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La lluvia caía intensamente desde hacía unas horas sin dar tregua alguna. La noche se había puesto totalmente y los tenues rayos de la luna iluminaban a duras penas aquellos callejones en los que Abraham viviera tantas experiencias en los últimos meses. El joven permanecía ahora acurrucado en una esquina, sin demasiados problemas para soportar el frío y el intempestivo diluvio debido a sus oportunos ropajes.
Pasó la mayor parte del día sin hacer gran cosa, pensando en la conversación que mantuviera con Carlos, en el papel que adoptaría su amigo en esta batalla, en lo que debía hacer a pesar de estar solo. Pero sus cavilaciones apenas le resolvían sus infinitas dudas y el cansancio le acababa envolviendo y caía víctima del sueño. En esas se encontraba, a punto de ser víctima de Morfeo, cuando una curiosa y conocida melodía llegó hasta sus oídos.
Zankoku na tenshi no youni
Shounen yo shinwa ni nare
—Imposible —murmuró.
Aoi kaze ga ima
Mune no door wo tataitemo
Inmediatamente se dispuso a correr hacia el lugar del cual procedía la música. Siguiéndola, llegó hasta unos contenedores de basura. Debido a que la provenía del interior, el pelirrojo los abrió y comenzó a hurgar en su contenido, en busca de aquello que ansiaba. Finalmente lo encontró, allí estaba, no sabía cómo ni por qué, pero allí estaba: su teléfono móvil, aquel que perdiera descuidadamente el día que tuviera su primer contacto consciente con seres de energía. No podía comprender cómo podía seguir con batería después de tanto tiempo, pero la cuestión es que lo encontrara. Entonces se fijó en que estaba siendo llamado por un número desconocido, presa de la curiosidad de saber si alguien más se acordaba de él, contestó:
—Dígame.
—…
—Sí, ¿Quién es?
—¡Pi, pi, pi!
Extrañado en un comienzo porque nadie contestara, concluyó que se trataría de una equivocación. Guardó el móvil consigo, aunque sabía que debido a su actual clandestinidad su lista de contactos no le sería de gran utilidad. De todas formas, era una preciada posesión para él.
Entonces escuchó unos pasos, cada vez más próximos, a una rápida frecuencia; alguien que corría como alma que lleva el diablo, que extrañamente eligiera aquellos callejones tan poco transitados, aún menos en días como aquel, quizás buscando un camino que le permitiera empaparse lo más mínimo. No detectaba ningún tipo de Atzmunt, por lo que el sujeto en si no debía de ser peligroso. Temiendo que fuera alguien conocido, se escondió rápidamente tras unos contenedores de basura. “¡Ay!” Oyó quejarse a una femenina voz tras lo que pareciera ser una aparatosa caída.
Fuese como fuese, Abraham no pudo evitar sentir curiosidad, pues le resultaba demasiado familiar aquel tono. Alzó un poco la vista, quedándose perplejo al observar aquella pelirroja melena elevándose a duras penas del suelo. De alguna manera sentía la necesidad de correr a ayudarla, de buscar cualquier excusa sólo para verla, para saber que estaba bien.
Pero no podía dejar que ella lo descubriera, no en su estado, no como en lo que se había convertido. Incapaz de aguantar sus impulsos, se colocó correctamente el sombrero, intentando taparse el rostro lo máximo posible, y salió de su escondite, corriendo a ayudarla.
—¿Estás bien? —dijo mientras le ofrecía la mano, intentando poner una voz lo más grave posible.
—Sí, gracias —respondió la chica, y en cuanto alzó la mirada sus ojos se pusieron llorosos y un tremendo temblor le recorrió todo el cuerpo. Movida por el instinto, se lanzó a abrazarle— Tú, tú… has vuelto —susurraba entre lágrimas.
Abraham no se lo podía creer. “Sabes una cosa, yo pienso que aun vestido así, ella sería quien de reconocerte”. Carlos tenía razón, de algún modo, de alguna manera, parecía que la pelirroja lo reconociera sin dudar en ningún momento, nada más mirarlo a los ojos, a pesar de su cambiado aspecto, a pesar del empeño del híbrido por pasar desapercibido.
—Sí, Sandra. He vuelto —y en un afán irrefrenable, le devolvió el abrazo.
—¿Por qué te fuiste? ¿Dónde has estado? Todos hemos estado muy preocupados por ti —mencionó mientras sollozaba.
—Lo sé.
La chica se separó de él, siendo agarrada por los hombros por el pelirrojo.
—Supongo que lo importante es que estás bien —dijo mientras mostraba una cálida sonrisa.
Entonces el híbrido observó algo en lo que, seguramente debido a la emoción del reencuentro, no se percatara antes: la cara de la chica estaba llena de magulladuras. Su ojo izquierdo se encontraba hinchado y morado. El resto de la cara presentaba claros signos de maltrato. Se fijó en sus piernas, también llenas de moratones que no podían haber sido provocados por simples caídas.
—¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Ha sido él otra vez, verdad? —comenzó a preguntarle el pelirrojo nervioso.
Sandra lo miró asustado. Sus ojos vertieron lágrimas en señal de respuesta, y se echó a su pecho, llorando desconsolada.
—Abraham, yo… me he escapado de casa.
—¡¿Cómo?! —respondió sorprendido, más bien porque le costaba creer que su amiga realizara un acto así que porque fuera una mala idea, al contrario, hacía mucho tiempo que pensaba que Sandra debería haber abandonado aquel hogar.
—No me culpes por ello. Me siento mal por irme, pero es que… ¡Ya no puedo más! —gritó— ¡Ya no puedo seguir aguantándole cuando llega borracho a casa, ni cuando me trata como una esclava, ni cuando me insulta o pega por hacer algo mal! —se quejaba llorosa la chica—-. Pero hoy, ha pasado del límite, lo de hoy ha sido la gota que colma el vaso. Abraham, hoy, él… hoy ha intentado… —y volvió a hundir la cabeza en el pecho del híbrido, llorando, incapaz de terminar la frase.
No era necesario, Abraham ya se diera cuenta de lo que la pelirroja le intentaba decir, los moratones en las piernas eran suficiente prueba. Abraham apretó dientes y puños con furia, aquel capullo se atreviera a intentar abusar sexualmente de ella. Le repugnaba ese comportamiento.
Desde que conociera a Sandra, siempre fuera consciente del maltrato que esta recibía por parte de su padre. Siempre lo tolerara en cierto modo porque él nunca había podido hacer nada, Sandra no parecía querer hablar de ello nunca, y por muy mal que lo pasara, siempre se la veía sonriendo. Pero aquella noche él se pasara, cruzara una línea que nunca debía ser cruzada, había hecho llorar a la chica. Verla en aquel estado le apenó e hirió profundamente el corazón.
—¡Sandra! —se escuchó una voz a lo lejos—. ¡Sandra! ¡Hip! ¿Dónde te has metido?
—¿Papá? —preguntó aterrorizada, temblando como lo hace un cervatillo rodeado de una manada de leones.
—¡Sandra! —la figura se empezó a hacer más visible. El fornido hombre de barba de vagabundo, calva y aspecto descuidado se movía a duras penas hacia ellos con un tono de alegría en la voz. Sus mejillas sonrosadas y sus torpes movimientos denotaban su estado ebrio. ¿Cómo podía haber seguido a la chica en esas condiciones?—. ¡Sandra! ¡Aquí estás! ¡Hip! Perdóname, me he portado mal contigo. ¿Me disculpas? Volvamos a casa —le propuso.
La temerosa muchacha no se movía del lado del híbrido, temblorosa, sin saber qué hacer, aún con miedo por los recientes acontecimientos vividos.
—¡Sandra!¿Qué haces? Te he pedido perdón, ¿no es suficiente? Venga, te prometo que no volverá a pasar. Vámonos a casa —ordenó mientras la agarraba bruscamente por el brazo y la intentaba arrastrar. La pelirroja miró a Abraham con una mirada medio de súplica y medio de disculpa. Este no aguantaba más, aquello ya era demasiado.
—No tienes por qué soportarlo —le susurró el muchacho.
Sandra, como dándole la razón, se soltó a duras penas, provocando la rabia de su progenitor.
—¿Qué? ¿Te niegas, puta? ¿Quién te crees que eres? ¿Quién te crees que te ha dado cobijo y comida desde que eras una cría? ¡Yo! Me debes muchísimo. No te consiento que me hagas esto —dijo mientras alzaba el brazo dispuesto a pegarle.
Abraham rápidamente se interpuso, deteniendo el golpe, agarrándole el brazo.
—¡Quieto viejo verde! Sandra no se va a ningún lugar.
—¿Quién es este? ¿Tu novio? —preguntó en tono de guasa—. Mira chico, Sandra es mi hija, es de mi propiedad, haré con ella lo que yo quiera —aseguró, irritando aún más al híbrido.
Abraham le retorció el brazo instintivamente.
—¿Qué has dicho? —preguntó amenazador.
—¡Suéltame! Lo único que quieres hacer es follártela tú. Mírala, va por ahí vistiendo como una puta, y la culpa luego es mía, se merece que le den una paliza. ¡Suéltame, cabrón!
Abraham lo obedeció, soltándole y empujándole unos metros. El hombre cayó al suelo y se levantó a duras penas, airado.
Abraham lo observó con una mirada sombría, llena de furia.
—A mí me llaman monstruo… ¡pero aquí el único monstruo que ahí eres tú! —gritó, a la vez que sacaba y desplegaba sus Knafáims. Movido por la ira, formó una bola de oscuridad que lanzó con rapidez contra el hombre. Atravesándole el pecho y abrasándole el corazón.
Cayó de espaldas contra el suelo, ya sin vida. El pelirrojo lo observó con furia, asqueado, aún preso de la ira del momento. No había sido poseído por el Rashá, lo que probaba que en los últimos meses se había vuelto lo suficientemente fuerte como para contenerlo en esas condiciones de desestabilidad emocional.
Sandra se separó de su lado y corrió a agacharse al lado del hombre que decía ser su padre. Esto logró despertar al híbrido de su temporal estado de abstracción. Por un momento se replanteó lo que acababa de hacer. Había matado a un ser humano, era el primer ser de aquella especie al que robaba la vida, mas esto no era lo que realmente le preocupaba.
A Abraham le inquietaba el haber hecho sufrir con aquello a su amiga, pues por muy monstruo e inhumano que fuera aquel hombre, no dejaba de ser su padre.
Se acercó cuidadosamente hacia la pelirroja, que observaba el cadáver de su progenitor en silencio, ni siquiera se la oía sollozar, ni la más mínima muestra de emoción alguna.
—Sandra… Yo… —intentó decir.
—Es extraño —le cortó—. Se supone que debería estar triste, se supone que debería llorar desconsoladamente, gritar su nombre y maldecir el que esté muerto, ¿no? Pero en cambio, estoy aquí sentada, viendo lo que queda de él, y no siento absolutamente nada, ni la más mínima tristeza. En cambio, sí que noto una cierta libertad. Debo ser una persona horrible…
—Al menos eres una persona —respondió el híbrido, llamando la atención de la muchacha—. Sandra, yo no soy quien tú crees que soy, yo no soy humano, para muchos ni siquiera soy algo que merezca estar vivo. Ya lo has visto, yo sólo soy un monstruo.
Pasó la mayor parte del día sin hacer gran cosa, pensando en la conversación que mantuviera con Carlos, en el papel que adoptaría su amigo en esta batalla, en lo que debía hacer a pesar de estar solo. Pero sus cavilaciones apenas le resolvían sus infinitas dudas y el cansancio le acababa envolviendo y caía víctima del sueño. En esas se encontraba, a punto de ser víctima de Morfeo, cuando una curiosa y conocida melodía llegó hasta sus oídos.
Shounen yo shinwa ni nare
—Imposible —murmuró.
Mune no door wo tataitemo
Inmediatamente se dispuso a correr hacia el lugar del cual procedía la música. Siguiéndola, llegó hasta unos contenedores de basura. Debido a que la provenía del interior, el pelirrojo los abrió y comenzó a hurgar en su contenido, en busca de aquello que ansiaba. Finalmente lo encontró, allí estaba, no sabía cómo ni por qué, pero allí estaba: su teléfono móvil, aquel que perdiera descuidadamente el día que tuviera su primer contacto consciente con seres de energía. No podía comprender cómo podía seguir con batería después de tanto tiempo, pero la cuestión es que lo encontrara. Entonces se fijó en que estaba siendo llamado por un número desconocido, presa de la curiosidad de saber si alguien más se acordaba de él, contestó:
—Dígame.
—…
—Sí, ¿Quién es?
—¡Pi, pi, pi!
Extrañado en un comienzo porque nadie contestara, concluyó que se trataría de una equivocación. Guardó el móvil consigo, aunque sabía que debido a su actual clandestinidad su lista de contactos no le sería de gran utilidad. De todas formas, era una preciada posesión para él.
Entonces escuchó unos pasos, cada vez más próximos, a una rápida frecuencia; alguien que corría como alma que lleva el diablo, que extrañamente eligiera aquellos callejones tan poco transitados, aún menos en días como aquel, quizás buscando un camino que le permitiera empaparse lo más mínimo. No detectaba ningún tipo de Atzmunt, por lo que el sujeto en si no debía de ser peligroso. Temiendo que fuera alguien conocido, se escondió rápidamente tras unos contenedores de basura. “¡Ay!” Oyó quejarse a una femenina voz tras lo que pareciera ser una aparatosa caída.
Fuese como fuese, Abraham no pudo evitar sentir curiosidad, pues le resultaba demasiado familiar aquel tono. Alzó un poco la vista, quedándose perplejo al observar aquella pelirroja melena elevándose a duras penas del suelo. De alguna manera sentía la necesidad de correr a ayudarla, de buscar cualquier excusa sólo para verla, para saber que estaba bien.
Pero no podía dejar que ella lo descubriera, no en su estado, no como en lo que se había convertido. Incapaz de aguantar sus impulsos, se colocó correctamente el sombrero, intentando taparse el rostro lo máximo posible, y salió de su escondite, corriendo a ayudarla.
—¿Estás bien? —dijo mientras le ofrecía la mano, intentando poner una voz lo más grave posible.
—Sí, gracias —respondió la chica, y en cuanto alzó la mirada sus ojos se pusieron llorosos y un tremendo temblor le recorrió todo el cuerpo. Movida por el instinto, se lanzó a abrazarle— Tú, tú… has vuelto —susurraba entre lágrimas.
Abraham no se lo podía creer. “Sabes una cosa, yo pienso que aun vestido así, ella sería quien de reconocerte”. Carlos tenía razón, de algún modo, de alguna manera, parecía que la pelirroja lo reconociera sin dudar en ningún momento, nada más mirarlo a los ojos, a pesar de su cambiado aspecto, a pesar del empeño del híbrido por pasar desapercibido.
—Sí, Sandra. He vuelto —y en un afán irrefrenable, le devolvió el abrazo.
—¿Por qué te fuiste? ¿Dónde has estado? Todos hemos estado muy preocupados por ti —mencionó mientras sollozaba.
—Lo sé.
La chica se separó de él, siendo agarrada por los hombros por el pelirrojo.
—Supongo que lo importante es que estás bien —dijo mientras mostraba una cálida sonrisa.
Entonces el híbrido observó algo en lo que, seguramente debido a la emoción del reencuentro, no se percatara antes: la cara de la chica estaba llena de magulladuras. Su ojo izquierdo se encontraba hinchado y morado. El resto de la cara presentaba claros signos de maltrato. Se fijó en sus piernas, también llenas de moratones que no podían haber sido provocados por simples caídas.
—¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Ha sido él otra vez, verdad? —comenzó a preguntarle el pelirrojo nervioso.
Sandra lo miró asustado. Sus ojos vertieron lágrimas en señal de respuesta, y se echó a su pecho, llorando desconsolada.
—Abraham, yo… me he escapado de casa.
—¡¿Cómo?! —respondió sorprendido, más bien porque le costaba creer que su amiga realizara un acto así que porque fuera una mala idea, al contrario, hacía mucho tiempo que pensaba que Sandra debería haber abandonado aquel hogar.
—No me culpes por ello. Me siento mal por irme, pero es que… ¡Ya no puedo más! —gritó— ¡Ya no puedo seguir aguantándole cuando llega borracho a casa, ni cuando me trata como una esclava, ni cuando me insulta o pega por hacer algo mal! —se quejaba llorosa la chica—-. Pero hoy, ha pasado del límite, lo de hoy ha sido la gota que colma el vaso. Abraham, hoy, él… hoy ha intentado… —y volvió a hundir la cabeza en el pecho del híbrido, llorando, incapaz de terminar la frase.
No era necesario, Abraham ya se diera cuenta de lo que la pelirroja le intentaba decir, los moratones en las piernas eran suficiente prueba. Abraham apretó dientes y puños con furia, aquel capullo se atreviera a intentar abusar sexualmente de ella. Le repugnaba ese comportamiento.
Desde que conociera a Sandra, siempre fuera consciente del maltrato que esta recibía por parte de su padre. Siempre lo tolerara en cierto modo porque él nunca había podido hacer nada, Sandra no parecía querer hablar de ello nunca, y por muy mal que lo pasara, siempre se la veía sonriendo. Pero aquella noche él se pasara, cruzara una línea que nunca debía ser cruzada, había hecho llorar a la chica. Verla en aquel estado le apenó e hirió profundamente el corazón.
—¡Sandra! —se escuchó una voz a lo lejos—. ¡Sandra! ¡Hip! ¿Dónde te has metido?
—¿Papá? —preguntó aterrorizada, temblando como lo hace un cervatillo rodeado de una manada de leones.
—¡Sandra! —la figura se empezó a hacer más visible. El fornido hombre de barba de vagabundo, calva y aspecto descuidado se movía a duras penas hacia ellos con un tono de alegría en la voz. Sus mejillas sonrosadas y sus torpes movimientos denotaban su estado ebrio. ¿Cómo podía haber seguido a la chica en esas condiciones?—. ¡Sandra! ¡Aquí estás! ¡Hip! Perdóname, me he portado mal contigo. ¿Me disculpas? Volvamos a casa —le propuso.
La temerosa muchacha no se movía del lado del híbrido, temblorosa, sin saber qué hacer, aún con miedo por los recientes acontecimientos vividos.
—¡Sandra!¿Qué haces? Te he pedido perdón, ¿no es suficiente? Venga, te prometo que no volverá a pasar. Vámonos a casa —ordenó mientras la agarraba bruscamente por el brazo y la intentaba arrastrar. La pelirroja miró a Abraham con una mirada medio de súplica y medio de disculpa. Este no aguantaba más, aquello ya era demasiado.
—No tienes por qué soportarlo —le susurró el muchacho.
Sandra, como dándole la razón, se soltó a duras penas, provocando la rabia de su progenitor.
—¿Qué? ¿Te niegas, puta? ¿Quién te crees que eres? ¿Quién te crees que te ha dado cobijo y comida desde que eras una cría? ¡Yo! Me debes muchísimo. No te consiento que me hagas esto —dijo mientras alzaba el brazo dispuesto a pegarle.
Abraham rápidamente se interpuso, deteniendo el golpe, agarrándole el brazo.
—¡Quieto viejo verde! Sandra no se va a ningún lugar.
—¿Quién es este? ¿Tu novio? —preguntó en tono de guasa—. Mira chico, Sandra es mi hija, es de mi propiedad, haré con ella lo que yo quiera —aseguró, irritando aún más al híbrido.
Abraham le retorció el brazo instintivamente.
—¿Qué has dicho? —preguntó amenazador.
—¡Suéltame! Lo único que quieres hacer es follártela tú. Mírala, va por ahí vistiendo como una puta, y la culpa luego es mía, se merece que le den una paliza. ¡Suéltame, cabrón!
Abraham lo obedeció, soltándole y empujándole unos metros. El hombre cayó al suelo y se levantó a duras penas, airado.
Abraham lo observó con una mirada sombría, llena de furia.
—A mí me llaman monstruo… ¡pero aquí el único monstruo que ahí eres tú! —gritó, a la vez que sacaba y desplegaba sus Knafáims. Movido por la ira, formó una bola de oscuridad que lanzó con rapidez contra el hombre. Atravesándole el pecho y abrasándole el corazón.
Cayó de espaldas contra el suelo, ya sin vida. El pelirrojo lo observó con furia, asqueado, aún preso de la ira del momento. No había sido poseído por el Rashá, lo que probaba que en los últimos meses se había vuelto lo suficientemente fuerte como para contenerlo en esas condiciones de desestabilidad emocional.
Sandra se separó de su lado y corrió a agacharse al lado del hombre que decía ser su padre. Esto logró despertar al híbrido de su temporal estado de abstracción. Por un momento se replanteó lo que acababa de hacer. Había matado a un ser humano, era el primer ser de aquella especie al que robaba la vida, mas esto no era lo que realmente le preocupaba.
A Abraham le inquietaba el haber hecho sufrir con aquello a su amiga, pues por muy monstruo e inhumano que fuera aquel hombre, no dejaba de ser su padre.
Se acercó cuidadosamente hacia la pelirroja, que observaba el cadáver de su progenitor en silencio, ni siquiera se la oía sollozar, ni la más mínima muestra de emoción alguna.
—Sandra… Yo… —intentó decir.
—Es extraño —le cortó—. Se supone que debería estar triste, se supone que debería llorar desconsoladamente, gritar su nombre y maldecir el que esté muerto, ¿no? Pero en cambio, estoy aquí sentada, viendo lo que queda de él, y no siento absolutamente nada, ni la más mínima tristeza. En cambio, sí que noto una cierta libertad. Debo ser una persona horrible…
—Al menos eres una persona —respondió el híbrido, llamando la atención de la muchacha—. Sandra, yo no soy quien tú crees que soy, yo no soy humano, para muchos ni siquiera soy algo que merezca estar vivo. Ya lo has visto, yo sólo soy un monstruo.
Atentos saludos desde la cloaca.
Mickael Vavrinec