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La pelirroja se quedó mirándolo, perpleja, sin decir nada, quizás no sabiendo qué decir. Abraham ya se esperaba una reacción de ese tipo, aunque había temido que fuera una reacción más del estilo de gritar y salir huyendo despavorida. Quizás tan sólo estaba siendo presa del pánico y este la obligaba a permanecer quieta, petrificada.
Desvío su atención al cuerpo inerte, se preguntó si habría alguna manera de hacerlo desaparecer. No era un ser de energía, por lo que no había manera de hacer fluir hacia el exterior su Atzmunt. Pero, ¿y si fuera quién de convertir su materia en energía? ¿o cómo mínimo de desintegrarla? Se acercó al cadáver, ignorando la mirada de la pelirroja, que lo seguía absorta.
Agarró el cuerpo por los hombros e intentó aplicarle una pequeña cantidad de Atzmunt. Apenas desintegró algún trozo de la clavícula. Aplicó mayor cantidad, y poco a poco los brazos fueron desapareciendo. Realizó la misma acción en el resto de su anatomía. Era un proceso muy laborioso, que precisaba de paciencia y de un gasto de Atzmunt que sería innecesario si se tratase de un ser de energía; esperaba no tener que volver a realizar aquel trabajo.
Habiendo eliminado cualquier tipo de rastro, volvió a fijarse en su amiga, que en esta ocasión se hallaba de pie, observándole. Viendo que no huía y que ni tan si quiera mostraba signos de temor, decidió que al menos le debía una explicación.
—Mi nombre es Abraham, hijo de Adán y Eva, híbrido de Butzina y Kardinuta, el huésped del Rashá y por lo tanto, en cierto modo, el monstruo que destruyó Edén —inició de esta manera su relato.
Y comenzando de esa forma, continúo hablándole de los seres de energía, de las guerras entre ellos, de su historia, de cómo había nacido él, de toda aquella información de leyenda que le contara Alem aquel confuso día en el que iniciara su nueva vida, y de los últimos acontecimientos que viviera. Se lo contó todo, pero omitió el papel de Carlos en la historia, pues veía innecesario condicionar la opinión que la chica tuviera sobre el rubio muchacho de alguna manera.
—Impresionante —murmuró la pelirroja nada más el híbrido terminó—. Es impresionante. Pero, ¿sabes una cosa? —le preguntó mientras se acercaba a él—. No estoy segura de si eres un monstruo, un híbrido de seres de energía o un ser humano, pero sí sé una cosa, seas lo que seas, tú eres Abraham —dijo mientras le acariciaba la mejilla, y luego lo abrazó tiernamente.
Aquel abrazo hizo rememorar al muchacho uno muy similar que también se dieran ambos hacía ya tanto tiempo… Lo recordaba perfectamente, fuera el día que andaba perdido en la biblioteca del instituto en busca de un buen libro cuando aquella amable chiquilla le habló.
—¡Hola! ¿Buscas algo?
Durante su corta vida hasta aquel momento, el pelirrojo había tenido una conducta más que reservada hacia la gente que le rodeaba, especialmente hacia las chicas. Lo cierto es que su nivel de timidez le llevaba al punto de nunca haber tenido un amigo ni nada semejante. No era de extrañar, por lo tanto, que Abraham se pusiera rojo como un tomate en cuanto escuchó aquella dulce voz.
—Estás buscando un libro, ¿verdad? Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa si no podrías encontrar aquí? —sonrió la pelirroja—.
Estoy como voluntaria para ayudar en la biblioteca del insti, así que, si necesitas algo, no tienes más que pedírmelo.
—N-no bu-busco na-nada en en es-especial —tartamudeó a duras penas.
—Ya veo. Puedo aconsejarte si lo deseas. Veamos, ¿qué género te gusta más?
—L-la fan-fantasía.
—¡¿La fantasía?! ¡Genial, también es mi género favorito! A ver que tenemos por aquí que te pueda recomendar… ¡Oh, ya sé! Este te encantará —la pelirroja muchacha cogió inmediatamente una de las pequeñas escaleras y la usó para acceder a la zona más alta de una estantería cuyo letrero rezaba “Fantasía”.
La chica procedió a coger un libro de cubierta blanca y negra y entregárselo al muchacho.
—“Memorias de Idhún: La Resistencia”, es el comienzo de una trilogía. Yo actualmente estoy por el segundo libro y te puedo asegurar que el primero es fantástico —le recomendó alegremente.
El muchacho, aún cohibido, agarró el ejemplar que le entregaba la chica y la acompañó hasta el mostrador para rellenar lo necesario con el fin de formalizar el préstamo. Mientras estaba ocupado en ello, la muchacha no paraba de mirarlo, aparentemente curiosa, lo que ponía nervioso al pelirrojo. Cuando terminó con su tarea, se atrevió a preguntarle:
—¿P-pasa al-algo? —preguntó, causando la rojez en las mejillas de la pelirroja.
—No, es sólo que… bueno, eres la primera persona que veo que tiene el pelo como yo... y eso me resulta curioso.
Era cierto, el hablar con alguien del sexo opuesto en tanto tiempo no le permitiera fijarse en ello, pero la coloración de sus cabellos era idéntica para sorpresa de ambos.
—S-si, yo tampoco co-conociera nunca a na-nadie con este co-color de pelo.
—Ya veo… ¡Oh, creo que no me he presentado! Yo soy Sandra, ¿y tú?
—A-Abraham. M-me llamo Abraham.
—Encantada. Bueno, casi es hora de almorzar, ¿no? ¿Qué te parece si lo hacemos juntos? —le ofreció mostrando una sonrisa con la que le resultó imposible negarse al muchacho.
Se desplazaron hacía un rincón del patio, al lado del jardín, solitario y acogedor, en el que disfrutar de su almuerzo.
Sandra no paraba de curiosear el libro y comentarle lo mucho que le iba a gustar, todo lo que iba a encontrar en él o lo que disfrutó leyéndolo.
—¿Qué hacéis aquí tan solos, zanahorias? —oyeron una voz a su espalda.
En cuanto se dieron la vuelta, el chico que les hablara, un obeso muchacho un poco mayor que ellos, agarró el libro que sostenía la pelirroja.
—¡Devuélvemelo, no es mío!—le pidió la chica instantáneamente.
—¿Lo quieres? Entonces intenta cogerlo —dijo a la vez que elevaba el brazo lo más alto posible para que le fuera inviable la labor a la pelirroja.
—¡Basta!¡Devuélveselo! —gritó Abraham al acosador, y en un ataque de valentía lo empujó, haciendo que cayese al suelo y que soltara el libro.
El muchacho, herido en su orgullo se levantó y fue contra el pelirrojo, quien perdió inmediatamente la poca valentía que había hecho brotar antes. Aquel día fue el primero en el que Roberto le metió una paliza, pero al menos había recuperado el libro. Cuando el obeso chico se marchó, dándose por satisfecho, Sandra se acercó a Abraham y lo abrazó tiernamente.
—Gracias. Muchas gracias —susurró.
Aquel primer abrazo y este último trascendieron el tiempo y el espacio para sobreponerse uno al otro, para hacer que sus corazones recordaran de nuevo todo lo vivido y para que Abraham volviese a sentirse nuevamente querido y recordara quién era. Porque como la chica dijera, no importaba lo que fuera por fuera, en su corazón y en el de sus seres queridos seguía siendo Abraham.
Anegados por la incesante lluvia que caía sobre la ciudad, los dos amigos resolvieron moverse a un lugar en el que resguardarse. Así, se asentaron en la zona más seca que encontraron dentro de aquellos callejones, siendo protegidos de la lluvia por las Knafáims que extendió sobre ellos el híbrido.
—¿Tienes frío? —preguntó al observar tiritar a Sandra. No le extrañaba, pues se notaba que la chica había escapado de casa sin demasiadas preparaciones, apenas abrigada por una ligera chaqueta que no cubría más allá de su cintura y menos aún las piernas expuestas al gélido viento por culpa de su corta falda.
—Lo cierto es que un poco —y Abraham la rodeo con sus brazos, intentando proporcionarle el calor corporal suficiente.
Un silencio se produjo, pero no fue un silencio incómodo, sino un silencio totalmente oportuno y necesario. Ocasionalmente, las miradas se encontraron, tímidas, fijas la una en la otra, con sus verdes pupilas examinándose mutuamente. De repente, los labios sufrieron una intensa necesidad de encontrarse, aún mojados por la intempestiva lluvia, buscaban encontrarse por todos los medios posibles. Como si hubieran sido imantados con cargas opuestas, ambos deseaban firmemente juntarse el uno con el otro. Sin importar lo que hubiera alrededor, él y ella sólo querían fundirse en uno, los dos lo habían estado deseando durante demasiado tiempo. Y ya casi lo conseguían, a punto de rozarse, a punto de unirse…
Zankoku na tenshi no youni
Shounen yo shinwa ni nare
La melodía sonó, como endiablada, como si buscase el momento justo en el que molestar, avisando a Abraham de que alguien requería su atención, provocando un efecto instantáneo en ambos jóvenes, que se separaron el uno del otro lo más rápido que pudieron, avergonzados de lo que estuvo a punto de ocurrir. El híbrido respondió rápidamente a la llamada, con el nerviosismo que la situación le había dejado:
—Di-Diga.
—…
—¿Hola?¿Hay alguien?
—Oh Abraham, siento estropear un momento tan bonito e importante para ti como debía ser este, pero hay algo que debes hacer y no puede esperar —el interlocutor hizo una breve pausa—: morir.
Un haz de luz se dirigió hacia el lugar donde se encontraban ambos amigos, con la intención de sellar su destino y no dejarles ninguna oportunidad de felicidad. Antes de que este triste final se cumpliera, una luz mucho más brillante y rauda se sitúo en la trayectoria, desviando el ataque hacía otro lugar.
Cuando Abraham logró ver la escena con claridad se encontró con la mojada melena de Caín, que sujetaba su espada de luz en posición de defensa. Al fondo observó un distinguible abrigo blanco que cubría a su portador.
—Otra vez más Caín, ¿Cuántas veces piensas seguir traicionandonos? —le acusó Abel.
—No estoy realizando ningún tipo de traición hermano, al menos no a mi corazón —se justificó, mirando de reojo a sus amigos.
—¿No me vas a dejar otra opción, verdad? —Caín realizo un gesto de afirmación con la cabeza—. Es una auténtica pena —aseguró mientras desenvainaba una espada de luz.
Ambos hermanos corrieron el uno hacia el otro, chocando sus armas al cruzarse, despidiendo una energía que los devolvió a su situación de inicio. Sandra observaba expectante; Abraham, en un arrebato, se levantó, dispuesto a unirse a su amigo en la lucha, pero se encontró con el acero de éste cerrándole el paso.
—Mantente alejado Abraham, no permitiré que os toqué.
—Pero, Carlos… —intentó quejarse el híbrido.
—No te preocupes —le cortó—. Abel es sangre de mi sangre, no puede herirme, yo tampoco puedo herirlo a él, pero si puedo detenerlo y manteneros a salvo.
—Tan seguro estás, ¿querido hermano? —preguntó con una sonrisa burlona—. ¿Acaso crees conocerme tan bien? —dijo mientras se despojaba de su atuendo blanco, revelando la coloración pelirroja que había adquirido su cabello, así como sus penetrantes iris verdes. Mas la sorpresa fue mayúscula cuando desplegó las cuatro Knafáims que de su espalda surgían: dos blancas superiores y dos negras inferiores.
—¿Qué demonios? —murmuró Abraham, sorprendido y aterrado a la vez.
—¡Imposible! ¡Ese no es Abel! ¡Ese no puede ser mi hermano! —intentaba convencerse Caín, cuyas pupilas azules se mostraban temblorosas ante lo que observaba.
—Será mejor que dejes de engañarte hermano —le respondió el recién descubierto híbrido arrogantemente—. El Abel que has conocido durante los últimos 19 años no ha sido más que una débil sombra. Este es mi verdadero aspecto, este es mi verdadero yo, aquel que cumplirá con la misión que el Señor Supremo nos asignó, y no dudaré en deshacerme de toda oposición que se cruce en mi camino.
Desvío su atención al cuerpo inerte, se preguntó si habría alguna manera de hacerlo desaparecer. No era un ser de energía, por lo que no había manera de hacer fluir hacia el exterior su Atzmunt. Pero, ¿y si fuera quién de convertir su materia en energía? ¿o cómo mínimo de desintegrarla? Se acercó al cadáver, ignorando la mirada de la pelirroja, que lo seguía absorta.
Agarró el cuerpo por los hombros e intentó aplicarle una pequeña cantidad de Atzmunt. Apenas desintegró algún trozo de la clavícula. Aplicó mayor cantidad, y poco a poco los brazos fueron desapareciendo. Realizó la misma acción en el resto de su anatomía. Era un proceso muy laborioso, que precisaba de paciencia y de un gasto de Atzmunt que sería innecesario si se tratase de un ser de energía; esperaba no tener que volver a realizar aquel trabajo.
Habiendo eliminado cualquier tipo de rastro, volvió a fijarse en su amiga, que en esta ocasión se hallaba de pie, observándole. Viendo que no huía y que ni tan si quiera mostraba signos de temor, decidió que al menos le debía una explicación.
—Mi nombre es Abraham, hijo de Adán y Eva, híbrido de Butzina y Kardinuta, el huésped del Rashá y por lo tanto, en cierto modo, el monstruo que destruyó Edén —inició de esta manera su relato.
Y comenzando de esa forma, continúo hablándole de los seres de energía, de las guerras entre ellos, de su historia, de cómo había nacido él, de toda aquella información de leyenda que le contara Alem aquel confuso día en el que iniciara su nueva vida, y de los últimos acontecimientos que viviera. Se lo contó todo, pero omitió el papel de Carlos en la historia, pues veía innecesario condicionar la opinión que la chica tuviera sobre el rubio muchacho de alguna manera.
—Impresionante —murmuró la pelirroja nada más el híbrido terminó—. Es impresionante. Pero, ¿sabes una cosa? —le preguntó mientras se acercaba a él—. No estoy segura de si eres un monstruo, un híbrido de seres de energía o un ser humano, pero sí sé una cosa, seas lo que seas, tú eres Abraham —dijo mientras le acariciaba la mejilla, y luego lo abrazó tiernamente.
Aquel abrazo hizo rememorar al muchacho uno muy similar que también se dieran ambos hacía ya tanto tiempo… Lo recordaba perfectamente, fuera el día que andaba perdido en la biblioteca del instituto en busca de un buen libro cuando aquella amable chiquilla le habló.
—¡Hola! ¿Buscas algo?
Durante su corta vida hasta aquel momento, el pelirrojo había tenido una conducta más que reservada hacia la gente que le rodeaba, especialmente hacia las chicas. Lo cierto es que su nivel de timidez le llevaba al punto de nunca haber tenido un amigo ni nada semejante. No era de extrañar, por lo tanto, que Abraham se pusiera rojo como un tomate en cuanto escuchó aquella dulce voz.
—Estás buscando un libro, ¿verdad? Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa si no podrías encontrar aquí? —sonrió la pelirroja—.
Estoy como voluntaria para ayudar en la biblioteca del insti, así que, si necesitas algo, no tienes más que pedírmelo.
—N-no bu-busco na-nada en en es-especial —tartamudeó a duras penas.
—Ya veo. Puedo aconsejarte si lo deseas. Veamos, ¿qué género te gusta más?
—L-la fan-fantasía.
—¡¿La fantasía?! ¡Genial, también es mi género favorito! A ver que tenemos por aquí que te pueda recomendar… ¡Oh, ya sé! Este te encantará —la pelirroja muchacha cogió inmediatamente una de las pequeñas escaleras y la usó para acceder a la zona más alta de una estantería cuyo letrero rezaba “Fantasía”.
La chica procedió a coger un libro de cubierta blanca y negra y entregárselo al muchacho.
—“Memorias de Idhún: La Resistencia”, es el comienzo de una trilogía. Yo actualmente estoy por el segundo libro y te puedo asegurar que el primero es fantástico —le recomendó alegremente.
El muchacho, aún cohibido, agarró el ejemplar que le entregaba la chica y la acompañó hasta el mostrador para rellenar lo necesario con el fin de formalizar el préstamo. Mientras estaba ocupado en ello, la muchacha no paraba de mirarlo, aparentemente curiosa, lo que ponía nervioso al pelirrojo. Cuando terminó con su tarea, se atrevió a preguntarle:
—¿P-pasa al-algo? —preguntó, causando la rojez en las mejillas de la pelirroja.
—No, es sólo que… bueno, eres la primera persona que veo que tiene el pelo como yo... y eso me resulta curioso.
Era cierto, el hablar con alguien del sexo opuesto en tanto tiempo no le permitiera fijarse en ello, pero la coloración de sus cabellos era idéntica para sorpresa de ambos.
—S-si, yo tampoco co-conociera nunca a na-nadie con este co-color de pelo.
—Ya veo… ¡Oh, creo que no me he presentado! Yo soy Sandra, ¿y tú?
—A-Abraham. M-me llamo Abraham.
—Encantada. Bueno, casi es hora de almorzar, ¿no? ¿Qué te parece si lo hacemos juntos? —le ofreció mostrando una sonrisa con la que le resultó imposible negarse al muchacho.
Se desplazaron hacía un rincón del patio, al lado del jardín, solitario y acogedor, en el que disfrutar de su almuerzo.
Sandra no paraba de curiosear el libro y comentarle lo mucho que le iba a gustar, todo lo que iba a encontrar en él o lo que disfrutó leyéndolo.
—¿Qué hacéis aquí tan solos, zanahorias? —oyeron una voz a su espalda.
En cuanto se dieron la vuelta, el chico que les hablara, un obeso muchacho un poco mayor que ellos, agarró el libro que sostenía la pelirroja.
—¡Devuélvemelo, no es mío!—le pidió la chica instantáneamente.
—¿Lo quieres? Entonces intenta cogerlo —dijo a la vez que elevaba el brazo lo más alto posible para que le fuera inviable la labor a la pelirroja.
—¡Basta!¡Devuélveselo! —gritó Abraham al acosador, y en un ataque de valentía lo empujó, haciendo que cayese al suelo y que soltara el libro.
El muchacho, herido en su orgullo se levantó y fue contra el pelirrojo, quien perdió inmediatamente la poca valentía que había hecho brotar antes. Aquel día fue el primero en el que Roberto le metió una paliza, pero al menos había recuperado el libro. Cuando el obeso chico se marchó, dándose por satisfecho, Sandra se acercó a Abraham y lo abrazó tiernamente.
—Gracias. Muchas gracias —susurró.
Aquel primer abrazo y este último trascendieron el tiempo y el espacio para sobreponerse uno al otro, para hacer que sus corazones recordaran de nuevo todo lo vivido y para que Abraham volviese a sentirse nuevamente querido y recordara quién era. Porque como la chica dijera, no importaba lo que fuera por fuera, en su corazón y en el de sus seres queridos seguía siendo Abraham.
Anegados por la incesante lluvia que caía sobre la ciudad, los dos amigos resolvieron moverse a un lugar en el que resguardarse. Así, se asentaron en la zona más seca que encontraron dentro de aquellos callejones, siendo protegidos de la lluvia por las Knafáims que extendió sobre ellos el híbrido.
—¿Tienes frío? —preguntó al observar tiritar a Sandra. No le extrañaba, pues se notaba que la chica había escapado de casa sin demasiadas preparaciones, apenas abrigada por una ligera chaqueta que no cubría más allá de su cintura y menos aún las piernas expuestas al gélido viento por culpa de su corta falda.
—Lo cierto es que un poco —y Abraham la rodeo con sus brazos, intentando proporcionarle el calor corporal suficiente.
Un silencio se produjo, pero no fue un silencio incómodo, sino un silencio totalmente oportuno y necesario. Ocasionalmente, las miradas se encontraron, tímidas, fijas la una en la otra, con sus verdes pupilas examinándose mutuamente. De repente, los labios sufrieron una intensa necesidad de encontrarse, aún mojados por la intempestiva lluvia, buscaban encontrarse por todos los medios posibles. Como si hubieran sido imantados con cargas opuestas, ambos deseaban firmemente juntarse el uno con el otro. Sin importar lo que hubiera alrededor, él y ella sólo querían fundirse en uno, los dos lo habían estado deseando durante demasiado tiempo. Y ya casi lo conseguían, a punto de rozarse, a punto de unirse…
Shounen yo shinwa ni nare
La melodía sonó, como endiablada, como si buscase el momento justo en el que molestar, avisando a Abraham de que alguien requería su atención, provocando un efecto instantáneo en ambos jóvenes, que se separaron el uno del otro lo más rápido que pudieron, avergonzados de lo que estuvo a punto de ocurrir. El híbrido respondió rápidamente a la llamada, con el nerviosismo que la situación le había dejado:
—Di-Diga.
—…
—¿Hola?¿Hay alguien?
—Oh Abraham, siento estropear un momento tan bonito e importante para ti como debía ser este, pero hay algo que debes hacer y no puede esperar —el interlocutor hizo una breve pausa—: morir.
Un haz de luz se dirigió hacia el lugar donde se encontraban ambos amigos, con la intención de sellar su destino y no dejarles ninguna oportunidad de felicidad. Antes de que este triste final se cumpliera, una luz mucho más brillante y rauda se sitúo en la trayectoria, desviando el ataque hacía otro lugar.
Cuando Abraham logró ver la escena con claridad se encontró con la mojada melena de Caín, que sujetaba su espada de luz en posición de defensa. Al fondo observó un distinguible abrigo blanco que cubría a su portador.
—Otra vez más Caín, ¿Cuántas veces piensas seguir traicionandonos? —le acusó Abel.
—No estoy realizando ningún tipo de traición hermano, al menos no a mi corazón —se justificó, mirando de reojo a sus amigos.
—¿No me vas a dejar otra opción, verdad? —Caín realizo un gesto de afirmación con la cabeza—. Es una auténtica pena —aseguró mientras desenvainaba una espada de luz.
Ambos hermanos corrieron el uno hacia el otro, chocando sus armas al cruzarse, despidiendo una energía que los devolvió a su situación de inicio. Sandra observaba expectante; Abraham, en un arrebato, se levantó, dispuesto a unirse a su amigo en la lucha, pero se encontró con el acero de éste cerrándole el paso.
—Mantente alejado Abraham, no permitiré que os toqué.
—Pero, Carlos… —intentó quejarse el híbrido.
—No te preocupes —le cortó—. Abel es sangre de mi sangre, no puede herirme, yo tampoco puedo herirlo a él, pero si puedo detenerlo y manteneros a salvo.
—Tan seguro estás, ¿querido hermano? —preguntó con una sonrisa burlona—. ¿Acaso crees conocerme tan bien? —dijo mientras se despojaba de su atuendo blanco, revelando la coloración pelirroja que había adquirido su cabello, así como sus penetrantes iris verdes. Mas la sorpresa fue mayúscula cuando desplegó las cuatro Knafáims que de su espalda surgían: dos blancas superiores y dos negras inferiores.
—¿Qué demonios? —murmuró Abraham, sorprendido y aterrado a la vez.
—¡Imposible! ¡Ese no es Abel! ¡Ese no puede ser mi hermano! —intentaba convencerse Caín, cuyas pupilas azules se mostraban temblorosas ante lo que observaba.
—Será mejor que dejes de engañarte hermano —le respondió el recién descubierto híbrido arrogantemente—. El Abel que has conocido durante los últimos 19 años no ha sido más que una débil sombra. Este es mi verdadero aspecto, este es mi verdadero yo, aquel que cumplirá con la misión que el Señor Supremo nos asignó, y no dudaré en deshacerme de toda oposición que se cruce en mi camino.
Breve noticia: Acercándonos ya al último capítulo de la primera parte de EODA: Alba, es necesario anunciar que tras que terminé esta parte, habrá un parón de un mes con el fin de que pueda preparar adecuadamente la segunda parte. Disculpen las molestias ~~
Y hablando de eso, me pensaré lo de publicar EODA: Ocaso en el foro, vista la gran acogida que ha tenido la primera.
Saludos atentos desde las alcantarillas.
Mickael Vavrinec