La joven rondaría los veintidós años, aunque aparentaba ser una adolescente. Era bajita, cosa que odiaba en gran medida, pero que en su trabajo a veces podía ser muy útil para entrar por donde nadie más podía. Su piel era pálida y delicada, bien cuidada y bonita. Era guapa, pero siempre lo había ignorado, no queriendo saber nada de los cánones de belleza. Vestía con un traje negro, con pantalones y sudadera.
Sus ojos eran marrones y pequeños. Su pelo negro no era muy largo, llegando apenas a unos pocos centímetros después de los hombros. Pero lo que más llamaba la atención en aquella mujer eran sus pechos, grandes y redondos. No le gustaba aquel tamaño por ser incómodo en muchos aspectos.
La mujer guardó el medallón entre sus pechos, oculto bajo la ropa, y observó a su alrededor. Esperaba a alguien, pero no daba señales de vida. No podía tardar mucho más. El olor a pescado y humedad de aquel lugar era tremendo, y no creía poder soportarlo mucho más. El suelo del puerto, gris, mojado y cubierto por la oscuridad de la noche, hacía juego con los tristes edificios delante de ella, lugares donde los pescadores llevaban lo capturado.
—¿Vas a esperarla mucho más tiempo?
La joven se giró para ver una figura femenina esbelta y alta. Quien se acercaba bajando la pasarela del barco al muelle era una mujer de largo pelo dorado con horquillas negras, con un ancho mechón que tapaba parte de su cara, ocultando uno de sus ojos color miel. Vestía una larga chaqueta de color negro con botones plateados que se dejaba caer por detrás hasta el suelo sobre una camiseta de tirantes oscura.
—Esperaré cuanto tenga que esperar —contestó secamente la joven bajita, dándole la espalda a la del pelo dorado. Ésta suspiró, encogiéndose de hombros.
—No creo que venga. Quedasteis aquí hace media hora, Freya.
La joven con el nombre de Freya se giró para lanzar una mirada asesina.
—Siempre le gusta llegar tarde —se excusó ella. La mujer de pelo dorado se juntó de hombros.
—De acuerdo. Creo que vendrá bien que mientras esperamos repases los objetivos de la misión.
—Está bien, Shirona, está bien —la acalló Freya—. La misión es infiltrarse en el Game de este año. Para ello, tengo un contacto interior, mi compañera Axy, que nos señalará en varios días desde dónde podré entrar sin ser localizada. Tú te quedarás en el barco y, cuando recibas la señal, enviarás a ese compañero tuyo, Rojo.
—Reiji —le corrigió la mujer. Freya bufó.
—Reiji, vale —rectificó—. Su estancia será breve, evaluará el estado del Game y sus jugadores, y decidirá si proseguir con la misión o no. En caso de proceder, mi misión será entrar en el Big Building, lograr las muestras de Sueño señaladas, todas las investigaciones posibles y… Capturar a Sponsor para juzgarle posteriormente.
Shirona afirmó con la cabeza. Freya se mordió el labio inferior, dándole la espalda, pensando en por qué se había detenido al decir la palabra “capturar”. No, las órdenes que le habían dado en ese punto eran bien distintas. Debía asesinarlo, no dejar huella alguna que pudiese involucrar a Lord Investigations, la empresa para la que trabajaba, en el llamado “Game”. No le gustaba hacerlo, pero no podía trabajar en ningún otro lugar; era un asunto familiar el que le impedía dedicarse a otras cosas. Además, había otro motivo por el cual quería ir a aquella isla donde se celebraba aquel juego… Pero otros motivos la motivaban a ello.
—Perfecto, pues. Entonces, podemos marcharnos ya —insistió Shirona.
Freya suspiró. Había pasado demasiado tiempo ya. Afirmó con la cabeza y miró a la mujer.
—Sí, será lo…
—¿Planeas marcharte sin despedirte de mí?
Freya dirigió la mirada hacia donde la voz procedía. Allí había una joven, rondando los dieciocho años, con pelo negro con mechas color chocolate de media melena con dos flequillos a ambos lados de la cara por delante de las orejas, recogido por una coleta por detrás que lo alzaba ligeramente, formando un pequeño torbellino. Llevaba unos pendientes rojos y redondos en las orejas, y en su cuello, muy blanco, un colgante gris. Sus pechos no se habían desarrollado mucho, teniéndolos pequeños y casi planos. Por lo menos su estatura sí que había aumentado, haciéndola bastante más alta. En su brazo derecho se había tatuado un corazón rojo con un nombre en él. Pero lo que más llamaba eran sus ojos, grandes y grises, hipnotizantes.
—¡Griet! —la llamó Freya, acercándose a ella.
Griet sonrió levemente a su amiga. Vestía un pantalón vaquero azul cielo corto, cortado a pocos centímetros de la cadera y sujetos por unos tirantes negros con puntos blancos que llegaban hasta los hombros y un cinturón de cuero que poco la apretaba. Una camiseta negra cortada por la zona del ombligo y sin hombreras, dejando ver bastante. Unos guantes negros bien cuidados cuidaban sus manos, y en la muñeca derecha le colgaba una pulsera de plata. Llevaba unas botas negras y grandes, con muchos botones, y unas medias transparentes con corazones rojos, negros y grises tachados. Además tenía un cinturón con varios pequeños bolsillos y una pistola a mano, para sacarla en cualquier instante.
Griet y Freya chocaron sus manos y apretaron con fuerza, saludándose energéticamente. La fuerza de Freya casi machacaba los dedos, así que cuando se soltaron agitó su mano, dolorida.
—No recordaba que tuvieses tanta fuerza —se quejó Griet con una sonrisa, a la cual Freya correspondió—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos?
—Algo más de un año, desde aquella misión en Berlín con Axy. Después te separaste de la compañía.
—¡Sí, cierto! —recordó Griet—. Dimos una buena paliza a aquel cretino. A saber qué hubieseis hecho sin mí.
—¿Qué hubiésemos hecho sin ti? ¡Lo mismo que contigo! —se rió Freya—. Ahora en serio, el equipo parece vacío si no estás tú. No es fácil arreglárnoslas sin alguien que dispara tan bien.
—Deja de decir tonterías. Hay muchos pistoleros mejores que yo.
—Pero ninguno de ellos eres tú.
Griet se rió cariñosamente y miró fijamente a los ojos a Freya. Ésta le sonrió y se llevó una mano al pelo, recordando buenos tiempos. Habían sido amigas desde hacía bastantes años, cuando Griet llegó de la mano de su madre desde “un lugar muy lejano”, como le había narrado su padre.
—Todo ha cambiado desde que nos conocimos —se lamentó Freya, mirando al suelo. Griet borró su sonrisa y observó la pulsera de su muñeca.
—Sí… Lo ha hecho. Y ahora nos volvemos a separar, cada una con una misión que no imaginamos que tendríamos cuando nos conocimos.
—Pero cambiará —Freya levantó la cabeza y le dedicó una pequeña sonrisa a su amiga—. Volveré y no nos separaremos. Seremos amigas para siempre, como juramos de pequeñas.
—Sabes que las cosas no son tan fáciles.
Griet se encontraba muy seria, y Freya lo supo. No, nada volvería a ser como antes. Nunca más. Odiaba su trabajo, quería dejarlo, pero… No podía.
—Acabaré con ese asesino del Fire Play por el honor del Game —explicó Griet, seria todavía—. Cuando haya recibido mi dinero por hacerlo, desapareceré de nuevo. Y seguramente no volvamos a vernos nunca.
—Griet…
—No —cortó ella a su amiga—. No digas nada.
Griet se giró y se alejó unos pasos de Freya. Una vez algo más lejos, volvió a mirarla por última vez.
—Las cosas han cambiado desde hace un año, Freya. Y me temo que, mientras sigas al lado de tu padre… No podré volver a mirarte del mismo modo que cuando éramos jóvenes.
—Algún día esta situación cambiará —aseguró Freya, mirando al suelo. Miró a Shirona y, tras una afirmación con la cabeza, ambas subieron al barco. Griet se alejó en la oscuridad, sin volver a girarse.
—Eso espero —susurró en voz baja de forma casi inaudible.
La noche dio paso a la mañana en St. Patrick sin muchos más eventos. Faltaban tres días según el contador del asesino, que se encontraba de pie, frente un edificio, decidido a hacer lo que debía hacer. Su larga melena pelirroja estaba poco cuidada, llena de mugre y polvo. Pero le daba igual. Tenía una misión.
Entró en el recinto pasando por al lado de unas verjas abiertas, acercándose al edificio principal. Observó atentamente el lugar; árboles, bancos, una amplia acera bordeando un jardincito… Un instituto. Aquel lugar le recordó tiempos felices que ya jamás volverían.
Oía las voces, como una reminiscencia aún permanente. Risas, felicidad, orgullo… Hubiese caído una lágrima por su mejilla en una situación normal. Pero hacía años que no lloraba. No podía ya.
Entró en el instituto y se vio en un amplio hall con una pecera a su derecha y varios paneles situados en el centro para mantener la seguridad, evitando que pasaran armas u otros objetos metálicos peligrosos. El lugar estaba vacío, excepto por un hombre vestido de vigilante de seguridad que le echó un ojo encima. Estaba regordete y comía un donut rosado mientras le observaba, masticando con la boca abierta.
—¿Qué quiere, amigo? —preguntó el hombre, mostrando el donut masticado en su boca.
—La abuela de mi hijo ha muerto —mintió el asesino, mostrando su voz grave—. Tengo que decírselo y llevármelo lo antes posible.
—¿No puedes esperar al recreo?
—Me gustaría hacerlo lo antes posible.
El hombre de seguridad se cruzó de hombros. El asesino afirmó con la cabeza, dándole las gracias, y pasó entre los monitores. Nada pitó. Volvió a observar al regordete y éste le señaló con el pulgar que podía avanzar.
—¿Puede decirme dónde está la clase de mi hijo, por favor? Es la clase A de Décimo Grado.
—Primera planta a mano derecha —le señaló el hombre de seguridad—. Busque un poco, no tiene pérdida.
—Gracias.
El asesino subió las escaleras, deseoso de llegar de una vez. No tenía un plan, pero no quería dañar a nadie más. Se colocó su capucha y sonrió. Ya se le ocurriría algo.
Actualizado personajes. Me cago en el BBCode.
Siento no dejar muchas respuestas, ando corto de tiempo. Pavitsu, la respuesta es una mezcla entre ambas, tiene el acento muy eliminado.