El ocaso del alba

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 31, 2011 3:14 am

Capítulo 9 - El encanto de la lluvia – Parte 1
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La lluvia caía intensamente desde hacía unas horas sin dar tregua alguna. La noche se había puesto totalmente y los tenues rayos de la luna iluminaban a duras penas aquellos callejones en los que Abraham viviera tantas experiencias en los últimos meses. El joven permanecía ahora acurrucado en una esquina, sin demasiados problemas para soportar el frío y el intempestivo diluvio debido a sus oportunos ropajes.

Pasó la mayor parte del día sin hacer gran cosa, pensando en la conversación que mantuviera con Carlos, en el papel que adoptaría su amigo en esta batalla, en lo que debía hacer a pesar de estar solo. Pero sus cavilaciones apenas le resolvían sus infinitas dudas y el cansancio le acababa envolviendo y caía víctima del sueño. En esas se encontraba, a punto de ser víctima de Morfeo, cuando una curiosa y conocida melodía llegó hasta sus oídos.

Zankoku na tenshi no youni
Shounen yo shinwa ni nare


—Imposible —murmuró.

Aoi kaze ga ima
Mune no door wo tataitemo


Inmediatamente se dispuso a correr hacia el lugar del cual procedía la música. Siguiéndola, llegó hasta unos contenedores de basura. Debido a que la provenía del interior, el pelirrojo los abrió y comenzó a hurgar en su contenido, en busca de aquello que ansiaba. Finalmente lo encontró, allí estaba, no sabía cómo ni por qué, pero allí estaba: su teléfono móvil, aquel que perdiera descuidadamente el día que tuviera su primer contacto consciente con seres de energía. No podía comprender cómo podía seguir con batería después de tanto tiempo, pero la cuestión es que lo encontrara. Entonces se fijó en que estaba siendo llamado por un número desconocido, presa de la curiosidad de saber si alguien más se acordaba de él, contestó:

—Dígame.

—…

—Sí, ¿Quién es?

—¡Pi, pi, pi!

Extrañado en un comienzo porque nadie contestara, concluyó que se trataría de una equivocación. Guardó el móvil consigo, aunque sabía que debido a su actual clandestinidad su lista de contactos no le sería de gran utilidad. De todas formas, era una preciada posesión para él.

Entonces escuchó unos pasos, cada vez más próximos, a una rápida frecuencia; alguien que corría como alma que lleva el diablo, que extrañamente eligiera aquellos callejones tan poco transitados, aún menos en días como aquel, quizás buscando un camino que le permitiera empaparse lo más mínimo. No detectaba ningún tipo de Atzmunt, por lo que el sujeto en si no debía de ser peligroso. Temiendo que fuera alguien conocido, se escondió rápidamente tras unos contenedores de basura. “¡Ay!” Oyó quejarse a una femenina voz tras lo que pareciera ser una aparatosa caída.

Fuese como fuese, Abraham no pudo evitar sentir curiosidad, pues le resultaba demasiado familiar aquel tono. Alzó un poco la vista, quedándose perplejo al observar aquella pelirroja melena elevándose a duras penas del suelo. De alguna manera sentía la necesidad de correr a ayudarla, de buscar cualquier excusa sólo para verla, para saber que estaba bien.

Pero no podía dejar que ella lo descubriera, no en su estado, no como en lo que se había convertido. Incapaz de aguantar sus impulsos, se colocó correctamente el sombrero, intentando taparse el rostro lo máximo posible, y salió de su escondite, corriendo a ayudarla.

—¿Estás bien? —dijo mientras le ofrecía la mano, intentando poner una voz lo más grave posible.

—Sí, gracias —respondió la chica, y en cuanto alzó la mirada sus ojos se pusieron llorosos y un tremendo temblor le recorrió todo el cuerpo. Movida por el instinto, se lanzó a abrazarle— Tú, tú… has vuelto —susurraba entre lágrimas.

Abraham no se lo podía creer. “Sabes una cosa, yo pienso que aun vestido así, ella sería quien de reconocerte”. Carlos tenía razón, de algún modo, de alguna manera, parecía que la pelirroja lo reconociera sin dudar en ningún momento, nada más mirarlo a los ojos, a pesar de su cambiado aspecto, a pesar del empeño del híbrido por pasar desapercibido.

—Sí, Sandra. He vuelto —y en un afán irrefrenable, le devolvió el abrazo.

—¿Por qué te fuiste? ¿Dónde has estado? Todos hemos estado muy preocupados por ti —mencionó mientras sollozaba.

—Lo sé.

La chica se separó de él, siendo agarrada por los hombros por el pelirrojo.

—Supongo que lo importante es que estás bien —dijo mientras mostraba una cálida sonrisa.

Entonces el híbrido observó algo en lo que, seguramente debido a la emoción del reencuentro, no se percatara antes: la cara de la chica estaba llena de magulladuras. Su ojo izquierdo se encontraba hinchado y morado. El resto de la cara presentaba claros signos de maltrato. Se fijó en sus piernas, también llenas de moratones que no podían haber sido provocados por simples caídas.

—¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Ha sido él otra vez, verdad? —comenzó a preguntarle el pelirrojo nervioso.

Sandra lo miró asustado. Sus ojos vertieron lágrimas en señal de respuesta, y se echó a su pecho, llorando desconsolada.

—Abraham, yo… me he escapado de casa.

—¡¿Cómo?! —respondió sorprendido, más bien porque le costaba creer que su amiga realizara un acto así que porque fuera una mala idea, al contrario, hacía mucho tiempo que pensaba que Sandra debería haber abandonado aquel hogar.

—No me culpes por ello. Me siento mal por irme, pero es que… ¡Ya no puedo más! —gritó— ¡Ya no puedo seguir aguantándole cuando llega borracho a casa, ni cuando me trata como una esclava, ni cuando me insulta o pega por hacer algo mal! —se quejaba llorosa la chica—-. Pero hoy, ha pasado del límite, lo de hoy ha sido la gota que colma el vaso. Abraham, hoy, él… hoy ha intentado… —y volvió a hundir la cabeza en el pecho del híbrido, llorando, incapaz de terminar la frase.

No era necesario, Abraham ya se diera cuenta de lo que la pelirroja le intentaba decir, los moratones en las piernas eran suficiente prueba. Abraham apretó dientes y puños con furia, aquel capullo se atreviera a intentar abusar sexualmente de ella. Le repugnaba ese comportamiento.

Desde que conociera a Sandra, siempre fuera consciente del maltrato que esta recibía por parte de su padre. Siempre lo tolerara en cierto modo porque él nunca había podido hacer nada, Sandra no parecía querer hablar de ello nunca, y por muy mal que lo pasara, siempre se la veía sonriendo. Pero aquella noche él se pasara, cruzara una línea que nunca debía ser cruzada, había hecho llorar a la chica. Verla en aquel estado le apenó e hirió profundamente el corazón.

—¡Sandra! —se escuchó una voz a lo lejos—. ¡Sandra! ¡Hip! ¿Dónde te has metido?

—¿Papá? —preguntó aterrorizada, temblando como lo hace un cervatillo rodeado de una manada de leones.

—¡Sandra! —la figura se empezó a hacer más visible. El fornido hombre de barba de vagabundo, calva y aspecto descuidado se movía a duras penas hacia ellos con un tono de alegría en la voz. Sus mejillas sonrosadas y sus torpes movimientos denotaban su estado ebrio. ¿Cómo podía haber seguido a la chica en esas condiciones?—. ¡Sandra! ¡Aquí estás! ¡Hip! Perdóname, me he portado mal contigo. ¿Me disculpas? Volvamos a casa —le propuso.

La temerosa muchacha no se movía del lado del híbrido, temblorosa, sin saber qué hacer, aún con miedo por los recientes acontecimientos vividos.

—¡Sandra!¿Qué haces? Te he pedido perdón, ¿no es suficiente? Venga, te prometo que no volverá a pasar. Vámonos a casa —ordenó mientras la agarraba bruscamente por el brazo y la intentaba arrastrar. La pelirroja miró a Abraham con una mirada medio de súplica y medio de disculpa. Este no aguantaba más, aquello ya era demasiado.

—No tienes por qué soportarlo —le susurró el muchacho.

Sandra, como dándole la razón, se soltó a duras penas, provocando la rabia de su progenitor.

—¿Qué? ¿Te niegas, puta? ¿Quién te crees que eres? ¿Quién te crees que te ha dado cobijo y comida desde que eras una cría? ¡Yo! Me debes muchísimo. No te consiento que me hagas esto —dijo mientras alzaba el brazo dispuesto a pegarle.

Abraham rápidamente se interpuso, deteniendo el golpe, agarrándole el brazo.

—¡Quieto viejo verde! Sandra no se va a ningún lugar.

—¿Quién es este? ¿Tu novio? —preguntó en tono de guasa—. Mira chico, Sandra es mi hija, es de mi propiedad, haré con ella lo que yo quiera —aseguró, irritando aún más al híbrido.

Abraham le retorció el brazo instintivamente.

—¿Qué has dicho? —preguntó amenazador.

—¡Suéltame! Lo único que quieres hacer es follártela tú. Mírala, va por ahí vistiendo como una puta, y la culpa luego es mía, se merece que le den una paliza. ¡Suéltame, cabrón!

Abraham lo obedeció, soltándole y empujándole unos metros. El hombre cayó al suelo y se levantó a duras penas, airado.

Abraham lo observó con una mirada sombría, llena de furia.

—A mí me llaman monstruo… ¡pero aquí el único monstruo que ahí eres tú! —gritó, a la vez que sacaba y desplegaba sus Knafáims. Movido por la ira, formó una bola de oscuridad que lanzó con rapidez contra el hombre. Atravesándole el pecho y abrasándole el corazón.

Cayó de espaldas contra el suelo, ya sin vida. El pelirrojo lo observó con furia, asqueado, aún preso de la ira del momento. No había sido poseído por el Rashá, lo que probaba que en los últimos meses se había vuelto lo suficientemente fuerte como para contenerlo en esas condiciones de desestabilidad emocional.

Sandra se separó de su lado y corrió a agacharse al lado del hombre que decía ser su padre. Esto logró despertar al híbrido de su temporal estado de abstracción. Por un momento se replanteó lo que acababa de hacer. Había matado a un ser humano, era el primer ser de aquella especie al que robaba la vida, mas esto no era lo que realmente le preocupaba.

A Abraham le inquietaba el haber hecho sufrir con aquello a su amiga, pues por muy monstruo e inhumano que fuera aquel hombre, no dejaba de ser su padre.

Se acercó cuidadosamente hacia la pelirroja, que observaba el cadáver de su progenitor en silencio, ni siquiera se la oía sollozar, ni la más mínima muestra de emoción alguna.

—Sandra… Yo… —intentó decir.

—Es extraño —le cortó—. Se supone que debería estar triste, se supone que debería llorar desconsoladamente, gritar su nombre y maldecir el que esté muerto, ¿no? Pero en cambio, estoy aquí sentada, viendo lo que queda de él, y no siento absolutamente nada, ni la más mínima tristeza. En cambio, sí que noto una cierta libertad. Debo ser una persona horrible…

—Al menos eres una persona —respondió el híbrido, llamando la atención de la muchacha—. Sandra, yo no soy quien tú crees que soy, yo no soy humano, para muchos ni siquiera soy algo que merezca estar vivo. Ya lo has visto, yo sólo soy un monstruo.


Atentos saludos desde la cloaca.

Mickael Vavrinec
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Nov 07, 2011 2:36 am

Capítulo 9 - El encanto de la lluvia – Parte 2
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La pelirroja se quedó mirándolo, perpleja, sin decir nada, quizás no sabiendo qué decir. Abraham ya se esperaba una reacción de ese tipo, aunque había temido que fuera una reacción más del estilo de gritar y salir huyendo despavorida. Quizás tan sólo estaba siendo presa del pánico y este la obligaba a permanecer quieta, petrificada.

Desvío su atención al cuerpo inerte, se preguntó si habría alguna manera de hacerlo desaparecer. No era un ser de energía, por lo que no había manera de hacer fluir hacia el exterior su Atzmunt. Pero, ¿y si fuera quién de convertir su materia en energía? ¿o cómo mínimo de desintegrarla? Se acercó al cadáver, ignorando la mirada de la pelirroja, que lo seguía absorta.

Agarró el cuerpo por los hombros e intentó aplicarle una pequeña cantidad de Atzmunt. Apenas desintegró algún trozo de la clavícula. Aplicó mayor cantidad, y poco a poco los brazos fueron desapareciendo. Realizó la misma acción en el resto de su anatomía. Era un proceso muy laborioso, que precisaba de paciencia y de un gasto de Atzmunt que sería innecesario si se tratase de un ser de energía; esperaba no tener que volver a realizar aquel trabajo.

Habiendo eliminado cualquier tipo de rastro, volvió a fijarse en su amiga, que en esta ocasión se hallaba de pie, observándole. Viendo que no huía y que ni tan si quiera mostraba signos de temor, decidió que al menos le debía una explicación.

—Mi nombre es Abraham, hijo de Adán y Eva, híbrido de Butzina y Kardinuta, el huésped del Rashá y por lo tanto, en cierto modo, el monstruo que destruyó Edén —inició de esta manera su relato.

Y comenzando de esa forma, continúo hablándole de los seres de energía, de las guerras entre ellos, de su historia, de cómo había nacido él, de toda aquella información de leyenda que le contara Alem aquel confuso día en el que iniciara su nueva vida, y de los últimos acontecimientos que viviera. Se lo contó todo, pero omitió el papel de Carlos en la historia, pues veía innecesario condicionar la opinión que la chica tuviera sobre el rubio muchacho de alguna manera.

—Impresionante —murmuró la pelirroja nada más el híbrido terminó—. Es impresionante. Pero, ¿sabes una cosa? —le preguntó mientras se acercaba a él—. No estoy segura de si eres un monstruo, un híbrido de seres de energía o un ser humano, pero sí sé una cosa, seas lo que seas, tú eres Abraham —dijo mientras le acariciaba la mejilla, y luego lo abrazó tiernamente.

Aquel abrazo hizo rememorar al muchacho uno muy similar que también se dieran ambos hacía ya tanto tiempo… Lo recordaba perfectamente, fuera el día que andaba perdido en la biblioteca del instituto en busca de un buen libro cuando aquella amable chiquilla le habló.

—¡Hola! ¿Buscas algo?

Durante su corta vida hasta aquel momento, el pelirrojo había tenido una conducta más que reservada hacia la gente que le rodeaba, especialmente hacia las chicas. Lo cierto es que su nivel de timidez le llevaba al punto de nunca haber tenido un amigo ni nada semejante. No era de extrañar, por lo tanto, que Abraham se pusiera rojo como un tomate en cuanto escuchó aquella dulce voz.

—Estás buscando un libro, ¿verdad? Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa si no podrías encontrar aquí? —sonrió la pelirroja—.

Estoy como voluntaria para ayudar en la biblioteca del insti, así que, si necesitas algo, no tienes más que pedírmelo.

—N-no bu-busco na-nada en en es-especial —tartamudeó a duras penas.

—Ya veo. Puedo aconsejarte si lo deseas. Veamos, ¿qué género te gusta más?

—L-la fan-fantasía.

—¡¿La fantasía?! ¡Genial, también es mi género favorito! A ver que tenemos por aquí que te pueda recomendar… ¡Oh, ya sé! Este te encantará —la pelirroja muchacha cogió inmediatamente una de las pequeñas escaleras y la usó para acceder a la zona más alta de una estantería cuyo letrero rezaba “Fantasía”.

La chica procedió a coger un libro de cubierta blanca y negra y entregárselo al muchacho.

—“Memorias de Idhún: La Resistencia”, es el comienzo de una trilogía. Yo actualmente estoy por el segundo libro y te puedo asegurar que el primero es fantástico —le recomendó alegremente.

El muchacho, aún cohibido, agarró el ejemplar que le entregaba la chica y la acompañó hasta el mostrador para rellenar lo necesario con el fin de formalizar el préstamo. Mientras estaba ocupado en ello, la muchacha no paraba de mirarlo, aparentemente curiosa, lo que ponía nervioso al pelirrojo. Cuando terminó con su tarea, se atrevió a preguntarle:

—¿P-pasa al-algo? —preguntó, causando la rojez en las mejillas de la pelirroja.

—No, es sólo que… bueno, eres la primera persona que veo que tiene el pelo como yo... y eso me resulta curioso.

Era cierto, el hablar con alguien del sexo opuesto en tanto tiempo no le permitiera fijarse en ello, pero la coloración de sus cabellos era idéntica para sorpresa de ambos.

—S-si, yo tampoco co-conociera nunca a na-nadie con este co-color de pelo.

—Ya veo… ¡Oh, creo que no me he presentado! Yo soy Sandra, ¿y tú?

—A-Abraham. M-me llamo Abraham.

—Encantada. Bueno, casi es hora de almorzar, ¿no? ¿Qué te parece si lo hacemos juntos? —le ofreció mostrando una sonrisa con la que le resultó imposible negarse al muchacho.

Se desplazaron hacía un rincón del patio, al lado del jardín, solitario y acogedor, en el que disfrutar de su almuerzo.
Sandra no paraba de curiosear el libro y comentarle lo mucho que le iba a gustar, todo lo que iba a encontrar en él o lo que disfrutó leyéndolo.

—¿Qué hacéis aquí tan solos, zanahorias? —oyeron una voz a su espalda.

En cuanto se dieron la vuelta, el chico que les hablara, un obeso muchacho un poco mayor que ellos, agarró el libro que sostenía la pelirroja.

—¡Devuélvemelo, no es mío!—le pidió la chica instantáneamente.

—¿Lo quieres? Entonces intenta cogerlo —dijo a la vez que elevaba el brazo lo más alto posible para que le fuera inviable la labor a la pelirroja.

—¡Basta!¡Devuélveselo! —gritó Abraham al acosador, y en un ataque de valentía lo empujó, haciendo que cayese al suelo y que soltara el libro.

El muchacho, herido en su orgullo se levantó y fue contra el pelirrojo, quien perdió inmediatamente la poca valentía que había hecho brotar antes. Aquel día fue el primero en el que Roberto le metió una paliza, pero al menos había recuperado el libro. Cuando el obeso chico se marchó, dándose por satisfecho, Sandra se acercó a Abraham y lo abrazó tiernamente.

—Gracias. Muchas gracias —susurró.

Aquel primer abrazo y este último trascendieron el tiempo y el espacio para sobreponerse uno al otro, para hacer que sus corazones recordaran de nuevo todo lo vivido y para que Abraham volviese a sentirse nuevamente querido y recordara quién era. Porque como la chica dijera, no importaba lo que fuera por fuera, en su corazón y en el de sus seres queridos seguía siendo Abraham.

Anegados por la incesante lluvia que caía sobre la ciudad, los dos amigos resolvieron moverse a un lugar en el que resguardarse. Así, se asentaron en la zona más seca que encontraron dentro de aquellos callejones, siendo protegidos de la lluvia por las Knafáims que extendió sobre ellos el híbrido.

—¿Tienes frío? —preguntó al observar tiritar a Sandra. No le extrañaba, pues se notaba que la chica había escapado de casa sin demasiadas preparaciones, apenas abrigada por una ligera chaqueta que no cubría más allá de su cintura y menos aún las piernas expuestas al gélido viento por culpa de su corta falda.

—Lo cierto es que un poco —y Abraham la rodeo con sus brazos, intentando proporcionarle el calor corporal suficiente.

Un silencio se produjo, pero no fue un silencio incómodo, sino un silencio totalmente oportuno y necesario. Ocasionalmente, las miradas se encontraron, tímidas, fijas la una en la otra, con sus verdes pupilas examinándose mutuamente. De repente, los labios sufrieron una intensa necesidad de encontrarse, aún mojados por la intempestiva lluvia, buscaban encontrarse por todos los medios posibles. Como si hubieran sido imantados con cargas opuestas, ambos deseaban firmemente juntarse el uno con el otro. Sin importar lo que hubiera alrededor, él y ella sólo querían fundirse en uno, los dos lo habían estado deseando durante demasiado tiempo. Y ya casi lo conseguían, a punto de rozarse, a punto de unirse…

Zankoku na tenshi no youni
Shounen yo shinwa ni nare


La melodía sonó, como endiablada, como si buscase el momento justo en el que molestar, avisando a Abraham de que alguien requería su atención, provocando un efecto instantáneo en ambos jóvenes, que se separaron el uno del otro lo más rápido que pudieron, avergonzados de lo que estuvo a punto de ocurrir. El híbrido respondió rápidamente a la llamada, con el nerviosismo que la situación le había dejado:

—Di-Diga.

—…

—¿Hola?¿Hay alguien?

—Oh Abraham, siento estropear un momento tan bonito e importante para ti como debía ser este, pero hay algo que debes hacer y no puede esperar —el interlocutor hizo una breve pausa—: morir.

Un haz de luz se dirigió hacia el lugar donde se encontraban ambos amigos, con la intención de sellar su destino y no dejarles ninguna oportunidad de felicidad. Antes de que este triste final se cumpliera, una luz mucho más brillante y rauda se sitúo en la trayectoria, desviando el ataque hacía otro lugar.

Cuando Abraham logró ver la escena con claridad se encontró con la mojada melena de Caín, que sujetaba su espada de luz en posición de defensa. Al fondo observó un distinguible abrigo blanco que cubría a su portador.

—Otra vez más Caín, ¿Cuántas veces piensas seguir traicionandonos? —le acusó Abel.

—No estoy realizando ningún tipo de traición hermano, al menos no a mi corazón —se justificó, mirando de reojo a sus amigos.

—¿No me vas a dejar otra opción, verdad? —Caín realizo un gesto de afirmación con la cabeza—. Es una auténtica pena —aseguró mientras desenvainaba una espada de luz.

Ambos hermanos corrieron el uno hacia el otro, chocando sus armas al cruzarse, despidiendo una energía que los devolvió a su situación de inicio. Sandra observaba expectante; Abraham, en un arrebato, se levantó, dispuesto a unirse a su amigo en la lucha, pero se encontró con el acero de éste cerrándole el paso.

—Mantente alejado Abraham, no permitiré que os toqué.

—Pero, Carlos… —intentó quejarse el híbrido.

—No te preocupes —le cortó—. Abel es sangre de mi sangre, no puede herirme, yo tampoco puedo herirlo a él, pero si puedo detenerlo y manteneros a salvo.

—Tan seguro estás, ¿querido hermano? —preguntó con una sonrisa burlona—. ¿Acaso crees conocerme tan bien? —dijo mientras se despojaba de su atuendo blanco, revelando la coloración pelirroja que había adquirido su cabello, así como sus penetrantes iris verdes. Mas la sorpresa fue mayúscula cuando desplegó las cuatro Knafáims que de su espalda surgían: dos blancas superiores y dos negras inferiores.

—¿Qué demonios? —murmuró Abraham, sorprendido y aterrado a la vez.

—¡Imposible! ¡Ese no es Abel! ¡Ese no puede ser mi hermano! —intentaba convencerse Caín, cuyas pupilas azules se mostraban temblorosas ante lo que observaba.

—Será mejor que dejes de engañarte hermano —le respondió el recién descubierto híbrido arrogantemente—. El Abel que has conocido durante los últimos 19 años no ha sido más que una débil sombra. Este es mi verdadero aspecto, este es mi verdadero yo, aquel que cumplirá con la misión que el Señor Supremo nos asignó, y no dudaré en deshacerme de toda oposición que se cruce en mi camino.


Breve noticia: Acercándonos ya al último capítulo de la primera parte de EODA: Alba, es necesario anunciar que tras que terminé esta parte, habrá un parón de un mes con el fin de que pueda preparar adecuadamente la segunda parte. Disculpen las molestias ~~

Y hablando de eso, me pensaré lo de publicar EODA: Ocaso en el foro, vista la gran acogida que ha tenido la primera.

Saludos atentos desde las alcantarillas.

Mickael Vavrinec
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Nov 14, 2011 3:27 am

Y aquí comienza el último capi de "EODA: Alba"

Capítulo 10 - El sueño de Caín - Parte 1
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En la oscura estancia Lilith se aposentaba cómodamente sobre su trono, satisfecha tras el recital de lujuria que le ofreciera el Kardinuta que ahora se disponía a marchar, aunque en seguida se detuvo.

—Mi Suprema Señora…—murmuró.

—¿Deseas algo más Eblis? ¿Aún no estás satisfecho? —río burlona.

—No es eso —negó vergonzoso—. Verá, los soldados se han estado quejando de que hace mucho tiempo que no se da ningún tipo de orden, y eso junto a la falta de resultados y los avances del enemigo provoca una cierta incertidumbre en ellos.

Lilith no pudo evitar estallar en una fuerte risotada que primero desoriento a Eblis y después acabó molestándolo.

—Mi Suprema Señora, no entiendo ese comportamiento, sabe lo importante que es esta misión para la supervivencia de la raza —alzó la voz cortando en seco la risa de la reina de los seres de oscuridad.

—¿Qué no hemos hecho nada Eblis? —preguntó en tono seco—. Hemos estado haciendo mucho más de lo que crees. Por desgracia ha sido un tema que he tenido que llevar en el más absoluto de mis secretos, espero me puedas perdonar.

—Y, ¿puedo saber ahora que me lo habéis confesado, de qué trata ese secreto?

—Bueno, en resumidas cuentas consiste en vencer al enemigo usando su misma arma.

—No comprendo.

—Tranquilo, sé de alguien que te podrá dar más detalles, pues él ha sido el artífice de este plan, ¿no es así, mi Supremo
Sanador Matus? —le preguntó al anciano que emergía de la profunda oscuridad de la estancia.

—¡¿Matus?! —reaccionó instantáneamente Eblis, llegando a blandir su lanza de oscuridad—. Mi Suprema Señora, ese hombre fue desterrado hace años por el Supremo Señor Adán, es considerado un peligro para nuestra raza. Además, ¿cuánto tiempo se supone que lleva aquí?

—Tranquilo Eblis, acaba de llegar —le aclaró tras reír levemente—. También soy consciente de los cargos impuestos por mi hermano, pero con mi poder actual no es ningún problema el hacerles caso omiso. Es una pieza fundamental en esta misión cómo he dicho antes.

—Bien, ¿podríais decirme entonces en que consiste vuestro plan?

—Es muy sencillo, joven —intervino Matus—, cuando el enemigo posee un arma superior a la tuya, ¿qué debes hacer?

—Supongo que crear una de igual o mayor potencia.

—¡Exacto! —exclamó—. Y nos hemos aprovechado del pasado para ello.

—Verás —intervino Lilith ante la expresión confusa de su Supremo Caballero—, hace muchos años cometí un error, un error muy grave. Pero lo cierto es que ese error que cometí, hoy lo puedo enmendar gracias al poder de Matus, que ha hallado con la clave para resolver este conflicto.

—¿Qué clave? Sigo sin comprenderlo —insistió nuevamente el guerrero Kardinuta.

—¿Pero aún no lo has entendido mi querido Eblis? Ya te lo hemos dicho…

—El fuego se combate con fuego —terminó Matus la frase mientras esbozaba una siniestra sonrisa.

***


—¿Cómo puede ser posible? —se cuestionaba Abraham todavía confuso—. Se… ¡se suponía que yo era el único! Pero… ¡pero hay más híbridos! ¿Porque es un híbrido, no? Pero se suponía que era un Butzina… No lo entiendo… ¡No lo entiendo!

A las palabras de desesperación del pelirrojo le acompañaban el silencio incrédulo de Caín, el desorientado de Sandra y el burlón de Abel, que tras descubrirse como quien realmente era sonreía demoniacamente.

—¿Y bien hermano? —preguntó, rompiendo la ausencia de sonido—. Esta es tu última oportunidad, ¿Estás con nosotros o con ellos?

El Butzina pareció despertar de su estado de perplejidad, intentando mantener la compostura, respondió desafiante:

—No…—trago saliva—, no sé si realmente eres mi hermano o no. Ya no sé qué eres. No deseo ni quiero hacerte daño, pero aún menos deseo que aquellos que me han enseñado a vivir mueran. Por eso, les protegeré aunque lleve las de perder.

—Ya veo… —una enorme sonrisa decoró su rostro—. Lo cierto es que disfrutaré con esto —mencionó mientras le otorgaba Atzmunt oscura a su espada.

De nuevo los dos hermanos hicieron resonar sus espadas, chocando la una contra la otra una y otra vez. No podían evitar que se les viniera a la memoria recuerdos de un pasado no muy lejano en el que realizaban ese tipo de contiendas en las que reinaba una gran rivalidad entre ambos y en las que el Butzina se erguía vencedor siempre. Pero en esta ocasión muchas cosas habían cambiado, no luchaban por el mero orgullo, ambos tenían algo que defender y por lo que realmente luchar.

Los choques se repetían, una y otra vez, también las habilidades de esquive se hacían patentes y ambos demostraban conocerse muy bien, no en vano, habían entrenado juntos de pequeños. En aquel tiempo probablemente nunca se hubieran imaginado que llegarían a enfrentarse de esa forma, siendo enemigos reales. Se preguntaba Caín durante cuánto tiempo habría estado su hermano ocultando su auténtica naturaleza, pero de nada servía cuestionarse por ello, ahora tenía un objetivo que realizar: proteger a sus amigos, aun cuando debiera pelear contra su propio hermano, al que tanto quiso durante su vida como Butzina y al que ahora no era capaz de reconocer.

—¿Sabes, hermano? —comentó Abel durante uno más de los múltiples choques entre ambos—. Él siempre te tuve un
enorme aprecio, tanto aprecio como desprecio me tuvo a mí.

—Eso no es cierto —respondía Caín mientras deshacía el choque para enzarzarse en otro seguidamente—. Padre siempre nos ha dado un gran cariño a los dos.

—No, tu sabes que no Caín. Hasta hace poco, nunca comprendí el por qué, pero ahora lo entiendo: el Señor Supremo me odiaba porque conocía mi verdadera naturaleza. Él siempre lo ha sabido y me lo ha mantenido oculto, guardando un gran resentimiento hacía mí solo por ser como soy. Por eso te ama tanto, porque tú eres puro, no como yo —Caín se mantenía escéptico ante lo que le contaba su hermano, aunque su corazón reconocía como verdad el hecho de que su padre le prestara más atención a él que a Abel, eso era algo para lo que siempre había querido estar ciego—. Pero eso cambiará, cuando cumpla la misión en la que tú has fallado, él tendrá que reconocer tu traición y mostrar un mínimo de respeto hacia mí. Obtendré aquello que me ha faltado durante todo este tiempo y que tú me has robado.

Ambos se desplazaron hacía direcciones opuestas, y realizaron un intercambio de ráfagas de luz y oscuridad que desviaban con sus armas. El príncipe Butzina estaba impactado por todo lo que le acababa de escuchar decir a Abel, no tenía idea de que su hermano le guardara tanto rencor.

—¡Dime Caín! ¡Tú que eres el heredero al trono Butzina! ¿Tan dispuesto estás a proteger a tus amigos? ¿Tanto significan ellos para ti que traicionas a tu raza y enfrentas a la sangre de tu sangre? ¿Para qué los quieres Caín? —le increpó mientras desviaba una esfera de luz y contratacaba con otra de oscuridad—. Lo tienes todo, podrías dominar el universo si tú quisieras. Y en cambio, lo desperdicias todo porque has hecho “amigos” ¡Me das asco!

—Ellos… ¡ellos lo son todos para mí! —contestó meintras se esforzaba en evitar ser golpeado por los ataques del híbrido—. Antes de llegar a La Tierra… antes de conocerlos, mi vida estaba vacía, apenas era una máquina, preparada concienzudamente para cumplir con un único objetivo y para sustituir a padre en el futuro, pero aquello no era vida.
Cuando llegué a este planeta y conocí a Sandra y a Abraham, mi vida cambió, conocí lo que es realmente estar vivo, el disfrutar de las pequeñas cosas, conocí lo que era la amistad.

>>Todo lo que he vivido con ellos, todo lo que me han enseñado, vale mucho más que todos aquellos años de duro entrenamiento e insoportable presión. Por eso… por eso estoy tan dispuesto a protegerlos Abel. Puede que a tus ojos sea la mayor tontería del universo y no signifique nada, pero para mí, ahora mismo, lo significa todo —afirmó con decisión en la mirada.

—Entiendo —respondió fríamente—. Entonces, supongo que lo que más dolor te causaría sería que desaparecieran, ¿no? —preguntó con una burlona sonrisa mientras elevaba su brazo libre.

Caín se giró inmediatamente, comprobando que Abraham y Sandra continuaban en el mismo lugar, observando la batalla petrificados y sin saber qué hacer. Fue un error suyo el no haberles mandado huir mientras se enfrentaba a su hermano. Volvió a observar a este y comprobó con horror que apuntaba con el dedo al lugar donde se situaban sus amigos mientras un destello de luz se formaba en él.

Nuevamente tuvo que aprovecharse de la poca y escasa luz que había en el lugar y realizar un esfuerzo para interceptar a tiempo el rayo que mortalmente se dirigía a acabar con la vida de sus distraídos amigos. Otra vez consiguió desviarlo con su espada de luz, no sin reparar en el hecho de que el rayo fuera finalmente de oscuridad para su conmoción.

—Dime Abel —se dirigió al híbrido—. ¿Sabías que yo me interpondría entre el rayo y ellos, no? —como respuesta solo obtuvo una maquiavélica sonrisa—. Ya veo, así que llevarás esto hasta las últimas consecuencias, hasta mi muerte si fuera necesario —dijo mientras una lágrima resbalaba por su mejilla, confundiéndose con las gotas de lluvia.

—Ya te lo he dicho Caín, lo que más ansío es ocupar tu lugar —comentó impasible.

El príncipe Butzina entendiendo la situación, le dirigió una fulminante mirada y se preparó para continuar con el combate. Abraham, quien había despertado de su ensimismamiento, hizo el gesto de levantarse, cruzándose de nuevo con el acero de Caín cortándole el paso.

—Coge a Sandra y marchaos de aquí —ordenó.

—Pero…

—¡Cógela y marchaos de aquí! ¡Lo más lejos posible! ¡Yo os protegeré! Aunque tenga que acabar con la vida de mi hermano…

El pelirrojo dudó unos segundos, y estaba decidido a hacerle caso cuando se dio cuenta de algo: estaba a punto de huir de nuevo y eso no se lo podía volver a permitir.

—¡No! —le respondió a su amigo.

—¿Qué? —contestó sorprendido, apartando la mirada de su enemigo para atender al híbrido.

—No me iré a ninguna parte —dijo con una seguridad impropia en él—. No dejaré a un amigo tirado —Caín lo observaba estupefacto.

—Lo agradezco profundamente —aseguró con una mueca de agradecimiento—, pero no es necesario. Huye de aquí y llévate a Sandra contigo —insistió.

—¡Dije que no! —repitió Abraham mientras desplegaba sus Knafáims—. No huiré más. No tienes por qué hacer esto sólo.

—Abraham… —murmuró—.

—Yo tampoco huiré —les interrumpió la pelirroja—. Quizás yo no tenga ningún poder y no pueda ayudaros de ninguna
forma, pero no pienso dejarlos solos.

—Aunque no huyas, prométenos que te mantendrás a salvo mientras arreglamos esto —le pidió el híbrido. La pelirroja asintió.

—Chicos… —comentó emocionado el príncipe Butzina, llegando a tener que secarse las lágrimas de los ojos—. Gracias, muchas gracias. Sois los mejores, en serio —dirigió su mirada nuevamente a su hermano—. ¿Ves, Abel? Esto es a lo que me refiero, esto es por lo que lucho, esto es por lo que creo que merece la pena vivir.

—Realmente emotivo —respondió sarcásticamente el híbrido—, pero creo que ya he aguantado suficientes lecciones de moralidad por hoy. Vayáis de uno en uno o los dos a la vez dá igual. De hecho, me estáis facilitando el trabajo.
¡Empecemos ya con la auténtica fiesta! —aseguró mientras sacaba del interior de su vestimenta una nueva espada a la que dotó de Atzmunt lumínica, portando armas con ambos tipos de energía.


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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Nov 21, 2011 3:14 am

Capítulo 10 - El sueño de Caín – Parte 2
Spoiler: Mostrar
Ambos amigos se miraron el uno al otro y asintieron como si supieran qué hacer de forma innata. Avanzaron hacia su contrincante raudamente y comenzaron su ofensiva, alternándose: Caín lanzaba mandobles con su espada y Abraham acumulaba Atzmunt en sus puños. De forma veloz uno otro intentaban batir al enemigo, quien se defendía sin problemas ante estos ataques, cruzando su acero siempre en el momento justo para evitar sufrir si quiera un rasguño.

Observando lo inútil de la ofensiva, se retrasaron unos cuantos metros en direcciones opuestas y comenzaron a lanzar algunos rayos de luz y oscuridad. Abel apenas parecía pasar demasiados apuros mientras se protegía con sus espadas de todas las tentativas de derrotarle. Sus dos adversarios comenzaron a aumentar la frecuencia de sus ataques, obligándole a poner mayor esfuerzo en su defensa. Extrañamente, al cabo de un rato, la ofensiva sólo se mantuvo por el lado de Caín; Abel intentó observar la razón por la que el otro híbrido cesara mientras seguía frustrando los ataques a larga distancia de su hermano.

Entonces observó que el pelirrojo acumulaba una gran cantidad de Atzmunt para lanzar contra él, pero no se preocupó por ello, incluso dejó que el Butzina preparara también un gran ataque de Atzmunt lumínica. Aquella compenetración era inverosímil, tenían que estar usando una conexión mental, pero era demasiado fuerte como para que el híbrido pudiese romperla.

Una vez ambos acumularon suficiente energía, la lanzaron al unísono contra su enemigo. La sorpresa fue mayúscula cuando alrededor de Abel se lavantaron dos gigantescas barreras de distinta Atzmunt, deteniendo el superrayo de luz de Caín y el de oscuridad de Abraham durante el largo tiempo en el que estos impactaron contra sus muros.

Los dos amigos terminaron agotados después de tan grande gasto, pero no se rindieron y para evitar la respuesta del híbrido, se lanzaron de nuevo contra él a luchar en las distancias cortas, pero en esta ocasión sus movimientos eran más lentos y torpes. El recién descubierto híbrido se aprovechó de esta condición y, en el momento justo, en vez de detener uno de los puñetazos cargados de Atzmunt oscura de Abraham, se agachó propiciando que Caín recibiera un severo golpe que a punto estuvo de noquearlo, tirándolo al suelo. Seguidamente Abel agarró a su otro oponente, levantándolo totalmente en el aire y lanzándolo contra su amigo, como si de un combate de lucha libre se tratase.

Con sus dos enemigos derrotados y vulnerables en ese momento, se acercó hacia ellos dispuesto a terminar el combate.

—Sois demasiado lentos, sois demasiado débiles. ¡Ni los dos juntos sois si quiera rivales para mí! —alardeó—. Me habéis decepcionado, me temo que tendré que poner el punto y final… ¡Ay!

Notó un ligero impacto en su cabeza y cuando se pasó la mano notó la sangre y corroboró tal sospecha cuando la observó: una pequeña brecha se había abierto. Furioso, volteó para encontrarse con la pelirroja, quien incluso se atrevía a juguetear amenazante con otra piedrecilla, sin retroceder ante el peligro que sin duda suponía el príncipe.

—¡Tú! ¿Por qué cavas tu propia tumba, preciosa? Podrías incluso haber salido viva de aquí si te hubieras comportado —le aseguró mientras avanzaba hacia ella.

—¡Ahora! —gritaron entonces al unísono los dos amigos.

Raudamente, Abraham logró aprisionar las 4 Knafáims de Abel, quien sorprendido, propicio el despiste necesario para que Caín lo desarmara totalmente con dos ligeros movimientos. Totalmente indefenso y a merced de sus enemigos, el final llegará para él, su hermano retiró su espada hacia atrás para coger impulso, apuntándole al corazón, con la intención de poner fin a su vida.

—¿También vas a quitármela? —resonó una voz fuertemente en su cabeza cuando el príncipe Butzina se disponía a clavarle su arma—, ¿No te llegó con robármela?

Caín observó a su hermano y en su expresión sólo halló una brutal indiferencia, pero no había duda de que esas palabras procedían de él.

—¡Vamos Carlos! ¿A qué esperas? —le apresuraba Abraham, quien se esforzaba por mantener al híbrido inmóvil y no entendía porque su amigo dudaba.

Este intentaba hacerle caso, pero no podía, no era quien de realizar el movimiento necesario, su cuerpo, no, su mente, tampoco, su corazón no le dejaba, no le permitía matar a su hermano por mucho que supiera que si se revirtieran los papeles él no lo dudaría un momento.

—¿Lo harás? —seguía confundiéndole mediante telepatía—. ¿Me matarás? ¿Y podrás vivir con ello? ¿Sabiendo todo lo que he sufrido por tu culpa? —las inexpresivas facciones de Abel se clavaban junto a estas palabras en la mente de Caín, quien seguía inmóvil, incapaz de decidirse.

Intuitivamente, el híbrido sonrió. Agarró con un rápido movimiento la espada que sujetaba su hermano y fácilmente se hizo con ella. De un certero golpe le produjo un importante corte en el estómago ante el que no pudo reaccionar, cayendo al suelo dolorido. Acto seguido la empujó hacia atrás, buscando apuñalar al pelirrojo que a duras penas fue capaz de apartarse, propiciando la liberación de su enemigo.

—Y este es el Butzina de quien el Señor Supremo está tan orgulloso, incapaz de matar a su propio hermano —se burló—. Demasiado débil para ostentar el cargo que se le asignó. Permíteme liberarte de tantas preocupaciones —se ofreció mientras inclinaba su acero hacía él.

Un choque se produjo antes de que el arma se ensangrentara. Abel se topó con la mirada furiosa de Abraham, quien recogiera las espadas que antes portaba el nuevo híbrido, con las cuales evitara el fatal destino de su amigo.

—Ni se te ocurra tocarle —le amenazó—. Yo soy tu enemigo, es a mí a quien buscas. Enfréntate a mí entonces —dijo mientras obligaba a su enemigo a retroceder.

—Abraham, déja… déjame ayudarte —pidió a duras penas Caín, quien se levantaba con esfuerzo del suelo, sujetándose la herida por la que se vertía la sangre incansablemente.

—Ya te has esforzado suficiente —le consoló—. Ahora deja que sea yo quien os proteja.

—Pero aún puedo… aún puedo luchar —dijo para acto seguido volver a caer, preso del dolor. La pelirroja, que se desplazara para ayudar a su amigo, lo recogió antes de que chocara contra el suelo.

—Primero encárgate de curar bien esa herida y luego podrás ayudarme. Si luchas así, sólo serás un estorbo —dijo con una pícara sonrisa, luego volvió a dirigir la mirada a Abel—. Tú y yo, híbrido contra híbrido, a muerte.

—Sólo adelantas lo inevitable monstruo. El producto será el mismo por mucho que alteres el orden de los factores. ¡Adelante entonces! —respondió mientras se situaba en posición de combate.

“No puedo ponerlos más en peligro, luchar aquí además de limitarme es demasiado riesgo”. Cavilaba el pelirrojo, buscando una alternativa mientras miraba hacia el cielo, del cual la inagotable tromba de agua seguía cayendo. “¡El cielo! Eso es”. Desplegó sus Knafáims y con gran velocidad fue al encuentro de la espada del enemigo, quien se defendió como
bien pudo, para después ascender hacia las nubes, gesto que imitó Abel.

El cielo teñido de negro oscureció aún más y a la incesante caída de la lluvia se le juntaron los relámpagos, descargas eléctricas que las nubes comenzaron a desatar sobre la ciudad, otorgándole una atmosfera perfecta para la batalla que estaba a punto de suceder. Ambos híbridos se encontraban ya a varios metros del suelo, siendo observables por el resto del mundo, pero a Abraham ya no le importaba ser reconocido, prefería mantener a salvo a sus amigos.

—Da igual lo que hagas, así solo retrasas su muerte —le recordó su enemigo.

—¿Qué tienes contra ellos? Yo soy tu objetivo, ven a por mí y déjalos en paz.

—La chica se ha metido donde no debía —se justificó—, y en cuanto a Abel, simplemente le odio.

—¿Por qué? Se supone que es tu hermano, tu familia.

—Tú no lo entenderías —le cortó secamente—. Has tenido a ese vejestorio cuidando de ti y dándote cariño durante todo este tiempo, yo nunca he tenido nada parecido. Sí, quizás no hayas conocido nunca a tus padres, pero tampoco has sentido su rechazo. ¿Sabes lo duro que resulta eso?

>>No tienes ni idea de lo que es esforzarte al máximo día tras día solo por querer oír un “bien hecho”, ni si quiera un “te quiero”, no, sólo un “lo has hecho bien” y que otro con mucho menos se gane todo el respeto que tú nunca has obtenido.
Cuando veo que el Señor Supremo se vuelve ciego ante las evidencias de que su hijo es un traidor me dan nauseas, hasta tal punto llega su amor por él que no le deja ver la realidad. Realmente envidio eso, ojalá alguien sintiera algo tan fuerte por mí. No, nunca sabrás como me siento.

—Quizás fuera duro, pero culpar a Carlos me parece propio de un cobarde —opinó Abraham.

—¡Y como no culparle! —estalló el híbrido—. Él ha obtenido todo lo que me pertenecía a mí, yo soy el primogénito, yo nací antes. Si él nunca hubiera nacido por mucho que el Señor Supremo odiara lo que soy no tendría más remedio que amarme, sería su único hijo. Todo el calor y el amor me los ha robado él. Por lo tanto, si él desaparece, si yo ocupo su lugar, todo cambiará, tiene que cambiar, es lo único a lo que me puedo agarrar ahora mismo.

>>El Señor Supremo… me abandonó una vez —fue inevitable el que se le escaparan un par de lágrimas—, porque decidió salvarlo a él, y a mí me dejó sólo. Fue el día en que los vi por primera vez, aquellos ojos rojos, esos que duermen en tu interior, que representan la más profunda de las oscuridades. Era pequeño, estaba muerto de miedo, iba a morir en ese instante, sino fuera por Eva…

—¿Mi madre? —se sorprendió el híbrido.

—Sí, Eva, la Señora Suprema de los Butzinas, de las pocas personas que me ofrecieron su amor. Ella retrocedió entre la multitud sólo para recojerme y ponerme a salvo con el resto de palacio. Quizás no supiera nada sobre lo que yo era, pero me salvó la vida.

—¿Y aun así lucharás contra mí?

—Que seas su hijo no tiene importancia, si recuerdo el terror que me causaron aquellos ojos rojos no puedo evitar querer destruirlos, y para ello he de matarte.

—Así que matarás al hijo de tu salvadora y a tu hermano echándole la culpa de hacerte un príncipe destronado. ¡Date cuenta Abel! Estás cogiendo la salida equivocada, hay muchas otras —intentó convencerlo.

—Lo siento, pero ya está decidido —dijo con malévola sonrisa

Hizo unos cortes al aire y de su espada salieron emitidos haces de luz que sorprendieron a su contendiente, quien tuvo que esquivarlos, rápidamente intentó contraatacar con una ráfaga de rayos de ambas Atzmunts, pero su adversario se rodeó de una barrera circular que le protegió sin problemas del ataque. Abel se lanzó hacía su adversario a velocidad desorbitada, chocando los aceros y desplazando a Abraham unos cuantos metros de su posición inicial.

A partir de ahí comenzó una intensa y veloz batalla entre los híbridos, quienes cruzaban sus espadas una y otra vez moviéndose raudamente camuflados en la oscuridad de la noche. A pesar de que Abraham dominaba ahora dos armas con distinta Atzmunt, el otro pelirrojo demostraba ser capaz de valerse en desventaja con una sola.

—No puedes vencerme Abraham, da igual lo mucho que lo intentes, da igual lo que te esfuerces. Apenas un par de días con el vejestorio de Alem y tus experiencias personales durante aquellos dos meses no se pueden comparar al entrenamiento progresivo de mis habilidades que he obtenido del mejor de los maestros.

—Alardea lo que quieras. No importa lo poderoso que seas, lo fuerte que te hayas vuelto, no puedo perder; tengo algo por lo que luchar.

—¿Y acaso aún dudas de que yo no? —respondió fríamente.

Acto seguido, volvió a acometer a gran velocidad contra su oponente, consiguiendo cogerlo por sorpresa le realizó un ligero corte en la muñeca derecha provocando que soltara una de sus espadas, la cual recogió su enemigo al instante para realizar un rápido y eficaz golpe. La Knafáim inferior diestra fue arrancada limpia y dolorosamente con un haz de luz emitido por la espada.

—Jaque mate.

Abraham estalló en un grito al sentir aquel dolor profundo, como ningún otro que se pudiera imaginar. Sin poder evitarlo perdió el equilibrio e, incapaz de seguir manteniendo el vuelo, cayó sin remedio hacia el interior de la red de callejones. Abel, como si de un ave rapaz que después de divisar a su presa se dispusiera a cazarla, se lanzó en picado hacia el híbrido, con las espadas cruzadas en torno a su pecho.

—¡Muere, monstruo! —profirió.

Hizo un ligero movimiento con ambos brazos, terminando estos extendidos hacia lados opuestos, terminando los aceros ligeramente manchados de sangre. Dos cortes rápidos, precisos, limpios, segaron dos Knafáims sin demasiada dificultad.


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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Nov 28, 2011 2:53 am

Al final allé hemos llegado, al ecuador de la historia, al punto intermedio, ¡que emoción, que nervios! Mejor será no retrasarse más, con todos ustedes, el epílogo de "Alba", la primera parte de EODA.


Epílogo I - El sueño de Caín – Parte 3
Spoiler: Mostrar
El brillo oscuro se percibía claramente en ambos aceros, Abel cambiara la configuración de la Atzmunt concienzudamente. Caín chocó contra el duro cemento, aguantó el dolor, no gritó, pero no pudo contener las lágrimas. Aun así no se arrepentía, había hecho lo que debía.

—Lo sabía ¡Ja, ja, ja, ja! —río Abel mientras se posaba grácilmente—. ¡Tan débil! ¡Tan predecible!
Abraham, quien apenas se hiciera algún rasguño tras la caída, posó su mirada incrédula sobre su amigo, quien yacía más que malherido.

—Ca-carlos… —balbuceó—. ¡Carlos! —Y corrió hacía él.

Al grito de dolor también se unió la pelirroja, que llegó corriendo, asfixiada tras mantener a duras penas el ritmo del príncipe Butzina, quien quiso seguir en todo momento el desarrollo de la batalla aérea y que en última instancia decidiera intervenir.

—Yo… yo… ¡no pude detenerlo! —sollozaba Sandra arrodillada ante el cuerpo moribundo de su amigo.

—Carlos… ¿Por qué? —preguntaba Abraham, incrédulo por lo que acababa de suceder.

—¿Por qué? —escupió un poco de sangre por la boca. Sus amigos le ayudaron a incorporarse—. Esa es una pregunta un poco estúpida, ¿no crees Abraham?

Este respondió con una mueca de extrañeza. Carlos se limitó a sonreír.

—Yo nací hace 19 años en el planeta Edén, en la galaxia Maljut de Ein Sof. Era un lugar fantástico, un gran vergel radiante de esplendor y vida. Nosotros, los Butzinas, realmente apreciábamos y cuidábamos aquel planeta. Parecía respirarse una alegría en el ambiente, pero bajo aquella felicidad se escondía un poderoso odio. Nadie sabe realmente como comenzaron las guerras con los Kardinutas, pero con el paso del tiempo estas fueron cada vez más crueles y sangrientas.

>>Una bola de odio es así, cuánto más rueda más grande se hace. Y de tanto rodar, acabó siendo tan gigante que aplastó nuestros corazones. Supongo que fue en ese momento, en ese fatídico momento, cuando aquella bestia oscura de ojos rojos se abalanzó sobre nosotros y nos quitó nuestro dulce hogar —recordaba con dolor—. Yo pude escapar debido a mi condición de príncipe, pero muchos Butzinas perdieron la vida en aquella ocasión.

>>A partir de entonces la mía fue una implacable y exigente carrera a contrarreloj por volverme más fuerte. Fui adiestrado como el más fiero de los guerreros de la luz, toda mi raza depositó sus esperanzas en mí, me convirtieron en un ser cruel y despiadado, sólo dedicado a un único fin: destruir al Rashá. Me convirtieron en un cascarón relleno de odio. Y entonces, fue cuando vi la luz.

>>Fue cuando os conocí que mi vida realmente comenzó a tener sentido, cuando te salvé, Abraham, de aquellos abusones, que todo cambió para mí. Aprendí lo que era la amistad y me despreocupé de mis obligaciones y deberes reales, disfruté todo lo que pude y por primera vez en mucho tiempo me sentí realmente vivo. Antes estaba muerto, sólo que no lo sabía. Cuando descubrí que tú eras mi objetivo y padre me dio la orden definitiva de acabar contigo mi corazón colapsó y se dividió en dos. Tuve que elegir entre cumplir mis obligaciones y decir adiós a mi nueva vida o traicionar a todos los que confiaban en mí a cambio de conservarla.

>>Al principio me dejé llevar por el miedo y casi cometo un error, pero durante aquellos dos meses en los que despareciste, querido amigo, me di cuenta de qué era lo realmente importante para mí, y hoy estoy totalmente orgulloso de elegir este camino, aun cuando me cueste la vida.

>>¿Sabéis? Realmente no me importa morir si es protegiendo aquello que valoro y aprecio —decía mientras su cuerpo comenzaba lentamente a desvanecerse—. La verdad es que esto no es tan malo, lo he visto tantas veces, me horrorizaba pensar que llegaría el día en el que yo lo sufriera, pero… se siente uno en paz… Igual que durante aquellos años que pasé con vosotros.

>>Si volviera a nacer en algún otro lugar del universo, me gustaría nacer en un planeta bello y hermoso como Edén, en un universo lleno de paz, donde las especies que lo pueblan se entiendan las unas a las otras. Y me gustaría disfrutar de una larga y plena vida con vosotros, tal y como lo he hecho durante mis últimos años. Ese es mi sueño.

>>Apuesto que hasta mi hermano, que acaba de quitarme la vida también desea algo así. Al fin y al cabo todo lo que le ha pasado no ha sido más que otra consecuencia de esta horrible guerra. ¿Sabes Abel? —se dirigió hacía el híbrido, quien en un último acto de misericordia dejara a su hermano despedirse—. Realmente estuve ciego durante mucho tiempo y no me di cuenta de todo lo que sufriste. Lo siento.

Abel emitió una mueca de sorpresa ante las últimas palabras de su hermano, para luego mostrarse irritado.

—¿Lo siento? ¿Crees que eso arregla algo? No arregla nada Caín.

—¿Caín? Me temo que te equivocas hermano. Caín murió hace mucho tiempo. Yo soy Carlos —aseguró sonriente.

—¡Deja de decir eso! Lo tenías todo Caín. ¡Todo! Y ahora me vienes con que prefieres tu mierda de vida en La Tierra a la que yo siempre he envidiado. No sabes nada. ¡No entiendes nada!

—Eres tú el que no lo entiende, hermano. Pero no puedo culparte, este universo violento te ha hecho así.

—¡Cállate! —gritó iracundo el híbrido mientras lanzaba desde su dedo un fino rayo de oscuridad que atravesó el corazón de su hermano.

El Butzina exhaló un último suspiro para después caer inerte, manteniendo la sonrisa, en brazos de sus amigos, quienes quedaron perplejos mientras los últimos restos de este se desvanecían aceleradamente. Abel estalló en una gran risotada.

—¡Ja, ja, ja, ja! Me pregunto cómo pudo ser que aguantara tanto, ese imbécil deseaba realmente alargar sus últimos momentos con vosotros todo lo que pudiera. Pero ya se estaba haciendo insoportable su resistencia. Al fin murió, al fin podré reclamar lo que me pertenece. ¡Ja, ja, ja, ja!

Abraham observó sus manos, el lugar en el que antes reposaba su amigo, quizás el único que había tenido, aquel que traicionó a su propia raza y eludió sus propios deberes y obligaciones sólo por su amistad, aquel que incluso había dado la vida por él. De fondo sonaba la fuerte tormenta unida al llanto de dolor de Sandra, dolida también por la pérdida. En contraste, Abel reía y reía estruendosamente, clavando esta risotada en el tímpano del pelirrojo, que elevó la mirada hacía él.

Abel, el ser que resultara ser quien no era, que por envidia, por rencor, por cobardía había terminado con la vida de su propio hermano, que les acababa de causar ese gran dolor a él y a a la muchacha. Algo despertó en el interior del híbrido, un poder que hacía mucho tiempo que no se liberaba, que en otras ocasiones había conseguido retener. Pero esta vez no había forma, él mismo deseaba liberarlo.

Sus rojos ojos ya anunciaban lo inevitable, y un aura de oscuridad rodeó al muchacho, que se lanzó con sus recién formadas garras sin previo aviso hacia el ser que más odiaba en ese momento. Abel reaccionó poco antes de recibir la embestida, que cortó de inmediato su regocijo. Interpuso sus dos espadas entre las furiosas garras y él una y otra vez mientras retrocedía, asediado por el monstruo.

—¡Esos ojos rojos! Esos malditos ojos rojos que me han atormentado durante años. Ahora que te has transformado no sólo cumpliré la voluntad de mi Señor Supremo, sino que pondré fin a mis pesadillas —dijo justo antes de realizar un brusco movimiento con el cuál fue capaz de colocarse en la espalda de su terrorífico adversario mientras formaba una gran bola de luz—. Tranquilo Abraham, pronto te reunirás con tu querido amigo.

El híbrido, totalmente controlado por el Rashá, pareció responder furioso a estas palabras.

—¡Carlooooooooos! —gritó una voz gutural procedente de esa masa oscura con forma humanoide. Instantáneamente, comenzó a crecer en tamaño, perdiendo su forma y haciendo retroceder a su enemigo, que creía ya tener la batalla ganada.

Sandra se había agazapado en un rincón, aterrada por ver en lo que se había convertido su amigo, pero sin querer escapar por abandonarlo. Abel intentó volar hacía él, pero en seguida un tentáculo de oscuridad emergió de aquella masa amorfa, golpeando al híbrido y tirándolo al suelo, causándole dolorosas heridas. Se levantó de nuevo y se lanzó nuevamente hacía la bestia, esta vez sin las armas, pérdidas en el anterior intento. Otro tentáculo de oscuridad le atravesó una de sus blancas Knafáims, con un ligero tirón, esta fue arrancada de cuajo.

Abel volvió a caer al suelo entre alaridos de dolor, esta vez no se levantó, sino que fue el monstruo quien lo recogió, apresándolo fuertemente. Un nuevo tentáculo se dispuso a jugar sádicamente con su presa, arrancándole una Knafáim negra, haciendo que ésta gimiera nuevamente. “Me da igual el dolor”. Pensaba Abel para sí. “No he llegado tan lejos para morir aquí. Aún tengo que reclamar lo que es mío”.

—¿Me escuchas monstruo? —se dirgió hacía él—. Yo soy Abel, el príncipe destronado, y no dejaré que tú me impidas recuperar mi gloria perdida —anunció para acto seguido con extrema fuerza lograr liberarse de su apresamiento y comenzar a aglutinar Atzmunt lumínica entre sus manos.

La bestia respondió agarrándolo por el brazo izquierdo, arrancándoselo de cuajo y obligando al híbrido a lanzar la gran esfera con su brazo diestro, que había alcanzado un tamaño considerable en poco tiempo, antes de lo previsto. La bola colisionó con el monstruo, logrando que volviera a su forma original. Abraham y Abel se precipitaron hacia el suelo, cayendo dolorosamente.

—¡Abraham! ¡Abraham! —corrió rápidamente Sandra hacia su lado, preocupada—. ¡Aún respira! —gritó con alegría al comprobarlo.

Abel en cambio reaccionó airado.

—¡¿Aún sigue vivo?! Eso significa que aún no he terminado mi trabajo —se levantó a duras penas y comenzó a repetir el mismo proceso con el cual venció a la bestia. Cuando consiguió suficiente Atzmunt la lanzó contra el inconsciente pelirrojo y su amiga—. ¡Muere!

—¡No!

Sandra reaccionó rápidamente, levantándose y colocándose entre la esfera y Abraham, con los brazos abiertos, dispuesta a evitar la muerte de este. Para sorpresa de todos los presentes, la esfera chocó antes de que llegara a matar a los dos amigos. Una gran barrera de luz se había alzado en frente de la muchacha, que mostraba unos decididos y penetrantes ojos azules.

—¡No puede ser! —se sorprendió Abel—. El sujeto β…

—¡Abel! —resonó fuertemente una voz en su cabeza—. ¡Vuelve ahora mismo!

—Pero mi señor supremo, estaba a punto de…

—¡Vuelve de inmediato! ¡Es una orden!

El híbrido rechistó entre dientes mientras desaparecía envuelto en la oscuridad de la noche. Mientras tanto, la barrera había absorbido a la esfera, Sandra cayó mareada al suelo; no tenía ni idea de lo que acababa de pasar. Tras recobrar la compostura, se acercó de nuevo hacía su inconsciente amigo, preocupándose por él.

—¡Abraham! Abraham, ¿puedes escucharme? ¿estás bien? ¡Ah! —la pelirroja enmudeció cuando sorprendentemente el muchacho abrió los ojos, unos endemoniados y terroríficos ojos rojos que se clavaron inmediatamente en las pupilas de la muchacha. Sandra comenzó a notar que le faltaba el aire mientras unas negras y afiladas garras apretaban su garganta.


Y con esto y un pimiento verde, hasta diciembre!

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