toda su cara estaba mojada de sudor y se extendía por el cuello."

Y cuando vamos por ejemplo aquí no lo haces:

"-No se puede traicionar al rey –respondió uno de sus más leales guerreros, pero yo apretaba los dientes y callaba."

Podrías añadir algo como "Respondió uno de sus más leales guerreros, interponiéndose entre ambos con aire hostil y enfadado, mientras, apretaba los dientes y callaba." dar vida a los personajes de relleno y tal, aunque sean de relleno influencian en los movimientos, actos y pensamientos del protagonista y de mas.

Sigue practicando y escribiendo, saludos, Red.
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Xia_Loveless » Dom Dic 11, 2011 9:46 pm

Guau!! Esta muy bien, quiero la continuacion. Creo que pasare de ir a la biblioteca y me quedare por aqui xD
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Re: El olvido de la Magia

Notapor kairy@16 » Lun Dic 12, 2011 12:52 am

*_______________* Me encantan los relatos en primera persona. ¿Cuándo subirás el segundo capítulo? Estoy deseando leerlo >w<
Ánimo! :D
Soltad amarras! Y marras salió y se los comió a todos~~ lol xDDDD
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Deja » Dom Dic 18, 2011 6:01 pm

Perdonad que no postee, estoy con los examenes y no puedo seguir la obra.
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Chibi y hashi:
Ya están editados los espacios entre párrafos ( con dos enter por cada párrafo )
Red:
Apunto esa anotación, para el siguiente capítulo lo tendré en cuenta.


El próximo capítulo, por Navidades :mrgreen:
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Gray » Mié Dic 21, 2011 11:57 pm

Como te dije por el shoutbox, el relato está muy bien pero hay una parte que se me hizo algo pesada. Por lo demás creo que el texto te deja con ganas de leer mas y de saber que va a ocurrir en el futuro, en conclusión está muy bien y espero poder leer en el futuro mas del tema. n.n
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Berbatov9 » Vie Ene 06, 2012 9:34 pm

Esta muy bien DEja pero pienso lo mismo que Sheldon tienes que enrollarte menos y darle mas fluidez a la historia
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Deja » Vie Ene 06, 2012 10:09 pm

Gracias a todos por los comentarios y por los ánimos. Siento muchísimo la tardanza pero me apresuraré con el tercer capítulo. Dicho esto quería decir que ¡ya podéis ver el capítulo 2!
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Sombra » Vie Ene 06, 2012 11:51 pm

Bueno, acabo de comerme los dos capítulos seguidos. He visto unas cuantas faltas de ortografía leves y otro par de pequeños errores. Te recomendaría que antes de postear un capítulo leas de nuevo todo para hacer correcciones de última hora.
La trama por ahora parece buena e interesante. Tiene potencial.
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Re: El olvido de la Magia

Notapor Berbatov9 » Sab Ene 07, 2012 4:27 pm

Esta muy bien Deja lo único que cuides mas tus ortografías pero esta bastante bien :wink:
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Re: El olvido de la Magia

Notapor ita » Sab Ene 07, 2012 9:25 pm

No me ha gustado mucho, la verdad. Lo siento.

Repites muchas palabras. La narración se estanca, no tiene demasiada fluidez, a veces se nota un poco forzada. Por eso se hace pesado de leer.

Sobre el argumento, no está mal, a ver cómo avanzas en este aspecto.

¡Ánimo y suerte! Si pules los defectos y mejoras, tu obra será mucho mejor.
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